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Mientras teclea distraídamente en su computadora, le da un trago a su café. Este estudiante de cine de 20 años se encuentra en una cafetería de un barrio acomodado de la Ciudad de México. Al preguntarle su opinión sobre el servicio de transporte público de la capital, se quedó sin palabras.
“La verdad no uso el transporte público”, respondió. “No sé moverme por ahí”, agrega el chico de apellido Moreno.
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El sistema de transporte público de la Ciudad de México cuenta con una red de metro, varias líneas de metrobús y cientos de peseros que recorren el área metropolitana. A pesar de que alrededor del 75 por ciento de los viajes dentro de la urbe se hacen en el transporte público, un sector importante de la clase media y alta se niega siquiera a considerarlo como una opción de movilidad.
Esta reticencia impacta directamente en la calidad del aire de la ciudad, que por años ha sufrido de altos niveles de contaminación. La situación alcanzó un estado alarmante hace un tres de semanas, cuando la metrópolis enfrentó tres días de emergencia ambiental por las concentraciones más altas de ozono en 14 años.
‘Me da miedo, y no sólo por cuestiones de robo, también por la gente que lo usa’.
Para la socióloga y politóloga Ivonne Acuña Murillo, la preocupación por el estatus social yace detrás de la resistencia de muchos ciudadanos para dejar el auto en casa, a pesar de un tráfico cada vez más insoportable y el deterioro del medio ambiente.
“Para la gente es muy diferente que la vean llegando en su propio carro a decir que llegaron en el metro o en el pesero”, dijo. Acuña también hizo énfasis en un “profundo egoísmo” de las clases medias y altas, que se traduce en una actitud de “a mi no me importa” en relación con los cuestiones ambientales y sociales.
En las zonas más acaudaladas de la capital mexicana es casi imposible encontrar personas que se suban por ejemplo a un autobús — aduciendo usualmente a la gran incomodidad y peligro que eso conlleva — aunque tienen poca o nula experiencia con la cual justificar su aversión.
La estudiante universitaria Daniela Lobato admite sin reparos que ha usado el transporte público sólo un par de veces a lo largo de su vida, sin embargo, parece tener una idea clara de cómo funciona el sistema.
‘Para la gente es muy diferente que la vean llegando en su propio carro a decir que llegaron en el metro o en el pesero’.
“Me da miedo, y no sólo por cuestiones de robo, también por la gente que lo usa”, dice a VICE News. “Y también me parece que es sucio, que no tiene una buena organización y que no es un servicio en el que puedes confiar”.
El rechazo de algunos capitalinos hacia el transporte público se ve enfatizado cuando lo comparan con sus contrapartes en otras partes del mundo.
“En lugares como París o Londres ves a gente con bolsas de mano de diseñador en el metro, sin que les de miedo que los vayan a asaltar”, dijo Lucía Márquez, una estudiante de moda de 23 años, mientras balanceaba una enorme bolsa Louis Vuitton frente a su delgado cuerpo. “Eso jamás podría pasar aquí en México”.
Pero las cifras oficiales parecen desmentir los prejuicios.
Durante este año, los crímenes en el metro de Nueva York han aumentado; de cada seis millones de pasajeros, siete son víctimas de la delincuencia. De manera similar, el metro de Londres registró siete crímenes por cada millón de pasajeros durante 2015.
Mientras tanto, el metro de la Ciudad de México, usado por alrededor de 5.3 millones de personas al día, reportó dos robos durante el mes de diciembre del año pasado. En el mismo mes, los asaltos a automóviles alcanzaron la cifra de 32 por día. Ambos datos carecen de conteos actualizados, pero los números sugieren que los pasajeros en la Ciudad de México están más expuestos a ser asaltados en sus autos que en el metro.
Sin embargo, cuando Armando Fernández dice que “de ninguna manera” usaría el metro, parece sugerir que las cifras de inseguridad en el transporte público no aplicarían a gente como él.
“Creo que la gente puede saber si tú nunca usas el metro o el camión y puedes atraer atención no deseada”, dijo el diseñador digital de 28 años, mientras se preparaba para entrar a una tienda de artículos electrónicos. “Pueden notar que eres un objetivo fácil”.
