La historia tras de la inesperada portada de la ‘Naranja Mecánica’

No todas las grandes obras de arte requieren largas horas de planificación y ejecución. Muchas veces los artistas nos han sorprendido con grandes trabajos que nacen de la improvisación, las prisas, la desesperación y la espontaneidad. Es exactamente así como David Pelham creó la icónica portada de la novela más famosa de Anthony Burgess, La Naranja Mecánica.

En 1962 la editorial Heinemann publicó la primera edición de La Naranja Mecánica sin llegar a tener mucho éxito, aunque sí que causó algo de polémica debido a la crudeza y violencia descriptiva de su contenido y al uso de la jerga nadsat, que complicaba todavía más la comprensión del libro. Sin embargo, la contracultura underground estadounidense recibió con más entusiasmo la obra literaria, y cuando el libro llegó a las manos de la esposa del director de cine Stanley Kubrick, lo primero que hizo al finalizarlo fue dárselo a él, que tras leerlo se quedó flipando con la historia, los personajes, las ideas y sobre todo, el lenguaje. La historia encaraba problemáticas sociales, políticas, culturales y filosóficas con un estilo y elegancia como ninguna otra, cosa que le quedó bien clara a Kubrick al finalizar la última página del libro.

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Thameshead Housing Estate, escenario de la película

Cuando Kubrick tuvo lista su película, el director de arte de la reconocida editorial Penguin asistió a una proyección privada para la prensa. Este director de arte era David Pelham y su tarea fue crear una portada para la reedición del libro de Penguin en 1972 que cohesionara con el film, y eso fue precisamente lo que hizo, pero en una sola noche.

Tras pedirle insistentemente a Kubrick imágenes exclusivas de la película que le pudieran servirle de inspiración y ante las repetidas negativas del director, Pelham se vio obligado a contratar a un ilustrador, que además de hacer un pésimo trabajo, entregó su trabajo fuera de plazo. Pelham tuvo que enfrentarse al reto de hacer una portada para el libro en una sola noche. Mientras la ciudad dormía, el diseñador se dedicó a dibujar al icónico protagonista de la historia que aparece con su característico sombrero y un solo ojo pintado sobre el rosto, utilizando siete colores planos con un acabado totalmente sesentero. Una portada simple pero muy adecuada, electrizante e introductoria.

Anthony Burgess vía

Pelham recuerda que la tipografía le llegó por correo a las cuatro y media de la mañana, (no olvidemos que en esta época no existían los ordenadores), mientras seguía trabajando con la ilustración. El trabajo final debía entregarlo horas después, así que rápidamente incorporó el título y el nombre del autor y en la oficina añadió el contorno negro a Alex DeLarge, sin poder corregir los detalles y ¡voilà!, así hizo una portada que cambió a muchos, influyó en la cultura y hoy por hoy es catalogada como una de las mejores de todos los tiempos, reproducida en innumerables ocasiones y siendo objeto de deseo tanto para los fans del libro como para los amantes de la literatura clásica y entusiastas de la ultraviolencia,

De lo inesperado y del trabajo bajo presión, también pueden salir cosas buenas, sobre todo si se trata de un drugo que bebe leche con velocet en el bar lácteo Korova, viola a mujeres y le fascina Beethoven.

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