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Fotos

La Camboya de Antoine D'Agata

Me puse en contacto con Antoine a través de su galería en Madrid, Rita Castellote (los cuales exhiben sus fotos de Camboya hasta el 24 de julio), y accedió a responder algunas preguntas via email.

Para la mayoría de "fotógrafos" Camboya es el lugar de Asia en el cual puedes sacar fotos borrosas en blanco y negro de supervivientes mutilados de los Jemeres Rojos y luego exponerlas en las paredes de algún bar de mierda de alguna ciudad Europea. Para el fotógrafo de Magum Antoine d'Agata, Camboya es el sitio en el cual pasó siete meses del año pasado viviendo con una prostituta llamada Li y subsistiendo con una dieta a base de las sobras de restaurantes y metanfetamina. Te puedes fiar de que Antoine no es otro vampiro sentimental/turista de desastres. La historia que hay detrás de Antoine incluye el inicio del anarco-punk en Marsella a finales de los 70s, estudiar en el ICP de Nueva York con Larry Clark y Nan Goldin, fotografiar prostitutas y criminales en los barrios de México, y plantear algunas preguntas serias sobre qué se debería hacer y a qué se debe parecer el fotoreportaje.

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Me puse en contacto con Antoine a través de su galería en Madrid, Rita Castellote (los cuales exhiben sus fotos de Camboya hasta el 24 de julio), y accedió a responder algunas preguntas via email. Lo que no esperaba es que su contestación iba a ocupar 7 hojas de DINA4, y que estuviera en francés. También ha expresado preocupación por el contenido, pero muy amablemente ha aceptado que pongamos aquí una versión editada. Gracias Antoine.

¿Qué te llevó a Camboya?
Buscaba adentrarme en lo que intuía que era el mito del mal, la violencia muda y devastadora de un territorio sombrío, con las estructuras sociales reducidas a nada. Incluso antes de estar allí, ya esperaba determinar mi territorio, preservarme de cualquier retorno posible, una historia que escaparía a los sistemas establecidos del pensamiento. El acceso inmediato a los placeres ilegales pero legítimos como antídoto y negación de las estructuras mentales que nos son impuestas, la moral de la opulencia y de la buena consciencia. Quería una historia vivida, no soñada. No sabía nada del país, sólo que había vivido en su piel la idea del mal. Buscaba el vértigo. Encontré un infierno monolítico, hermético, inamovible. Más allá de la belleza degenerada del vacío, de un teatro de ilusiones exóticas, sólo debía retener la fuerza implacable y la ira fría de los supervivientes. Una comunidad, enfrentada a sus contradicciones, bajo la amenaza permanente de la autodestrucción, cruel, vulnerable, que sigue la perversión de un sistema que emana una ingeniosidad viciosa. Fui como quien va al corazón de las tinieblas, para entrever, de una manera u otra, la dimensión de una tragedia. Sólo pude observar los desarreglos de la corrupción con-tentáculos-como-un-pulpo que sale de un sistema económico débil, la degeneración de los comportamientos afectivos, la crueldad de las relaciones de fuerza sin estados de ánimo en todas las esquinas de la vida social. Consideré esta realidad sórdida como una oportunidad, abstrayendo la duda, como una renuncia a encontrar una forma a la nada, aceptar el presente. Me alimenté de esa violencia, de ese dolor con grandes dificultades para tomar fotografías.

