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Identidad

Cómo lidiar con los comentarios gordofóbicos en las reuniones familiares

Tras años de acoso por parte de mis seres queridos, finalmente decidí establecer algunos límites.

Este artículo se publicó originalmente en VICE Países Bajos.

Siempre he sido corpulenta. Para mucha gente, eso parece una invitación a hacer comentarios sobre mi cuerpo o decirme que tengo que perder peso. En su opinión, estar delgada es la clave para ser feliz y tener éxito.

Mi familia, en general, piensa igual. Durante las reuniones familiares, especialmente en diciembre, solía recibir un montón de comentarios gordofóbicos. “¿Has engordado otra vez?”, “Algo estás haciendo mal”, “Tendrás que ponerte a dieta hasta el mes que viene”, “Ese vestido no te queda muy bien, deberías elegir otra tela”, “Yo evitaría los carbohidratos esta noche”, “Te he preparado algo bajo en grasas, porque imagino que no quieres engordar más, ¿no?”. Cada vez que me sirvo comida en el plato, todos me miran. Cada movimiento que hago es observado y criticado.

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La gordofobia me alejó de mi familia. Me inventaba excusas para no asistir a las Navidades y, en septiembre, empezaba a preocuparme por las reuniones familiares. Trataba de hacer dietas relámpago pero no lo conseguía; a veces, ganaba más peso y acababa teniendo más ansiedad y odio a mí misma. Aunque me encantaban las Navidades, mi espíritu festivo se veía ensombrecido por los dolores de estómago y los ataques de pánico.

Finalmente, hace unos años, algo cambió. Empecé a leer sobre la cultura tóxica de las dietas tan arraigada en nuestra sociedad y sobre la estigmatización de las personas corpulentas en los medios y la cultura popular. Escribí un libro sobre el tema (en Neerlandés) y fue una experiencia liberadora. He conseguido recuperar mi espacio, defenderme y dejar de tolerar la gordofobia.

En los últimos años, una cosa que me ayudó a superar las reuniones familiares fue ser sincera con mi familia: decirles que no quiero escuchar opiniones sobre mi cuerpo, mi peso o mis hábitos alimentarios.

Desde entonces, los comentarios gordofóbicos se redujeron, pero no pararon por completo. Aunque dejé claros los límites, siguieron haciendo chistes y comentarios. La forma en la que contesto depende de mi humor en ese momento. A veces, me voy a otra parte de la casa o voy a hablar con familiares al otro lado de la habitación. Nunca me río. Me pongo seria y pregunto si creen que es gracioso. A veces, le doy la vuelta a la pregunta: “¿Por qué te importa tanto que esté delgada?”. Si responden que solo quieren verme feliz, les digo que sus comentarios no ayudan para nada.

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Creo que todo esto viene de sus propias inseguridades y de la obsesión que ellos mismos tienen por su peso. No lo justifica, pero me ayuda a no tomármelo como algo personal.

La generación de mis padres y de mis abuelos está convencida de que estar gordo es lo peor que te puede pasar en la vida. Y como ellos no utilizan tanto las redes sociales, no están expuestos a los mensajes de positividad del cuerpo. No parecen darse cuenta de que hacer comentarios constantemente sobre el peso de sus seres queridos no los va a motivar a perder peso y puede tener un impacto negativo en su salud física y mental. Ahora entiendo su ignorancia y he podido perdonar los comentarios e incluso, cuando tengo energía suficiente, tratar de enseñarles por qué está mal. Pero a veces no me apetece defenderme, así que simplemente digo que no quiero hablar de ello y les pido que lo acepten. Me permito a mí misma dar un paso atrás.

Las Navidades pasadas, celebré Sinterklaas [la versión neerlandesa de San Nicolás, que se celebra el 5 de diciembre] con mi familia. No los había visto mucho en todo el año y estaba nerviosa. Me cambié de ropa cuatro veces y en varias ocasiones no pude evitar pensar qué podía ponerme para evitar que criticasen mi cuerpo. Está claro que mis miedos están muy arraigados, pero no pasa nada: los he aceptado.

Antes de ir, les dije que tenía muchas ganas, lo cual ayudó. Fue una noche genial. Nadie habló sobre el peso, todos comieron lo que quisieron y fue más reconfortante e íntimo que nunca.

Espero que las próximas reuniones sean iguales. Me siento más conectada a mi familia después de abrirme, ser honesta y pedir que me respeten. Eso no quiere decir que nunca podamos hablar sobre mi peso, puesto que sigue siendo algo con lo que yo misma tengo que lidiar. Pero ahora, puedo tomar las riendas de la conversación. He dejado claro que mi apariencia física y lo que coma en Navidades no es asunto de nadie.