Si estás siguiendo de cerca la evolución del trap argentino probablemente ya conozcas al Karne Palta… aunque no lo sepas. Por ejemplo: la capucha negra y púrpura con elástico rosa ajustable y parches de Iron Maiden que se puso Duki en sus últimos shows y stories es una creación original suya. También los buzos metaleros que usa C.R.O.; esos pantalones increíbles de Seven Kayne que tenían un aplique de Black Sabbath sobre un personaje de Rugrats, o prácticamente toda la ropa del video de “Criminal” de Neo Pistea, incluidos los gorros pasamontañas que remiten a telares bolivianos pero con parches de Megadeth o Pantera. Además, Cazzu, Dillom y Saramalacara han usado su ropa, y en el último tiempo las mochilas del Karne Palta —en las que conviven Hello Kitty y Napalm Death— están por todos lados en Instagram.
“Es algo que vengo arrastrando desde los trece años”, dice el Karne, hoy de treinta, una tarde tranquila de domingo en el departamento/showroom que comparte con una amiga en el barrio de San Telmo, en el sur de Buenos Aires. “Cuando yo iba al colegio, te comprabas una mochila de una banda de rock y después la escribías, le colgabas unos muñequitos de Pokemon, le cosías unos parches, y así la ibas puliendo”. Lo que ese niño no se imaginaba era que su afición por el collage textil lo llevaría a convertirse en un diseñador influyente, en una referencia estética e incluso en un contrabandista respetado en la frontera entre Argentina y Bolivia, más específicamente en el límite natural que separa La Quiaca de Villazón.
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El chispazo inicial fue el skate. Durante su infancia y adolescencia en Villa Progreso, un barrio humilde y periférico de la ciudad de La Plata, 50 kilómetros al sur de Buenos Aires, el Karne empezó a patinar con amigos más grandes, y así descubrió el hardcore y el nu metal. Quería los pantalones anchos que le veía a Fred Durst de Limp Bizkit en los videos de MTV, pero como eran muy caros le pedía a su mamá que le agrandara los que tenía con ayuda de la máquina de coser. Cuando iba a patinar a los bowls o a tocar con su banda a los antros punk de Buenos Aires (“onda Power Violence, todo rápido y gritado”), compraba algo de ropa que después revendía en La Plata. “Era re gitano”, dice él. “Empecé a vaguear todo el día y dejé la escuela para dedicarme a tocar y armar recitales”. Fue en la calle que se encontró con el graffiti y se hizo amigos raperos que lo introdujeron en la cultura del “lo-life”, un descubrimiento que marcaría buena parte de lo que vendría después.
Los Lo-Lifes nacieron en 1988 en Brooklyn, Nueva York, obsesionados por conseguir ropa de la marca Polo Ralph Lauren como una manera de apropiarse del emblema del lujo americano en los barrios marginales de la ciudad. Eran una pandilla que se dedicaba a asaltar tiendas de las zonas ricas con métodos más o menos sofisticados, para luego ostentar su botín en las calles y así alcanzar otro status. “A mí me gustaba esa ideología pero más me gustaba la escena que se generaba detrás de eso, a través de la aventura de conseguir una prenda Polo por tus propios medios”, dice el Karne. “Y también había un link con el hardcore de bandas como Youth of Today, que eran de clase media y se preocupaban por vestirse bien, por tener unas zapatillas Jordan o un buzo Champion. Acá siempre fue difícil que bajaran esas marcas, entonces me puse a investigar a dónde llegaba la ropa de segunda mano y empecé a viajar a buscarla”.
A través de un amigo grafitero de Bolivia que había estado viviendo en La Plata se enteró de la existencia de la mítica feria del Alto, en La Paz, uno de los mercados callejeros más grandes del continente (llega a ocupar unas 100 cuadras), y decidió ir a investigar. Además, su amigo le dijo que en Bolivia había mucha cocaína pero poco ácido lisérgico, y que si él podía llevar planchas de ácido, allá las iba a vender todas, cosa que el Karne hizo en su primer viaje… y en muchos de los que vinieron después. “Cuando cruzás de Argentina a Bolivia no te revisan nada, pasás caminando con lo que quieras, es como cruzar una avenida”, dice. “Yo llevaba ácido, lo vendía en dólares y con esa plata después iba a la feria y compraba ropa Polo y de otras marcas que seleccionaba para vender acá. He llegado a ir cada diez días”.