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¿Pero las tomaste?
Desde el primer día, en los burdeles de Phnom Penh, calle de las florecitas, mi pensamiento no era más que una red ininteligible de dolores agudos y del vacío confinado. Venía de fotografiar la superficie opaca, los símbolos enrarecidos del mercado de la pedofilia. No vi gran cosa, no saqué fotografías, pero lo que comprendí ha destruido lo que me quedaba de esperanza en los humanos. El país estaba en un estado de profunda gracia y decadencia. Encontré esa posibilidad escondida de contaminación por el mundo, en su forma más básica. El placer sexual, la intensidad exacerbada por la experimentación narcótica, como una caja de resonancia que revela heridas hundidas en el alma humana. La violencia sin reparos, sin límites, sin otro resultado posible que una lenta perpetuación. Al final de mi estancia, cedí lentamente al sentimiento de disolución, tenía la sensación de acercarme a la nada. Pero las cosas en Camboya son como en todas partes. La miseria planificada, escondida a modo de regulación económica, es imperceptible y se escapa a los expertos del orden mundial. Una animalidad en desarrollo, actitudes sociales embrionarias cuyo objetivo ya no es el cambio social sino el placer compulsivo, sin medida, fuera de cualquier lógica, el fin de una civilización.

El tema de tu trabajo es una prostituta llamada Li, ¿cómo os conocisteis y cuánto estuvisteis juntos?
Me la encontré en un bar. Las chicas bebían en la barra sin apenas sonreir y me habían recomendado que no me dirigiera a ellas, que no hablara más alto que mis pensamientos entumecidos. En Phnom Penh, el olor de la muerte se mezcla con el de la mierda. Uno se embriaga del aire sucio. En esa época tenía constantemente el mismo sueño, en el cual mataba sin querer a un hombre, pero entonces, al levantarme, no sentía remordimientos. Cuando vi a Li, no era como las demás chicas. Supe al instante que debía tomar o dejar su amor. Su sonrisa era lejana. Me hizo el amor hasta las entrañas, literalmente. Los orificios de su cuerpo están completamente abiertos, sin negociación, sin palabra, incluso su culo está abierto, su vientre duro, los músculos de su cuerpo vendados, y su carne es firme.
Cuando Li está trabajando, es una folladora profesional. Sobrevive en el mundo de la prostitución por su propia capacidad excepcional de satisfacer a los hombres. Tenía la sensación de entender cualquier cosa en la relación entre los cuerpos. Aquella noche no me permitió tener la cámara de fotos. Nos mirábamos cara a cara, éramos dos pálidas figuras embriagadas de ausencia. Me introduje en sus párpados entreabiertos. Se durmió y su cuerpo permaneció así, como si estuviera muerta. Intenté despertarla muchas veces. Y la fotografié, fascinado, cien veces, tomando una y otra vez la misma imagen de ella, colocada como un cadáver olvidado. Movía su cuerpo como si se tratara de un montón de carne sin forma. Más tarde, le conté todo y ella nunca me perdonó estas primeras imágenes que le saqué sin su consentimiento. A lo largo de los meses, cada vez que discutíamos, ella me reprochaba aquello con rencor, decía que le había robado. Y entonces me reía con mi risa más malvada, mi corazón se enfriaba, me reía de su fealdad, y de la mía, de su vergüenza escondida, las heridas que no puede mostrar por su debilidad, de un amor sucio y miserable…
Con poca luz, la opacidad de los días, el tiempo discontinuo, la noche vacía que aísla los cuerpos, las horas inmundas que pertenecen aquellos de los que se ha olvidado el sueño. El paso incesante de los clientes, los yonkis, los camellos, las chicas. Las entonaciones misteriosas del idioma, impenetrable. Yo estuve atrapado, durante siete meses, en la espera insoportable de mi propio deseo, sobre el ritmo violento de un disfrute continuo.

