Artículo publicado por VICE Colombia.
En medio de obras con la firma de Édgar Negret, Enrique Grau y Juan Carlos Rivero, un cuadro de 120×100 se erige con la firma de Juanita Díaz. La iluminación que acompaña al cuadro deja ver las pinceladas caóticas y el color amarillo, rosado, café y azul que parecen brotar con el desorden y la armonía de la naturaleza misma.
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La joven de 26 años que pintó el cuadro, graduada como artista visual de la Pontificia Universidad Javeriana, de Bogotá, en 2015, organizó la subasta que está a punto de comenzar en un exclusivo club de Bogotá y en la que también está participando con su obra. Son las 6:30 p.m. y en la entrada hay varios senadores reunidos en grupo. También el columnista Poncho Rentería, que se toma fotos con la gente; el actor Diego Trujillo, que saluda mientras sonríe; el músico Galy Galeano, que atiende eufóricamente a Juanita y se toma una foto con ella.
Todos reclaman su paleta y empiezan a recorrer las obras exhibidas en forma de círculo. Los asistentes saben de antemano que la plata que se recoja en el evento va a apoyar el diseño de un taller de empoderamiento de varias sesiones que pretende, principalmente, trabajar con las sobrevivientes de violencia sexual en el marco del conflicto armado a través de un modelo de acompañamiento diseñado por Juanita, quien después de vivir un episodio de abuso sexual en la universidad se dedicó a combatir esta problemática a través de varias acciones sociales.
No es gratuito que su obra sea lo primero que vean los invitados al entrar a la subasta. Esa noche, su cuadro no solo está disponible para ser subastado, sino que se erige como un símbolo visual de su proceso personal; un símbolo que a la vez representa el proceso de decenas de mujeres que ella ha acompañado y que se han sobrepuesto a sus propios episodios de violencia sexual.
“Catarsis es una liberación necesaria para soltar el dolor, un intento de desahogo a través de otras expresiones diferentes a la verbal”, dice el catálogo que promociona los cuadros exhibidos en la subasta sobre la obra de Juanita. “Cuando la voz interna del dolor no se calla, brota un grito imparable plasmado en pinceladas, trazos de carboncillo y sonidos en el piano para expresarse en medio de un silencio ensordecedor”.
Tal como VICE lo documentó hace casi dos años en este reportaje, en 2011 un compañero de clases encerró a Juanita contra su voluntad en un cuarto de fotografía de la Javeriana, la intentó desvestir y acceder a ella físicamente. Luego de que ella denunciara en la universidad y en la Fiscalía, y de que su caso se replicara en medios junto con el del resto de estudiantes que fueron víctimas del mismo agresor, la lucha de Juanita se ha enfocado en sanarse a sí misma, un proceso que se ha ralentizado por tener que sobreponerse a muchos obstáculos: la lentitud con la que, según ella, operan las autoridades de este país con casos de acoso sexual, o la desprotección que sintió por parte de su universidad debido a no contar con algún protocolo para estos casos en su reglamento, como sigue siendo el caso de tantas instituciones en el país.
“No puedo seguir luchando contra la corriente, ni esperar que el país haga cumplir la ley y la justicia, porque me puedo quedar toda la vida y no hice nada”.
Luego de denunciar, casi un año después de lo sucedido, y de buscar ayuda para superar este episodio de acoso, Juanita decidió hacer para su tesis de grado, en 2014, un acto de denuncia pública para visibilizar la violencia sexual en las universidades. “I de Insistencia: Despegamos de la Violencia Sexual” fue el nombre que recibió su proyecto, el cual consistió en una serie de acciones performáticas colectivas, como cantos, declamaciones y reflexiones conjuntas que involucraron a la audiencia, invitándola a reflexionar y a dejar la indiferencia con esta problemática.
“Ya llevo cinco años en un caso penal. No puedo cambiar nada de eso”, sentencia Juanita, cuyo caso, cuenta ella, sigue sin llegar a algún fallo. “No puedo seguir luchando contra la corriente, ni esperar que el país haga cumplir la ley y la justicia, porque me puedo quedar toda la vida y no hice nada”.
En vez de insistir por las vías legales, la artista decidió hacer algo distinto.
Sin querer archivar su proyecto de grado en algún estante de la biblioteca, como suele pasar con la mayoría de trabajos universitarios, Juanita sacó a I de Insistencia a la calle, fuera de las aulas. La canción que compuso para su tesis empezó a sonar en su propia voz por fuera de la Javeriana, llegando a zonas como Ciudad Bolívar, donde también se presentó esta acción colectiva. Profesores, estudiantes y sobre todo personas identificadas con el caso de Juanita, hicieron parte durante unos minutos de esta actividad, uniéndose a su lema: “¡Interrumpimos el silencio y el miedo paralizante: únete a nuestro grito empoderante!”.
Ni la casilla de víctima, ni la de sobreviviente, le quedan bien, dice ella. “Creo que, ante todo, soy un ser humano lleno de energía”, asegura.
En poco tiempo, I de Insistencia pasó de ser una tesis de grado y un acto simbólico ejecutado por una persona, para finalmente constituirse como una empresa colombiana que trabaja contra la violencia sexual y de género. Tras asesorarse con dos abogados, esta estudiante decidió empezar a vender paquetes de acompañamientos integrales a sobrevivientes de violencia sexual.
A través de charlas, protocolos y talleres que se complementan entre sí, el proyecto intenta combatir desde abajo —con las víctimas, y de manera horizontal con una red de aproximadamente 50 sobrevivientes de este tipo de violencia — la burocracia, la indiferencia institucional y la revictimización: tres de los mayores obstáculos que las sobrevivientes de violencia sexual encuentran a la hora de clamar justicia en este país, obstáculos que también afectan el objetivo principal de muchas personas luego de vivir episodios de este tipo: el de sanar.
