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Ya desde Campo de Guerra (Premio Anagrama de Ensayo 2014), Sergio González Rodríguez (Ciudad de México, 1950) propone un acercamiento diferente a la forma de acercarse a nuestras sociedades y sus conflictos. En Los 43 de Iguala se sirve de estas herramientas y mecanismos para analizar y reflexionar sobre los elementos que detonaron los deplorables sucesos del 26 de septiembre de 2014, sucesos cuyas raíces no pueden explicarse sin la intervención de intereses a nivel municipal, estatal, nacional y global.
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VICE: En México, después de tantos episodios violentos, ¿qué es lo que provoca que el caso de los 43 de Iguala llame la atención del imaginario global?
Sergio González Rodríguez: Fue tan dramático el impacto porque se trató de jóvenes en un mundo donde la figura mediática del joven es muy importante, sobre todo por la revolución tecnológica en las redes sociales. En México los jóvenes son identificados patentemente como el capital simbólico del futuro de la propia nación. El movimiento se generó en redes sociales mexicanas por jóvenes hacia el exterior y en el exterior encontró resonancia.
La aproximación que tomas sobre el caso de los 43 estudiantes desparecidos es distinto, pues en vez de tratar de reconstruir los eventos, intentas descubrir las causas o detonantes. ¿Cómo llegaste a esa aproximación?
Es una decisión de análisis de la información. Antes que reproducir la investigación de las autoridades, que reproducir las investigaciones particulares, me pareció importante analizar el suceso: quiénes son los protagonistas, cómo lo registró la propia autoridad. Por tanto, desplazo el punto de vista para establecer diversos niveles de lectura: cómo se dio el suceso, por qué, de dónde proviene, etcétera. Además, cómo fue registrado. En un primer momento, los medios de comunicación más influyentes empezaron a interpretar antes de la propia investigación judicial, por ejemplo. Por eso mi intención fue considerar todos los elementos para dar una visión integral.
Una de las herramientas que usas en este análisis, muy particular, es la poesía.
Los registros muy vívidos de hechos dramáticos requieren emplear no sólo una visión judicial, sino también su trasfondo simbólico. Observamos la pugna entre dos fueras desiguales y asimétricas donde una es sometida a una barbarie inaudita. Para registrar eso debemos emplear también las armas de la literatura. Hay una zona de registro donde lo que yo llamo “mal profundo” —la injusticia, el abuso, la corrupción— juega un papel determinante en esta tragedia y uno de los puntos de vista con el que lo contrasto es el literario.

Foto por Paola Tinoco.
¿Qué es lo que cambia cuando sumas la perspectiva literaria?
En especial, el esfuerzo de identificarse con la víctima. Tratar de comperenderla. El registro te obliga no sólo a la piedad, sino a tratar de explicarlo en una dimensión afectiva, reflexiva, racional, filosófica o poética, para tratar de encontrar una zona de equilibrio.
Por eso creo que es importante que consideremos estos fenómenos como algo muy cercano. No son cosas que suceden en un confín de Guerrero. Tiene que existir una compenetración. No es posible que tengamos un país donde suceden esas cosas. Ni institucionalmente ni a nivel de cultura civil hay una reacción equilibrada. Ni siquiera en el ámbito de la justicia: investigaciones incompletas, inconclusas, contradictorias; familias victimadas a las que se manipuló y mintió, incluso desde antes, desde que sus hijos van a enfrentarse con policías que van con armas de fuego y ellos llevan piedras palos y gritos. Por eso los episodios en el límite tienen que darnos una visión integral para cambiar las cosas. Más allá de la reacción afectiva, la indignación, tenemos que entrar en la zona de reflexión.
No se puede aceptar en nombre de ninguna causa a enviar a estudiantes en operaciones de alto riesgo. La policía es culpable de represión desmedida, sí, pero esa represión se dio en actos ilícitos, de enfrentamiento. Necesitamos pensar las cosas de otro modo. La lógica violenta ha conducido a lo peor a México: abundan las armas ilícitas —20 millones de armas en el mercado negro—, hay 50 municipios totalmente polarizados. No podemos esperar resolver asuntos políticos con más violencia, cuando lo que necesitamos es recuperar la fuerza colectiva y entrar en otra dinámica. No puede ser que el único medio de reclamar contra la desigualdad y la pobreza sea un enfrentamiento donde puedes perder la vida. No estoy de acuerdo.
Esta parte de tu libro, sobre la responsabilidad de los dirigentes de los estudiantes, puede ser muy polémica.
