¿Qué pasaría si Europa adoptase la misma política migratoria que Trump?

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¿Qué pasaría si Europa adoptase la misma política migratoria que Trump?

Históricamente, a los europeos nos ha gustado siempre creernos mejores que los estadounidenses, pero quizás no lo seamos.

Fotografía modificada vía Pixabay. Fotografía de Donald Trump por Gage Skidmore vía Flickr.

Históricamente, a los europeos nos ha gustado siempre creernos mejores que los estadounidenses. Apoyamos incondicionalmente cualquier manifestación artística, estética y cultural que nos presente como seres cultos y progresistas, la vieja Europa de Varoufakis frente a los red necks descerebrados de Trump. Pero lo cierto es que no lo somos. Y buena prueba de que dos guerras mundiales y algún que otro conflicto fronterizo no nos han convertido en un ejemplo de nada, sino más bien en todo lo contrario, es que nuestra política migratorio no difiere tanto, por más que nos duela, de la que está poniendo en marcha Donald Trump.

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Trump ha prohibido la entrada a Estados Unidos a ciudadanos de Irán, Irak, Libia, Siria, Somalia, Sudán y Yemen, mientras se plantea la posibilidad de construir un muro que separe Estados Unidos y México. A los europeos se nos llena la boca despotricando contra el tirano yanqui sin recordar que los muros destinados a separar países ricos y pobres ya existen desde hace muchos años y que, curiosamente, hay uno en Grecia y otro en España. Así nos lo recuerda el profesor titular de Derecho Internacional Público de la Universitat de Barcelona (UB), David Bondia, para quien europeos y estadounidenses somos, para sintetizar, "igual de malos" pese a alguna diferencia de forma, que no de fondo, en nuestras políticas migratorias.

VICE: ¿Es diferente la política migratoria europea de la estadounidense?
David Bondia: Las políticas de inmigración son más o menos las mismas –y hablo de todos los países europeos excepto los del norte de Europa–, con alguna diferencia de forma: mientras Trump ha aprobado esta ley en caliente, desde el ejecutivo, en Europa se sigue un proceso legislativo: nos amparamos en la legislación, aquí el ejecutivo no tiene tanto poder. Pero el resultado es el mismo: la vulneración de los derechos humanos.

¿No existe ningún caso en Europa equiparable a este decretazo de Trump?
Sí, por supuesto. Las Leyes Antiterroristas han servido para aniquilar derechos fundamentales con la excusa de la seguridad, y han permitido la aprobación de las llamadas leyes excepcionales, lo que significa que se dan poderes excepcionales al órgano ejecutivo. En Austria y Polonia, por poner dos ejemplos de países con gobiernos de extrema derecha, han aprobado leyes excepcionales para controlar la inmigración similares a las de Estados Unidos. Leyes que dan lugar a un equívoco muy peligroso: considerar que los derechos son privilegios y que, por tanto, se pueden mercantilizar.

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Póngame un ejemplo.
Un ejemplo que afecta a numerosos países europeos: denegar el acceso a la Sanidad pública a los inmigrantes. Es una ley que vulnera claramente los derechos humanos y que se aplica en la mayoría de países de Europa desde hace años, mientras muchos se llevan las manos a la cabeza si la idea viene de Trump y la víctima es el Obamacare. En España, sin ir más lejos, la derecha aprobó un real decreto en 2012, ignorando un tratado internacional –que tiene mayor peso jurídico que la ley–, que garantiza el derecho universal a la Sanidad. Saben que un día se las tendrán que ver con el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, pero y qué. Mientras, siguen criminalizando a la inmigración, algo que les interesa mucho si pensamos por un momento en las personas que votan.

