Cuando la casamentera le dijo a Jasmín que le había encontrado un turco para casarse, Jasmin no podía creer la suerte que tenía. Apenas había pasado un año desde que huyó de la guerra en Siria y se refugió en la ciudad fronteriza de Gaziantep, en Turquía. Tenía 27 años, casi una solterona para los estándares sirios y le dijeron que su pretendiente turco tenía 38 años de edad, era rico y estaba soltero.
“No podía creerlo”, me dijo Jasmín. (Me pidió que solo usara su nombre de pila para proteger la privacidad de su familia.) Cuando Jasmín se enteró que estaba casado, el hombre le juró que se había divorciado pero que por problemas familiares tuvo que regresar con su primera esposa. En realidad no estaba divorciado pero al papá de Jasmin le cayó bien y se casaron por la iglesia, una ceremonia que no tiene valor legal.
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Jasmin es una de los 2.5 millones de sirios que huyeron a Turquía, mucho de los cuales se establecieron en Gaziantep. Alrededor de una cuarta de las mujeres refugiadas son analfabetas, según un estudio reciente realizado por la fundación en defensa de los derechos de las mujeres turcas llamada Kamer. Para muchas, el matrimonio es una forma de mejorar su situación, aunque a veces su marido ya tiene otras esposas.
“La razón principal es la pobreza”, dijo Aynur Yildiran, la directora de Kamer en Gaziantep. “Están en un limbo en un país que no es el suyo. Buscan un poco de estabilidad. Las madrees creen que es una forma de salvar la vida de sus hijas y que así van a obtener la ciudadanía turca. Aun cuando saben que van a ser la segunda esposa, algunas lo justifican con excusas como: “Su primera esposa no le puede dar hijos” o “Es un buen hombre”.
Tampoco está claro qué implican estos matrimonios. Yildiran subrayó que en Siria es legal tener hasta cuatro esposas, todas con los mismos derechos legales. En Turquía, aunque los matrimonios polígamos no son raros, solo la primera esposa tiene reconocimiento legal. Como segunda esposa, una mujer siria no puede solicitar la ciudadanía turca; no puede solicitar indemnización en caso de separación ni pedir la custodia de los hijos nacidos en ese matrimonio.
“Las mujeres sirias están empezando a darse cuenta lo vulnerable que las deja esta situación”, dijo Yildiran.
Poco a poco, los sirios han ido obteniendo derechos legales en Turquía, el país que por un tiempo les otorgó el estatus de “invitado” en vez de reconocimiento formal de refugiados. (A principios de este año, a los refugiados sirios con “estatus de protección temporal” se les ofreció acceso a permisos laborales, entre otros recursos.) Según los activistas, las mujeres están empezando a buscar ayuda pero todavía no es suficiente para evitar que muchas de ellas se conviertan en segundas esposas.
Jasmin tuvo suerte. Su esposo nunca se divorció de su primera esposa pero estableció dos familias, dos casas, dos vidas. Me contó ya conoce a la otra esposa y que se caen bien pero que aun así le da miedo que la abandonen. Si su esposo la deja, se queda sin recursos legales.
Los refugiados sirios en Gaziantep por lo general son pobres —algunos perdieron su fortuna en la guerra y otros siempre han sido pobres— y carecen de contactos en su nuevo país. Para las mujeres, considerando las historias de acoso sexual o prostitución forzada, los segundos matrimonios son “una forma simple de tener una vida normal”, según Erkan Sahin, el copresidente local del Partido Democrático de los Pueblos Kurdos.
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Sin embargo, algunos creen que las mujeres sirias terminan siendo explotadas en estos matrimonios porque no cuentan con la misma protección que las esposas legales.
Ibrahim Caner, miembro de la junta directiva de Mazlumder, una organización en defensa de los derechos humanos de orden religioso, dijo que muchos de estos hombres ocultan a sus segundas de sus amigos y familiares “porque su propósito real es tener sexo con ellas, no reconocerlas como esposas”. Y después, “se aburren” y las dejan sin ninguna consecuencia.
Zeliha, una refugiada siria de 56 años de edad, me dijo que tenía una casa enorme en Siria antes de que ella y sus hijos se vieran forzados a buscar refugio en Turquía. Ahora viven en un departamento diminuto sin ventanas y odia depender de la ayuda de desconocidos ahora que es refugiada.
Además, tuvo que aceptar que su hija de 24 años se casara con un turco de 32 años de edad que ya tenía otra esposa y tres hijos. Zeliha dijo que el hombre prometió divorciarse de su primera esposa pero no le cree. Ahora la hija de Zeliha vive en la ciudad sureña de Maras con su esposo.
“[Él] y su familia están muy contentos con mi hija”, dijo Zeliha. “Él dice que nunca la va a dejar”. Pero Zeliha no confía en él y cree que es capaz de agredir a su hija.
Los activistas locales dicen que las mujeres sirias podrían evitar esta clase de situaciones si buscan trabajo, algo que les daría independencia económica. Muchas dicen que preferirían trabajar a casarse, según Majdoulin Elbe, coordinadora siria de Mercy Corps, una organización caritativa que llega hasta Gaziantep. “No pueden aspirar a un gran salario pero no les importa”, dijo Elbe. “De hecho, hay más oportunidades de trabajo para las mujeres que para los hombres. Las buscan para que cocinen o para que hagan la limpieza”.
Elbe dijo que su organización está tratando de romper “la barrera del idioma”, de enseñar a los sirios las leyes y las costumbres locales y de crear una red de apoyo con las mujeres turcas. Pese a sus esfuerzos, no hay suficiente trabajo para todos los refugiados. Por eso muchas sirias recurren a los matrimonios no oficiales.
“No confío en los hombres”, explicó. “Ni sirios ni turcos”.