Vivo bastante feliz en una de las megaciudades más despilfarradoras del mundo. Es una ciudad densamente poblada, en constante envejecimiento, es una utopia consumista donde compramos y desechamos una asombrosa cantidad de cosas. Donde algún grifo, baño o cañería está constantemente perdiendo agua en nuestros departamentos. Dónde una armada de luces comerciales están siempre encendidas. Donde una flota de automóviles que consumen mucho combustible todavía obstruyen las carreteras. Yo, junto a veintitantos millones de vecinos, ayudamos a que Nueva York use más energía, consuma más agua y expulse más residuos sólidos que cualquier otra área mega-metropolitana.
Este es un logro considerable tomando en cuenta que hay otras 26 megaciudades alrededor del mundo las que, de acuerdo a un nuevo estudio publicado en Procedimientos de la Academia Nacional de Ciencia (o PNAS por sus siglas en inglés), ocupan un 9 por ciento de la electricidad del planeta, agotan el 10 por ciento de su gasolina y crean el 13 por ciento de su basura. A nivel mundial había 27 megaciudades el año 2010. Para el 2020 los pronósticos de la ONU dicen que habrá cerca de 40. En 1970 había 8. De acuerdo al estudio, Nueva York es la más despilfarradora de todas ellas.
«La metrópolis llamada Nueva York tiene 12 millones menos de habitantes que Tokio, pero en total usa más energía: el equivalente a un barco carguero de petróleo cada 1.5 días» dijo el autor del estudio, Chris Kennedy, un profesor de ingeniería civil en la universidad de Toronto. «Cuando vi esto, pensé que era increíble», esto es más que nada porque Nueva York utiliza más gasolina, calefacción y combustibles industriales que Tokio.
Y tan solo vean cuantos desechos crea Nueva York per capita, más que otras megaciudades líderes:

Imagen: Kennedy, PNAS
Nueva York genera cerca de 33 millones de toneladas de desechos al año. La que sigue es ciudad de México (pese a que no aparece en el gráfico anterior), la que genera comparativamente unas pintorescas 12 millones de toneladas de basura, seguida de Tokio la que -de nuevo- tiene una docena más de millones de ciudadanos generadores de basura. El ciudadano promedio en Nueva York utiliza más de dos docenas de veces la energía de alguien en Calcuta y crea 15 veces más residuos sólidos. Lo voy a decir de nuevo: Nueva York es una megaciudad muy asquerosa.
El termino «megaciudad» se usa típicamente para describir un área metropolitana con más de 10 millones de personas y, bajo estas circunstancias, Nueva York es una. Fue bajo algunas circunstancias la primera megaciudad al superar una población de 10 millones durante el año 1950. Ahora hay más de 20 millones de residentes, los que hablan más de 800 idiomas dentro de las 6 mil millas cuadradas que abarcan la mayor área estadística metropolitana de la ciudad. Y acá estamos armando un lío.
El gran estereotipo sobre Nueva York de alguna manera ha logrado persistir pese a su transformación en un malo amistoso y lleno de millennials. Hablamos de la Nueva York que es sucia, llena de basura, iluminada por neónes y constantemente exhalando vapor, calor y gases desde cualquier orificio industrial. Esto es más cercano al verdadero sentido ecológico de la ciudad que esta nueva y novedosa imagen como un lugar esencial para la comida artesanal y los condominios de lujo gigantes.
Ahora es un buen momento para comenzar a pensar en el impacto de vivir en las ciudades gigantes que amamos, después de todo esta esla era de las megaciudades. La migración a las áreas urbanas ha sido bien documentada; en la última década las personas han llegado en masa a las ciudades. Durante el año pasado, 54 por ciento de la población mundial vivía en ellas. Para el final de la década, tres de cada cinco humanos en la Tierra vivirán no sólo en ciudades, si no que en megaciudades, las que -esperemos- serán más sustentables que el Nueva York de hoy.

El transito de Tokio por la noche. Imagen: Naillord, Wikimedia
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La nueva investigación de PNAS se esmera en documentar el «metabolismo de una megaciudad» o cómo exactamente la energía y los recursos fluyen a través de estas megaciudades. Es, como dice al autor, «un importante logro que nunca antes había ocurrido». Pero resulta que estos grandes centros de actividad están, en este momento, usando más energía que sus contrapartes no-mega.