¿A qué se refiere?
La derecha europea, como la estadounidense, tiene, en realidad, muy poco apoyo en términos absolutos, si contamos las abstenciones y toda la gente que está en contra. A nivel social, hablamos de un pequeño porcentaje de la población que está de acuerdo con estos discursos tan radicales. Y no hablo solo de Trump, también de Marine Le Pen, por ejemplo. No es la mayoría, pero es la gente que vota, y ese es el quid de la cuestión, eso es lo que les hace importantes.

En este sentido, no hay que olvidar que tanto en Europa como en Estados Unidos los inmigrantes no votan.
Y hablamos de personas que trabajan y cotizan en nuestros países. Esto ocurre en todos los países europeos salvo en Escandinavia, Dinamarca y poco más, donde se sigue el principio de reciprocidad (si los inmigrantes pueden votar en su país también pueden hacerlo en el país de acogida).  Y luego nos creemos mejores que Trump.

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¿Y cómo puede un estado, sea de Europa o Estados Unidos, saltarse los tratados internacionales?
La mayoría de Leyes de Extranjería europeas se saltan los tratados internacionales, y quedan a la espera de una reprimenda. El ejemplo más doloroso en este sentido es la Convención Internacional sobre la Protección de Trabajadores Migratorios y de sus Familiares, aprobada por Naciones Unidas en 1990. Es lo mejor que hay en materia de derechos humanos e inmigración: garantiza los derechos en origen, en tránsito y en destino, y garantiza incluso ciertos derechos (prestaciones, etc.) si el trabajador decide regresar a su país de origen. ¿Sabes cuáles son los países europeos que se han acogido a ella?

¿Cuáles?
Ninguno. Tampoco Estados Unidos ni Australia ni ningún otro país desarrollado. Solo fue aprobada por los países que envían inmigrantes, por decirlo de alguna manera, no por los que los reciben. De hecho, es curioso, porque España se planteó acogerse a ella en 2008, en plena crisis, cuando muchos trabajadores españoles tuvieron que ir a trabajar fuera.

Pero al menos nosotros no hemos vetado la entrada directamente a seis países. ¿Puede esto servirnos de consuelo?
Pero tenemos una política de visas que puede ser tremendamente aleatoria. Es mejor, sí, porque al menos, como inmigrante, te deniegan la entrada a título personal, no como ciudadano de un país, pero el hecho de depender de una visa puede ser algo también muy perverso.

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¿Y qué pasaría si siguiésemos el ejemplo de Trump y vetásemos países?
Sería un desastre. Trump ha vetado a los países en que Estados Unidos no tiene intereses comerciales. En Europa es imposible, porque tenemos negocios, que nos benefician mucho, en numerosos países del mundo. Y resulta ridículo que nos interese África para controlar sus recursos pero luego no les dejemos venir.

¿Qué les diría usted a todas estos europeos que, a veces desde la izquierda progresista laica anti-Trump, se llevan las manos a la cabeza con estas políticas pero luego llevan a sus hijos a colegios concertados porque no hay inmigrantes?
Que hacen mal. Que la inmigración es riqueza y que está en nuestras manos acabar con los guetos. Yo jamás llevaría a mis hijas a una escuela en la que no hubiese inmigrantes: no quiero que vivan de espaldas a la sociedad. Y la sociedad europea es, por suerte, un lugar intercultural, diverso y rico. Y todo ellos debe reflejarse en la escuela, ¿qué sentido tiene si no la educación? Tal vez así en unos años no estaremos teniendo esta conversación.

¿Qué hacemos profesor?
Está claro.

Diga.
Que todo este despropósito, que no es en realidad contra los inmigrantes sino contra los derechos humanos, nos sirva para organizar un movimiento global de resistencia civil. Que esto sea el detonante para que nos movilicemos, porque repito, estas políticas tienen un solo motivo: contentar a cierto tipo de votante que, en el fondo, es minoritario.

¿Por dónde empezamos?
Por tener claras dos cosas: se trata de convivir, no de tolerar. Cambiemos el lenguaje.

¿Y la segunda? 
Nosotros somos más.