Lara tiene 24 años, pero tenía 19 cuando entró a su casa y vio que había una merienda gigante sobre la mesa, mientras su papá y su mamá la esperaban para darle una noticia. Esa tarde se enteró de que tiene una hermana, más grande que ella, llamada Erika.
Hugo, el papá de Lara, le confesó que antes de su primer matrimonio (con el cual tuvo dos hijos) tuvo un romance fugaz con una mujer. Era el año 1979 y desde ese entonces no habían vuelto a tener contacto hasta 1996, el año que nació Lara y el momento en que Hugo recibió un llamado que claramente no se esperaba. La mujer del romance fugaz le comentó que tenía dudas sobre la paternidad de una de sus hijas, Erika. Para ese entonces Erika tenía 17 años y una familia con la que vivía, otros hermanos más grandes y más chicos, un padre que la había criado y una madre que pidió que ambos se hicieran un examen de ADN que a pocos días dio positivo.
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En 2017 el padre con el que Erika convivía falleció y en ese momento ella decidió tener contacto con Hugo, su padre biológico. Para ese entonces Lara ya tenía 19 años, dos hermanos más grandes, un hermano que había fallecido y una madre que supo desde el principio toda la verdad e insistía en contarla a sus hijos.
“Cuando me lo contó fue un shock. Lo primero que hice fue reírme, esa noticia fue realmente una sorpresa. Si bien no hice demasiadas preguntas sobre los sucesos temporales, me costó juntar valentía para querer conocerla. Mi primera sensación fue la de haber perdido algo que no sabía que tenía”.
Durante algunos años Hugo les contaba a sus otros hijos y su actual pareja sobre Erika, les comentó que ella quería conocerlos, dejó abierto un canal de comunicación al alcance de Lara, evidenciando el interés de conectar ambas partes de la familia. Sin embargo, Lara no podía imaginarse ese encuentro. Escuchaba, buscaba datos, pero parte de esa información le excedía. Lo cierto es que a ella le llevó años la idea de pensar cuál era el momento oportuno. Mientras tanto, las preguntas empezaban a acumularse en su cabeza. “¿Quién es mi hermana? ¿Nos llevaremos bien? ¿Pensará cosas parecidas a las que pienso yo?”.
“Durante el 2020 dije ‘Basta, la tengo que conocer, quiero hacerlo, le voy a escribir, voy a ir ahora a pedirle el número de teléfono a mi papá‘, pero llegó la pandemia y eso dificultó todo. Si verse con los vínculos más cercanos y cotidianos era difícil, imagínate lo que sería un encuentro con alguien que jamás había visto en mi vida”.
En el 2020 la decisión de Lara de conocer a su hermana Erika ya era un hecho, la curiosidad iba en aumento aunque la información era escasa. Su papá le mostró alguna foto, un audio con su voz, un lugar de trabajo relativamente cercano. “Si bien él me hablaba de Erika yo no terminaba de vincularla conmigo. Mi cabeza solo decía, ‘bueno, mi papá tiene una hija‘, sin entender que era yo la que también tenía algo”.
La cuarentena en Argentina llegó de una manera abrupta. De repente las calles estaban desiertas, todo era novedoso, incierto, inquietante y por demás, estresante. Durante largos meses de encierro Lara pensó que así no quería conocerla, con miedo al contacto con el otro, con la sensación de ver a una hermana por primera vez y no poder ni siquiera darle un abrazo.
“Una noche, en medio de la cuarentena estricta, me desvelé, necesitaba hacer algo y no sabía qué exactamente. Agarré mi computadora y busqué a Erika en Facebook porque había retenido en mi memoria el apellido que ella tiene en su documento de identidad. La busqué en redes, empecé a navegar en Internet sin tener ninguna dirección concreta. Su cara no me parecía una novedad, ya había visto fotos que me había mostrado mi papá, y eso era lo único que podía encontrar en los links que me aparecían”.
