Me di la misión de recorrer algunos de los hoteles de paso de este legendario barrio junto a sus mujeres.
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Eli es pequeñita y de rostro redondo. Por su hablar levemente entrecortado entendí que el castellano no era su lengua materna. Por cada cliente que la contrata tiene que caminar alrededor de 200 metros hasta el Necaxa. "Por lo menos haces pierna", le digo. "Sí, pero es muy cansado", responde mientras se masajea los pies con sus diminutas manos. Trabajaba como empleada doméstica en Tuxtla Gutiérrez de seis de la mañana a cuatro de la tarde, por lo que ganaba 600 pesos semanales. A su padrote lo conoció en su día de descanso en el parque. "No sabía qué era el cine", me dice Eli recordando la primera vez que su padrote la invitó a una función y de cómo ostentó su dinero cuando pagó. "Como ya tenía trabajando a otras chavas les hablaba para que le enviaran dinero", cuenta. Así comenzó su noviazgo y a los pocos días la invitó al cuarto que rentaba. "Y ahí voy de pendeja, ahí se aprovechó el güey", recuerda de su primera relación sexual. Después se la llevó a Tenancingo, Tlaxcala, donde conoció a su nueva familia. Una familia de prosapia en la profesión: su suegra prostituta, su suegro padrote y su cuñado de 17 años está aprendiendo a hacerlo.
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Un año después de irse con su padrote, Jessi resultó embarazada y a los seis meses del nacimiento de Kevin, su padrote se lo quitó y lo dejó al cuidado de sus abuelos paternos. La prostitución se ha vuelto una práctica familiar donde todos cooperan para usufructuar del negocio. Jessi y su proxeneta mantuvieron su peregrinar por las zonas rojas de provincia. Por dos años vio crecer a su hijo casi exclusivamente por fotografías y videos que su padrote le llevaba o publicaba en Facebook. Sólo tenía permitido ver a Kevin cada tres meses y cuando no juntaba el dinero suficiente, su padrote la castigaba negándoselo. Pero se ganó la confianza del padre de su hijo en un operativo de la policía en Puebla. Por más que la presionaron en el Ministerio Público, se mantuvo en el estribillo previamente establecido por su padrote: "no tengo padrote, me metí por voluntad propia y mantengo a mi hijo". Al notarla tan en confianza le pregunto: "¿Y cómo se llama tu padrote?" Al instante su mirada serena destella alarma.
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Me cuenta que conoció a su proxeneta por Facebook y después de unos meses de cortejo cibernético la fue a ver y se juntaron. Dice que todo lo hace por su hijo al que, presume, sólo le compra ropa de marca: "Calvin Klein, Levi's…", recita satisfecha. A su padrote no: "él se conforma con pantalones de 200 y 300 pesos", aclara. "No, si ya cambiaron sus métodos esos cabrones", dice, "que si me quiero ir con mis papás, 'anda vete vieja y ahí te va una lanita para que te vayas contenta'".Efectivamente, ante tanto operativo y endurecimiento de las penas —en el DF el castigo por explotación sexual puede llegar hasta 50 años debido a una modificación hecha a la ley en 2014—, los padrotes se las han ingeniado para recurrir menos a la violencia y más al convencimiento pacífico. Este estribillo que reza: "de mí salió, yo quería trabajar de cualquier cosa" ya lo había escuchado varias veces, igualito.
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Esas historias de mujeres secuestradas, violadas, golpeadas, literalmente esclavizadas por las mafias abundan. Ellas no hablan con extraños, son herméticas y silenciosas, más en las esquinas donde se exhiben. Saben que su muerte es una posibilidad muy real, como sucedió con Estela, asfixiada por su proxeneta en el año de 1991 en el Madrid o, más recientemente, en el Liverpool cuando el 9 de junio del 2015 un cliente apuñaló ocho veces a una prostituta. En ese inter hubo infinidad de asesinatos. Un recuento hemerográfico de Brigada Callejera calculó 2 mil 184 trabajadoras sexuales asesinadas en México durante el 2012.Aquí sólo consigné el semblante de las chicas más parlanchinas, un breve paseo en distintos días, por distintos horarios, de sus distintas vidas. Aunque atrás de ese desenfado no sé realmente qué habrá.***Mi última incursión la hago en el Madrid, en la calle Corregidora, entre Limón y Santa Escuela. Me llama la atención una chica que, con rostro melancólico, mira su celular. Sentada sobre una jardinera, pasa con los dedos una y otra vez la foto de un pequeño niño. La observo bien porque discretamente me senté cerca de ella. Había aprendido, que algo en común en muchas prostitutas era guardar, como cualquier padre o madre, las fotos de sus hijos en sus teléfonos celulares. La gran diferencia es que ellas difícilmente los verán cuando regresen de su trabajo, porque la mayoría de estos infantes viven con sus abuelos, en provincia o de plano están secuestrados por los padrotes para presionarlas para que sigan prostituyéndose. Aquella chica de minifalda negra, rostro moreno y pelo rizado, levanta el rostro de repente y me sorprende observándola. Al instante le pregunto por sus servicios, pero sólo me responde con una mirada de desprecio.Este texto llegó a nosotros a través de la convocatoria Las Nuevas Voces del Periodismo. Consulta las bases acá.