Esto es importante porque los urbanistas prominentes y los medioambientalistas modernos están apostando que las ciudades disminuirán sus desechos y el uso de energía. Sin duda que existe el potencial de hacer exactamente eso: cuando las personas viven juntas se desperdicia menos energía al transportar humanos y bienes, ademas el transporte publico puede reemplazar a los automóviles y hay más confianza en los espacios públicos comunitarios. Es un sistema más limpio y eficiente.
La eficiencia y las ventajas de vivir cerca están en tensión constante con nuestro impulso por consumir, lo que la ciudad de Nueva York facilita mucho.
El producir una ciudad muy poblada no garantiza un ambiente más verde, como se enfatiza en el trabajo de Kennedy.
«A medida que las ciudades crecen, las características sociales como el producto interno bruto, la innovación y el crimen aumentan en términos per capita, mientras los sistemas de infraestructura necesarios (muchas millas de cañerías y cables) disminuyen en términos per capita» me dijo Kennedy a través de un email. «Respetando la sustentabilidad y el impacto medioambiental de las ciudades podemos argumentar que hay un intercambio entre los efectos de la riqueza y los efectos de la eficiencia de infraestructura».
La eficiencia y las ventajas de vivir cerca están en tensión constante con nuestro impulso por consumir, lo que la ciudad de Nueva York facilita mucho. La investigación de Kennedy encontró que cuando las ciudades se hacen más ricas, como Nueva York, también se hacen más despilfarradoras. «Una posible interpretación de nuestros resultados en el tema de las megaciudades es que los efectos de la riqueza son dominantes respecto a la producción de desechos sólidos, el uso de la electricidad y el uso de gasolina (a tasas más altas que el promedio mundial)» dijo, «pero respecto al consumo total y directo de energía, los dos efectos son iguales». Las ciudades fomentan la innovación y crean riqueza, si, pero esto en lugares como Nueva York llevan a mayor consumo.
Es posible que escuchemos sobre las numerosas y nobles iniciativas de sustentabilidad de Nueva York o cómo el futuro de la vida verde se puede encontrar en la ciudad, pero también hay que tener en cuenta las cañerías que gotean, los cangrejos que trepan por el puente de Brooklyn, los rascacielos súper iluminados y la bolsa tras bolsa de basura que acarreas desde el tercer piso hasta la calle.
Kennedy dice «si, nuestros resultados sobre las megaciudades están contra la idea que las ciudades utilizan la energía más eficientemente, pese a que esto puede que cambie en el futuro». Esto es clave, la investigación también señala que algunas megaciudades se jactan de tener características muy sustentables.
En Tokio, el buen diseño urbano y un sistema de transporte publico de primera clase son un ejemplo en el uso de la energía urbana. También hacen un gran trabajo al arreglar las goteras de sus cañerías. Moscú, dice Kennedy, es la única ciudad que puede competir realmente con Nueva York en el despilfarro (Moscú es la única ciudad que utiliza más energía), pero tiene un gran sistema de distribución de calefacción: utiliza el calor sobrante de sus plantas de energía para calefaccionar las casas. Y en Londres, «donde la proporción de residuos sólidos urbanos del Reino Unido ha caído desde un 80% el 2001 a un 49% el 2010» de acuerdo a la investigación, un impuesto a los vertederos ha reducido considerablemente la cantidad de basura.
Nada de lo anterior sirve para decir que las grandes ciudades son la promesa para un futuro más eficiente y menos despilfarrador. «Nuestros descubrimientos respaldan el entendimiento que las ciudades compactas es a lo que debemos aspirar» me dijo Kennedy.
Sólo necesitamos ser mejores en el diseño, la operación y regulación de ellas. Las megaciudades son el futuro, lo queramos o no y presentan una oportunidad para que la sociedad busque efectivamente un mundo menos caliente, tormentoso y de escasos recursos. Sólo necesitamos que la energía y los residuos funcionen más como en Tokio que en Nueva York.
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