Esa noche fue clave para Lara. Entendió que no solo quería tener más información, sino conocer su historia, ver cómo su nombre podría definir parte de ella, aunque sea mínima y delirante, así que simplemente googleó: ERIKA. “Así apareció una flor con su nombre, una tormenta que sucedió en Estados Unidos en 2015, una canción. En ese momento entendí que hay cuestiones tangibles que quizás hacían de su nombre otro sentido en mi vida”.
Lara empezó a recopilar imágenes, videos, voces y mientras tanto se hacía la pregunta: “¿Cómo filmo algo que no puedo filmar?” La respuesta era clara, mostrando todo lo demás. Pensé: ¿Qué es la ausencia, sino la presencia de todas las otras cosas?”. Y junto a una serie de preguntas que tenía acumuladas durante años, Lara empezó a editar lo que después sería un cortometraje titulado ERIKA.
“Me anoté una lista de preguntas que le haría a mi hermana si tuviese la oportunidad de conocerla, hablé con mis amigas e intenté salir de los interrogantes que podrían generar cierto prejuicio, como preguntarle sobre su ideología partidaria. Entonces las llevé al terreno más llano de la cotidianidad: ¿Cuántas alarmas se pone para levantarse por la mañana? ¿Cómo hace su firma, en un trazo o en varios? ¿Cómo toma el café?”.
Durante algunos días Lara se sentó horas frente a la computadora e hizo convivir el texto con las imágenes que había encontrado, buscando la excusa de que esos interrogantes, a mano alzada, pudieran intervenir en las fotos y en los videos.
“Mi primera intención fue compartir esa pieza en las redes sociales, pero mi amiga Lu me propuso hacer un ciclo online de cortos y estrenarlo en ese contexto, donde tenga más contención. El ciclo fue hermoso, con mucho material que algunas habíamos hecho durante la cuarentena. Cuando publiqué la información sobre mi corto vi algo que no me esperaba: Erika había aparecido, empezó a seguirme en Instagram. Se me saltó el corazón, me paralicé, llamé a mi novio para contarle e inicié una conversación con ella”.
En ese momento Erika y Lara empezaron a tener un mano a mano a través de la virtualidad. Erika le confesó que hacía tiempo veía sus redes sociales, pero que recién se animó a romper con la cuarta pared cuando vio información sobre la pieza audiovisual que Lara le estaba haciendo.
Erika vio el cortometraje apenas se estrenó en un festival argentino. “Estaba emocionada y me dijo cosas hermosas, me conmovió”.
El 19 de junio, Día del Padre en Argentina, Lara y Erika se conocieron. Almorzaron junto a su padre en la casa de Erika. Ese día Erika se hizo real en la vida de Lara y viceversa. Comieron, hablaron y se contaron chistes. “Me abrumaba la idea de pensar en cómo le cuento toda mi vida, algo imposible, pasaría 24 años haciéndolo. A la vez contarle lo que hice ayer me parecía insuficiente, es mi hermana y no me conoce. Al final no pasó nada de eso, solo conversamos como uno conversa sobre el presente y de pronto salen momentos claves de tu vida en general, de una manera más natural. Me hizo chistes cómplices como si fuéramos hermanas de toda la vida”.
“El día que conocí a mi hermana se celebraba, casualmente, el Día del Padre. Fue el 19 de junio de este 2021. Yo estaba con mi papá en su consultorio y escuché cómo lo llamó por teléfono y nos invitó a almorzar el domingo a su casa. Ese día la conocí a ella y a sus hijas, o sea, a mis sobrinas. Mi papá estaba muy nervioso, recién lo vi comer cuando hicimos un chiste, en ese momento nos relajamos. Estuvimos los tres hablando sin parar, fueron cinco o seis horas que se pasaron rapidísimo, repasamos las idas y vueltas de la historia y nos contamos anécdotas de nuestro presente, sin tener la presión de recuperar toda una vida esa misma tarde”.
Lara confiesa, después de pocos meses de conocer a su hermana Erika, que ambas fueron valientes, eligieron el destino de conocer otras posibilidades familia y hoy, después de rendirle una suerte de homenaje en una pieza audiovisual, supo ver más que su nombre, las dos eligieron la libertad de tener una cotidianidad que las une y quieren proponer.