Hombres malos: la mafia convirtió el sur de Italia en un vertedero de residuos tóxicos

Cipriano Chianese, supuesto creador de los vertederos del sur italiano. Con ilustraciones de Jacob Everett.

El lugar en el que nací fue bautizado Campania Felix, o “Campania bendita”, por los antiguos romanos, quienes creían que los dioses habían favorecido a la región con un clima templado, suelo fértil y magníficos paisajes. Con el tiempo esa tierra se suicidó de forma dramática, tomando veneno. El cultivo de frutas y legumbres en Campania dio paso a una economía ilegal de los residuos (en buena parte tóxicos) que se quema en el campo o se entierra. Tierras para cultivar uvas, manzanas, melocotones y almendras fueron arrasadas para convertirlas en vertederos ilegales. Se acuñó el término “biocidio”, para referirse al exterminio del entorno.

Campania Felix ha llegado a ser conocida como “Tierra de incendios”, por las columnas de humo que puede ver cualquier visitante cuando la recorre, en cada punto donde se está quemando una pila de basura. Es una referencia al archipiélago en la punta sur del continente americano que fue bautizado como Tierra del Fuego por el conquistador Fernando de Magallanes, quien encontró piras en sus costas la primera vez que la vio desde el barco. Al manejar por la autopista entre Nola y Villa Literno, o sobre la carretera entre Giugliano y Acerra, se puede ver humo que sube del suelo por todas partes. Y al bajar la ventanilla, uno siente un aroma acre que quema la garganta y recubre la boca de una película amarga. Un olor y un sabor a los que uno no puede acostumbrarse.

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¿Cómo pasó esto? ¿Cómo se llegó al punto en que se enterró tanta basura que dejó a la tierra prácticamente imposible de cultivar?

A lo largo de treinta años, varias compañías del norte de Italia han contratado el servicio de recogida de residuos a empresas aparentemente legales. En realidad, estas firmas son operadas por la Camorra, la mafia napolitana, y pueden ofrecer tarifas increíblemente bajas para sus servicios. En medio del actual clima económico de la región, esto puede implicar la diferencia entre la supervivencia y la quiebra.

De acuerdo a la Dirección Antimafia de Nápoles, en 2004 los intermediarios entre las empresas encargadas directamente de la gestión de los desechos tóxicos y aquéllas que los producen, fueron capaces de garantizar que una empresa del ramo químico se deshiciera de 800 toneladas de suelo contaminado con hidrocarburos, a un precio de algo más de 20 céntimos por kilo, transporte incluido. Se trata de una tarifa un 80 por ciento menor al precio normal, posible gracias a numerosos atajos. Aunque estas compañías son culpables de arruinar las tierras, están legalmente protegidas, porque los intermediarios les facilitan lo que parecen ser documentos legítimos para acreditar que se ha respetado el ciclo de los desechos.

La mafia transforma mágicamente montones de desechos tóxicos en basura inocua que puede enviarse a los vertederos por medio de documentación de transporte o certificaciones de embalaje. Así es como funciona: cada contenedor de desechos industriales debe llevar un sello que especifica el nivel de toxicidad. Las compañías que buscan ahorrar en este proceso buscan a un intermediario que envía el desecho (fango, casi siempre) a un centro de almacenamiento. Una vez ahí, basta una simple firma en el papel para modificar el documento para que los desechos pasen por basura normal. Otra de las técnicas supone mezclar la basura inofensiva con desechos tóxicos, para diluir la concentración de los compuestos peligrosos y obtener una clasificación más baja en el Catálogo Europeo de Desechos.

Los intermediarios, siempre pendientes de los costes, tienen otra forma de lidiar con la basura, que es más abiertamente delictiva: la combustión. Queman plástico, ropa, llantas y cables de cobre con protección aislante. Apilan cualquier desecho imaginable para hacer las piras. Cuando quedan solo cenizas, su volumen es mucho menor y pueden revolverlas con la tierra.

Para ellos, este suelo es solo espacio que puede llenarse y del que pueden obtenerse ganancias. En el sur de Italia, particularmente en Campania, es común encontrar pilas de basura almacenadas. Lo primero que piensan los visitantes es que la gente ahí es incivilizada: en lugar de separar la basura y reciclarla, simplemente la tiran a la calle, denigrándose a sí mismos y a su lugar de origen. Nada más lejos de la verdad. Esos depósitos son, para la mafia, nada más que espacio, un área en donde pueden dejarse los desechos. Es lo contrario a lo primitivo, una invención del crimen organizado, una manera ingeniosa de lograr ganancias.