“No se trata de pasar de un rol a otro, de víctima a empoderada”, aclara Juanita. “Se trata de que soy un ser humano que fue capaz de florecer luego de una prueba de vida, y de sacar lo mejor de mí para dar lo mejor a los demás”. Ni la casilla de víctima, ni la de sobreviviente, le quedan bien, dice ella. “Creo que, ante todo, soy un ser humano lleno de energía”, asegura.
¿Qué caminos deben andarse para empoderar a alguien que sufrió el trauma de la violencia sexual en un espacio que, se supone, debe ser seguro, como una universidad? ¿Es un trabajo constante y diario ese de empoderarse, o sucede desde un punto específico y de ahí en adelante, sin necesidad de volver a mirar atrás? Y sobre todo: ¿cómo se pasa de ser víctima a empoderarse de la situación vivida y de paso inspirar a otras personas a hacer lo mismo?
“Me di cuenta de que esto le sucedía a mucha gente a mi alrededor y de que esta es una causa más grande de la que yo creía”, cuenta Juanita. “Lo que me hizo despegar del dolor fue encontrar un propósito y una misión para el resto de mis días”.
Reglamentar la violencia sexual en las universidades de Colombia
En su momento, el eco de la voz de Juanita y el de otras estudiantes se unió al arduo trabajo de años que ya tenían adelantado varios colectivos de género, como el Grupo de Apoyo y Estudio de la Diversidad de la Sexualidad GAEDS, de la Universidad Nacional, Udesigual, de la Universidad Distrital, Colectivo Entre-tránsitos, de las Universidades Pedagógica y Nacional y Rosario sin Bragas, de la Universidad del Rosario, entre otras, así como la labor de varias instituciones relacionadas con la educación superior, funcionarios y funcionarias, ministerios, secretarías, fundaciones y organismos internacionales.
Una de estas labores previas fue la del diseño de unos lineamientos de género para la educación superior, un documento que adelantó el Ministerio de Educación con ayuda del Observatorio de Asuntos de Género de la Universidad Nacional, una instancia creada en 2013 que ya había trabajado previamente en dos proyectos internacionales como FEGES (Fortalecimiento de Equidad de Género en la Educación Superior), y MIESAL (Medidas de Inclusión en la Educación Superior en América Latina) y además contaba con una política de equidad de género. Gracias a estas experiencias, el Observatorio ganó una convocatoria creada por el Ministerio, para la elaboración de este documento de manera académica.
Cindy Jeanet Caro, integrante del Observatorio y Maestra en Estudios de Género y Óscar Quintero, profesor asistente del Departamento de Sociología y secretario técnico del Observatorio, afirman que, bajo el liderazgo de Luz Gabriela Arango, la idea de estos lineamientos colectivos era tener “distintas versiones sobre las problemáticas” de género. Fue a partir de estos encuentros que se construyó un marco conceptual desde una perspectiva de justicia “social e interseccional”. A pesar de que el documento con los lineamientos quedó listo desde 2015, cómo lo explican Caro y Quintero, no fue sino hasta este año que se publicó, el 6 de agosto, último día del gobierno de Juan Manuel Santos.
“Si bien la autonomía es un valor fundamental, no puede ser en ningún momento una excusa para violar, vulnerar o esconder derechos, asegura ella. Esa es la pugna ahora”.
Según Caro, luego de la convocatoria en 2014, el año siguiente Observatorio le entregó los lineamientos al Ministerio. Los encargados en el Ministerio se demoraron tres años en publicar el documento. “Para esa época fue el asunto del plebiscito”, asegura Caro. “Salieron las cartillas para primaria básica y media sobre orientaciones sexuales diversas y respeto a la diversidad de género y demás”. La docente también afirma que estas cartillas llegaron con algunos rumores, sobre todo en ciertos sectores políticos, sobre cómo estas cartillas iban a “homosexualizar” a la gente. “El contexto político estaba muy adverso para hablar del tema de género. Por eso creemos que no salieron los lineamientos en ese momento”, cuenta Caro.
A pesar de la demora en su publicación, que estos lineamientos salieran al aire fue sin duda un logro y un avance para toda la comunidad académica y la comunidad universitaria nacional. Pues tal como cuenta Quintero, “las instituciones siempre van a verse enfrentadas a los mismos problemas y no van a saben qué hacer. Y justamente ese es el concepto del lineamiento”.
Este documento, además, cuenta con un enfoque de género que no solamente tiene en cuenta a las mujeres, sino también a la población LGBTIQ y poblaciones oprimidas desde un enfoque interseccional, así como la fomentación de una cultura institucional que le haga frente al acoso y la violencia sexual dentro de las universidades colombianas.
Sin embargo, para Caro la autonomía universitaria representa un obstáculo que imposibilita la aplicación de estos protocolos, pues, a pesar de que el Ministerio exija a las universidades abordar estos temas y aplicar los lineamientos, cada institución es autónoma de definir sus propios protocolos. Es por esto que muchas universidades, según ella, usan esta autonomía concedida por el Estado para no aplicar los lineamientos, ni tratar de manera debida la violencia sexual en su institución. “Si bien la autonomía es un valor fundamental, no puede ser en ningún momento una excusa para violar, vulnerar o esconder derechos”, asegura ella. “Esa es la pugna ahora”.
VICE determinó que hasta ahora, entre otras, universidades como Los Andes, la Javeriana y la Nacional ya cuentan con sus propios protocolos. La Universidad del Bosque y la Autónoma aún siguen trabajando por mejorar los suyos. Sin embargo, en todas las universidades mencionadas anteriormente aún se siguen presentando este tipo de violencias.
Insistencia
Son las tres de la tarde de un martes, y Juanita está sentada en el piso, frente a frente con Mariana*, quien la contactó hace un mes luego de verla en sus acciones performáticas en la universidad y decidirse a contarle que ella también había sufrido de violencia sexual. Frente a ambas hay una cartelera blanca y varios recortes de revistas con imágenes de mujeres felices, familias en la playa y escenarios paradisíacos y palabras como “amor”, “felicidad”. La idea del ejercicio es, como dice Juanita “coger el toro por los cuernos y proyectarse en un futuro a corto y mediano plazo”.