Sí, porque desgraciadamente los movimientos sociales, como tienen de su lado el carisma colectivo, despiertan el ánimo de las personas. La respuesta es afectiva o emotiva. Estás a favor o en contra, lo que ya polariza las cosas. No es un partido de futbol, pero la reacción es similar. Yo me opongo a eso. Me opongo a ver esto como una discusión entre optimismo y pesimismo. Como dijo el filósofo Giorgio Agamben, ni el optimismo ni el pesimismo sirven para pensar. Por ello insisto, en que más allá de la respuesta solidaria —qué es muy legítima y muy válida— comencemos a reflexionar. Más allá de un like o un dislike busquemos las causas, porque de otro modo se polariza, se resuelve en el plano anímico y después se olvida.
Resaltas en tu libro que los sucesos ocurridos el 26 de septiembre en Iguala implican un entrenamiento muy específico para que se llevaran a cabo con la eficacia que desafortunadamente tuvieron, muy similar al que la CIA había utilizado en operaciones de contrainsurgencia.
Se reproduce la forma de la Operación Phoenix, que aplicó la CIA en Vietnam, en Salvador, en Colombia y ahora en México. Son operaciones de limpieza social y contrainsurgencia. El ejercito mexicano ha formado a muchos operadores que se incorporan de alguna forma a estas pugnas locales o regionales. Por ejemplo, la policía municipal de Iguala desarrolló un grupo paramilitar. Muchos de ellos eran expolicías y probablemente exmilitares, con formación suficiente para hacer este tipo de operativos. Según la investigación oficial, hay una oposición de estudiantes y policías, llegan criminales, que escoltan a los detenidos a Cocula para incinerarlos. Lo que falta por invesitgar, es como se dio este intercambio entre policías y criminales. Yo propongo en mi hipótesis que es un grupo paramilitar, que hizo una operación de limpieza social. Aporto los documentos para sostener esa hipótesis y esperaría que las autoridades lo investigaran.
Señalas que existen evidencias de que intervinieron fuerzas del orden público municipal, estatal y federal, así como del ejército; quizá con adiestramiento y armamento internacional.
Recordemos que lo primero que dijo la autoridad es que era un problema municipal y de la autonomía del estado de Guerrero. Pero esos círculos concéntricos de la globalización, desde lo municipal hasta los intereses globales —minería, narcotráfico, armament—: todo eso está ahí y yo quiero llamar la atención de los lectores de que están pasando cosas que no registramos debidamente porque las autoridades las ocultan y los medios influyentes también.
Puede parecer que me distancio del evento, pero la intención no era hacer una crónica o reportaje convencional, sino comenzar desde el evento y luego ir aumentando la explicación. Centrarnos exclusivamente en el episodio ha evitado entender la amplitud y magnitud del problema. Por un lado está la reacción afectiva, la indignación —muy válida, insisto—. Por otro lado, la narrativa gubernamental que insiste en que es un problema restringido al municipio y a un partido político. A casi un año, vemos que la versión oficial y su punto de vista no es real.
Hay una lucha por el lenguaje en el centro de estas pugnas, como en el uso de la frase “verdad histórica” para tratar de controlar el discurso público.
Esa una de las claves que necesitamos mejorar en este país, el uso del lenguaje; el modo, incluso, en le que estamos siendo moldeados para entender acontecimientos de nuestra propia vida cotidiana: esto es manipulación, esto es mentira y nos hacen creer que no tenemos la razón. Ahí es donde el lenguaje público tiene que aprender del lenguaje de la literatura y en particular de la poesía. Implica extraer o producir algo en términos de la búsqueda de la verdad. Nuestras sociedades pasaron de discursos religiosos o cívicos a perder confianza en ellos. Frente a esta sospecha integral de lo político o lo público tenemos que encontrar formas de darles coherencia y sentido. Por eso la poesía es determinante, la cultura en general.
Si hay una manipulación de la información y una manipulación afectiva, en tu labor cómo periodista cómo te enfrentas a estas distorsiones.
Es uno de los grandes desafíos como investigador. ¿Cómo rompes el cerco de las narrativas imperantes? Cuestionándolas a fondo, de manera transveral. Tanto a los líderes estudiantiles y la ideología revolucionaria como a la versión oficial de los hechos.
La versión oficial no se sostiene: es un caso armado en declaraciones con apoyos periciales, sí, pero declaraciones que señala la CIDH se obtuvieron muy probablemente a partir de tortura. Las pruebas periciales no respetaron el protocolo de la cadena de custodia. Es decir, no hubo rigor científico ni técnico. ¿Cómo puedes mostrar una versión así? Hay demasiadas contradicciones en ambas partes.
Entonces me digo, hay que rebasar la lógica maniqueista, de buenos y malos, y hacer un análisis sereno y racional de lo sucedido. Eso intenté en mi libro. Yo quería romper ese cerco de malestar y espero haberlo logrado.
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