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Tecnología

Participé en un torneo internacional de Magic sin haberlo jugado

Asistí al Grand Prix de Magic de Barcelona sin tener ni idea de cómo se juega y conseguí ganar algunas partidas.
Torneo internacional de Magic

Nunca en mi vida he jugado a Magic. Tuve un "amigo" que estaba enganchado y creo que, de haber podido, hubiese vendido hasta su alma para conseguir Mahamoti Djinn. Me alejé completamente de él el día que me dijo, en nuestra cuarta cita, que que estaba ahorrando para comprar una carta Proposal y así casarse conmigo.

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Cuando vi que se celebraba en Barcelona un Grand Prix —los torneos abiertos de Magic más importantes— no se qué me hizo pensar que yo era la persona idónea para participar. Me entró un subidón de golpe y me inscribí.

Fantasías aparte, me motivaba también un suculento premio: 15.000 dólares. Podían ser míos de no ser porque no tenía prácticamente ninguna posibilidad de ganar, pero soy una persona muy competitiva y si la posibilidad existía, aunque fuese mínima, estaba dispuestas a aprovecharla. Si fracasaba, al menos tendría una historia más que contar —esta—.

Una cosa es que yo sea una persona de natural aventurera y otra que fuese lógico presentarme al torneo sin saber absolutamente nada de nada sobre las cartas Magic, así que decidí iniciarme en la materia. Contacté con Raül Marcos (jugador veterano y profesor) para que me guiase en mi primera incursión en este mágico mundo —lo siento, no lo he podido evitar—.

Fue una clase exprés e intensiva que duró toda una tarde. La conclusión de mi toma de contacto fue que tenía que utilizar un mazo negro y rojo —para los que no lo sepáis, las cartas Magic se dividen en cinco palos: azules, blancas, verdes, negras y rojas y cada uno tiene sus propias especificidades—. Las rojas me servían para hacer daño directo y atacar y las negras para resucitar las criaturas que me matarían por lo débiles que son las criaturas rojas. Si aguantaba más de cinco minutos jugando ya sería feliz.

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Mi maestro me explicó que él había viajado más de una vez con sus amigos por toda Europa para participar en uno de estos torneos. "Después de diez rondas el cerebro se licúa. Obviamente sin mujeres ni hijos te emborrachas como un lemur e intentas poner en práctica la estrategia con las pocas neuronas que te quedan. Para mí es un acto social. Es fascinante ver como el juego junta personas variopintas, desde grandes ejecutivos de empresas, médicos, maestros de seducción y mecánicos. Es un mundo muy extraño pero a la vez apasionante".

Cuando me dijo que las ocho cartas que estaba sujetando en mi mano izquierda tenían un valor de 6.000 euros pensé en todo lo que no me compraría si tuviese ese dinero. "Piensa que hay gente que puede pagar la hipoteca cuando vende sus cartas Magic", me dijo. Me contó un par de leyendas, seguramente falsas, pero podrían haber pasado en la realidad e ilustran el valor de estas cartas. La primera: un ladrón que fue a la cárcel después de robar una bolsa de deporte llena de cartas Magic sin saberlo. Como el valor de los "cromos de colores" —así me dice el que llamaron los policías a las cartas Magic— superaba los 20.000 euros ya no se consideraba un hurto sino que el delito era mucho mayor. La segunda: Un jugador de Magic lamentablemente murió y tenía invertidos más de 60.000 euros en cartas. Le empezaron a salir amigos de debajo de las piedras que le pedían a la madre del fallecido toda la colección. La pobre mujer no entendía nada. "Siempre digo que voy a jugar al ajedrez. Mucha gente no se lo creería si supiera que en realidad juego a Magic".

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Llegó el día. Viernes, inicio de un fin de semana de desenfreno para muchos, primer día de torneo para mí. Bueno, en realidad para mí sería como una prueba. El viernes era la previa, el primer corte en el que podías clasificarte ya para el torneo de verdad. Era plenamente consciente que perdería, pero yo nunca pierdo la ilusión.

Sin tener ni puñetera idea de cuál de las 15.000 cartas que hay escogería me presenté en el recinto ferial para recoger mi acreditación como concursante y empezar la partida. Primero de todo debía conseguir mi DCI —el número que te identifica como concursante, pero cuando me lo pidieron pensé que se referían al DNI y lo saqué del bolso para descojone de todos los que estaban a mi alrededor—. El DCI es crucial, si te lo quitan no puedes jugar. Hace un par de años se ve que hubo un graciosillo que al que se lo quitaron por hacer fotos a las rajas del culo de los concursantes.

Y allí lo encontré, Aleix, jugador de Magic y youtuber quien después de jugar contra mí y darse cuenta de lo perdida que iba me acompañó hasta una de las tiendas del recinto y me compró dos sobres de Magic. A mí me sabía mal que me las pagara, pero tenía el bolso en la taquilla y nada de interés en comprar aquellas cartas. Le dije que en cuanto acabara le devolvería aquellas cartas para que las pudiera vender en el mercado de segunda mano. Insistí pero él no quiso.