Al terminar la cartelera, Mariana se para con la espalda derecha, el pecho abierto y los ojos mirando a su alrededor, como si estuviera rodeada por un montón de gente en la sala. Toma una fuerte inhalación, como recogiendo aliento para pronunciar el discurso más importante de su vida: “Bienvenidos todos”, comienza con una solemnidad imaginaria y real a la vez. “Gracias por estar acá. Este proyecto social, que antes era un sueño, ahora es una realidad”.
Lo que está haciendo Mariana es visualizarse, a partir de una pregunta que le había hecho Juanita antes de hacer el ejercicio: ¿cómo te proyectas y dónde te ves en cinco años? El lenguaje corporal y el verbal, ambos en tiempo presente, tienen que responder a esta pregunta, cuya respuesta muchas veces se nubla a raíz del trauma que genera la violencia sexual.
Según la psicóloga y experta en temas de sexualidad, Marianne Leyton, quien ha dedicado su vida profesional a aplicar su conocimiento a las relaciones interpersonales y a facilitar procesos de cambio individual y grupal, “la violencia sexual es una de las experiencias más traumáticas que puede experimentar una persona, ya que atenta contra la libertad, la dignidad y la integridad física y psicológica del ser humano que produce repercusiones a nivel emocional, mental y físico. La persona suele experimentar shock, ansiedad, angustia, sentimientos de culpabilidad, confusión y pánico”.
“Nunca doy consejos. Solamente apoyo desde mi experiencia y respondo a las preguntas que me hacen”.
Esta es la tercera sesión de Mariana. En citas anteriores ambas se dedicaron a recuperar su niña interior, verbalizar los hechos que sufrió Mariana con todos sus detalles, hacer catarsis, soltar la culpa y hasta hablar de su caso con personas cercanas. Ella es una de esas 50 personas que han participado en #SanarCreando, un acompañamiento que diseñó la propia Juanita de manera empírica, uniendo muchos métodos que le funcionaron en su momento cuando empezó a trabajar en su proceso personal después de la agresión. Cada una de las cuatro sesiones que tiene el proceso, el cual asegura Juanita, dura de tres a cuatro horas, y es un espacio exclusivo para la persona y ella.
Cuando estaba desarrollando su trabajo de grado, una profesora de arte llamó a Juanita y la puso en contacto con otra joven externa a la Javeriana que había pasado por una agresión sexual parecida a la de ella. La profesora intuía que sabría ayudarla. Sentadas en el comedor, esta joven le confesó a la artista que la única persona a quien le había contado era a la profesora. Le salieron varias lágrimas, su voz estaba entrecortada y temblaba antes de abrir la boca y dejar salir las palabras, pero finalmente empezó a narrar los hechos. Juanita solo escuchaba atentamente. Y cuando la joven acabó la historia se quedó mirándola, esperando a que le dijera algo.
“Le dije que, ante todo, ella era un ser humano capaz de superar el episodio, que nada de lo que había ocurrido era su culpa y que era muy valiente al hablarlo con transparencia”, recuerda. Luego de hablar de temas judiciales, Juanita le ofreció su apoyo incondicional. Después de varios años, la joven se abrió con su familia y amigos sobre la agresión sexual que sufrió, e incluso hizo una muestra artística sobre su historia.
“Si ella cruza la línea de acompañamiento y empieza a hacer procesos interventivos que busquen que la persona saque su dolor, con eso sí no estoy de acuerdo: esas situaciones son de mucho riesgo para la vida de una persona”.
La artista explica que sus acompañamientos son una guía para los demás, una guía que se vale de la intuición, la escucha y la apertura: “Nunca doy consejos. Solamente apoyo desde mi experiencia y respondo a las preguntas que me hacen”” Para ella, las artes visuales son la base para sus acompañamientos, los cuales ha complementado con métodos que se encontró en el camino que a ella misma le ha tocado recorrer: meditación, coach ontológico, yoga y prácticas artísticas, entre otros. Juanita asegura que con esta mezcla de métodos ha visto excelentes resultados. “Creo que eso habla por sí mismo”, afirma.
Sin embargo, la línea entre un acompañamiento e intervenir en la vida de las personas al mejor estilo de una terapia psicológica es muy delgada. Así lo afirma Paulina Ferro, una psicóloga de la Universidad de los Andes y quien cursa actualmente la Maestría en Psicología Clínica de la Universidad del Norte con enfoque en logoterapia, una modalidad que propone que el sentido de vida es una motivación primaria del ser humano para superar obstáculos: “Cada persona que hace acompañamientos debe ser muy consciente que se trata solo de un acompañamiento. Muchas personas que han vivido cierto tipo de violencias, han hecho acompañamientos”.
A Ferro esto no le parece descabellado: es apenas lógico que desde su experiencia, su dolor y su resiliencia, estas personas busquen ayudar a otras. “Ahora bien, si ella cruza la línea de acompañamiento y empieza a hacer procesos interventivos que busquen que la persona saque su dolor, con eso sí no estoy de acuerdo: esas situaciones son de mucho riesgo para la vida de una persona”. Ferro afirma que con un mal manejo de estas situaciones, puede haber personas que se queden estancadas en el dolor y hasta decidan suicidarse.
“Una psicóloga una vez me dijo que me podía denunciar por no ser psicóloga y atender gente”, cuenta Juanita. “Yo le respondí que antes de recibir la sesión, yo hacía firmar un documento a las personas donde se indica que no soy ni médica, ni psiquiatra, ni psicóloga”.
Esta artista considera que es más que nada, una facilitadora: y deja muy claro que lo que hace no es una terapia psicológica. “Creo que siendo sobreviviente hay empatía al dar acompañamiento a otras sobrevivientes. Simplemente doy herramientas y facilito un proceso que las personas desarrollan, y lo hago porque quiero ayudar”, afirma. “Si tengo que certificarme o hacer una maestría como coach o facilitadora ontológica, lo hago”.
