Uno de nuestros redactores jugó en la cancha de Independiente del Valle

Barriga, mi colega metalero, nació en el Valle de los Chillos, una provincia casi rural que Quito ha venido tragándose en lo que va del siglo: hoy es un suburbio de clase media baja, la misma provincia en la que hace 58 años fue fundado el Independiente de Valle, equipo que esta noche jugará contra Atlético Nacional en la final de la Copa Libertadores.

Barriga me contó que él nunca había escuchado ese nombre “hasta una tarde en la que mi padrastro volvió de comprar un pollo con un volante que decía: “Independiente del Valle, futuro campeón de Ecuador“. La historia me la había contado hace unas semanas y le pedí hoy que me la refrescara: una historia de la época en la que niños ecuatorianos jugaban intercolegiados en la cancha del futuro finalista del campeonato de clubes más importante de América.

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Que Barriga no haya conocido el nombre del equipo que gentilmente le prestaba su cancha a él y otros cuantos chinches de 17 años no es tan raro como parece. Ese partido contra los del colegio fiscal de Salinas fue en 2007, cuando en el equipo de la tercera división de Ecuador, llamado Independiente José Terán, apenas terminaba la metamorfosis que lo convertiría en el Independiente del Valle: una empresa encabezada por Michell Deller el dueño del centro comercial más grande de Quito y su socio Franklin Tello, presidente a su vez de la franquicia con la que la multinacional de pollos KFC opera en Ecuador ––cabe anotar aquí que ese es el país de América Latina que más consume esa marca de pollo––.

Desde la llegada de Deller hay otro nombre, otro uniforme, otras pretensiones.

A pesar de que Independiente del Valle fue remodelado casi por completo desde entonces, el estadio en el que Barriga y sus compañeros de clase jugaron en 2007 es el mismo en el que el equipo jugó la mayoría de sus partidos como local en esta Copa Libertadores.

Es la misma, pero distinta. Según recuerda Jimmy Garay, uno de los compañeros de clase de Barriga, en esa época el Estadio Rumiñahui estaba compuesto por la cancha de fútbol, una gradería de pasto y no mucho más, “era una cancha barrial en la que casi cualquiera podía entrar a jugar”, me contaba Jimmy, quien sigue viviendo en el Valle de los Chillos y ha seguido el Independiente desde su ascenso a las segunda división. Barriga, quien se mudó del Valle en 2008, recuerda el potente olor a orina en los camerinos y las peleas campales entre los estudiantes del Colegio Salinas y el Jacinto Jijón en la cancha.

En 2008, frente a esa gradería de pasto, Independiente del Valle ascendió a la segunda división del fútbol ecuatoriano. Probablemente ese día no hubo grandes celebraciones. Hasta entonces el equipo había competido en la tercera división, una liga que, según Jimmy, era “practicamente barrial”. A pesar de que hasta entonces el Independiente solo había sido uno de un puñado de equipos amateur del Valle de los Chillos, el ascenso le dio al equipo una notoriedad que nunca habían tenido sus vecinos. Fue por esta época que Barriga recibió un volante casi premonitorio de manos de su padrastro y que Jimmy recibió de su padre una invitación para ver jugar a un equipo de la segunda división que jugaba cerca de su casa y, según decía su papá, jugaba muy bien.

Solo un año después de haber salido de las ligas barriales, el Independiente del Valle se ganó un lugar en la primera división de Ecuador. El héroe del ascenso fue Jefferson Montero, por ese entonces un jugador desconocido de 19 años, hoy en día delantero titular del Swansea y la selección de Ecuador. De repente, los adolescentes del Valle de los Chillos creyeron ver una oportunidad para llegar a ser futbolistas profesionales.

Pero se equivocaban: Independiente Del Valle ya no era un equipo para el hijo del vecino. Barriga recuerda cómo varios de sus vecinos se unieron a las divisiones inferiores del club, solo para ser desechados al poco tiempo. “Ahí el equipo ya estaba empezando a invertir plata, y los jugadores locales estaban siendo reemplazados por una cantidad de jugadores de la costa pacífica y del Valle del Chota (dos regiones que siempre han exportado futbolistas a todo Ecuador)”. Lo del volante que decía Futuro Campeón de Ecuador iba en serio.