Su regularidad en las visitas le permitió fortalecer una red amplia de contactos que incluye desde amigos que hoy considera parte de su familia y lo hospedan cada vez que va, hasta raperos comerciantes del Alto que le guardan especialmente prendas valiosas en la feria, pasando por los encargados de facilitarle el cruce de vuelta a Argentina, cargado con cuatro o cinco bolsos llenos de remeras, buzos, pantalones y zapatillas, a espaldas de los controles aduaneros. “Si cruzás por la aduana no te dejan pasar ni dos buzos”, dice. “Entonces vas hasta una parte en la que hay una montaña, la cruzás y llegás a un río. Ese río divide La Quiaca de Villazón. No es tan fácil pasar, porque ahí está Gendarmería. Pero la gente se queda esperando en la orilla hasta que los gendarmes se van a almorzar, y apenas se dan vuelta te subís a unos carros altos que manejan unos hombres con botas, les das diez pesos y te cruzan. En general, yo les doy 20 pesos, así que me quieren. Ahí ves gente con electrodomésticos, personas sin documentos, todo una mierda. Pero a mí me encanta, me acostumbré al sufrimiento de viajar, que es bastante duro, y lo disfruto. Hay algo de ese ambiente que me enamoró”.
El botín de sus viajes es publicado en El Suave Shopping, una cuenta de Instagram a través de la cual el Karne entra en contacto con sus clientes. En “Flea Market”, una canción de su cuarto mixtape como artista de trap (editado el año pasado por el sello I Need Sponsors), describe su dinámica habitual de contrabandista y revendedor: “Me compré una campera Fubu del 2000 / Probablemente de un negro que haya muerto / Conseguí una mochila de esas Polo Sport / No te miento, estoy en lo correcto / Le cambié un chandal de Lacoste a un chico…”. Si bien hoy está más dedicado a su faceta de diseñador (hace tres meses que no va a Bolivia), ese gen comerciante fue el que le permitió meterse de lleno en el universo de la indumentaria para eventualmente pasar a confeccionar sus propias prendas customizadas.
Lo primero que hizo por su cuenta fue un hoodie con parches de Iron Maiden, inspirado en los reworks que empezaban a surgir en el under americano mediante el reciclaje de remeras de Nirvana, Marilyn Manson, Slipknot y otras bandas de música alternativa que él escuchaba de chico. De alguna manera, el Karne siempre está al tanto de las últimas tendencias estéticas y musicales. De hecho, su primer tema de trap lo grabó ¡en 2012!, después de escuchar los primeros discos de Chief Keef, un artista que resultaría clave para el género. En esa misma época descubrió a Tyler, The Creator, que no era la estrella internacional ganadora de Grammys que es hoy, sino el líder de Odd Future, una banda de raperos que se vestían como skaters, reivindicaban ciertas marcas y tenían más de una conexión con el hardcore. Al igual que muchos jóvenes de su generación, el Karne se pasaba horas buceando en Tumblr, donde la música y la moda se mezclaban todo el tiempo. Cuando se topó con la existencia del custom, fue como una señal del destino.
“Me acuerdo de que cuando hice ese hoodie de Maiden vino un amigo que es curador de arte y me dijo: “Esto está buenísimo, si lo vendés, yo te lo compro’”, dice el Karne. “Y ahí me volví loco: hice cincuenta piezas en tres semanas, entre prendas y mochilas”.