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Y entre barbas de chivo y orejas de elfo encontré a Inés Alcolea, Community Manager de la comunidad Magic, quien me aseguró que el 40% de jugadores eran mujeres. Muy escondidas debían estar, pues en ese recinto solo estábamos ella, yo y dos cosplayers muy chulas y sexys con armaduras y alas incluidas. Eché una partida extraoficial con ella, pero sus cartas —con fundas de gatitos—vencieron a las mías de palizón.

La tercera partida que eché fue la más satisfactoria. Mi rival se rindió ante mí después de construirme un mazo casi perfecto con las maravillosas cartas que me habían tocado en los sobres. Fue mi primera victoria y aunque no gané nada me emocioné y me dio el coraje para afrontar el día siguiente.

Sábado. El olor de Frankfurt y sudor perforaba mis fosas nasales mientras hacía cola para ver en qué mesa me había tocado jugar. El outfit de la mayoría de los jugadores estaba claro: se llevaban las chanclas y las zapatillas con los calcetines blancos y altos con pantalones cortos. Y nada de Red Bull y bocadillo grasiento, se estilaba más la botella de agua o zumo con un buen dorayaki.

El primer paso era construirme el mazo con las cartas que me habían tocado. Las separé todas por colores y de allí iba separando las criaturas de los otros elementos. Sabía que mi mazo tenía que tener unas 16 criaturas, por lo que me quedé con las que más fuerza tenían y las que menos costaban de invocar —o bajar, en el argot de Magic—. Mi estrategia era ser lo más agresiva posible, ir a atacar y matar sin más preliminares. Según los expertos con los que me encontré, me construí muy bien el mazo siguiendo mi lógica. Nunca antes había hecho esto.

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Y ahora sí, había empezado el torneo de forma oficial. Mi primer contrincante, un madrileño dueño de una tienda, se quedó pasmado viendo mi forma estrafalaria de jugar. No sé muy bien cómo lo hacía y no sabría explicarlo de una forma clara y sencilla, pero se podría resumir en que la partida duró diez minutos y, obviamente, perdí.

En mi segunda partida estuve a punto de ganar a mi contrincante, que esta vez era un ruso experto en Magic que ya llevaba unos cuantos Grand Prix a sus espaldas. Para mi regocijo, me confesó que de no haber sido por un error mío, le hubiese podido fulminar. Cuando le dije que era el tercer día que jugaba se quedó de piedra y me dijo "que sepas que puedes llegar a ser muy buena, dentro de un mes puedes ganar mucho dinero, me gusta tu forma agresiva de jugar". Yo creo que me la coló. Sospeché de él cuando una de sus cartas —y además una de las buenas— apareció en el suelo. No tuve compasión con él y llamé al juez para que me diera la partida por ganada por tramposo: "Judge", grité, pero no coló. La volvió a meter dentro de su biblioteca, que es como se llaman a los mazos de Magic.

La tercera fue pan comido para mi contrincante. Un adolescente de unos doce años. Después de un fulminante 3-0 ya no tenía ninguna posibilidad de ganar y pedí clemencia —lo que se conoce como dropear—.

Antes de volverme para casa decidí ir a conocer a los personajes influyentes de este mundillo.

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Uno de ellos era Topejo —realmente se llama Christian pero nadie lo llama así— quien lleva una página que es una especie de Salsa Rosa sobre las Magic. Cuando me acerqué a él para que me explicara de qué iba su página me dijo "lo siento pero no hablo con mujeres". Alguien tomó una foto de mí hablando con él y la subió inmediatamente a internet. "Topejo hablando con una mujer". He salido en la prensa del corazón de los frikis de Magic. Nunca me había pasado algo así, por lo que no supe cómo tomármelo.

Aquella situación me descolocó bastante así que me fui en busca de mi maestro para hacer una partida de despedida. Por el camino me encontré con unos tipos disfrazados de Pikachu y Gandalf.

Finalmente me encontré con mi maestro y no sé si fue la suerte de la principiante, o es que al final realmente aprendí algo, pero gané al hombre que me había estado enseñando todo este tiempo. Cuando acabamos me preguntó dónde había metido mi Stoneforge Mystic foil -las foil son cartas brillantes-, una carta que te regalaban en el evento y que en la reventa costaba entre veinte y treinta euros. Realmente no sabía donde se había metido.

La había descartado durante la partida al pensar que era un token y la había apartado de mi mazo. Cuando recogí ya no la vi. Realmente pensaba que era como una pegatina. Algo sin valor. Tú, sí, tú, el ladrón de mi Stoneforge. Que sepas que ahora ya sé lo que es. Envíame mi carta a la redacción y haré ver que nada ha pasado.

Me fui con un sabor de boca agridulce. Había perdido el torneo, pero había ganado a mi maestro. Algo en mi interior estaba brotando. Todo aquello me gustó. Hachas en la sala VIP, futbolines, perritos calientes, consolas, Friday Night Magic…

Al llegar a casa tenía mono. Pensé que sería mejor apartarme de todo aquello antes de caer al lado oscuro y así lo hice. Porque como dijo el primer jugador al que gané al Magic "este endiablado juego es peor que la cocaína".