Eurovision 2019

Eurovisión 2019 será la edición más politizada de la historia

Israel acoge la edición de este año en un escenario de protestas, boicots, propaganda política y una Europa fragmentada.
MA
traducido por Mario Abad
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Fotos: Chris Bethell

Hace casi un año, Noel Curran —director general de la Unión Europea de Radiodifusión, organización que produce el Festival de la Canción de Eurovisión— me explicó entre los bastidores del Altice Arena de Lisboa por qué creía que el concurso era tan importante. “Tú observa el sábado noche; fíjate en cómo interactúan los artistas”, me dijo. “Cuando una canción tenga éxito, date la vuelta y mira qué hacen los otros concursantes en la sala común. “El hecho de que representantes de países que están literalmente en guerra canten para el mismo público y de que sus delegaciones compartan sala ya es en sí mismo una declaración de intenciones”.

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Su mensaje era sencillo: Eurovisión une a Europa a través de la música. En una época en la que nos da la sensación de que el mundo está más dividido que nunca, los sentimientos de unión y solidaridad son tan importantes hoy como lo fueron en la primera edición de Eurovisión, en 1956. Sin embargo, al margen de qué país se lleve el laurel el próximo sábado, parece muy poco probable que el concurso logre alcanzar tan excelso propósito. Es más, quizá se consiga justo lo contrario. Para empezar, el certamen no solo va a celebrarse FUERA de Europa, sino que tiene como anfitrión a Israel, lo que lo convierte en uno de los acontecimientos culturales más conflictivos del año.

En Eurovisión, el país que gana el concurso pone la casa para la siguiente edición. Desde el momento en que en 2018 se anunció desde Lisboa que Israel se había llevado la mayoría de los votos con “Toy”, una ida de olla kitsch, tontuna y muy pegadiza, a nadie le cupo duda de que la edición de este año iba a ser de lo más controvertida. Para algunos, el hecho de que se celebre e Israel no es solo una forma de perpetuar la tradición, sino también ⎯según los más de 100 artistas que han firmado una carta abierta, entre los que se encuentran Stephen Fry, Sharon Osbourne, Gene Simmons, de Kiss, y Peter Gabriel⎯ una oportunidad de demostrar el poder unificador de Eurovisión.

Sin embargo, hay un sector que no lo ve del mismo modo. “En mayo, la BBC planea retransmitir Eurovisión 2019 desde Israel”, adujeron, en otra carta abierta con un tono muy distinto, otro grupo de artistas, entre ellos Maxine Peake, Vivienne Westwood y los componentes de Wolf Alice. “Puede que Eurovisión se considere entretenimiento ligero, pero no por ello está exento de consideraciones relativas a los derechos humanos. No podemos ignorar la violación sistemática de los derechos humanos de la población de Palestina por parte de Israel”, declaraban, y, puesto que los medios de los distintos países tienen la obligación de proteger la libertad de expresión, exigían que los miembros de la prensa que cubrieran la edición de 2019 se reubicaran en un país “en el que no se cometan crímenes contra dicha libertad”.

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La presión pública, no obstante, ha logrado apuntalar ciertos compromisos, el más destacable de ellos que en lugar de en Jerusalén, se pase a celebrar el certamen en Tel Aviv. Las voces más críticas de Israel sin duda pondrán pegas a que el concurso se celebre en cualquier parte del país, argumentando que el hacerlo solo sirve para señalar con un brillante cartel de neón a un país que quebranta sistemáticamente las convenciones de la ONU con la ocupación de los Territorios Palestinos y cuya mano dura a la hora de acallar las protestas de la frontera de Gaza el año pasado se saldó con 9000 personas heridas y 183 muertos.

Solo 50 kilómetros separan Tel Aviv de Jerusalén, pero hay otras distancias enormes entre ambas ciudades. Pocas personas que reconocen el estado israelí discutirían que Tel Aviv es parte de Israel; sin embargo, la cuestión de a quién pertenece Jerusalén es un poco más tensa, ya que tanto israelíes como palestinos la consideran su capital.

Esa es la razón por la que la mayoría de los estados miembros de la ONU tienen sus embajadas en Tel Aviv y por la que la decisión de Trump, el año pasado, de trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén fue recibida con tanta indignación y protestas en las que 59 palestinos fueron asesinados. Es la razón por la que Netanyahu —cuyo Gobierno de derechas no es precisamente conocido por su actitud conciliadora hacia los palestinos— tenía tantas ganas de que Eurovisión se celebrara en Jerusalén; eso habría sido como enviar al mundo el mensaje de que Jerusalén es Israel.

