Identidad

Hay que ser valiente para salir del armario

Diez años después de la legalización del matrimonio gay en España, un estudio de la Universidad Pompeu Fabra desgrana el comportamiento de las parejas homosexuales. El análisis pretende avanzar en el conocimiento de las parejas homosexuales y las familias homoparentales residentes en nuestro país.

A pesar de los avances sociales en materia LGBT, hace apenas cuatro años otro estudio desvelaba que casi la mitad de los gays españoles aún no habían salido del armario en el trabajo, unos datos preocupantes y significativos. En la normalización está la clave para evitar cualquier tipo de discriminación.

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Según la psicóloga Ana Adán, especialista en el colectivo LGBT, la educación y la prevención en las escuelas así como la información y la visibilidad del colectivo son fundamentales para evitar el rechazo social. Abrir nuestros corazones a las distintas formas de vida, tener una mente abierta y ser sinceros con nosotros y con los que nos rodean, puede ayudar a aquellos que aún no han dado el paso por miedo a lo que piensen de ellos.

Hablamos con un chico gay, una transexual, un bisexual y una lesbiana de distintas edades para que nos expliquen cómo ha sido para ellos salir del armario.

Foto cortesía de Albert Iglesias

Albert Iglesias, 21 años

Noté mi posible homosexualidad hablando con un chico por Messenger. Me lo presentó la última chica con la que yo ligué formalmente porque decía que éramos idénticos y que nos teníamos que conocer.

Cuando le conocí lo tuve muy claro. Fue algo que nunca me había planteado pero que estaba latente y en ese momento lo vi como una obviedad. Hasta ese momento yo había estado solo con chicas, pero al hablar con él me apareció esa duda y la quise resolver. Y la resolvimos.

Desde aquel descubrimiento siempre consideré mis atracciones físicas hacia un chico como algo totalmente normal y lícito. Sabía que de mi parte todo estaba bien y que era problema de los otros si no lo entendían, respetaban o aceptaban. Era en lo que yo realmente me sentía cómodo y me identificaba. No era nada pasajero ni aislado.

Un día a mi padre se le escapó un: ‘Deja de hacer eso que pareces maricón’. Recordaré ese día toda mi vida

Tenía claro, por desgracia, que si eres gay se lo tienes que decir a todo el mundo, supongo, para que lo sepan y nadie se desmaye si te ve besándote con otro chico. Que sí, que todos somos muy cotillas y nos gusta saberlo, a mi el primero, pero me produce un cierto mosqueo que sea una convención social tener que decirlo.

Antes de terminar mi primera relación ya dije abiertamente que me gustaban los chicos. Necesitaba contarlo porque no sabía cómo gestionar todo lo que me estaba pasando, necesitaba desahogarme, decírselo a mis amigos más cercanos. Ver que lo entendían y respetaban me ayudó a dar el siguiente paso.

Mi madre se dio cuenta que cada fin de semana desde hacía un mes y medio venía un “nuevo amigo” que ella no conocía a mi pueblo cercano. Fue entonces cuando me preguntó directamente si el chico y yo teníamos una relación. Yo me reí y me hice el sorprendido. Le dije que por qué me preguntaba eso y dijo: “Me resulta curioso que os hayáis hecho tan amigos, cada semana quedáis”. Entonces se lo confesé: “Sí mamá, tenemos una relación”.

A los que aún no han salido del armario les diría que sean leales consigo mismos y que hagan lo que consideren que es mejor para ellos, sin miedo al qué dirán

Se lo tomó bien, aunque su respuesta fue:”Siempre vas con la idea que te tocará una nuera, pero bueno, no pasa nada”. Le dije que a mi padre, yo, no se lo diría, no por miedo, sino porque no creía que se lo mereciera. En casa siempre ha habido, y hay, mucha libertad para expresarse.

De pequeño, me ponía la ropa de mi madre y de mi tía, y me lo pasaba bomba con mis primas. Un día a mi padre se le escapó un: “Deja de hacer eso que pareces maricón”. Recordaré ese día toda mi vida, fue una sola vez, pero la llevaré siempre clavada.

