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Vivek Murthy, cirujano general de los Estados Unidos durante la administración Obama y Janet Seabrook, residente de los bloques Wagner y líder de la comunidad. Imagen: Ann S. Kim/Ankita Rao 

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Salud

Nuestras ciudades están diseñadas para que estemos solos

Los paisajes urbanos juegan en nuestra contra, pero hay urbanistas que quieren luchar contra eso.

Este artículo aparece en "El número del agotamiento y el escapismo " de nuestra revista. Subscríbete aquí.

Existe un espacio en el barrio Hell’s Kitchen de Manhattan que no es una tienda o un apartamento. Afuera, tiene bulbos de narcisos que esperan a crecer en un tiesto y una cafetería sin abrir rodeada de plantas en macetas. En la sala principal, abierta de par en par, hay un montón de bricks de leche que sirven de patas de una mesa y separadores de espacio y de otras cosas para las que jamás se habría usado un brick de leche.

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Michelle Jackson me acompaña a la terraza donde está creando un jardín urbano. Está dividido en dos, una parte para el cultivo de productos para vender y la otra, para la comunidad de PrimeProduce, una cooperativa que es un punto intermedio entre un centro comunitario, un espacio de coworking sin ánimo de lucro, taller y lugar para eventos. Surgió de una idea que muchos hemos tenido al vivir solos en las ciudades: deberíamos vivir vidas que se crucen más a menudo, y mejor, con las de otras personas.
Deberíamos formar parte de comunidades.

Jackson, quien ha trabajado en muchos huertos urbanos desde hace años, me dice que “Se ha investigado mucho sobre cómo beneficia la naturaleza a la salud mental, que las personas se junten es muy importante”. En los huertos urbanos a menudo se cultivan cosas que normalmente no existen en los paisajes urbanos. La propia naturaleza, tal y como señalan Jackson y numerosos expertos, es una tónica constante en nuestras mentes. Y la segunda parte (la confluencia entre los ambientes construidos y la conexión humana) es donde tienen fijado el punto de mira muchos urbanistas y arquitectos para resolver lo que se ha convertido en un problema generalizado y continuo en todo el mundo y también en la ciudad de Nueva York: la soledad.

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Los huertos de los bloques Wagner. Cortesía de PhotoShelter.

La soledad, que en parte es aislamiento social y en parte, nuestra propia interpretación de nuestras vidas, es un problema de salud mental en las ciudades: reduce la esperanza de vida, hace que nuestros cuerpos sean más proclives a enfermedades y nuestras mentes, más proclives a la depresión y otros trastornos mentales. Es omnipresente: un informe realizado por la Fundación Familia Kaiser, una asociación sin ánimo de lucro, señala que dos de cada diez estadounidenses ha sentido soledad o aislamiento social y la mitad de ellos aseguraba no tener a nadie con quien hablar. De una encuesta realizada entre más de 20.000 personas por la compañía de seguros de salud Cigna, se extrae asimismo que los jóvenes (entre 18 y 22 años) son la generación más solitaria de la historia.

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Pero como la mayoría de las dolencias que se manifiestan en nuestros cuerpos, la soledad es un fracaso de nuestra sociedad y los poderosos que la han creado y negado. Así como el agua estancada y el cambio climático son un caldo de cultivo para los mosquitos que transmiten la malaria, nuestros hogares, ciudades y barrios promueven la sensación de que estamos solos. Esto significa que la solución se encuentra en las propias estructuras en las que vivimos.

Es raro pensar que tanta gente está sola como para que exista un congreso al respecto. Y aun así, cuando charlé con Vivek Murthy a mediados de octubre, él estaba en la parte de atrás de un taxi que iba al aeropuerto para tomar un avión de regreso a Estados Unidos tras pronunciar un discurso en el congreso de la ‘Campaña para terminar con la soledad’ en Londres.


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Tal y como señaló Vivek Murthy, “El ámbito del bienestar emocional no depende del gobierno ni de la políticas. Siempre se nos ha dicho que si tenemos problemas con nuestro bienestar emocional, debemos tomar nosotros mismos medidas para controlarlos y solucionarlos.”