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Pero el pasado junio, Bibi y sus ministros finalmente accedieron a no interferir y dejar que todo se desarrollara en Tel Aviv. Esta ciudad costera es la capital LGTBI de Israel y el corazón de la escena nocturna y musical del país, y no el centro de uno de los conflictos internacionales más complejos del mundo. Que Tel Aviv sea anfitriona de Eurovisión es mucho más defendible, algo que Israel buscaba desesperadamente, sobre todo cuando un acontecimiento cultural del calibre de Eurovisión llama a su puerta.

Por lo general, los boicots a los bienes, productos y servicios de origen israelí como táctica de resistencia por parte de los palestinos y quienes apoyan su causa ⎯una práctica que se remonta a la década de 1920⎯ han tenido siempre un impacto limitado en la economía israelí, aunque atraen en gran medida el apoyo internacional. Sin embargo, los boicots culturales preocupan especialmente a las autoridades israelís. Cuando algún artista de renombre anuncia una actuación en Tierra Santa, a menudo suelen surgir protestas pidiendo que la cancelen a riesgo de ser acusado de usar las artes para lavar la imagen de Israel. El año pasado, Lana del Rey canceló su actuación en un festival de Tel Aviv y Lorde hizo lo mismo. Muchos artistas siguen actuando en Tel Aviv, pero el impacto que causa cada artista que se niega a actuar es mucho mayor que el de el ciudadano de a pie que decide no comprar naranjas de Israel. Que Eurovisión vaya a celebrarse en Israel supone una enorme derrota para los boicoteadores, como lo es que Madonna finalmente haya decidido actuar el sábado pese a todos los intentos de convencerla de lo contrario. No obstante, ciertas fuentes de medios israelís sugieren que la cantante ha escogido temas que pueden tener contenido políticamente inapropiado y que ha grabado un anuncio político que podría “provocar controversia”.

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Al margen de todo esto, la maquinaria de Eurovisión ha empezado a engrasarse en Tel Aviv. El evento anual de alfombra roja (que este año será naranja) que inaugura el festival se celebrará el domingo en la plaza Habima; darán comienzo los ensayos y las pruebas clasificatorias; oleadas de fans aterrizarán en el aeropuerto de Ben Gurion en su peregrinación anual para asistir al concurso más gay del mundo. Y el sábado noche, 200 millones de personas de todo el mundo se engancharán a la tele.

Todo esto sucederá en un escenario político de incertidumbre. El martes se anunció que se negaría la entrada al país a cualquier activista de quien las autoridades israelíes sospechen que podría “perturbar” el desarrollo del festival. “No queremos prohibir a la gente la entrada al estado de Israel. Pero por otro lado, si tenemos la certeza de que estaríamos ante activistas anti-Israel cuyo único propósito es perturbar el evento, usaremos los instrumentos jurídicos de los que disponemos en lo que respecta a la entrada al país”, dijo Emmanuel Nahshon, portavoz del Ministro de Exteriores. Que cada uno lo interprete como quiera, pero teniendo en cuenta que en 2018 el Ministerio de Asuntos Estratégicos publicó una lista de 20 ONG a cuyos representantes se denegaría el acceso al país, no queda muy claro qué querrán decir ellos con “perturbar”.

Si bien todavía no han surgido actos de protesta contra la ubicación del festival este año, los “ performers de arte bondage anticapitalistas” de Hatari ya han cabreado a unos cuantos de derechas al decir en una conferencia de prensa que querían ver “el fin de la ocupación”. Poco después, en una entrevista hablaron de una visita que hicieron a Hebrón ⎯ciudad palestina⎯ y hablaron abiertamente del “apartheid” que allí presenciaron. “Con nuestro mensaje, podemos concienciar sobre la situación aquí”, dijo uno de sus miembros. Todos los ojos están puestos en su actuación de la semifinal. Obviamente, es más que probable que se produzcan más conatos de protesta tanto sobre el escenario como fuera de él. No olvidemos que el año pasado un espontáneo le arrebató el micro a SuRie, la representante británica, en medio de su actuación.

Todo esto constituye solo una parte de la historia política de Eurovisión. Sin duda, el asunto del Brexit también estará presente, así como la retirada de Ucrania del concurso tras las crecientes tensiones con Rusia. A eso hay que añadirle la volatilidad de la política israelí, tras la reciente demostración de poder militar del país con un ataque a 350 objetivos en Gaza con tanques y aviones y que se ha saldado con 25 muertos; mientras, Israel ha sido objetivo de más de 700 cohetes y proyectiles y los políticos ultrarreligiosos han cesado las negociaciones como muestra de su indignación porque los ensayos se hagan durante el sabbat. Y nosotros nos preguntamos cuál será la verdadera protagonista de Eurovisión 2019: la política o la música.

@MikeSegalov

Este artículo apareció originalmente en VICE UK.