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Identidad

La perturbadora historia de la cabeza femenina rapada

Nueve años después de que Britney Spears se pasara la máquina por el cráneo, hacemos un repaso de la cambiante trascendencia de las mujeres que se rapan la cabeza, desde Juana de Arco a Grace Jones.
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Hace mucho tiempo que el cabello de las mujeres se considera como la clave de su feminidad y como un potente símbolo de su sexualidad. Tanto si se lo dejan largo como si se lo cortan o lo llevan al natural, se hacen trenzas o se lo tiñen, siempre se otorga una gran importancia al cabello femenino. Por este motivo, la imagen de una cabeza rapada conlleva cierta desfeminización y sigue siendo un look que tiene el poder de asombrar.

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Llevar la cabeza rapada es tan antiguo como la historia misma, desde los regímenes de belleza ptolemaicos hasta las tradiciones funerarias hindúes. El símbolo de una cabeza sin pelo ha significado devoción, rebelión e incluso, en algunas ocasiones, un síntoma de crisis mental. Las mujeres se han afeitado la cabeza por comodidad, por higiene y también como acto de arrepentimiento. Aunque la función de pasarse la máquina engloba un amplio espectro, el efecto que produce es muy poderoso: una cabeza calva supone una subversión contra la idea tradicional y patriarcal del aspecto que deberían tener las mujeres.

De la Antigüedad al Medievo: la bella, la piadosa y la castigada

El primer ejemplo de cabeza rapada del que se tiene constancia se remonta al antiguo Egipto, donde tanto los hombres como las mujeres se afeitaban la cabeza para combatir el calor y mantener la higiene. En las tumbas de mujeres egipcias se han encontrado cuchillos, pinzas y cuchillas que indican que el proceso de eliminar el cabello era una labor ardua pero prioritaria.

Saltémonos unos cuantos siglos hasta llegar a la Baja Edad Media y el inicio del período colonial, cuando las revueltas dentro de la iglesia católica, la hambruna generalizada y la irrupción de la Peste bubónica dieron paso a violentos conflictos, condiciones de vida inmundas y métodos inhumanos de castigo. Uno de los iconos mejor conocidos de aquella época es la joven e inexorable rebelde francesa, Santa Juana de Arco, que mantuvo su cabello corto y llevó ropa de hombre para evitar los avances sexuales de los hombres a lo largo de toda su carrera militar. Finalmente, fue condenada a muerte en 1431 tras ser acusada de herejía por vestirse de hombre cuando apenas contaba veinte años de edad. Sus ejecutores le afeitaron la cabeza a la fuerza y la quemaron en la hoguera, no una vez sino tres seguidas.

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Otra fervorosa joven santa, Sta. Rosa de Lima, se afeitó la cabeza cuando su belleza comenzó a atraer pretendientes. Como penitencia hacia Dios, se torturó a sí misma de diversas formas: ayunando hasta llegar casi a la inanición, latigándose, llevando una corona de espinas con 99 pinchos que giraba constantemente "para que todas las partes de su cuero cabelludo estuvieran perpetuamente heridas" y untando su cara con pimienta para repeler a los posibles pretendientes. Murió apenas cumplidos los treinta, presumiblemente porque su cuerpo se debilitó a causa de los constantes abusos y torturas a los que ella misma se sometía, siendo soltera pero devota de su causa.

Santa Rosa de Lima con el Niño Jesús. Imagen vía Wikipedia.

Adolescentes y tondues

La Era Progresista fue testigo de importantes cambios en los entornos urbanos después de que la Revolución Industrial diera paso a la rápida expansión de la población en las ciudades, que coincidió con un aumento de la pobreza y la miseria. El paro puso a muchas mujeres jóvenes en la calle para trabajar o lo que fuera, convirtiéndolas en candidatas perfectas para la conversión religiosa. Una de aquellas mujeres fue Annie Sigalove, que en la década de 1890 fue arrancada de la pista de baile de un club de Coney Island para permanecer bajo la custodia de unas monjas episcopalianas. Contra su voluntad, Sigalove pasó a formar parte de la Casa de la Misericordia de Inwood, una especie de reformatorio para "mujeres caídas en desgracia" donde se mantenía bajo llave a las trabajadoras sexuales, bailarinas de clubes y adolescentes rebeldes con el fin de convertirlas en mujeres respetables.

De acuerdo con diversos documentos históricos, las condiciones en aquel lugar eran deplorables y las monjas afeitaban las cabezas de las chicas cuando se portaban mal. Por este motivo, Sigalove y se convirtió en el centro de una escandalosa historia que apareció en los titulares de prensa. "Nos damos cuenta de que a las niñas no les gusta perder el pelo", explicó a un reportero a una de las monjas, "y de que el miedo a que se lo cortemos las hace más obedientes". Aquel hogar fue clausurado en la década de 1930 y demolido poco después.