La soledad que los ciudadanos están sufriendo hoy en día, no está vinculada a un único fenómeno aunque es fácil echarle la culpa a los nuevos modelos de familia que existen, el tiempo que pasamos enganchados al teléfono y los trabajos que hay que seguir haciendo también en casa por culpa del correo electrónico y los mensajes de chat. De la encuesta de la Fundación Kaiser Family se extrae que las personas solitarias tienen más papeletas para haber sufrido fracasos familiares y económicos así como graves enfermedades que afecten a su salud mental.

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Si lo observas desde el prisma de la sociedad que se ha construido, probablemente pongas tu punto de mira en el ya fallecido Frank Lloyd Wright quien lanzó su proyecto Broadacre City, definiendo lo que sería el suburbio estadounidense y expulsando a las personas del centro de las ciudades para que vivieran en vecindarios independientes. O en Robert Moses, cuyo plan de urbanismo afectó a toda la extensión de la ciudad de Nueva York en el siglo XX, promoviendo la cultura del automóvil frente al peatón (construyendo autopistas y aparcamientos y calles que no eran para que las personas pasearan por ahí con sus niños.

Según Suzanne Lennard, arquitecta y directora del movimiento para Hacer Las Ciudades Habitables, “Si hubiéramos querido construir ciudades que produjeran soledad a propósito, no podríamos haberlo hecho mejor. Se han construido suburbios que crecen y que desde la década de 1960 tienen como objetivo aislar a amas de casa que no salen de casa y se vuelven solitarias, deprimidas, enganchándose al alcohol y al valium”.

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Los huertos de los bloques Wagner. Cortesía de PhotoShelter.

Según Lennard, se han perdido muchos de los componentes importantes de las ciudades, como son las plazas que anteriormente marcaban el centro, permitiendo que la gente se cruzara mientras iba andando o interactuara mientras iba de compras, salía a comer o simplemente paseaba. Esta es la razón por la que los urbanistas y diseñadores han fijado su interés en los caminos, jardines y fachadas que se han convertido en elementos básicos del entorno urbano. En otras palabras, se están analizando muchos de los elementos que usamos en nuestro día a día sin ser consciente de lo mucho que influyen en nuestras mentes.

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Andy Pratt, investigador de la Universidad de Londres, señaló en un artículo publicado en 2017 que se da una escasez de espacios públicos a la vez que existe un auge de espacios semi-públicos que pertenecen a empresas privadas como la City. También, se da la circunstancia de que las personas que viven o trabajan en edificios de alta gama son más proclives a sufrir depresión (una teoría pone de relieve que el movimiento constante de los rascacielos puede provocar desorientación, depresión y otros problemas neurológicos). En ciudades como Nueva York, se da la circunstancia de que se construyeron barreras en los tiempos más violentos de otra época.

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El huerto de los bloques Wagner Cortesía de PhotoShelter.

Desde el lugar en el que nos encontramos una mañana de miércoles a finales de octubre, entre cultivos de berza, okra y kale, Janet puede señalar los tres edificios de las Casas Wagner, aquel complejo de viviendas públicas en el barrio de East Harlem en Manhattan en los que vivió, siendo niña y más tarde cuando volvió al hogar para cuidar de su madre, donde sigue viviendo en la actualidad. En los 60 años que lleva viviendo en la comunidad, dice haber visto cómo cambiaban las cosas ante sus ojos: la gente se volvió más solitaria, se aisló. Su propia familia se mudó a otro lado, de forma que se quedó viviendo sola.

“Las generaciones cambian y las personas envejecen, así que no existe una comunicación real. Cuando era pequeña, conocía a las abuelas de todo el mundo, todos nos conocíamos. Entonces, en 2016 el Ayuntamiento financió algunas iniciativas comunitarias, una de ellas era una granja (similar a un huerto urbano comunitario pero produciendo, por aquel entonces, calcetines en un puesto de granjeros). Janet Seabrok, quien en la actualidad trabaja como nutricionista en una residencia de ancianos en la zona, se apuntó al trabajo de la granja. La simple existencia de la granja, que aportaba un nuevo espacio verde, amplias avenidas y vallas al centro de las Casas Wagner, consiguió unir a las personas que habían dejado de cruzarse.
“Antes de que esto pasara, no conocía a ningún niño o niña… Ahora ya les conozco más, ellos también a mí”.

