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Así es currar como

Así es currar… como maquinista de trenes

Con 22 años recorría España con trenes de más de mil toneladas. Hoy trabajo en Cercanías, soportando a niñatos y otros pasajeros de mierda.

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"¿Cómo llegaste a ser maquinista? ¿Qué se estudia para eso? ¿Es difícil manejar un tren? Pero si eso va solo, ¿no?". Son las típicas preguntas que todo el mundo me hace cuando se entera en lo que trabajo. Y hasta me cuesta responder a la primera porque a veces no lo sé ni yo. Supongo que fue una llamada de teléfono de mis padres en la que me insistieron para que hiciera el curso para sacarme el carnet de vehículos ferroviarios, porque era una gran oportunidad y en la RENFE se estaba jubilando mucho personal e iban a necesitar sangre nueva de inmediato. Ellos sabían (deseaban, incluso) que lo de repartir periódicos gratuitos en la calle tenía fecha de caducidad. Tampoco esperaban gran cosa de mis curros atendiendo llamadas como teleoperador y otros trabajos de mierda que hacía mientras me sacaba la carrera (sociología). Por una vez en la vida les hice caso y, al cabo de nueve meses, tras aprobar varios exámenes teóricos y prácticos, conseguí el dichoso carnet. Y lo mejor de todo, fui contratado.

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Los primeros meses fueron un poco duros. Terminas destinado en los sitios y servicios sobrantes, lo que nadie quiere. El sistema de elección de vacante va relacionado con la antigüedad en la empresa y en caso de empate, según la edad, el que sea mayor elige primero (yo tenía 22 años). Es un sistema que todo mundo acepta y por el que tiene que pasar, pero la putada es que te puede tocar irte a un hoyo o a ciudades pequeñas en las que por no haber, no hay ni águilas. Fue difícil asimilar que mi vida había cambiado radicalmente. En muchos aspectos para bien, está claro, porque tenía un curro de puta madre y no podía desaprovecharlo. Pero estaba acostumbrado a pegármela de fiesta, finde sí y finde también. No perdonaba una. Y todo eso tuvo que cambiar. Muchas fueron las declinaciones a invitaciones de diferentes saraos porque me tocaba pringar la mayoría de fines de semana. A cambio, descubrí que los planes diurnos tampoco estaban tan mal, y que se podían hacer cosas interesantes. Un mundo nuevo del entretenimiento.

Ser maquinista de mercancías es como ser el cowboy de los raíles, con su toque romántico y bohemio, porque vas tú sólo recorriéndote media España a lomos de trenes de más de mil toneladas y hasta quinientos metros de longitud.

Empecé conduciendo trenes de mercancías. En general, fueron buenos años. Todos los que trabajábamos en ese servicio éramos jóvenes y de la misma promoción, por lo que el ambiente de trabajo era bastante bueno. Ser maquinista de mercancías es como ser el cowboy de los raíles, con su toque romántico y bohemio, porque vas tú sólo recorriéndote media España a lomos de trenes de más de mil toneladas y hasta quinientos metros de longitud. Muchas semanas dormía dos noches fuera de casa, a veces tres. Vivía a caballo entre Madrid y las ciudades a las que me tocaba viajar y cuando me tocaba librar salía a tomar algo con los colegas y terminaba pillando cachucu en un bar y durmiendo en casa de la susodicha. Había semanas que sólo pasaba por casa para ducharme, picar algo y poco más.

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"En Cercanías he llegado a ver gente metiendo una moto de alta cilindrada en el tren. Sí, una jodida moto".

