Supervivientes

Pasé un día siguiendo las normas de 'Supervivientes'

Ni la Pantoja lo ha pasado tan mal como yo.
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Imagen por VICE

Es innegable que la isla de Supervivientes, con la Pantoja a bordo a pesar de haber hecho la intentona de abandonar varias veces y “haber aguantado por sus fans”, es una máquina de producir share. Que los de Telecinco son los maestros de los realities nadie lo dudaba, pero pocos se imaginaban hasta qué punto la imagen de la tonadillera cambiaría tan radicalmente, ganando la simpatía de hasta la gente que la condenaba tras su paso por la cárcel.

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Te gusten o no, lo hayas visto o no, seguro que te habrás enterado de lo sucedido. De hecho, algunos de los momentos de esta temporada seguramente marcarán un punto de inflexión en la historia de la televisión.

El corte de pelo de Isabel Pantoja a cambio de una barbacoa, la llamada telefónica de Dakota con su novio Rubén o la prueba de pelar cocos durante una semana a cambio de una tortilla de patatas son algunos de ellos. Pero lo cierto es que cada día, la banda de robinsones más bien pagada de la pequeña pantalla siguen dando juego.

La mayoría de los mortales consideran que ver a un par de mujeres socialmente acomodadas corriendo detrás de una serpiente cascabel porque sería lo más sabroso que probarán en varias semanas es algo hilarante y digno de ver. Pero nadie en su sano juicio es capaz de imaginar cuál sería su comportamiento en caso de estar en su lugar.

Dicen que cuando el hambre aprieta y no tienes nada que comer, puedes llegar a hacer auténticas barbaridades. Después de pasar una semana probando métodos de belleza extremos, o de comprobar si el refranero español respecto a ir al baño es cierto, he querido probar la experiencia de imaginar cómo se sienten los concursantes cuando son obligados a cumplir una serie de normas que en un mundo occidentalizado representan un choque cultural. Estas son las normas de Supervivientes según nos han facilitado desde la misma productora del programa a través de Mediaset.

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REGLA NÚMERO 1: Permanecer en una zona acotada

La primera de las reglas era más bien fácil. Para cumplirla, precinté con cinta adhesiva el espacio a mi alrededor. Había delimitado cuál sería “mi isla”. Me era imposible salir de aquel espacio (al menos por unas horas).

Aquel trozo de mesa de editorial sería mi dominio y fuera de aquellos límites no me estaba permitida la relación con el resto de seres humanos que cohabitaban la oficina. Pasé a vivir en mis escasos metros cuadrados sin poder ir por café o demasiado al baño (sí, salía a mear de vez en cuando porque no iba a mear debajo de la mesa por el bien de un artículo).

La sensación de ser un animal enjaulado cuando sabes que no te puedes mover de un sitio es tanto física como psicológica. Tan cárcel es tu mente como las paredes (o en este caso la cinta adhesiva) que te rodean. Al principio me pareció divertido, pero cuantas más horas pasaban, más tenía que esforzarme en no pensar que estaba ahí dentro, enjaulada.

Esquivaba las miradas para que no me dirigieran la palabra y usaba cascos para que mi tranquilidad no fuera perturbada. La gente me miraba, sí, pero no sería la primera vez que alguien en la oficina pusiera en duda mi cordura. Se acercaban a mi valla para saber qué sucedía y mis compañeras respondían por mí, mientras yo evitaba las respuestas. Esta, sin embargo, no fue ni mucho menos la prueba más dura.

REGLA NÚMERO 2: Aislamiento

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Nada de teléfono, whatsapps, emails ni contacto con el mundo exterior. Sin ánimo de hacer spoilers, esta sin duda fue la prueba más dura. Yo sin mi móvil no soy yo. Digamos que mi teléfono se ha convertido en una extensión virtual de mí.

Lo encerré físicamente en una jaula. Con remordimientos pero sin escrúpulos, mirándolo de reojo y sintiendo pena por él. Ahora estaba pasando una especie de duelo por haberme desprendido de mis pertenencias. Intenté no pensar en él, pero a medida que las horas del reloj iban pasando, aumentaban proporcionalmente mis ansias de saber lo que estaba pasando a mi alrededor.

No sé si alguna vez habéis tenido aquella sensación de estar de vacaciones y los primeros días no poder desconectar del todo porque tu cuerpo aún tiene el ímpetu de trabajar. Pues me sucedía algo parecido con el hecho de estar desenchufada de la inmediatez.

REGLA NÚMERO 3: Respetar una serie de normas para la correcta conservación del entorno

Como mi zona estaba extremadamente delimitada, mi deber sería velar por la correcta conservación del espacio que había en el interior de mis fronteras. Recogí todas mis pertenencias. Nunca antes mi pedacito de mesa había estado tan impoluto. Como tampoco comía, los residuos que generaba eran realmente mínimos.

REGLA NÚMERO 4: Conseguir mi sustento diario a través de pruebas

Eran las 11 de la mañana y aún no había comido nada. Me apetecía un café pero sabía que debería pasar una prueba para conseguirlo. Un par de días antes habíamos colgado un stories en el Instagram de VICE pidiendo que escribierais vuestras propuestas de pruebas y temía vuestras respuestas. Mis compañeros eligieron las más idóneas.

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25 flexiones a cambio de un café: Las primeras las hice como si nada. Las tenía que hacer seguidas, no se valía aquello de parar y continuar al cabo de un rato. No supe dosificarme la energía y las dos últimas las hice como pude sin bajar todo lo que tenía que bajar.

30 minutos en anorak: La segunda de las pruebas fue la más cruel de todas. Allí estaba en plena ola de calor con un plumón que pesaba más que yo, mirando el reloj para ver cuánto faltaba para poner fin a aquel suplicio. Y cuanto más lo miraba más despacio me parecía que pasaba el tiempo.

REGLA NÚMERO 5: Cumplimiento de las normas de convivencia

Ser respetuoso con uno mismo y con el entorno. Intentar pasar el máximo de desapercibida (dentro de lo que pude), sin causar demasiado revuelo. Estas fueron mis máximas durante todo el experimento.

Al final de la jornada estaba extremadamente agotada, no sabía si por el calor que había pasado enfundada en aquel anorak o por lo aturdida que me había dejado el hecho de aislarme de aquel modo.

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