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La vivienda social puede ser tan comunitaria como aislante. Muchos estudios han detectado altas tasas de soledad y depresión en ancianos que viven en vivienda pública, aunque también existen muchos otros estudios que ponen de relieve el impacto positivo que ejerce la vivienda barata en la salud y el bienestar, así como a la hora de solucionar el aislamiento social.

Deborah Goddard, directora de la Oficina de la Vivienda de Nueva York, organismo que supervisa la vivienda social, señala que “Hay cosas que hemos hecho en el pasado que han provocado que la vivienda tenga un aspecto más institucional. Y no podemos cambiarlo. [Sin embargo] podemos hacer que las vallas sean más suaves, más bajas. Ya no requerimos farolas institucionales”.

Goddard y su equipo heredaron uno de los parques de vivienda pública más abultados, pero que también se habían construido para abordar la falta de viviendas en alquiler (las estructuras masificadas e insalubres que habían dado cobijo a los inmigrantes de clase obrera hasta principios del siglo XX). Entonces, en las décadas de 1970 y 1980, las tasas de delincuencia en Nueva York se dispararon así que en la ciudad se empezaron a diseñar proyectos de vivienda bajo el prisma de la seguridad y el orden público y surgieron las vallas y las puertas de seguridad.

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Janet Seabrook frente a los huertos de los bloques Wagner. Imagen: Ankita Rao

En la década de 1960, por ejemplo, el arquitecto Minoru Yamasaki diseñó el complejo Pruitt-Igoe, un conjunto de 33 bloques con apartamentos idénticos y grandes jardines en St. Louis, con el objetivo de devolver la vida a un vecindario de renta baja. Sin embargo, tal y como cuenta Charles Montgomery en su libro Happy City [Ciudad Feliz] en vez de eso el proyecto quedó vinculado a la delincuencia y al tráfico de drogas. Contar con ese gran espacio comunitario no ayudó. En este caso, el diseño tenía como objetivo que no perteneciera a ninguna persona en concreto.

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Goddard destaca que, en Nueva York, existe un pensamiento generalizado de que estos elementos tienen un impacto importante en el aislamiento social y de la comunidad, requiriendo nuevos diseños y acciones. En la actualidad hay más de 550 jardines comunitarios en la ciudad y los proyectos de viviendas tienen mucha más luz natural, desde que el alcalde Bill de Blasio lanzó un proyecto piloto en 2016. Según Goddard, también está previsto ampliar las aceras y construir más parques y espacios verdes, elementos que mejoran el comportamiento de las personas.

Si bien estos nuevos planteamientos no se han terminado ni presentado en el momento en que este número se ha impreso, otras organizaciones, como el Centro de Diseño Urbano y Salud Mental, han identificado algunos elementos clave como son zonas deportivas y barrios que cuenten con tiendas y espacios recreativos conocidos como GAPS, por las siglas en inglés de: verdes, activos, sociales y seguros.

“Las aceras de grano fino también pueden ayudar, esto es, bloques más pequeños pero con varios edificios y es que los bloques grandes y monótonos con fachadas insípidas pueden provocar pensamientos negativos en sus habitantes, reduciendo su interés por la interacción social”. El GAPS también señala que si las personas de renta baja quedan aisladas del resto de la ciudad, hará que se sientan deprimidas, con un complejo de inferioridad. Goddard se pregunta: “Si vives en una vivienda social y escuchas todo el rato terribles opiniones sobre esa clase de viviendas, por las que sienten rechazo… ¿Cómo te sentirías? La verdad es que no debería ser así, deberíamos tener como objetivo construir vivienda social de calidad”.

