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Cultură

Aquí yace "lo hipster"

Un epitafio para los hipsters pero sin elogiarlos, porque es demasiado pronto y a la vez demasiado tarde.

Fotos por Jamie Lee Curtis Taete

Ya pasó lo suficiente desde que se pusieron de moda los hipsters como para analizar el movimiento, la moda, el meme o lo que haya sido y tratar de entender cuál fue su significado, si es que tuvo alguno. Eso es justo lo que estamos haciendo con esta breve colección de notas.

Desde hacía largo tiempo, me jactaba de poseer casi todos los paisajes posibles, y encontraba irrisorias las celebridades de la pintura y de la poesía moderna.

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"Una temporada en el infierno", Arthur Rimbaud, 1873

SÓLO QUIERO TOMAR CAFÉ, CREAR COSAS Y DORMIR.

-Eslogan publicitario, 2013

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Recordaremos 2015 como el año en que los comentarios de YouTube hicieron un partido político; el año en el que realmente es posible que Donald Trump llegue a ser Presidente de Estados Unidos. Fue el año en que Drake hizo que en cada momento de nuestra vida nos sintiéramos como si estuviéramos medio ebrios en una boda. Y sobre todo, fue el año en que la moda hispter por fin murió, el año en que internet se deglutió a sí mismo y se llevó a la tumba todas las menciones de los primeros hipsters, al menos los bien definidos, de esos que te hacían decir «Mira qué puta variedad».

Este artículo sirve como epitafio para los hipsters sin elogiarlos porque es demasiado pronto y demasiado tarde al mismo tiempo. Fueron una estética, un sector demográfico, un concepto que parecía eterno a pesar de que nunca llegó a completarse, una caricatura desde el principio, diluida, imprecisa, cursi y, aun así, un recurso increíblemente efectivo. La moda hipster, si es que en realidad significó algo, fue la bienvenida con brazos abiertos a las emociones, ideologías y fascinaciones por las que los conservadores nos llamarían «maricas».

Esgrimir los restos oscuros de los movimientos musicales, filosóficos o sociales era gritar que eras un pionero, un archivista o un ecologista. Igual todo era mentira. Una pose. Un golpe en el pecho. Esta clase de personas se miraban al espejo para tratar de convencerse de que eran alguien más, pero se daban cuenta de que no lo eran al regresar a casa y se empeñaban en mantener estas personalidades separadas el mayor tiempo posible. Pero ya no estamos expuestos a ellos. Ya no hay más pioneros falsos porque ya no hay más fronteras falsas. Cualquiera puede estar en cualquier lugar en cualquier momento. Internet lo ha descontextualizado todo. No vienes de ninguna parte porque todos vivimos en el mismo lugar. Todos vemos películas, follamos y perdemos el tiempo.

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Tenemos Netflix. No importa qué película veamos o a quién tratemos de follarnos; todos tenemos las mismas necesidades aburridas y genéricas. La exclusividad se acabó. Como reza el dicho, «He venido a pasar un buen rato, no una eternidad aburrida». La estética solo es el conductor, el medio para saciar la sed que todos tenemos, en la cervecería o en la tienda de zumos ecológicos que queramos, eso no importa.

2015 fue el año en que internet regañó a The Fat Jew por robar memes y no pasó nada. Sigue ahí, cantando versiones kararoke de todas las canciones de autodesprecio que hay en internet. Fue el año en que todos nos transformamos en la versión colaborativa y reflejada de nosotros mismos. Fue el año en que nacimos y nos volvimos un cadáver sangriento en cuestión de días. Hicimos sudaderas con memes. No hay élites culturales porque no hay escasez. En internet todos podemos ser multimillonarios. Emojis, memes con los que te identificas, impulsos, la universalidad de las cosas. Este fue el año en que todos quisieron hacer alarde de su observacionalismo como en Seinfeld. Todos somos lo mismo, siempre, en nuestra necesidad de comunidad, rebelión y autodescubrimiento aislado.

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La parodia que vendió el meme de Ariel hipster y Urban Outfitters siempre fue inadecuada. El hipster estaba definido por dicotomías cuidadosamente gestionadas. Era una forma de audacia para aquellos que parecían débiles, redefiniéndose y analizándolo todo hasta el infinito en un intento por descubrir quiénes eran. Lo que le molestaba a la población no era el arte como tal, sino su consumo, la necesidad de clasificar y diseccionar, para validar su propia inversión.

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El hipster parecía una pose combativa. Una respuesta demasiado intelectual a los torpes años de Bush. Ahora no significa nada más que, si acaso, «pseudointelectual sin dinero que se desplaza en bicicleta». ¿Os imagináis a alguien más además de vuestros padres quejándose de las Kardashian? ¿Quién tiene el corazón para resistirse a Carly Rae? Los blancos adinerados todavía tienen algo que decir sobre cómo debemos vivir la vida, pero, a veces, el mundo es horrible y solamente Justin Bieber nos puede resucitar y nadie lo puede negar.

El hispter como movimiento siempre pareció una etapa adolescente. Los hipsters se desenvolvían como una persona que vivía entre pretensiones cursis y luchaba por ser miserable. Necesitaban ser todo en todo momento. Querían la sensibilidad de Michael Cera, la hipocondría de Woody Allen y la rebeldía de Stanley Kowalsky. Respetados como filósofos y temidos como personas que se guían solo por sus impulsos. Minimalistas primitivos sin dejar de ser delicados. Podríamos describir a estas dos modelos como hipsters y aun así no comparten casi ninguna característica física o espiritual más que una clase de autosatisfacción, una adhesión a una rúbrica de principios estéticos.

Cuando escribió sobre Basquiat para el New York Times en 1985, Cathleen McGuigan dijo: «[Basquiat] conserva un equilibrio sutil entre dos fuerzas aparentemente contradictorias: el control y la espontaneidad, amenaza e ingenio, simbolismo y primitivismo».

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Este tipo de contradicciones era lo que definía a los hipsters. «Heineken» y «cerveza artesanal», «vegano» y «jamón serrano», «leggings» y «franela». El hipster era la versión alternativa del clásico blanco; era «básico» pero con mejores gustos musicales e inclinaciones sexuales ligeramente más liberales. Se trataba de estar metido en y a la vez desconectado de algo, ser devoto y apático, algo que podríamos calificar de hipérbole. Lo vendían como algo entre el friendzone y el free. Era a la vez el tipo que nunca te volvía a llamar y el tipo al que llamabas para hablar sobre el tipo que nunca te volvió a llamar.

Ser hipster era ser propenso a la sinceridad compulsiva y emocionalmente reservado, abiertamente masculino y descaradamente femenina. Los emos que crecieron escribían sobre Final Fantasy y con su tristeza crecieron para ser hombres que se creían Hemingway, hedonistas, nihilistas y que se sentían orgullosos de sus nalgas peludas.

Hoy en día, ser hipster es tener la capacidad de apreciar no sólo a Bernie Sanders sino también a Donald Trump. Alguien que puede identificarse con el idealismo elevado y el narcisismo impenitente.

Lo que hizo tan resistente a la cultura hipster no fueron los sombreros ni las gafas de pasta ni las cervezas artesanales. Su fortaleza se debe a la aprobación, al permiso para dirigirse hacia una recreación sin sentido y a movimientos importantes en la misma medida.

El #occupywallstreet de algunos es el #lluviadechampán de otros.

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