Recuerdo con cariño los traslados en taxi de las estaciones de mercancías a los hoteles donde dormíamos. Estas estaciones suelen estar apartadas del centro de las ciudades y por lo tanto el trayecto es lo suficientemente largo para que el taxista te regale amenas conversaciones sobre su vida. Era una lotería, algunos no pasaban de la típica conversación futbolística sin sentido pero otros se mojaban más y te contaban sus problemas con la mujer, o cómo se ligaba en el mundo del taxi. Luego estaban los que te arreglaban el país en un momento con todas sus teorías locas sobre inmigración y economía. Lo recuerdo con cariño porque es agua pasada. Ahora me dedico a conducir trenes de pasajeros, que es harina de otro costal. Con el tiempo, la empresa te ofrece cambiarte de servicio mediante concursos de traslados y, en mi caso, opté por irme a Cercanías. Pensé que no tendría que estar tanto tiempo fuera de casa, con horarios más de persona normal (en mercancías haces muchas horas nocturnas) y más tiempo para estar con mis amigos y dedicarme a otros proyectos que ya desde entonces tenía, como el de Caleiah. Se acabaría el perderme los conciertos que yo mismo organizaba.

Al igual que en mercancías, los comienzos no fueron fáciles y requirieron un tiempo de adaptación. El trabajo es mucho más estresante, porque todo tiene que ir al minuto y de repente aparece un nuevo actor a escena: "el viajero". En serio, todo el mundo piensa que el maquinista es un robot, no existe o -como mínimo- está abstraído de cualquier contacto con el cliente. Eso no es así, por lo menos en las "situaciones anormales", como las llamamos dentro del gremio. No te puedes llegar ni a imaginar lo que pasar dentro de un tren o, lo peor de todo, lo que se puede llegar a subir a él. Las anécdotas son diarias y ya ni nos despeinamos. Algunas son agradables pero la mayoría, por desgracia, no tanto. Están los niños que aprovechan el fin de semana para ir con sus padres a ver trenes y saludarte desde puentes o andenes, pero quedan eclipsados por los que se cagan en mi santa madre cuando entro en un anden dos o tres minutos tarde (la mayoría de las veces, no es mi culpa) y me miran con cara asesina.

Algunos pasajeros se quedan dormidos en los andenes, otros se potan encima a medio camino y también están los chonis envalentonados que deciden que la fiesta no ha terminado y se montan una rave en el vagón con el móvil en la mano.

Por norma general, los trenes más conflictivos, son los de hora punta. Los andenes están llenos, la gente se dirige al trabajo o vuelve de él y una avería/imprevisto puede ser tu sentencia de muerte. Pero tampoco menospreciemos los trenes de los festivos, sobre todo cuando los chavales y chavalas vuelven de fiesta. Es una locura, se sube cada alhaja… algunos se quedan dormidos en los andenes, otros se potan encima a medio camino y también están los chonis envalentonados que deciden que la fiesta no ha terminado y se montan una rave en el vagón con el móvil en la mano. Yo no puedo hacer nada por evitarlo, simplemente estar atento a lo mío y rezar para que se bajen pronto. Con todo este tipo de situaciones aprendes mucho, ves como van cambiando los gustos musicales de los muchachos, del reggaeton al dubstep, y que ahora lo que chana es el trap y canciones como la de "tu coño es mi droga". Sus conversaciones de cómo se lo han pasado en la Fabrik la noche anterior son dignas de estudio sociológico.

Algo que me sorprende y a la vez me inquieta es lo que se considera equipaje, quiero decir, lo que el viajero sube al tren con él. Todo el mundo piensa, sí claro, pues lo normal es ir con maletas, mochilas, bolsas de compra, bicicletas. ¡Ay! pobre del que piense eso, el abanico de posibilidades es mucho mayor. He llegado a ver gente metiendo una moto de alta cilindrada en el tren. Sí, una jodida moto. O un carro de supermercado. Y el pobre diablo convenciendo a los de seguridad de que necesitaba llevarlo. Lógicamente no lo consiguió. Más allá de estas y otras anécdotas que prefiero guardarme porque me interesa seguir conduciendo trenes tranquilamente, el trabajo de maquinista es bastante aburrido. Siempre los mismos trenes, siempre las mismas líneas. Pero, como decía Mulder, "la verdad está ahí fuera" y son los demás los que ponen un poco de salsa y risas en nuestras vidas.