Es, también, un síntoma de la última etapa, la más dañina. La basura deja de ser identificable, no puede circunscribirse, ha invadido todo, hasta el suelo. La basura ha entrado a nuestras vidas y cuerpos. Crece hasta apoderarse de todo, nos asimila, al punto de que el ciclo de la basura cotidiana se altera. Simplemente pregunten a los habitantes de Nápoles, donde hace unos años los jueces ordenaron clausurar los vertederos a las afueras por haber sido ocupados con desechos ilegales, lo que ocasionó una crisis en la que la ciudad prácticamente quedó enterrada bajo su propia basura.

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¿Cómo pasó esto? ¿Por qué esta tierra, con un suelo rico, apto para la agricultura, se volvió un cementerio para los desperdicios? Tomates, brócoli, calabazas, coliflor, habas, pimientos, naranjas, mandarinas, peras… Campania era un vergel. Hasta que las grandes distribuidoras de alimentos empezaron a pagar a los agricultores cada vez menos por sus productos. Si los productores no aceptaban el trato, corrían el riesgo de perder todo, porque podían recurrir a la importación desde Libia, Grecia o España.

Cuando la agricultura dejó de ser la principal fuente de ingresos para los campesinos locales, comenzaron a vender o alquilar parte de su tierra a compañías que se encargaban de hacer desaparecer ilegalmente los desechos. Los agricultores se mantienen a flote con estos ingresos. Lo usan para mantener sus cultivos, porque además les han asegurado falsamente que los residuos no son dañinos. Pero rápidamente comprueban lo contrario. Con frecuencia, los desechos contienen dioxinas y varios tipos de disolventes tóxicos que lo mismo destruyen cultivos enteros que envenenan los productos que logran crecer ahí, y esto representa un peligro para quienes los consumen. De acuerdo al Instituto Nacional de Salud italiano, los frutos de esa tierra y el humo que flota en el aire han contribuido a que los índices de enfermedad y muerte en esa región sean más altos que en el resto del país. Algunas investigaciones también han arrojado datos de mayor incidencia en malformaciones congénitas, leucemia, sarcoma de tejidos blandos y cáncer de hígado, estómago, riñón y pulmón. Los políticos locales son cómplices de este problema pero ninguno ha sido llevado a juicio, aunque la historia no los absolverá.

La devastación física es del mismo tamaño que la percepción que se ha creado sobre ella. La gente ha llegado a creer que todo aquí está envenenado. En el resto de Italia, los productos cultivados en Campania (de las fresas al famoso queso mozzarella) tienen reputación de estar contaminados. Ya no basta especificar el origen de un alimento o etiquetarlo como “orgánico” para mantener la economía rural napolitana. Ahora es necesario dar una información detallada en el empaque para despejar cualquier duda. La etiqueta debe decir explícitamente que el producto ha sido cultivado en suelo sano, en un área no contaminada y dar la dirección de la granja. Se ha vuelto común que en los supermercados, haya una sección de alimentos provenientes de Campania, que se venden a un precio menor que el resto, mientras que la competencia rotula su mercancía con el mensaje: “No es un producto de Campania”.

Mientras esto sucede, la economía ilegal sostenida por la Camorra florece aún más, debido a que los productos de Campania que no pueden venderse, entran al mercado negro, donde se revuelven los alimentos contaminados y los sanos en puntos de venta generalmente controlados por la mafia. Esto, de acuerdo a una investigación federal hecha en Milán y la región del Lazio. Los comerciantes pueden comprar los productos contaminados por un precio bajo y venderlos como si fueran cultivados en el norte, etiquetándolos incluso con la leyenda de “No es un producto de Campania”.

Siempre me ha impactado la historia que me contó un miembro del clan Esposito, que después se convirtió en informante para el gobierno. Se trata de un episodio representativo de la forma en que razonan las organizaciones criminales. El hombre cuenta que en una ocasión, durante una junta de miembros de la Camorra sobre el tráfico de desechos, uno de los jefes (tal vez bajo los efectos de un sentimiento de culpabilidad) apuntó: “Si enterramos los desechos a demasiada profundidad, corremos el riesgo de contaminar los mantos acuíferos”. El don respondió velozmente: “¿Y a nosotros qué coño nos importa? ¡Tomamos agua mineral!”

La tierra para cultivo y pastoreo, en una región turística famosa por su belleza, está siendo destruida a plena luz del día. Esto sucede ante la mirada de los habitantes, que se han convencido de que es imposible cambiar el proceso. Solo queda el placer cobarde de destruir las cosas, en vez de cambiarlas, con la esperanza de un mundo mejor que no llegará. En nombre de este nuevo mundo, la vida cotidiana se ha vuelto un infierno. Robert Musil describe bien este mecanismo en su novela El hombre sin atributos: es el “placer inefable” (que, yo diría, muchos experimentamos) “del espectáculo en la humillación de aquello que es bueno y de comprobar lo maravillosamente fácil que resulta destruirlo”.