La sororidad autogestionada
La amistad entre Juanita y las chicas que ha acompañado ha sido fundamental para que, entre todas, salgan adelante. Esta se ha convertido en una forma de lograr propósitos colectivos, como lo fueron la subasta y diversos proyectos de I de Insistencia. Y es que luego de superar un episodio de violencia sexual, como por ejemplo ser víctimas de acoso sexual universitario, muchas aprenden muy pronto una gran lección: que la colectividad entre mujeres es una de las herramientas más poderosas que tenemos. Eso mismo aprendieron las chicas que conforman Polifonía, un colectivo de género que nació hace cerca de cinco años en la Javeriana, a raíz del episodio que vivió Juanita, y que sigue combatiendo el acoso sexual en su universidad.
Es jueves y como es costumbre, las chicas del colectivo llegan a su cita infaltable en un salón de clases del Barón, un antiguo edificio de la misma universidad. Son las seis de la tarde y primero llega Natalia Lozano, estudiante de Ciencia Política y Comunicación, Vanessa Rojas, quien no es de la universidad, pero ha asistido a las “escuelitas” sobre género que ofrece el grupo y Allison Gutiérrez, estudiante de Comunicación Social y la integrante más antigua de Polifonía.
Las tres empiezan su conversación como cualquier otra: hablan sobre sus entregas, o sobre lo pesado que está el semestre. Se ríen, y a medida que pasa el tiempo y comparten sus historias personales, encontrones con profesores, reflexiones en torno al feminismo y a la universidad, pareciera que todo ese estrés al que se referían frunciendo el ceño mientras hablaban del semestre se desvaneciera y no quedara nada más que esas conversaciones que tienen. Las tres afirman que para ellas estos encuentros significan parchar con gente que está en “el mismo cuento” que ellas.
Luego de superar un episodio de violencia sexual, como por ejemplo ser víctimas de acoso sexual universitario, muchas aprenden muy pronto una gran lección: que la colectividad entre mujeres es una de las herramientas más poderosas que tenemos.
“Tener una amiga feminista es otro cuento, es un apoyo diferente”, afirma Natalia. “No hay ningún juicio. Siempre va a haber ese espacio de duda: si apenas estás familiarizándote y no sabes, pues pregunta que si yo sé te cuento y si no sé, aprendemos las dos”. La estudiante admite que ha habido críticas en contra de Polifonía: “Hay gente que no conoce todo esto y cuestiona: ‘es un colectivo de mujeres blancas de una universidad privada que desde sus privilegios…’, y una no los niega, una es consciente. Pero creo que este espacio sí aporta a una revolución feminista que empieza cuando una persona cambia su forma de pensar y se replica en su círculo más cercano”.
Allison cuenta que, desde su nacimiento, el colectivo fue creciendo poco a poco. Un grupo de amigas —Nicole Chavarro, Laura Castrillón y María Teresa Gonzalez— en su momento, al ver el caso de Juanita y la ineficiencia de la universidad al respecto, denunciada por todas, decidió formar este colectivo descentralizado y no institucional, que tenía como objetivo hacerle frente a los diferentes tipos de violencia sexual universitaria.
Al día de hoy, Polifonía ha realizado varias acciones para denunciar y combatir de raíz el acoso sexual dentro de las aulas. Acciones como las ‘escuelitas’ con entrada libre sobre temas de género que van desde la menstruación hasta el poliamor, un foro con las mujeres farianas en el contexto del plebiscito que rebosó un auditorio entero de la universidad y que pretendió ser un espacio en el que ellas hablaran de su experiencia y su rol como mujeres dentro de la guerrilla para romper estereotipos y resolver dudas generales, y varios encuentros con otras universidades y la Coordinadora Feminista de Bogotá son solo algunos ejemplos del trabajo que ha hecho este colectivo durante los últimos años.
“A final del semestre [pasado], con el apoyo de Oriéntame, quisimos hacer una escuela sobre aborto”, cuenta Natalia. Una iniciativa que, según el colectivo, fue censurada por la Pontificia Universidad Javeriana, alegando esta que no tenía posiciones tan radicales. “Queríamos hablar de los derechos sexuales y reproductivos”, explica Natalia, quien asegura que Polifonía es un colectivo muy respetuoso de las posiciones que tiene cada mujer frente al tema. “Pero nos censuraron. Y este semestre llegamos a la conclusión de que no podemos permitir que la universidad nos calle”. En su momento el vicerrector del medio universitario, el padre Luis Alfonso Castellanos Ramírez, se pronunció al respecto, alegando que “estos temas deben abordarse de una manera más académica. Como universidad nos llegan propuestas de todo tipo de grupos, pero nosotros no podemos tomar partido”. Según el vicerrector, en ese momento la universidad no quería “generar polarizaciones inadecuadas y dar la voz exclusiva a un grupo puede conducir a esto”.
Polifonía cuenta que el protocolo con el que contaba la universidad en casos de violencia sexual, cuando ocurrió la agresión de Juanita, constaba de cinco pasos, que ellas califican de “ambiguos y generales”.
Según el colectivo, hasta hace un año la Vicerrectoría empezó a desarrollar un protocolo con la participación de Polifonía y Degénero, otro colectivo de la misma universidad, y lo publicaron a finales de agosto de 2017. “Cuando lo revisamos nos dimos cuenta de que no era un protocolo centrado en las violencias de género”, cuenta Natalia, “sino en las violencias y las discriminaciones en el espacio universitario. Además lo revisamos y nos dimos cuenta de que no había ningún crédito por la participación que tuvimos”.
