Cuatro personas fueron asesinadas y 21 resultaron heridas en Camboya este fin de semana cuando la policía militar abrió fuego con varias AK-47 a un grupo de manifestantes. Las muertes sucedieron después de meses de tensiones y violencia que ha escalado entre las autoridades y obreros de maquiladoras textiles, quienes exigen mejores sueldos.
La cosas se pusieron peor el jueves por la tarde cuando los policías vigilaban una manifestación en Veng Sreng Boulevard —una de las carreteras principales que llevan a Nom Pen, capital de Camboya— y el perfil de sus oponentes era muy curioso. Las trabajadoras de las fábricas, 90 por ciento mujeres, habían sido reemplazadas por un grupo de hombres con machetes y palos, unidos en filas con bombas molotov.
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En algún punto, la policía militar decidió responder con una brigada de rocas, ladrillos y botellas incendiadas. Una clínica cercana cerró las puertas y se negó a ayudar a los heridos. Una de las víctimas era una mujer embarazada que estaba tratando de escapar el caos.
Las escenas trágicas sucedieron después de varios meses de huelga de trabajadores de la fábrica SL, que le maquilan ropa para tiendas del mundo occidental. La huelga de los trabajadores de la fábrica SL terminó el 22 de diciembre, justo a tiempo para unirse al paro nacional el 25 de diciembre. Las muertes esta mañana no fueron las primeras. Una protesta en noviembre tuvo daños colaterales: un vendedor de comida llamado Eng Sokhom fue asesinado por una bala de policía, además de nueve heridos y 37 arrestados. La represión inició el pasado agosto, cuando 19 miembros del sindicato fueron despedidos y una accionista de la fábrica SL, Meas Sotha, entró a la fábrica con su seguridad privada.
A pesar de que los 19 trabajadores fueron reincorporados a su trabajo, los empleados de SL seguían enfurecidos por lo ocurrido.
El enojo no está limitado a la fábrica SL. La Asociación de Fabricantes de Ropa de Camboya (GMAC, por sus siglas en inglés) estima que más de un cuarto de los días hábiles en los últimos dos años se han perdido a causa de las huelgas. Yo perdí un día de trabajo en mayo cuando me encontré con mi calle cerrada por tres tubos gigantes de concreto que habían sido colocados por los trabajadores.
Mientras algunos hombres en moto trataban de rodear los bloqueos deslizándose por hoyos de drenaje, me detuve y hablé con los involucrados. Encontré una historia que se repetiría en las puertas de las fábricas a lo largo de Camboya: los trabajadores dijeron que necesitaban sueldos más altos pero los patrones dijeron que no los podían pagar. Ambos acordaron que era obligación de las cadenas occidentales pagar más por la ropa que estaban comprando.
La industria del vestido en Camboya representa el 80% de las exportaciones del país y emplea a 400 mil personas, con aproximadamente 300 mil más en trabajos de apoyo. Casi todos son mujeres, jóvenes y pobres. Por lo tanto, las áreas rurales de Camboya no tienen profesionales ya que la industria los absorbe. Es un círculo vicioso. Yo vivía en una villa de Camboya y me daba cuenta que las chicas más grandes de mi clase desaparecían. “¿Dónde está Srey Neung?” preguntaba, por ejemplo. “Se fue a trabajar a una fábrica”, sería la respuesta usual.
Srey Nueung, como muchas de su edad, trabaja 60 horas a la semana para enviar el equivalente a 30 dólares a su familia. Relativamente tuvo suerte de empezar a trabajar en 2013. Hace diez años, la situación para los trabajadores era atroz. Rina Roat empezó a trabajar en las fábricas en 2003. Ella me dijo que su salario base era de 44 dólares al mes. Trabajaba hasta 20 horas al día incluyendo horas extra para mantenerse. Ella sufría de depresión y cansancio pero tenía mucho miedo de quejarse y perder su trabajo. Ella ahora es una empresaria pero sus manos siguen duras con costras de años trabajando con las máquinas.
Desde la época de Rina, ha habido pequeñas mejoras. El salario mínimo incrementó en febrero de 61 dólares a 73, además de cinco dólares adicionales como “beneficio de salud”. Pero, ¿es esto suficiente para cubrir el costo de vivir? Joseph Lee, director de la fábrica SL, me dijo que lo mínimo que necesita uno de sus trabajadores para sobrevivir son 58 dólares al mes: eso es si comparten un diminuto cuarto con cuatro otras personas, comen solamente ramen baratísimo y se transportan en camiones de redilas atascados.
Eso no está cerca de ser suficiente, dijo Ath Thorn, el presidente del Sindicato Democrático de la Coalición Camboyana de Trabajadores Textiles. Él señaló que la Secretaría del Trabajo en Camboya descubrió que los trabajadores necesitaban al menos 156 dólares al mes para cubrir el costo de vivir. Esta discusión frecuentemente resulta en protestas y violencia.
Joseph Lee dice que éste ha sigo el peor año. Me dijo que el chofer fue dejado ciego después de los enfrentamientos entre los manifestantes y la seguridad de la fábrica el 1º de noviembre. El chofer estaba intentando escapar el caos cuando una bola de fuego le fue lanzada. Cayó en su ojo. Lee también comenta que un trabajador que no se quiso unir a la manifestación fue golpeado con un ladrillo.
Claramente las marcas occidentales deben tomar mayor responsabilidad, pero eso no resolvería completamente el problema; al menos no mientras la corrupción sea tan amplia. Camboya ocupa el lugar 17 de los países más corruptos de acuerdo a Transparency International. Kol Preap, el director de Transparency International Camboya, me dijo que aunque no hay cifras exactas, sabe que las fábricas pagan enormes mordidas a los oficiales.
El partido de oposición, Partido de Rescate Nacional de Camboya (CNRP, por sus siglas en inglés) afirma que hubo fraude en la elección en su contra después de prometer a los empleados su deseado aumento de sueldo a 263 dólares al mes. Y mientras tanto, la presión sobre el primer ministro, Hun Sen, se incrementa.