Su estilo llamaba la atención de inmediato porque combinaba parches hechos con remeras de bandas de culto del hardcore como Cro-Mags, Turnstile, 7 Seconds o Los Crudos (muchas de esas remeras se las había regalado un amigo que ya no las usaba), con otras más conocidas del metal —Megadeth, Metallica, Black Sabbath—, e imágenes de los dibujitos animados que veía a la edad en la que empezó a descubrir a esos grupos: desde personajes de Disney o Warner Bros. hasta Pokemon, Dragon Ball y otros clásicos del animé que tuvieron su auge en Argentina a partir de la llegada del canal Magic Kids en 1996. Para coronar esa mezcla improbable de oscuridad y colores chillones, el Karne también suele bordarle a sus prendas su versión del logo de Lacoste (con tres cocodrilos uno encima del otro), o su propio logo, formado por una “K” y una “P” que emulan las dos “R” de Rolls Royce. Es todo tan extraño, tan personal y tan poco visto que es entendible que el primero en interesarse haya sido un curador de arte.
Una vez que esa primera colección estuvo online, la escena argentina del trap, que ubicaba al Karne Palta por su propia carrera como rapero, descubrió que también hacía ropa y enloqueció. El primero en acercarse fue C.R.O., que compró casi todas las prendas. “Enseguida me etiquetó en Instagram y ahí explotó todo, dupliqué los seguidores en un rato”, cuenta el Karne. Hoy es cada vez más habitual ver su marca en videos y sesiones de fotos, ya no solo de raperos sino también de modelos y personalidades como Candelaria Tinelli, la hija de Marcelo Tinelli, el conductor de TV más famoso de Argentina.
Por supuesto, a medida que su marca crece también aparecen algunos detractores. “Hay gente más grande que viene del graffiti que me dice: ‘Dejá de venderles esas cosas a los pendejos que no entienden nada’, porque les molesta verlos con remeras de bandas hardcore que probablemente nunca escucharon”, dice. “Pero es una discusión sin sentido. Yo vi pasar un montón de modas. En un momento, cuando veía a alguien con unas Vans, decía: ‘Esa persona escucha Minor Threat y Black Flag’, y al poco tiempo todo el mundo usaba Vans fuera del hardcore. O veía a alguien con un buzo DC y decía: ‘Esa persona patina, y patina bien’. Y después todos usaban DC. Vi cómo la escena emo-core empezó a usar chupines y en la calle los criticaban, y hoy los chupines son moneda corriente. Ya está, es así, sobre todo en esta nueva generación, que usa las cosas porque le gustan y nada más. ¿No conocen la banda? No importa. Les parece ‘estiloso’ y lo van a usar. Dicen mucho esa palabra; ‘Esto es estiloso’. Y punto. A mí me parece bien”.
Mientras digiere como puede su momento de mayor exposición y visibilidad, el Karne tiene que tomar algunas decisiones. No quiere decir explícitamente que otros diseñadores le están copiando el estilo (“Yo no inventé nada: eso lo tengo claro”), pero es evidente que está sucediendo, como pudo verse en algunos desfiles de la última Fashion Week de Buenos Aires. Su forma de denuncia es solapada: el otro día subió una foto de un buzo que hizo hace unos meses y dijo: “Hay uno solo y lo tiene un colega, así que si ven uno parecido, ya saben…”.
Pero lo cierto es que la demanda crece y él no está preparado para abastecer al mercado… ni quiere estarlo. Karne Palta es una marca de un solo hombre, justamente porque él prefiere no revelar demasiado los secretos de un oficio que aprendió por su cuenta en la calle. “Veo chicos obsesionados con el éxito y pienso: ‘¿Para qué querés eso?’”, dice. “Yo vengo del hardcore y de una época en la que te juntabas con amigos a hacer una banda y lo importante era que uno llevara la batería, el otro el amplificador de guitarra, y entre todos la pasábamos bien. Lo mismo pienso ahora cuando me dicen que soy exitoso. Yo solo produzco, el resto viene solo. Lo único que me importa es hacer cosas que tengan cada vez más calidad. Quiero que la escena sea bien sólida. Y sobre todo quiero divertirme: eso no me lo puedo sacar de encima”.