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Los proyectos de planificación urbana centrados en las personas ya habían tenido éxito anteriormente. En 1993, las urbanistas diseñaron Frauen-Werk-Stadt en Viena: un conjunto de casas que situaban a las mujeres trabajadoras a la vanguardia. Las urbanistas construyeron apartamentos en edificios rodeados de espacios verdes y complejos construidos lo más cerca posible de recursos importantes como son el transporte público, colegios y ambulatorios. El concepto se extendió más allá de estas casas, pues las urbanistas incluyeron la construcción de aceras más amplias, aceras bien iluminadas, así como parques públicos rediseñados.

Según las Naciones Unidas, el proyecto de Frauen-Werk-Stadt es uno de los proyectos de vivienda más feministas del mundo. No es que el proyecto fuera únicamente seguro, sino que además promovía la sensación de comunidad. Tal y como destaca un informe de la Universidad de Newscastle (Inglaterra), la seguridad no dependía de vallas y guardas de seguridad (que pueden provocar opresión y aislamiento) sino de poder ver la comunidad, a través de grandes ventanas y escaleras abiertas.

Los niños podían jugar con facilidad bajo la vigilancia de sus padres y vecinos. Y los espacios, que hubieran sido simplemente funcionales en otros complejos, se consideraban “espacios sociales”: patios de juegos atractivos, escaleras anchas y soportales diseñados para que las personas interactuaran. Vivek Murthy también destaca las Zonas Azules, esto es, las partes del mundo con mayor esperanza de vida. Los investigadores han llegado a la conclusión de que las cualidades de estas comunidades pasan por una combinación de factores como son el estilo de vida, las interacciones sociales y ambición. Se ha intentado implantar estos valores en otras ciudades. Vivek Murthy dijo que “Se trata de ambientes sociales que le dan importancia también a la belleza.”

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Pero dado que la mayoría de nosotros no podemos mudarnos a una ciudad recién construida, concebida intencionalmente para nuestro bienestar emocional y físico, pues tenemos que conformarnos con las realidades de las sociedades que hemos construido y el locus de control que ejercemos sobre lo que nos rodea.

Para Seabrok, un ápice de espacio y diseño intencionado puede ser sinónimo de mejora. “Sabemos que la depresión es una enfermedad que afecta mucho a los jóvenes, no sólo a los ancianos. Mi generación era diferente, así que por eso tratamos de recuperarla”.

Cuando Fabian Pfortmüller se mudó a Nueva York, conocía a decenas de personas muy interesantes y diversas todas las semanas, cada una con un pensamiento y objetivo en la vida distinto.

Sin embargo, años después notó algo extraño: la mayoría de sus interacciones sociales tenían fines económicas, resultando insatisfactorias. Sí que había conocido a un montón de gente pero no tenía la sensación de tener amigos.


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Pfortmüller, de 36 años, creía que “La soledad no tiene raíces, como si estuvieras en un lugar y no tuvieras arraigo. Por dentro, siento el miedo terrible de tener que afrontar la vida solo.”

Colin Ellard, neurocientífico y consultor de diseño que además dirige el Laboratorio de Realidades Urbanas en la Universidad de Waterloo donde investiga las consecuencias del diseño urbano en la psicología urbana, señala que: “Esta sensación está muy generalizada en ciudades como Nueva York. No sólo son ciudades proclives a la soledad sino que además nuestros cerebros todavía no han sido programados para vivir así.”

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Estamos viviendo en este estado totalmente innatural, somos una gran comunidad de desconocidos.

El antropólogo británico Robin Dunbar sugirió que existe un número máximo de personas con las que podemos mantener relaciones estables (unas 150) así que Ellard señala que las ciudades pueden ser abrumadoras. Esta sensación puede tener remedio, o también puede multiplicarse, gracias al diseño. En su estudio, Ellard ha llegado a la conclusión de que los edificios que parecen estériles e impermeables hacen que las personas se sientan mal, aburridas y con menos ganas de relacionarse. En su proyecto, de la mano del Laboratorio BMW Guggenheim, se ha dado largos paseos por complejos de viviendas antiguos del Lower East Side de Manhattan, llegando a la conclusión de que las personas se sentían mejor con fachadas llenas de puertas, ventanas y actividades.