El acoso sexual es otra preocupación popular entre los que no usan el transporte público, pero para muchas de las mujeres que sí lo usan, es un riesgo real. Este tipo de ofensas son tan comunes que el metro y el metrobus tienen vagones exclusivos para mujeres y niños.
‘Creo que la gente puede saber si tú nunca usas el metro o el camión y puedes atraer atención no deseada’
Pero al igual que aquellos que no usan el transporte público por miedo a ser asaltados, hay quienes creen que serían especialmente vulnerables al acoso. Con 20 años, 1.76 m de estatura, cabello rubio y ojos verdes, Lobato, la estudiante, dice que para moverse en la ciudad sólo usa Uber, pues siente que su apariencia la volvería un imán de atención no deseada si viajara con las masas.
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Este tipo de rechazo hacia otras formas de movilidad han contribuido al aumento en el número de coches en las calles, uno de los factores que impiden solucionar el mal estado del aire en la ciudad.
El número de automóviles en el área metropolitana del Valle de México se duplicó entre 2005 y 2013, pasando de 3.5 millones a 6.8 millones de coches y, a juzgar por los embotellamientos viales, el número de vehículos continúa aumentando.
De acuerdo a un estudio anual que toma en cuenta datos de 295 ciudades alrededor del mundo, la capital mexicana reemplazó a Estambul como la urbe con más tráfico en 2015. De acuerdo con el reporte, realizado por la compañía TomTom, viajar al trabajo en la ciudad de México es 59 por ciento más tardado de lo que debería por culpa del tráfico, provocando que las personas desperdicien aproximadamente 219 horas al año. Los Ángeles es la ciudad más congestionada de Estados Unidos, de acuerdo al reporte, pero moverse ahí toma 41 por ciento más tiempo de lo normal.
Para Acuña, la socióloga, la culpa no es sólo de las personas relativamente pudientes y de los que tienen aspiraciones sociales e insisten en enfrentar las horas en el tráfico en la relativa tranquilidad de sus autos de lujo. El sistema de transporte público tiene severas limitaciones, pues funciona por encima de su capacidad y es irregular en muchas partes de la ciudad.
‘Tenemos que reeducar a las personas para que vean que hay más opciones de movilidad’.
“Tenemos que reeducar a las personas para que vean que hay más opciones de movilidad”, dice Acuña. “Pero las autoridades también se tienen que asegurar de que esas alternativas sean las adecuadas y de que funcionen de manera eficiente”.
Aunado a esto, los proyectos de infraestructura en la ciudad han favorecido a los usuarios de autos particulares, como es el caso de los segundos pisos para que transiten los vehículos por las grandes vías.
La nueva línea del metro, que requirió de una inversión millonaria y se ha visto inmersa en escándalos de corrupción, tuvo un tramo cerrado durante más de un año por cuestiones de seguridad. Dichas preocupaciones se originaron porque los carros no encajaban en los rieles de manera apropiada.
Mientras tanto, los nuevos desarrollos urbanos a las afueras de la ciudad están ubicados en áreas a las que es casi imposible llegar en metro o camión. Y a pesar de que se menciona al transporte público como la solución al problema de contaminación, es común ver autobuses en malas condiciones dejando estelas de humo negro tras de sí mientras recorren calles congestionadas.
“Lo que está diciendo el gobierno es una pendejada. O sea, ve los camiones, están en pésimas condiciones y seguramente contaminan más que los coches”, dice Diego Velásquez, un abogado de 31 años, mientras sale de un restaurante japonés en un lujoso centro comercial. “¿Por qué tengo que dejar de usar mi coche si las alternativas son tan malas?”
‘Lo que está diciendo el gobierno es una pendejada. O sea, ve los camiones, están en pésimas condiciones y seguramente contaminan más que los coches’.
Velásquez también se unió a aquellos que critican a un grupo de políticos de la Ciudad de México que usaron el metro durante la emergencia ambiental, tomando múltiples selfies para dejar testimonio de su aventura.
Pero como él mismo no usa el metro, Velásquez vio a esa demostración de hipocresía política como una oportunidad de restarle importancia a los problemas que enfrenta la ciudad.
“Son una bola de payasos que creen que por usar el metro un día ya hicieron gran cosa”, dijo el abogado. “El día que se bajen de sus coches de lujo y se empiecen a preocupar por la ciudad será el día que empezaré a usar el transporte público”.
Jo Tuckman contribuyó a este reporte.
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