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Habia algo que aprendiste sobre ella que no mostraste en el trabajo?
Li vivía en la negación de cualquier moral aceptable, en la invocación de todas las perversiones, de la escatología, la zoofilia, la pedofilia, la muerte. Ella es como un animal feroz pero libre de cualquier coherencia. No tiene edad. No tiene infancia. Ha vivido mil vidas, ha matado, fue vendida a los quince años por su propia madre. Tiene el cuerpo liso como la carne cruda. Y el olor del dolor de su cuerpo, del miedo que emanan todos sus poros, del esperma grosero del último cliente. Es invencible por la fuerza mágica de un dios de plástico. Colecciona muertos y soporta su compañía como puede. Se ríe con sarcasmo de la inocencia cuando es como el propio sarcasmo. Disfruta de todas las lágrimas de su cuerpo. Conoce placeres que nadie imaginaría. Obedece y traiciona como nadie. Reconoce la mancha en el corazón de los ingenuos. Se vende a veces por una cerveza, con tal de no dormir sola. Se tira una noche de la ventana de un tercer piso. Odia mi orgullo cuando dejo que se venda, a pesar de los celos que me devoran por dentro. Vuelve de sus servicios con la mirada perdida y el culo abatido. Rechaza la mínima dosis de amor. No puedo exhibir a la verdadera Li en mis imágenes. Este fracaso es, al mismo tiempo, el paroxismo de mis intentos fotográficos. Me queda un recuerdo que sólo puede transmitirse a través de palabras. Lo demás se pierde en un abismo, en una visión olvidada del deseo agonizante de un cuerpo ante la muerte, en el olor de la crueldad.
¿Cuánto hacía que la conocías cuando decisite fotografiar y documentar vuestra relación? ¿Hasta qué punto tenías consciencia de la relación como un proyecto?
Mi vida y mi fotografía se confunden, no tengo ni una jerarquía ni una estrategia planificada. Una noche volví a casa y no sabía que Li estaba deprimiéndose. Durante siete meses, Li descubrió posibilidades inimaginables, espacios de placer sexual o narcótico que no conocía. Las palabras que repetía sin parar, "too much but not enough" (demasiado pero no suficiente), explicaban la dinámica de este círculo vicioso. La iniciación al cristal y sus rituals lentos, sus técnicas de consumo sofisticadas, sus herramientas rudimentarias, sus sabias mezclas, me han arrastrado a un terreno que ya presentía. La adicción era la escena de un espectáculo fúnebre corrompido por rabia, borracheras, placeres, impotencias. La aberración sexual no puede reducirse a una recaída en lo bestial. Llevaba mucho tiempo queriendo escapar, pero esperaba sin poder fotografiar.
Al principio, ella desconfiaba de mí y de mis preguntas desordenadas. Me harté de intentar descubrir sus secretos, de imaginar las fotografías que no hacía. La relación siempre fue lo contrario de un proyecto. Tenía la sensación de que estaba yendo más lejos de lo que nunca había llegado a la hora de reconstruir el deseo. La fotografía se convertía poco a poco en una posibilidad sucia, sórdida. Me saturaba de ese humo sin olor, sin gusto, sin sustancia, sin profundidad que ha penetrado mi indiferencia. He jugado al juego con sus reglas. La droga no me dejaba un segundo de respiro. La habitación era como un reino y ella una reina desamparada. En sus ojos muertos veía desfilar las sombras de aquellos a los que había seducido, de los que habían muerto por ella, de los que venían a follarla a cambio de un billete de veinte dólares.
Tumbada sobre la cama, con el sudor de los últimos clientes, mi cerebro y mis nervios pasaban de las justificaciones. Las palabras no tenían utilidad. Estaba ahí, silenciosa, frágil, dependiente de la gracia de su propio cuerpo. Cuando lloraba, no podía soportarlo. Ya no soñaba. La vida estaba demasiado llena y espesa, para que quedara sitio para algo más. Cocinaba una vez por semana las sobras de los restaurantes baratos, maceradas en el vapor del agua con mezcla aleatoria de cristal, yama y heroína. Era una pasta gris y ligera con un gusto agrio. También estaba loco por su abundante humo blanco, de la baba con la que Li empapaba mi sexo antes de hundirlo entre sus piernas. La fotografía nunca tuvo espacio en esta bella historia llena de locura, drogada por el deseo y las sustancias químicas.

