¿Qué es un estado alterado de conciencia (según la Policía)?

Esta semana, en el marco de la discusión acerca del nuevo Código de Policía, la Comisión Primera del Senado aprobó una medida que autoriza a la Policía a retener a cualquier persona que, a juicio de un agente, presente una “alteración de la conciencia”. El artículo, que aún no ha sido aprobado por la plenaria del congreso y que tiene a la senadora Viviane Morales como principal promotora, no sólo huele a una declaración de guerra contra los consumidores de sustancias psicoactivas, sino que además gradúa automáticamente de neuropsiquiatras a todos los patrulleros del país.

Así que decidí acercarme a varias estaciones de policía de Bogotá para preguntarle a los patrulleros ¿qué entienden ellos por un estado alterado de conciencia?

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El CAI del Parque de los Hippies, en la calle 60 con carrera 9, en Bogotá fue el primero en mi lista por dos razones: primero, es el más cercano a nuestra redacción y segundo ¿quién mejor para hablar acerca de estados alterados de conciencia que los policías que trabajan a menos de 50 metros de uno de los expendios de drogas más grandes (y queridos) de todo Chapinero?

Ya que el día anterior mi colega Nathalia Guerrero se había acercado a un grupo de policías con la misma pregunta y había recibido como única respuesta una requisa, me aseguré de dejar en la oficina mi marihuana de emergencia y entré al remolque blanco que la policía ubicó hace poco en la mitad del célebre parque.


Adentro me encontré con tres policías quienes, a salvo del sol del mediodía, mataban las horas eternas que anteceden a cualquier partido de la Selección Colombia. Me presenté, poniendo mi mano sobre el pecho en un gesto de humildad, y luego de explicar la decisión tomada por el Congreso les pregunté a los agentes: ¿Qué entienden ustedes por un estado alterado de conciencia?

Unos segundos de silencio incómodo vinieron después.
Los agentes se miraron entre ellos y rieron un poco antes de que uno de ellos se animara a tomar la palabra:

” Pues yo lo asocio más que todo con una persona que se encuentra exaltada y por eso no es consciente de sus acciones”.

Luego, uno de sus compañeros complementó la respuesta:

“Sí, exacto. Son las personas que pierden el control de su motricidad por la rabia y empiezan a comportarse con agresividad y no se dejan controlar fácilmente”.

Entonces le pregunté al policía que no había dicho nada hasta el momento y él me contestó: “Nada… lo mismo que mis compañeros”.

Como lo único que aprendí en la facultad de periodismo es que uno sabe que tiene suficientes entrevistas cuando toda la gente con la habla le dice las mismas cosas, me despedí de los policías y los dejé en su cálido y oscuro refugio para dirigirme al CAI que está situado en el extremo noroccidental del parque.

El CAI que comparte parque con una olla./ Foto por D.S. (quien fue invitado a pasar un rato adentro para explicar su curiosidad y borrar la imagen).

Un agente que acababa de despedir dos colegas suyos que partieron a bordo de una moto por toda la acera fue el primero en atenderme:

“Ahí sí como que me corchó” fue la respuesta inicial del policía. Sin embargo, tras repetir la expresión “estado alterado de conciencia” para sí mismo unas tres o cuatro veces, el agente estuvo listo para dar una respuesta:

“Pues supongo que es cuando una persona no está en sus cinco cabales, ya sea por rabia, por descontrol o algo por estilo. La persona entra en un estado en el que no se puede razonar con ella y a veces puede llegar a la agresividad”.

Cuando el agente terminó de contestar, le pedí que llamara a uno de sus compañeros, para hacer justicia a aquello que llaman muestra significativa. El agente entró al CAI y, a través de las ventanas polarizadas, pude verlo conversando con otros dos policías. Segundos después estaba estrechando la mano de un subteniente.

—¿Qué entiende usted por un estado alterado de conciencia?

Esta vez no hubo lugar a silencios incómodos ni preguntas retóricas, el subteniente contestó de manera tajante:

—Un loco. Ya sea por alguna sustancia que haya consumido, por rabia, por depresión o por alguna enfermedad mental como algunas personas que son bipolares.

Le di las gracias al subteniente y partí camino al siguiente CAI .

Varios policías se agrupaban tras el capó abierto de una patrulla frente al CAI de Lourdes. Me acerqué y les comenté acerca de mi inquietud. De inmediato, el grupo se disolvió y sólo quedó frente a mí un policía, quien me pidió que repitiera mi pregunta mientras llenaba uno de los recipientes del motor con un líquido, como quien se apega al método de prueba y error.