A pesar de eso, ambos colectivos sintieron la elaboración y publicación de estos protocolos como una victoria. Laura Suspes, estudiante de Filosofía y Literatura de la universidad, e integrante del colectivo Degénero, afirma que el protocolo anterior era absurdo: “Por ejemplo, remitía a la víctima a su victimario y tenía dinámicas muy opresoras para la víctima”. Y a pesar de que se creó un protocolo nuevo, teniendo en cuenta los lineamientos del Ministerio y la visión de estos dos colectivos, la estudiante es consciente de que hay un largo trecho entre este documento y su ejecución en la vida universitaria. “Cuando un profesor acosa a una estudiante”, explica Laura, “muchas veces este tiene que renunciar, pero no pasa nada más. No hay una anotación en su hoja de vida ni nada. Ni siquiera lo despiden, sino que lo dejan renunciar y el caso queda impune”.-
Tanto Polifonía como Degénero temen que con los lineamientos del Ministerio ocurra una decepción similar a la que tuvieron con el protocolo de su propia universidad. A pesar de sentir que están muy completos, los colectivos demostraron su preocupación con la autonomía universitaria, al igual que Cindy Caro. Natalia, de Polifonía se pregunta: “¿Cómo es que el Ministerio va a hacer un seguimiento para que se tengan en cuenta estos lineamientos en la creación de protocolos y, sobretodo, en la implementación de los mismos en cada universidad por encima de su autonomía institucional?”.
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Laura también pertenece, junto al profesor Carlos Torres, al equipo detrás de Poder Violeta, un videojuego sobre acoso sexual en el que ambos trabajaron durante más de un año: Torres, como Director, y Suspes, aportando ideas y reflexiones. El juego pretendió desde el principio reflexionar sobre el acoso sexual en el transporte público, algo que muchas mujeres, incluidas estudiantes, experimentan cada mañana y cada noche en esta ciudad, al llegar y salir de sus planteles educativos.
Descargarse este juego en el celular es ponerse en los zapatos de Violeta, una joven bogotana que tiene que llegar al trabajo y debe montarse en un Transmilenio lleno de acosadores, una escena que se repite a diario en el transporte público colombiano. Según los datos que acompañan el juego, entre 2016 y 2017, la Fiscalía General de la Nación reportó que 88% de las víctimas de acoso sexual fueron mujeres y el 12% hombres.
Y tal vez el dato que soporta el hecho de que los acosadores lleguen por detrás, por delante, por los lados y en diagonal a acosar a Violeta, es que por lo menos —teniendo en cuenta la falta de denuncias— seis mujeres reportan casos de violencia sexual diariamente en el transporte público colombiano. Los piropos, las miradas y hasta el contacto físico sexual hacen parte de lo que Violeta debe evitar en el juego, un fiel reflejo de la cotidianidad de las mujeres.
Al final —si es que Violeta no pierde sus tres vidas— el juego hace un resumen de la violencia sexual que vivió. En mi caso, cuando lo jugué, Violeta logró sobrevivir, pero fue víctima de dos acosos visuales, cinco físicos y diez auditivos.
Según los datos que acompañan el juego, entre 2016 y 2017, la Fiscalía General de la Nación reportó que 88% de las víctimas de acoso sexual fueron mujeres y el 12% hombres.
Según Torres y Suspe, el juego fue creado bajo un modelo de diseño participativo. Un grupo de investigadores, programadores, artistas y colectivos feministas —como Degénero, entre otros— ayudaron a pensar cuál sería la mejor manera de representarlo. Y aunque Violeta claramente no representa a todas las mujeres del país por el hecho de ser blanca, tomar transporte público, tener un trabajo al cual ir y vivir en Bogotá, entre otras cosas, el proyecto, ganador de la convocatoria de Proyectos de Creación e Investigación Artística de la misma universidad, tuvo como objetivo acercar a la gente a esta problemática que nos afecta diariamente. Las instituciones se han centrado, según sus creadores, en rodear a la víctima y no en educar al victimario para que sepa por qué no están bien este tipo de comportamientos
Según cifras publicadas en varios medios, en Colombia y Latinoamérica el acoso sexual ocurre desde el transporte público, hasta el trabajo, los taxis o Ubers que pedimos y la universidad en la que estudiamos. Según un estudio de la Fundación Thomson Reuters, Bogotá es la capital del mundo más insegura para las mujeres.
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Existe un denominador común entre los colectivos estudiantiles que intentan combatir el acoso universitario: la mayoría nacieron a partir de un caso específico que les generó inconformidad con su universidad, al ver que esta no estaba respondiendo efectivamente a la violencia sexual universitaria. El colectivo PACA, que significa “Pares de Acompañamiento Contra el Acoso”, un grupo estudiantil autogestionado de la Universidad de los Andes, no fue la diferencia.
Así lo cuenta Juliana Rodríguez, una estudiante de arquitectura e integrante de este colectivo, “PACA nació en 2014 como una propuesta en contra del acoso universitario por la ineficiencia de la universidad al tratar estos temas”. Según ella, la calidad de “par” es tal vez lo que mejor resume el trabajo del mismo: a través del trabajo colectivo entre mujeres iguales entre ellas, y de brindar una mano a sus pares, este grupo pretende combatir todos los tipos de acoso que se pueden dar.
“Cuando una persona llega a nosotros, en calidad de pares le brindamos lo que podemos hacer según le parezca bien a la persona”, explica Rodríguez, añadiendo que el apoyo varía: pueden llevar a la víctima a una instancia universitaria o la escuchan como si fueran sus amigos cercanos. “Nos volvemos una red de apoyo. La idea es no revictimizar a nadie en ningún momento ni hacerlo sentir culpable, sino todo lo contrario, apoyarlo”.
Al principio, el trabajo de PACA se centró en acciones que tuvieron como objetivo ser reconocidas dentro de la universidad. Presentarse en diversos espacios frecuentados por el estudiantado y el cuerpo directivo fueron solo algunas de las acciones a través de las cuales lograron esta meta por la que hoy siguen luchando, pues la universidad crece a cada semestre que pasa. “·Hoy, por ejemplo, ya tenemos voz y voto en las situaciones que se presentan”, cuenta Juliana, diciendo que se siente satisfecha con la respuesta de Los Andes, que, según ella, cada vez escucha más a sus estudiantes y procura generar los cambios necesarios para que estén en un ambiente seguro.