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Siento curiosidad por saber cómo ves el fotoperiodismo actualmente. ¿Estas imágenes han perdido poder para impactar debido a la repetición?
Rechazo la visión y la terminología periodística ya que son una forma diabólica de la fotografía documental, que inducen a los imperativos ideológicos y económicos de la industria de la prensa. Los medios de comunicación dirigen los tópicos culturales dominantes, participan en el reino de las apariencias.
La mediatización del mundo defiende intereses más amplios, más engañosos que sólo la economía. Funda una lógica política que depende del statuo quo, del consenso, de la fabricación y la perpetuación de un clima de miedo difuso y de una búsqueda desenfrenada del placer inmediato. Los individuos tienen que tener en cuenta las particularidades y las apuestas de esta nueva situación, responder a la necesidad imperiosa de inventar estrategias y nuevas soluciones. Y la fotografía es el territorio privilegiado de estas tensiones porque su idioma es el único que toma forma a partir de una confrontación física inmediata con el mundo. Es un esguince dentro del orden social ya que porta el germen de la acción y permite perpetuar la insatisfacción ante la imposible satisfacción que promete la propaganda de imágenes.
¿Cómo se refleja la traumática história de Camboya en las vidas de gente como Li?
En Phnom Penh, los extranjeros están sedientos de historia. Se colman de recuerdos exóticos e intentan extirpar el pasado del silencio de los camboyanos que demuestra un pudor doloroso. Pero no nos podemos limitar a analizar los genocidios del pasado e ignorar la realidad actual. Durante todos esos largos meses, no escuché ni una palabra relacionada con el atroz pasado del país. La realidad del momento no es menos bárbara que la obra de los Jemeres Rojos. Allí, los pobres y los extranjeros no tienen acceso a los principios de dignidad humana.
En Camboya, la historia ha hecho que las reglas se supriman a través de la violencia. El empobrecimiento nace del proceso de corrupción en consonancia con las exigencias de capitales internacionales. Pero cualquier sistema de dominación genera contradicciones que las condenan a su fin. La única opción a corto plazo es la degeneración acelerada del sistema. El país se ofrece como un terreno privilegiado para las actitudes desviadas que mezclan una guerra de desgaste contra los principios morales y políticos que garantizan el dominio capitalista sobre el mundo y son el cimiento de su coherencia. Aquellos que están excluidos intentan adaptar sus prácticas a las exigencias de nuevas oportunidades. La globalización no tiene fin ni fronteras que la detengan y sus efectos sólo colman a los débiles.

Tus temas siempre han sido las drogas y la prostitución, ¿ha cambiado la actitud de los sujetos cuando vas a fotografiarlos a lo largo de los años? Imagino que la gente ahora es más cautelosa.
Frecuento desde hace años a los marginales, a los prostitutas, a los yonkis. En la salvaje guerra que les enfrenta al sistema, la violencia es igual a la represión que sufren. Algunos actos de violencia parecen aceptables en el marco social contemporáneo, como el hambre, la pobreza o el paro. La supervivencia a cualquier precio impone un tipo de violencia sin límites que se vuelve en contra de sus adeptos. Mi empatía con el mundo oscuro se paga al contado. Asumo el peligro de mis riesgos. Considero que la calle es un campo de batalla y me han pegado varias veces, siempre desconocidos. Internet ha moldeado la mentalidad que tienen las prostitutas del mundo exterior. Son conscientes del valor de lo que me dan. Les pido mucho y ellas incluso me dan más. Más que los rincones recónditos de sus cuerpos, más que su amistad, más que las tiernas caricias. Pero esperan de mí pruebas constantes de respeto. Siempre están dispuestas a bajar los brazos y también me piden muchos. Me dicen que estoy triste, que no es normal, que lo que busco a través de ellas es la compañía de la muerte. Aún así piden follar sin condón. Salgo perdiendo y a la vez no pierdo nunca. Porque ellas te dan, bajan la guardia, se sacan la máscara y se escapan con la sombra de una visión o una risa nerviosa. A veces rompen los billetes que les doy, me protegen de las consecuencias de mis errores, nunca me traicionan si no es por un camello. Me dicen que soy un hombre honesto.