En el receso entre la temporada 2009 y 2010, Michel Deller se metió la mano al bolsillo para armar un equipo que pudiera permanecer en primera división, cosa que es inusual para los equipos de ascenso en Ecuador. El Rumiñahui se convirtió en un legítimo estadio con graderías de concreto y capacidad para 7.000 personas, algo así como la cantidad de gente que cabe en el estadio Techo, en Bogotá, y los directivos iniciaron la construcción de una residencia para las nuevas y flamantes promesas de la costa que habían tomado el lugar de los hijos del vecino del Valle de los Chillos.

Y casi pierden la plata. En su primera temporada en la categoría más alta del fútbol ecuatoriano el Independiente del Valle quedó décimo, a solo un puesto del descenso, del cual se salvaron con un gol de último minuto. En su segunda temporada, el resultado fue el mismo. Jimmy recuerda que durante estas temporadas el equipo solía jugar sus partidos frente a unas 500 personas en su flamante cancha para 7.000 espectadores.

Pero la idea de Deller y sus socios no era recuperar su inversión a punta de vender entradas a los partidos y camisetas del equipo (de hecho el equipo ha donado todos sus ingresos por boletería en los cuartos, semis y la final de la Copa Libertadores a las víctimas del terremoto que sucedió este mes de abril en Ecuador): su idea era crear una mina de jugadores y en eso se han convertido sus siete canchas de entrenamiento y su residencia para juveniles en el Valle de los Chillos.

Aparte de Jefferson Montero, del Independiente han surgido jugadores como Mario Pineida, hoy jugador de la Liga Universitaria de Quito; Juan Cazares, quien juega en el Atletico Mineiro de Brasil y Sebastián Méndez, quien fue vendido directamente al Lash Linz de Austria. También fueron formados en la cantera del equipo cinco de los 11 jugadores que jugaron la semana pasada frente a Nacional.

Gracias a esta cantera, Independiene del Valle se clasiificó cuarto en la tempoarada 2012 y logró un cupo en la Copa Suramericana. En 2013 y 2014, terminó segundo, lo más cercano que haya estado realizar la profecía que años atrás anunciaba un volante que circulaba entre los habitantes del Valle de los Chillos. Y, el año pasado, clasificaron terceros, ganándose un cupo para el repechaje de la Copa Libertadores. Y ya sabemos dónde fue a parar todo eso.

Independiente del Valle llega a la final de la Copa Libertadores a punta de apretar nalga. En el repechaje, dónde el equipo ecuatoriano debía disputarse con el Guaraní, uno de los ‘grandes’ de Paraguay el derecho estar en la fase final del torneo, Independiente del Valle sufrió hasta el minuto 93, cuando los paraguayos desperdiciaron un penaltí que habría mandado a los ecuatorianos de vuelta al Valle de los Chillos. También sufieron en la fase de grupos, donde tuvieron que aguantar un cero a cero de visitante ante el Colo Colo, uno de los ‘grandes’ de Chile. Luego eliminaron a River Plate, a Pumas de México y Boca Juniors. Convirtiéndose en el único equipo en eliminar a los dos grandes de Argentina en una misma edición de la Libertadores. Una temporada de Supercampeones.

Mi colega Barriga dice que el partido que jugó en el Estadio de Independiente del Valle fue el último partido de fútbol ‘serio’ (es decir con 11 jugadores y arbitros) que jugó en su vida. Ese día cometió un error que le costó a su equipo un partido que, para sus compañeros, era tan importante como una final de Copa Libertadores.

Aparte de lo curioso que resulta imaginar a Barriga, mi colega metalero, cambiándose con sus compañeros de clase en el vestier apestoso de un equipo de barrio que, a la vuelta de 9 años, llegaría a estar entre los dos mejores del continente, la historia de Independiente del Valle dice mucho acerca de cómo funciona el fútbol en 2016. Lejos quedaron las épocas en la que la élite del fútbol se concentraba en una docena de camisetas y un puñado de regiones como el Río de la Plata, el sur de Brasil el norte de Italia o el sur de Inglaterra. Hoy en día ningún equipo de gana partidos ni paga sus deudas a punta de tradición y camiseta. Antes los equipos grandes solo tenían que presentar sus pergaminos (su hinchada, sus colores, sus mitos) para justificarse como tal. Ahora un equipo de fútbol solo puede ser tan grande como la empresa que tenga detrás.