“Nos volvemos una red de apoyo. La idea es no revictimizar a nadie en ningún momento ni hacerlo sentir culpable, sino todo lo contrario, apoyarlo”.
En cuanto al acoso sexual, Rodríguez afirma que es complicado, porque hay muchas situaciones que ya están normalizadas. Y no es hasta que pasan cosas muy graves que las personas deciden denunciar o tomar medidas.
Tal fue el caso de una estudiante que una vez escribió un mensaje a la página de Facebook de PACA, denunciando a un profesor de la Facultad de Administración. Según esta estudiante, el profesor la acosaba e instigaba sexualmente y ella ya estaba cansada. Por eso en PACA decidieron que una de las integrantes del colectivo escribiera un post en un grupo público y masivo de la universidad en Facebook, expresando que estaba cansada de que ese profesor (con nombre propio incluido) la acosara.
La respuesta por parte de las estudiantes de ese grupo las sobrepasó: “Fue absurdo, muchas amigas etiquetaron a sus amigas diciendo que ese mismo profesor las había acosado y las cifras fueron muchísimo mayores de lo que podríamos llegar a calcular”. Después de que una de las integrantes de PACA comprobara con cada persona que había escrito o que estaba etiquetada en el post, que efectivamente ese mismo profesor la había acosado sexualmente, resultaron siendo más o menos 14 casos.
Esta estudiante asegura que los casos de acoso en la Universidad de los Andes están lejos de terminarse. Por eso siente la necesidad de que PACA siga firme en su labor de acompañamiento. “Nuestro principal objetivo es llegarle a más estudiantes para que sientan que siempre hay un espacio donde pueden hablar estas cosas y juntos poder encontrar soluciones”.
Una de estas soluciones es desnormalizar la violencia, algo de lo que se ha encargado NO Es NoRmal, el colectivo más mediático de esta universidad. Con posts en Facebook construidos a partir de testimonios reales de estudiantes que han sufrido acoso sexual, este colectivo inventó hace un año una campaña llamada ‘NO Es NoRmal’, que tuvo como objetivo señalar y cuestionar la naturalización de la violencia en las aulas de clase.
Por ejemplo, uno de los posts compartidos de esta campaña el año pasado, dice: “El profesor me dijo que tenía que ir a su casa para que me entregara el parcial” y luego hay un pequeño texto que acota: “Que un profesor/a te invite a su casa a recoger algo, cuando cuentan con los espacios de la universidad para hacerlo”, y luego más abajo en letras mayúsculas y en negrilla el post concluye: “NO ES NORMAL”.
Tal como nos contaron María Alejandra Díaz y Beatriz Orozco, ambas estudiantes de esta universidad e integrantes del colectivo, este surgió hace cuatro años gracias a la Facultad de Derecho. En ese momento, varias personas recolectaron los testimonios de estudiantes que habían sido víctimas de acoso. Y al ver la gravedad del asunto, decidieron construirse como un movimiento autónomo. Lo primero que hicieron fue visibilizar los testimonios a través de sus redes sociales y también empezaron a realizar actividades relacionadas con temas de género dentro de la universidad.
“La herramienta original fue usar las redes, pero hemos ido expandiéndonos”, explica Orozco. “Tenemos una parte pedagógica; hacemos talleres, actividades y ciclos de lectura, foros, de pedagogía de género”. Incluso se han presentado a los estudiantes de primeros semestres en sus inducciones, esto con el objetivo de que los nuevos estudiantes sepan que hay situaciones que no son normales y, que si llegan a pasar, cuentan con un grupo al cual acudir, aparte de un protocolo y unas rutas establecidas en dichos casos.
Al igual que Juliana Rodríguez de PACA, las integrantes de NO Es NoRmal demuestran su entusiasmo al hablar de los avances institucionales de los Andes en temas de género y de la inclusión estudiantil que han obtenido en la toma de decisiones: “Hemos podido hacer fuerza a nivel administrativo por los protocolos obligatorios”, asegura María Alejandra Díaz. “Aunque todavía no sabemos, una representante de NO Es NoRmal o de PACA va a quedar como una integrante del Comité MAAD, una instancia institucional enfocada en el maltrato, acoso, amenaza y la discriminación universitaria”. Según la estudiante, la persona elegida debe cumplir ciertos requisitos; por eso, ambos colectivos están en el proceso de postular a alguien y entre ambos, votar por la mejor.
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Desde la Universidad Nacional, la Colectiva Blanca Villamil también combate el acoso sexual en su institución. Esta iniciativa nació hace cuatro años, en 2014, gracias a cinco compañeras de clase. La motivación de crearlo radicó en la necesidad de “posicionar cuestionamientos sobre las desigualdades de género presentes en la academia”, además de “incluir epistemologías feministas ausentes en los planes curriculares de las carreras”, explica María del Mar Acevedo, estudiante e integrante del grupo.
Por esto en 2016 la Colectiva, cansada de las dinámicas violentas de género que percibía en la universidad, sacó unos videos de denuncias públicas enmarcados dentro de una campaña llamada #EnLaNachoNoMásMachos. “A muchos les gustó y a otros, no tanto. Decían que la campaña tenía un tinte de odio por los hombres por el simple hecho de tener órganos sexuales masculinos”, cuenta Acevedo.
“Solo así es que hemos logrado que en la actualidad muchas universidades de Colombia se estén pensando protocolos de atención y prevención de violencias en género y sexuales”
Viendo este panorama inicial, la colectiva decidió seguir con sesiones de estudio públicas, que permitieran conceptualizar de una manera más adecuada ciertas categorías necesarias para entender las violencias de género. “Luego pusimos buzones de denuncia e hicimos unas encuestas, no tanto con la pretensión de buscar ‘datos’”, explica Acevedo, “sino la de visibilizar los tipos de violencias que en muchos casos —ni siquiera nosotras— identificábamos como tal”.
