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Ferguson, un ejemplo de cómo la policía puede matar sin sufrir consecuencias

"La ley se hizo para servirme, no para someterme, y mucho menos para torturarme y asesinarme"

​La noche del 24 de noviembre se reunieron en Union Square, Nueva York varios cientos de personas para saber si finalmente Darren Wilson sería procesado por matar a tiros a Michael Brown, si bien la mayoría sospechaba cuál iba a ser el desenlace. Y no se equivocaban. Por eso, no dudaron en mostrar su indignación.

Los manifestantes marcharon entre las paradas mientras gritaban al unísono, "¡Policía de Nueva York, KKK! ¿Cuántos chicos habéis matado hoy?". Los jóvenes alzaban las manos en memoria de las víctimas asesinadas por la policía. Un hombre mostraba un cartel que rezaba, "La ley se hizo para servirme, no para someterme, y mucho menos para torturarme y asesinarme". Nunca una cita de James Baldwin había sido más apropiada.

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Como ya sabéis y cabía esperar, Darren Wilson ha sido indultado. Qué sorpresa.

El sistema judicial estadounidense es cualquier cosa menos justo. Los tribunales son meros instrumentos con las que encarcelar a seres humanos (en su mayoría negros o de otras etnias). La policía alimenta el sistema llevando a gente a los tribunales, y si durante el proceso deben matar a algún detenido, se considera un daño colateral sin mayor trascendencia. Pese a que son muchas las personas a las que quitan la vida –en Utah, ​el segundo tipo de homicidio más común se atribuye a la policía-, rara vez reciben su castigo. Desde los propios compañeros, responsables de redactar los informes y testificar en nombre de los asesinos, hasta los fiscales, que parecen decididos a dejar que se salgan con la suya, es el mismo sistema que dice controlar a la policía el que la protege. La policía asesina. Nada ocurre. Cuando vuelve a asesinar, te das cuenta de que este proceso no es un fallo del sistema, sino una característica.

El hecho de que el gran jurado de Ferguson (compuesto por nueve miembros blancos y tres negros) indultara a Darren Wilson no significa que no lo considerara culpable. Aún peor: suponía que la muerte de un joven negro era tan banal que ni siquiera merecía que se celebrara un juicio.

​En su declaración ante el gran jurado, Wilson se confesó un racista histriónico que decía temblar ante la visión de piel negra. Estas palabras sirvieron para acompañar una caricatura de El nacimiento de una nación, en la que se retrataba a Brown como un animal con cara de "demonio" capaz de resistir las balas de la policía. Pese a sus 193 cm de altura y sus 95 kilos de peso, ​Wilson aseguró que, "cuando cogí a Brown, me sentí como un niño de cinco años intentando agarrar a Hulk Hogan". Asimismo, afirma que Brown le propinó un puñetazo tan fuerte que si hubiera recibido otro, podría 'haberle costado la vida'. Las fotos de Wilson tomadas en el hospital, no obstante, simplemente muestran una mejilla un tanto enrojecida.

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"Cuando le atravesó la bala, la expresión de su cara se desvaneció, ya no había agresividad… la amenaza se había acabado", fueron las palabras que usó Wilson para describir la muerte de otro ser humano.

No se puede decir que Wilson lo haya estado pasando mal desde que apretara el gatillo: lleva desde el 9 de agosto de permiso remunerado; asimismo, la organización benéfica Shield of Hope, asociada a la Hermandad de la Policía, ​recolectó 197.000 $ para costear su defensa jurídica, pese a que no la necesitaba; ​se casó; varios periodistas como Anderson Cooper ​lo halagaron en encuentros secretos. Durante las siguientes semanas, los presentadores de los programas de debates más conservadores se deshacían en alabanzas hacia Wilson. Con una favorecedora iluminación, Wilson relataba desde los platós su valiente hazaña de haber tiroteado a un adolescente negro, mientras que los presentadores se afanaban en mostrarlo como un buen hombre blanco que velaba por mantener el orden de los blancos, peroratas aplaudidas con efusividad por los miembros racistas del público.

Para muchos, Ferguson es solo una crónica televisiva más. Pero cuanto más te acercas, más reales y terribles se muestran este asesinato y sus secuelas.

Tras conocer la decisión del gran jurado, la madre de Mike Brown, Leslie McSpadden, ​se puso a gritar. "Todo el mundo quiere que me calme, pero ¿alguien sabe el daño que le hicieron esas balas a mi hijo?", se lamentaba durante una protesta, aguantando las lágrimas. "¿Lo que hicieron cuando entraron en su cuerpo?".

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El 22 de noviembre,Michael Smerconish, de la CNN, entrevistó al livestreamer Bassem Masri. Smerconish no paró de hablar, con el talante autocomplaciente que le otorga su autoridad, mientras la indignación de Masri iba en aumento. Finalmente, Masri explotó: "¡Se está derramando sangre en las calles y lo único que le preocupa son las palabras!".

"¿No sería mejor no pronunciarse y dejar que las cosas sigan su curso?", opinó Smerconish. "Cuando el gran jurado ha examinado todas las pruebas… lo mejor es no pronunciarse, valorar las pruebas y planear el siguiente paso". Para Smerconish, hombre blanco y pudiente, estaba muy claro.

"No puedes determinar las reacciones de nuestra comunidad", replicó Masri.

Tras el anuncio del veredicto, el gas lacrimógeno invadió las calles de Ferguson. Los manifestantes quemaron coches de la policía. Varios comercios fueron saqueados, pese a los intentos de evitarlo por parte de las personas que habían salido a protestar. En Nueva York, las manifestaciones bloquearon tres puentes y alguien arrojó sangre falsa al comisario de la policía de Nueva York, Bill Bratton.En Chicago, un grupo de jóvenes activistas organizaron una sentada en el Ayuntamiento. Ante la mínima muestra incívica de los manifestantes, como lanzar una botella, en seguida surgían voces que llamaban a la "paciencia", voces de personas que nunca tendrán que preocuparse de que un agente del estado pudiera matarlas.

Mientras tanto, la policía sigue asesinando. En Cleveland, unos policías ​abatieron a tiros a Tamir Rice, de 12 años de edad, por llevar una pistola de juguete en un patio escolar. En Nueva York, ​el agente Peter Liang disparó a Akai Gurley cuando este y su novia bajaban las escaleras de el edificio donde vivía ella. Cualquier propietario de un arma sabe que solo hay que disparar a lo que se pretende matar, pero Liang sigue asegurando que se trató de un accidente. Simplemente se limitaba a subir unas escaleras escasamente iluminadas con el arma desenfundada, el dedo en el gatillo y el seguro quitado.

Quizá todo esto cambie algún día. Quizá las protestas de los jóvenes de color en Nueva York, Ferguson y Oakland provoquen un cambio, ayuden a desmontar el sistema desde fuera. Si alguien puede hacerlo, son ellos. Tienen la suficiente claridad de mente como para no tolerar que existan tribunales predispuestos a proteger a asesinos. No creen que las víctimas deban limitarse a responder con pasividad.