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Nos damos cuenta de que a las niñas no les gusta perder el pelo y de que el miedo a que se lo cortemos las hace más obedientes

El dramático acto de afeitarle completamente la cabeza la obligó a llevar físicamente su contrición del modo más visible posible, convirtiéndola en alguien como Hester Prynne, una mujer fuera de la sociedad. No se trataba tan solo de un castigo religioso: después de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, las mujeres francesas acusadas de haberse acostado con soldados alemanes fueron humilladas públicamente afeitándoles la cabeza (resulta interesante saber que muchos de sus acusadores habían colaborado con los alemanes y con este hecho trataban de distraer la atención de sus propios crímenes).

Las "femmes tondues", o "mujeres rapadas", eran obligadas a desfilar por las calles totalmente calvas y en ropa interior con esvásticas pintadas sobre su pecho y su frente, que a menudo se habían dibujado usando su propio lápiz de labios. Se acusó a unas 20.000 mujeres de haber cometido "collaboration horizontale" (colaboración horizontal) y, en consecuencia, se les afeitó la cabeza. Lamentablemente, lo que falta en estos informes es saber si estas mujeres habían consentido tales crímenes o no, es decir, que es posible que muchas mujeres fueran castigadas y avergonzadas en público por haber sufrido violaciones.

Mujeres francesas acusadas de colaboración. Imagen vía Wikipedia.

Osadas y calvas

Durante la era del movimiento de liberación de la mujer y más allá, la visión de una cabeza rapada llegó a asociarse con el control y el inconformismo cuando las mujeres empezaron a pasarse la maquinilla de forma voluntaria, ya no por lealtad a un patriarca divino sino para desestabilizar las nociones de la femineidad tradicional y para abrazar ideas radicales sobre el comportamiento de los géneros.

Aquí es donde entra Grace Jones, el inimitable icono del pop de los ochenta que representaba un portentoso personaje de mezcla de géneros que trascendió las normas sociales y las fronteras estéticas. En sus memorias, tituladas "I'll Never Write My Memoirs" (Jamás escribiré mis memorias), Jones afirma acerca de su aspecto: "Mi cabeza rapada me hacía tener un look más abstracto, menos ligado a una raza, a un sexo o a una tribu determinados. Yo era negra, pero no lo era; era mujer, pero no lo era; norteamericana, pero también jamaicano-africana; era como ciencia ficción". Continúa explicando que afeitarse la cabeza le llevó directamente a su primer orgasmo. No está mal, si hablamos de potencia erótica, ¿no?

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Mi cabeza rapada me hacía tener un look más abstracto, menos ligado a una raza, a un sexo o a una tribu determinados

Una estrella igualmente dinámica y controvertida, Sinèad O'Connor, se afeitó la cabeza después de que los ejecutivos discográficos le pidieran que adoptara un aspecto más suave y sexualizado llevando faldas más cortas y dejándose el pelo más largo. Ella por supuesto se negó y se fue directa al barbero para que le afeitara la cabeza. Se dice que O'Connor afirmó que pretendía salirse de la fantasía masculina, explicando que "era peligroso ser mujer" en aquella industria musical dominada por los hombres a la que había accedido a los 17 años de edad.

Grace Jones en el Studio 54. Imagen vía Flickr.

It's Britney, Bitch

Quizá la imagen más reconocible de una mujer calva en la historia reciente sea la de Britney Spears durante su famoso derrumbamiento personal del año 2007.

Tras semanas de hacer gala de un comportamiento de lo más extraño, Spears se dirigió a un salón de belleza de Tarzana, California, seguida de un séquito de paparazzi, donde pidió que le afeitaran la cabeza. La propietaria, Esther Tognozzi, del Esther's Haircutting Studio, se negó y dio a entender que Spears estaba bajo los efectos de un "momento hormonal". Según un testigo presencial, Spears dijo: "No quiero que nadie me toque, estoy harta de que todo el mundo me toque" mientras se hacía con la maquinilla y, sin un atisbo de emoción, se afeitaba la cabeza completamente.

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Merece la pena mencionar que, hasta aquel momento, la relación más larga de Spears había sido la que mantuvo con su público; criada por Disney y educada para el estrellato sexualizado, es muy posible que estuviera abocada a romperse por dentro.

Más tarde aquella semana, tras hacerse un tatuaje y atacar la furgoneta de un fotógrafo con un paraguas, Spears se internó voluntariamente en un centro de tratamiento aduciendo agotamiento. Más tarde aparecieron mechones de su cabello barridos del suelo del salón de belleza en Ebay y se dice que alcanzaron el millón de dólares antes de que se eliminara la subasta. Un informe posterior anunció que Spears se había cortado el pelo para evitar un test de drogas, pero esta afirmación no se ha podido demostrar.

Imagen vía New York Daily News.

La verdad al desnudo (y sin pelo)

A lo largo de la historia y en todo el mundo, las mujeres se han separado de sus cabelleras por diversos motivos. La purificación religiosa mediante el rapado permitía a las jóvenes santas trascender el mundo de las tentaciones mientras ese mismo peinado suscitaba el escrutinio sobre aquellas mujeres que se habían comportado "mal" y habían sido castigadas. La sexualidad de una mujer a menudo se ve como una fuerza amenazadora, de modo que se cree que eliminar su cabello neutraliza su potencia. Como respuesta, muchas mujeres se afeitan la cabeza como declaración de poder reclamando el control sobre sus cuerpos y celebrando su derecho a expresarse como quieran.