En la actualidad son siete chicas quienes conforman este colectivo que cree que “poner sobre la mesa el tema de acoso sexual universitario no hubiera sido posible sin el apoyo y la construcción de redes feministas”. Ellas, que no se cansan de pensar en diferentes maneras de desnaturalizar la violencia de género, creen que sólo a través de estas redes es posible tener más fuerza pública y mediática. “Solo así es que hemos logrado que en la actualidad muchas universidades de Colombia se estén pensando protocolos de atención y prevención de violencias en género y sexuales”, dice María del Mar.
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Así como hay colectivos que combaten desde la academia y la cotidianidad, hay quienes le hacen frente a la violencia sexual desde la percusión y el baile. En medio de tambores e instrumentos representativos de la resistencia de muchos pueblos, que ponen a mover los cuerpos de estudiantes, activistas y profesores al mismo ritmo, recordándonos al mismo tiempo toda la influencia africana de nuestra herencia, La Tremenda Revoltosa, una batucada feminista, siempre se vuelve el centro de atención de todas las manifestaciones a las que asiste.
Eventos que van desde marchas pro aborto hasta la movilización del pasado 10 de octubre por la universidad pública gratuita de calidad, “feminista y antirracista”, como la exigen ellas, este colectivo se toma las calles a través de “una apuesta distinta en sus formas y políticas”, explica Ochy Curiel, su fundadora. Curiel, activista, antirracista y lésbico feminista, da clases en la Universidad Nacional y en la Universidad Javeriana, y hace parte del Grupo Latinoamericano de Formación y Acción Feminista GLEFAS.
Esta propuesta, que lleva desde julio de 2012 como solución a la necesidad de crear una apuesta artística y política distinta en sus contenidos políticos y en sus formas, usa la música percutiva para resistir. “En el arte y la música, en particular, hay un potencial político impresionante. Los tambores en particular son perfectos para llamar la atención sobre situaciones de opresión, pero también de celebración, resistencia y propuesta”, asegura Curiel.
Esta activista, como muchas otras integrantes del colectivo, pensaban que las instituciones se estaban tragando a la mayoría de colectivos que luchaban combatiendo las violencias de género. “La mayoría eran muy dependientes del Estado y de la Cooperación Internacional”, explica. “Queríamos una apuesta autogestionada, donde la autonomía fuera un principio ético y político. Queríamos un feminismo que luchara contra el racismo, el heterosexismo, las políticas capitalistas neoliberales, el militarismo y todos los sistemas de opresión que afectan a muchos grupos en desventaja social y política, no solo a las mujeres”.
La Tremenda Revoltosa se ha articulado en ocasiones con el Observatorio de Acoso Sexual en la Universidad Nacional para manifestarse en contra del acoso sexual universitario. Sin embargo, para Curiel esta misma dinámica violenta, está naturalizada por las personas responsables de las universidades. “La violencia sexual se mantiene silenciada a menos que una estudiante denuncie con pruebas fehacientes”.
La docente alega que aún no existe una verdadera política para trabajar las lógicas de poder detrás del acoso, con excepción, según ella, de la Escuela de Estudios de Género y de algunas —muy pocas, dice— profesoras de otros departamentos que sí trabajan alrededor de la problemática. “La mayoría sabe que la institución universitaria no a resolver nada, a menos que haya presión por parte de colectivos estudiantiles o profesorales para que asuman acciones en torno las denuncias”.
“En el arte y la música, en particular, hay un potencial político impresionante. Los tambores en particular son perfectos para llamar la atención sobre situaciones de opresión, pero también de celebración, resistencia y propuesta”.
Según ella, el hecho de que las y los estudiantes y las profesoras se apropien de espacios de resistencia, como lo hace la Tremenda Revoltosa, es una de las soluciones más viables para darle frente al problema: “Las universidades son centros donde se reproducen todas las formas de violencia —continúa— por eso es tan importante que los grupos estudiantiles sean los que hagan presión política para que se aborden estos temas, porque las autoridades no lo van a hacer, ellos son generalmente cómplices de esas violencias”.
Tan cómplices que aún con los lineamientos publicados por el Ministerio de Educación, muchas instituciones siguen con sus dinámicas de acoso sexual y demás formas de violencia de género inamovibles dentro de las aulas. Tal es el caso de la Universidad del Bosque, afirman Eliana Castro, líder del semillero de equidad de género y los profesores que hacen parte del mismo: Mariana Vásquez, de Artes y Alfredo Mejía, de Psicología. “El tema del acoso sexual universitario ha sido una de las situaciones más difíciles de enfrentar en la universidad”, admite el grupo. “El cuerpo académico y directivo no está permeado del tema, ni tiene herramientas adecuadas para abordarlo. [Además] los procesos disciplinarios son demorados y generan espacios de riesgo y de revictimización constantes”.
Hace cinco años aproximadamente, partiendo de una iniciativa personal de Castro que unió a diferentes personas de la academia, nació este proyecto. Ante las dificultades estructurales de la universidad, según ellos, como la falta de claridad en las acciones que se deben tomar en situaciones de acoso sexual, hace un año se configuró lo que ahora se denomina el Comité para la Equidad de Género. Gracias al encuentro de nuevas instancias como esta se ha logrado avanzar en una propuesta política para solventar estos baches institucionales que, si bien han sido difíciles de llevar al terreno institucional y estudiantil, ya se están pensando desde diferentes partes.
En la Facultad de Psicología de la universidad se creó, por su parte, un semillero de investigación en temas de equidad de género, cuya primera tarea es levantar la línea de base para la política institucional de género. Dada la importancia del tema y los avances que ha tenido la universidad, el próximo año se prevé transformarlo en un proyecto de investigación.
