Para mí las discusiones de pareja son como intentar conectarte al wifi del aeropuerto: dices que sí a todo y das toda la información personal que te piden, y por mucho que sigas pasando páginas, los términos del contrato no se acaban nunca. Nunca sé a qué viene ni por qué pasa, solo sé que quiero que se acabe. Luego llega la parte final, cuando tengo que hacer una concesión muy, muy bestia, y cedo. Y digo: “SÍ, ESTOY DE ACUERDO CONTIGO AL MIL POR CIENTO”. Y entonces, finalmente, todo termina.
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Como ya habrás imaginado, no se me da nada bien discutir, razón por la cual probablemente sigo soltero, lo que quizá explique —y aquí cerramos el círculo— por qué soy toda una autoridad en las peleas de pareja. Y es que, una de dos: o estás soltero porque eres joven o a causa de las discusiones de pareja. Y yo soy de los de la opción b, porque en las peleas con la pareja soy insoportable y me comporto como si estuviera negociando las condiciones de la conexión de wifi en lugar de escuchar, empatizar o reflexionar.En cualquier caso, me gustaría hablar de mis cagadas. Quizá en muchos casos parezca que estoy echando la culpa a mis exparejas (que lo estoy), pero que conste que también reconozco mi parte de culpa y, por extensión, también te culpo a ti, porque creo que hay mucho capullo amante de la diversión y que huye de los conflictos de pareja, como yo. Bien, pues vamos allá. Este es un compendio de las discusiones que tienes con tu pareja y de por qué tú las empeoras.
La discusión del “¿Dónde has estado?”
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Sales de la oficina a la misma hora a la que has quedado en el restaurante, pero tranqui, que mandas un mensajito para avisar:Esa ha sido buena, porque sabes perfectamente que no llevas 10 minutos de retraso. Vas UNA HORA tarde, pero claro, eso no lo vas a decir. Sería cavar tu propia tumba. Diez minutos es un tiempo razonable y te evitará la bronca del siglo. Estás a salvo al menos durante 10 minutos. Diez minutos sin meterte en problemas.Apoyas la espalda en el respaldo del asiento del coche, atrapado en un atasco pero más tranquilo que un jardín zen. Todavía te quedan diez minutos —no, espera, ya son nueve— sin problemas. Estiras el cuello hacia la izquierda, luego hacia la derecha. Pones la radio. Es un tema de la Dave Matthews band. ¿Te acuerdas de esos tíos? ¡Eran geniales! Disfrútalos, porque estos minutos son solo para ti.
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Si bien en el ejemplo anterior el único culpable eres tú, en este caso sois dos. Lo digo porque en toda relación siempre hay uno que quiere salir y otro que prefiere quedarse en casa. Y la persona que quiere salir se cabrea y se comporta como una irresponsable, mientras la que quiere quedarse en casa se pone neurótica y envía mensajes chungos. Y cada uno saca lo peor del otro.Aquí el problema es, nuevamente, la falta de puntualidad. “¿A qué hora llegarás a casa?”, te pregunta tu pareja, arrebujada en el sofá, con una taza de poleo menta entre las manos. “Ah, no creo que muy tarde”, respondes, pese a que sabes perfectamente que es mentira. “No más tarde de las doce de la noche”.
“Hey! Lo siento mucho mucho muchooo, pero llego 10 minutos tarde. Me muero de ganas de verte. Y FELIZ CUMPLEAÑOOOOOS!!!!! XXXX”
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La discusión del “¿Dónde has estado?” y del “¿Has estado bebiendo?”
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Tu pareja asiente, pero tú puedes percibir que un 33 por ciento de su ser está enfadado, el otro 33 por ciento se siente ofendido por que no le digas la verdad, y el 33 por ciento restante es una mezcla de sentimientos que nunca jamás llegarás a entender, por mucho que te esfuerces. “Mañana podríamos ir a desayunar”, propone. “A ese sitio nuevo, quizá. ¿A las 8:30?”.
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Es la peor idea que has oído. Sabes que te pasarás el desayuno soportando el resacón, mirando sin mirar el sándwich de pollo y la ensalada de frutas del desayuno mientras tu visión periférica se irá oscureciendo por momentos. Y te verás obligado a sonreír y a dar conversación a tu pareja. En un mundo ideal, a las 8:30 estarías metiéndote en la cama, pero alguien te ha puesto contra las cuerdas con una fabulosa idea pasiva-agresiva. “¡Estaría genial!”, respondes. “Pero a las 8:30 es un poco tarde, ¿no? ¿Vamos mejor a las 7:30?”.Y así es como acabáis teniendo la peor discusión del universo. Tú sales con el cabreo y empiezas a beber como si no hubiera un mañana, como diciendo a tu pareja: “que te jodan”. Quieres mucho a tu pareja, te parece superdivertida y atractiva, pero ¿por qué no puede irse a la cama y ya está? ¿Por qué se tiene que enfadar cuando decides hacer vida social por tu cuenta?Te vas preguntado estas cosas cuando llegan los primeros mensajes, a eso de las 23:00. “¡Espero que te lo estés pasando bien!”. Y tú sabes adónde van esos mensajes: directos al infierno. Así que sigues bebiendo. Es la una de la noche y ya has dejado de mirar el móvil. A las tres, lo pones en modo avión. Ya te preocuparás de eso mañana. Al menos te ahorrarás lo del desayuno.
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Es la peor idea que has oído. Sabes que te pasarás el desayuno soportando el resacón, mirando sin mirar el sándwich de pollo y la ensalada de frutas del desayuno mientras tu visión periférica se irá oscureciendo por momentos. Y te verás obligado a sonreír y a dar conversación a tu pareja. En un mundo ideal, a las 8:30 estarías metiéndote en la cama, pero alguien te ha puesto contra las cuerdas con una fabulosa idea pasiva-agresiva. “¡Estaría genial!”, respondes. “Pero a las 8:30 es un poco tarde, ¿no? ¿Vamos mejor a las 7:30?”.Y así es como acabáis teniendo la peor discusión del universo. Tú sales con el cabreo y empiezas a beber como si no hubiera un mañana, como diciendo a tu pareja: “que te jodan”. Quieres mucho a tu pareja, te parece superdivertida y atractiva, pero ¿por qué no puede irse a la cama y ya está? ¿Por qué se tiene que enfadar cuando decides hacer vida social por tu cuenta?Te vas preguntado estas cosas cuando llegan los primeros mensajes, a eso de las 23:00. “¡Espero que te lo estés pasando bien!”. Y tú sabes adónde van esos mensajes: directos al infierno. Así que sigues bebiendo. Es la una de la noche y ya has dejado de mirar el móvil. A las tres, lo pones en modo avión. Ya te preocuparás de eso mañana. Al menos te ahorrarás lo del desayuno.
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La discusión del “Yo hago más cosas que tú”
La discusión del “¿Con quién estabas hablando?”
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“Bueno, da igual, la verdad es que me importa una mierda a lo que te dediques”, y acto seguido acercas tu cara a la de Rubito y le dices con voz baja y sedosa, la que reservas para momentos en los que quieres imponerte: “Solo quería saludar”. Luego le das una palmada fuerte en la espalda y sales a la calle a llorar.No verás a tu pareja durante las próximas 48 horas. No porque se esté liando con Rubito —como sospechas que está pasando—, sino porque has dejado bien claro que estás enfermo de los celos y que necesitas tiempo para reflexionar. Y te irás a la cama sintiéndote solo y avergonzado cada vez que pienses en cómo te has puesto en evidencia delante de todo el mundo.