“Si puedes construir una zona residencial donde las personas se dividan de forma natural, entonces, las personas se convertirán en amigos o se sentirán cercanos, al menos. Finalizará esa sensación de anonimato y aislamiento. Y esto sucede igual entre las clases altas. En el proyecto Frauen-Werk-Stadt de Viena, la idea se implantó de forma que se construyeron pequeños grupos de viviendas en vez de largas filas de enormes bloques”.

Según Ellard, la naturaleza ha demostrado ser uno de los elementos de diseño urbano más importantes, bien sea en el centro de las ciudades o en las afueras. Distintos estudios han analizado cómo la naturaleza tiene su efecto en el funcionamiento cognitivo, llegando a la conclusión de que incluso simples fotografías de naturaleza, o pequeños conjuntos de árboles, pueden conseguir que las ciudades sean más reparadoras. Pero surge otro punto y es que, según ellard, la gente reacciona mejor ante espacios verdes que tengan una finalidad (como cementerios, o zonas verdes en el hospital) que ante los que no tienen ningún objetivo real.

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Sucede algo parecido, en cierta medida, con la propia soledad. La soledad no se define únicamente por el número de personas que te rodean, o por cuantas personas conozcas: si así fuera, entonces, los habitantes de las ciudades rara vez se sentirían solos en el sistema de transporte abarrotado y en las aceras llenas de gente. En lugar de eso, la soledad también depende de nuestra percepción de la buena calidad de nuestras relaciones y redes de apoyo.

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Un huerto de los bloques Wagner. Cortesía de PhotoShelter

La sensación de sentirse solo en una ciudad atestada de gente es extraña: puede deberse a un fracaso de la aptitud social o un desequilibrio individual. Pero tal y como cuenta John Cacioppo, uno de los primeros investigadores de la soledad, las personas solitarias no son menos atractivas, inteligentes o interesantes que las personas más sociables. En lugar de eso, tal y como descubrió en un gran estudio en Framingham, Massachusetts, la soledad puede ser contagiosa.

Esta sensación de contagio se pone de relieve en la idea de Vivek Murthy, donde señala que la soledad puede ser una epidemia, y la de Lennard, donde destaca que hemos incorporado la soledad como un elemento más. Pero la magnitud de la tragedia es algo más tangible y, en cierta medida, manejable para mí cuando me doy cuenta de que no soy el único que se siente solo en este gran pozo de la soledad sino que simplemente somos responsables de unos cuantos metros cuadrados por dónde vivimos.

Según Viviek Murthy, “Este cambio de cultura sólo tendrá lugar con el paso del tiempo: cuanto más nos centremos en las personas más alimentaremos las relaciones”. Hasta que se dé ese cambio cultural a gran escala, las personas como el empresario Pfortmüller se quedarán solventando las brechas por sí mismos. Una vez identificada la soledad y la falta de sensación de comunidad, el empresario me contó que empezó a organizar cenas en restaurantes a las que invitaba a cualquiera que se cruzara en su camino.

Hoy en día, ha hecho de esto su profesión: ha fundado organizaciones como el Community Canvas, que proporciona un marco para construir y diseñar grandes comunidades. “La sensación de unión es uno de los elementos más poderosos del mundo. Estoy tratando de averiguar cómo crear más unión en la sociedad”.

De vuelta a Prime Produce en Manhattan, Michelle Jackson asegura que su propia experiencia, tras haber vivido dos décadas en Nueva York, influye en lo que está creando: su huerto urbano es un proyecto cuidadoso aún por culminar, pero tiene mucha intención de unir personas.

Michelle Jackson asegura que su papel en la sociedad no sólo promueve “activaciones” (nuevos proyectos ideas) en el espacio de PrimeProduce sino que también conecta lo que está pasando en Nueva York con un movimiento mundial contra el cambio climático. Pero al hacer eso, se dio cuenta de que también está transformando una parte de la calle en algo que inmediatamente se convierte en algo bello y agradable.

A mí me recordó que además de los cambios a gran escala que necesitamos para tener ciudades más saludables y cohesivas, con frecuencia, también somos dueños de una pequeña parte del mundo. Y se aplican los mismos principios de diseño.

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Ilustración solitaria por Maria Chimishkyan

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