Has hablado de la necesidad que tienes de estar fuera de control, de exponerte a situaciones peligrosas. ¿Alguna vez te has preguntado qué coño estás haciendo?
Hoy en día, ante la dificultad de fotografiar estoy resignado a un lento suicidio artístico. La fuerza intensa del cristal me ha atrapado. Desde hace dos años, no sé qué hacer con la fotografía. Cómo plasmar la intensidad de la realidad a través de un lenguaje que permanece insustancial y artificial. No quiero darme cuenta de mi fracaso. Mi adicción a las metanfetaminas ha jugado un papel importante en esta vertiente narcofotográfica. Obsesionado por la adquisición de herramientas inéditas, de métodos sólo para posicionarme en el contexto que elegí documentar, supongo que sólo podré perder el control. Probablemente esta pérdida de matriz era deseable en la lógica de mi investigación. Quizás nunca había estado tan cerca de lo que considero una práctica artística válida. La complejidad de administrar mi práctica artística directamente y las situaciones que me esfuerzo por vivir, se vuelven cruciales. Eterómano a las 17 años, yonki a las 20, enganchado al crack, siempre supe protegerme de la dependencia. Pero las primeras veces que probé el cristal, en Tijuana y en Tokio, la fuerza de esta molécula me infectó como un virus. Se mete en el cuerpo y me pierdo en la ficción que emana. La anfetamina se abre camino en lo más hondo de la carne en erupción, cuerpos estropeados y disfrazados, infecciones vagabundas. El mundo tangible deja lugar a un agujero muy grande, lugar de penetración, de descargas afrodisíacas, de promiscuidades putrefactas. Me acerco rápidamente, resignado, inmóvil, con una lucidez absoluta, al fin del mundo. El sexo me quema a causa de alguna gonorrea. Mis piernas no pueden sujetarme más, mis gestos han dejado de ser precisos, y mis actos son insensatos. Siento la muerte dentro de mí, desborda en el mundo que me rodea, mi pecho lleno está lleno de litio. Mi cuerpo se desmorona a causa del placer, mis sentidos se atrofian, no me queda semen, no me queda deseo. Bestias revolucionadas en contra su destino, el orden de la naturaleza y las reglas de los hombres. Repto y me repongo de ser un hombre por la duda, el juego y la ironía. ¿Cómo ha cambiado la naturaleza de la transgression durante estos 20 años? ¿Dónde crees que están ahora los límites?
La transgresión no puede ser lo que ha sido hasta ahora. El terreno sobre el que puede emerger ha cambiado. No se trata de reprimir lo prohibido o sobrepasar los tabús, ya que la debacle sexual y el placer se aceptan, los mecanismos de poder que nos aprisionan los promueven. Pero el poder mediático se alimenta de mitos y mentiras. A pesar de las apariencias y las palabras no vivimos en el placer si no en la carencia. El vacío está disfrazado de satisfacción eterna. Vivimos con un placer impuesto, ahí está la falta de forma irremediable. La transgresión hoy en día está en las nociones del exceso y del deseo. Sólo el exceso puede destruir la angustia, el dolor del exceso. Tampoco imagino que las últimas prácticas consideradas perversas o tabú, como la pedofilia o el incesto, sean los espacios propicios para volver a poner en entredicho los fundamentos morales con una base ideológica dominante. Actualmente la transgresión no tiene sentido si sólo puede profundizar en la ideología del rendimiento y detener el engranaje de la explotación. Empujar la lógica del sistema hasta sus atrincheramientos extremos es un proceso muy nihilista y autodestructivo. Ahí están las apuestas reales a las que se debe enfrentar cualquier ser deseoso de deshacerse de la alienación impotente y sumisa. Pasar del placer resignado al deseo real por el juego, la acción, el caos, la violencia y el exceso. Empujar el orden de las apariencias convirtiendo el arma del placer en contra del placer.