¿Quieren ver una jugada de este mundo? Ahí tienen a J.R. Smith quedándose con un rebote y pasando el balón a Kevin Love, quien usó sus antebrazos todopoderosos para mandar el esférico del otro lado de la duela, justo por encima del brazo extendido de Marcus Smart. El balón cayó cómodamente sobre la mano derecha de LeBron James, quien sólo tuvo que depositar el balón en la canasta.
Distancia, puntería, y trabajo en equipo. Fue una jugada de basquetbol hecha y derecha, construida en un abrir y cerrar de ojos por la combinación de talento de un conjunto superior a los demás; un momento perfectamente ejecutado, cuya verdad y belleza es tan simple y compleja a la ves que hasta su madre, tío, es más, hasta tus mascotas, pueden ver y entender.
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Este poderoso pase es el equivalente a un sprint de récord olímpico, al tiro entre las piernas en el tenis, al lanzamiento de un jardinero que captura la pelota y se estrella contra la pared protectora, a un gol de último minuto o un nocaut inesperado. Es una postal donde el talento exhibe su pureza, y donde los caprichos del universo chocan para crear una suspiro perfecto. En un mundo justo, su perfección habría sido un presagio para los Cavalier, una señal de que este partido les pertenecía, de que el universo los bendijo con una victoria escrita en el firmamento estrellado.
Así es como me gustaría recordar el partido de anoche, el cual se desarrolló acorde al destino y a las leyes del basquetbol durante dos cuartos y medio antes de que los Celtics comenzaran a clavar un triple tras otro, y desatarán a Jonas Jerebko para hundir a los Cavs en la duela. Bajo esta confluencia, Boston pudo emparejar la distancia de 20 puntos y ganar con el tiro más horrible que he visto en mi vida. Esto es de lo que hablo:
Al Horford demuestra una técnica depurada
Este disparo estaba tan hechizado que su condición horripilante —el hecho de rebotar una y otra vez sobre el aro—ayudó a consumir suficiente tiempo para que los Cavs no tuvieran respuesta con .1 segundos en el reloj. Este tiro, creado por el capricho de la suerte, fue lo más opuesto que se puede ser al pase de Love, una monstruosidad, una abominación que vio la luz sólo para jodernos la vida y a un equipo que se merecía ganar anoche.
He aquí el mejor ejemplo de las dos caras del deporte. Por una parte, vemos la belleza de una noble muestra de habilidad: Kevin Love y su pase aventurero que cruzó la cancha para verse convertido en dos puntos. Entonces, el deporte nos da la espalda y vemos una parte que solemos ignorar: Al Horford suspendido en el aire como un polluelo que no sabe de la estética de vuelo, afortunado, tonto, pero victorioso.
Uno no puede vivir sin el otro, para bien o para mal.