De nuevo, un silencio prolongado antecedió la respuesta del agente.

“Pues es como alguien que le falta un tornillo, ¿no?. Una persona que no está, por así decirlo, en uso de sus cinco sentidos, pero si quiere mejor por qué no entra y le pregunta a mi teniente”.

Mi teniente me recibió recostado contra el marco de la puerta del CAI. Justo cuando se disponía a contestar, una mujer gritó desde el parque: “¡Policía!,¡Policía!”. Aún recostado, mi teniente le hizo a la mujer una seña con la mano, la misma que usan los árbitros para calmar a los jugadores pasados de revoluciones. Luego se dio la vuelta, le ordenó a uno de sus subordinados que atendiera a la señora y volvió a dirigirse a mí: “¿Qué le iba a decir? Ahora se me fue la paloma”, de nuevo un silencio largo; en mí crecía la incómoda sensación de estar encartando al prójimo. Hasta que por fín mi teniente recapturó a la paloma prófuga:

“Es una persona muy exaltada con la que no se puede razonar porque su conciencia ha excedido los límites de su capacidad”.

Me despedí del segundo subteniente que había conocido en menos de 15 minutos y seguí mi camino.

Un policía pesado y moreno me recibió en el CAI de la calle 72 con carrera séptima. De nuevo, un silencio creció entre nosotros tras la pregunta. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido con los demás policías, quienes me atendieron de buena gana, este se quedó mirándome de pies a cabeza, como si dudara no solo de mis motivos sino de la sustancia misma de la que está hecho el mundo.

Me estaba cerciorando por enésima vez de no tener rastro de marihuana en mis bolsillos cuando el agente rompió su silencio: “Estados alterados de conciencia… Mmm. Mierda ahí si como que me corchaste”, luego, contestó con una sonrisa en la cara:

“Eso de estado y eso de conciencia, la verdad: no sé que es. Pero alterado sí. Puede ser que una persona se altere cuando coge rabia o está bajo los efectos de alcohol o alguna sustancia”.

En el CAI del Virrey, conversé con 3 patrulleros más, obteniendo respuestas muy similares a las anteriores. Luego le pregunté a la única patrullera que se encontraba ahí y me contestó lo siguiente:

“Yo no sé porque, pero yo eso lo asoció más con la corrupción. Porque la conciencia es como la moral de la gente, lo que les dice qué está bien y qué cosa no, y cuando se altera la conciencia ahí es cuando la gente se mete en torcidos”.

Una bellísima y muy original interpretación de la regla que permitiría que los policías ingresaran al congreso para cargarse a un par de encorbatados derechito para la UPJ.

Minutos después, interrumpí a un agente que se estaba cortando las uñas en el CAI de la calle 87 con 11. “Vuelva en 10 minuticos y hablamos”, me dijo tras escuchar mi pregunta. Luego ocupó su asiento junto a otro policía que almorzaba en ese momento.

Si hubiera, tenido marihuana, me hubiera pegado un porro, pero me vi obligado a esperar en un estado normal de conciencia. 10 minutos después volví al CAI y mi inquietud tuvo respuesta:

“Su mismo nombre lo dice: es un estado en el que la conciencia de una persona no funciona de manera normal, lo que hace la persona pierda el control sobre sus reacciones”.

De hecho, esta última respuesta coincide casi completamente con la definición que me dio el neurólogo Rodrigo Pardo: “El estado alterado de conciencia es la incapacidad para reaccionar eficientemente ante los estímulos del ambiente, pueden ser causados por enfermedades, traumatismos o la exposición a sustancias psicoactivas”.

Sin embargo, según Juan Daniel Gómez, profesor de neuropsicología de la Universidad Javeriana, aún en el remoto caso de que un policía conozca la definición de estado alterado de conciencia, difícilmente pueda hacer un diagnóstico acertado al respecto. “En realidad, no existe ninguna manera objetiva de acceder a la conciencia de una persona. La única manera en la que se puede detectar un estado alterado de conciencia es a través pruebas psicofísicas, como los análisis de orina o la medición del dilatamiento en la pupila. En todo caso estas pruebas deberían ser realizadas por un peritaje clínico y no por un policía”.

Así las cosas, los hombres de bata blanca que durante más de un siglo han definido, desde la comodidad de un laboratorio, la línea entre la cordura y la demencia están a punto de ser reemplazados por tipos vestidos de verde fosforescente quienes tienen que hacer su diagnóstico a bordo de una moto, sin tener ningún tipo de preparación y con las uñas a medio cortar.