La revisión de los documentos reglamentarios de la universidad, así como un curso de sensibilización para la prevención y la atención de situaciones de violencia basada en género —principalmente liderado por la facultad de psicología— donde se busca sensibilizar y dar herramientas a los docentes para abordar estos temas, son las acciones que ha venido realizando el comité. “Esto va de la mano con el diseño de una ruta integral para poder ayudar a las víctimas y generar acciones con el victimario. Ahora este proyecto se encuentra en fase de piloto, pues hemos identificado poca participación”, nos cuenta Castro.
Su respuesta frente a la apertura institucional al tema es contundente: “Es difícil, pero ha ido mejorando con el paso del tiempo. Siempre habrá espacios absolutamente negados y resistentes a escuchar sobre el tema en todos los niveles de la comunidad universitaria, pero los estamos abordando poco a poco”.
“Esto nos reivindica como mujeres porque trabajamos en redes, de la mano, con solidaridad y empatía por todas las chicas. Por eso el mensaje feminista, por muy cliché que suene, dice que ‘si tocan a una, respondemos todas’”.
¿Pero, qué pasa mientras los colectivos reman contra la corriente del acoso sexual normalizado en las universidades? ¿qué pasa durante ese rango de tiempo con los estudiantes?
A veces pueden ocurrir las peores escenas.
Así le ha ocurrido a 23.798 colombianas y colombianos en 2017 que fueron víctimas de violencia sexual, tal como lo confirmó Medicina Legal. Katherine Gerena fue una de ellas, una integrante del 25N o 25 de noviembre, un colectivo de género que nació en la Universidad Autónoma.
“Somos cuatro las que trabajamos principalmente en el colectivo y de esas, dos, incluyéndome a mí, fuimos víctimas de violencia sexual. Ambas fuera del espacio universitario, pero yo víctima de estudiantes de la Universidad Nacional, donde también estudié”, comienza a contar Gerena. “Las dos fuimos violadas. Yo lo pude hablar con mi mamá, pero con nadie más. No lo denuncié ni hice mayor cosa”. Su compañera no contó lo que le había sucedido sino hasta un año después. “Las secuelas psicológicas le daban muy duro, tuvo un episodio de ansiedad y depresión”, afirma Gerena, antes de dejar clara su necesidad de estar en un espacio totalmente feminista.
A raíz de varios hechos de acoso sexual a estudiantes dentro de esta institución, el 25N, cuyo nombre nació en honor al día internacional contra la violencia de la mujer, se propuso a desnaturalizar toda dinámica de violencia en la universidad Autónoma. “Somos un colectivo apolítico, no articulamos ninguna organización social. Lo que intentamos es que haya la mayor congregación de personas, pero siempre bajo un espacio feminista”. Eso, según la estudiante, incluye hombres y mujeres cis y trans, tanto heterosexuales como homosexuales.
“Estamos en contra de todo tipo de violencia: sea acoso, sea violencia física, psicológica, sexual. Nos oponemos a todo esto”, sentencia Gerena y luego afirma: “manejamos un currículo en donde prestamos ayuda a los estudiantes, les hacemos compañía y llevamos el debido proceso cuando se presentan casos de violencia. Asimismo, trabajamos otra parte que es académica. También damos clases de feminismo enfocadas en las diferentes corrientes del mismo”.
La sororidad, dice ella, es el mensaje que va en contravía del patriarcado. Esta palabra hace alusión a la raíz “soror”, que significa hermano consanguíneo, un vínculo muy cercano que la tercera ola feminista está intentando recrear a partir de la generación de redes y espacios solidarios, llenos de cuidado, autocuidado, apoyo y comprensión. “Si nosotras lo creemos firmemente, podemos trabajar en contra de los que nos han atropellado, lastimado y humillado”, asegura esta estudiante. “Esto nos reivindica como mujeres porque trabajamos en redes, de la mano, con solidaridad y empatía por todas las chicas. Por eso el mensaje feminista, por muy cliché que suene, dice que ‘si tocan a una, respondemos todas’”.
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El mismo día de la subasta, un martes 28 de agosto de 2018, Juanita cantó la misma canción que cantaba hace cuatro años como parte de su denuncia. Esta vez no estaba en los antiguos laboratorios de fotografía de la Javeriana donde fue abusada y violentada, sino en el centro de la subasta que ella misma había organizado, con el apoyo de varias personas con las que ha construido redes y lazos durante los últimos años. La artista no estaba sola. La acompañaba Alejandra, una mujer excombatiente que conoció y quien, al igual que Erika, también tuvo un proceso con I de Insistencia.
Los asistentes, muchos de los cuales habían sido testigos de su proceso, la observaban parada al frente de un atril, con una luz direccionada desde arriba que le dejaba ver el rostro. Sonreía. La subasta que llevaba planeando desde hacía varios meses con ayuda de varias personas, por fin estaba sucediendo esa noche. “Hace siete años, fui encerrada y manoseada en contra de mi voluntad por un compañero de clase dentro de un salón de fotografía de mi universidad”, empieza a contar Juanita, “al igual que 10 chicas más”.
Luego tomando otra respiración profunda, continuó: “Sanar empezó por confiar en mí misma y en todos los que me rodean; me di cuenta de que perdonar es recordar sin dolor y que la justicia se manifiesta de muchas formas, como poder transformar esta prueba en una oportunidad de servir a la comunidad. Una vez alguien me dijo ‘dar es sacar a la muerte de nosotros’. Al abuso sexual lo convertí en el privilegio de dar y devolverle a la vida”.
Así como ella convirtió el abuso en la oportunidad de tejer redes de apoyo, muchos colectivos feministas universitarios que continúan haciéndole frente a las diferentes formas de violencia de género que debemos enfrentar a diario, fueron resultado de la resiliencia de muchas mujeres. Desde la autogestión, la colectividad y la empatía, la bien llamada sororidad de tantas mujeres jóvenes seguirá organizándose, tejiendo redes y dando a otras, para sacarse al tiempo la violencia ejercida en nuestra contra.