A él se lo dijo mi madre, luego me enteré que estaba realmente preocupada por la reacción de mi padre. A él le costó entenderlo, me intentó convencer de que lo probase con chicas —cosa que yo ya había probado— hasta que le dije: “Mira papá, esto es lo que hay y punto”. Desde ese día no me ha vuelto a insistir en el tema y me quiere tal y como soy.

Valoro su capacidad de entenderme y de dar la espalda a la mentalidad que lleva inculcada. Detrás de todo esto, desgraciadamente, sigue habiendo una inmensa presión social.

A los que aún no han salido del armario les diría que sean leales consigo mismos y que hagan lo que consideren que es mejor para ellos, sin miedo al qué dirán. Por mala suerte aún queda mucho por normalizar, y tratarlo como es, algo natural, corriente y común, permite que cada vez se le preste menos atención y deje de ser algo significativo.

Imagen cortesía de Antía Fernández

Antía Fernández, 37 años

Nací siendo transexual en el momento histórico que me tocó… Hoy en día existen muchas familias conscientes de la transexualidad de sus menores antes incluso de que estos la mencionen. No fue mi caso. Recuerdo que a los 5 o 6 años, en Primero de EGB, lo empecé a verbalizar.

En mi clase había una compañera que se llamaba Antía y yo quería ser como ella y llamarme como ella. Mi nombre era muy traumático para mí, terminaba en “O” y era muy masculino, de modo que me dolía escucharlo.

De pequeña fueron años duros. Me pregunté millones de veces por qué, qué era lo que me estaba pasando y por qué me tenía que pasar a mí. Crecí con mucha presión para “hacerme un hombre hecho y derecho”, lo que se solía decir “un hombre de provecho” y yo sabía que no estaba a la altura, y que yo no quería serlo… yo quería ser más “yo” y se me solía reprender y mirar raro por ello. Solían decirme que era “amanerado” y que hablaba “refinado” e incluso parecía que no sabía ni sentarme.

En realidad no es que me hubiera gustado nacer mujer, es que yo sé/siento que soy mujer, que ya nací mujer, pero que mi cuerpo no

No me crié con mis padres. A ellos no se lo he explicado y sé que a estas alturas sería imposible. A las personas con las que me crié no hizo falta explicarles nada. Lo hubieran visto a venir o no, habían decidido mirar para otro lado y hacer su labor esperando que se me pasase con los años, de modo que no hubo nada que explicar.

Yo solita entendí que comportarme como la niña que era estaba mal.

Salí con varias parejas (chicos y chicas). Con los chicos homosexuales no encajaba, porque evidentemente yo era chica y no cumplía con lo que esperaban de mí… Con las chicas heterosexuales tampoco encajaba, porque evidentemente otra vez no daba el perfil, no era el chico que ellas buscaban.

Alguna vez presenté a alguna de esas parejas en casa y llegar con chicos supuso perder la relación con algunos de mis hermanos para siempre.

No tenía nada claro que tuviera que salir del armario, viví siempre deseando morirme o matarme y acabar con esta pesadilla. Mi autoestima no existió casi nunca y sólo había dos cosas que me salvaban la vida cuando estaba muy mal: Cuando miraba una foto mía, de mi cuerpo, y soñaba que yo era una chica real, cisexual, “normal” y corriente que me enamoraba del chico de esa foto (pero ese chico nunca ha existido) y luego un verso de Silvio Rodríguez, cantautor cubano, que dice: “Al final de este viaje en la vida quedará nuestro rastro invitando a vivir, por lo menos por eso es que estoy aquí”.

He vivido demasiadas situaciones de discriminación como para poder contarlas todas, pero las hay desde pura ignorancia a crueles y pintorescas. De momento sólo he tenido que denunciar dos veces

Hubo una chica con la que empecé a salir en 2008, cuando yo tenía 32 y ella 24. No podría precisar el tiempo que pasó, pero desde muy pronto ella se había dado cuenta, diría que desde siempre, que yo no era el típico chico que ella se había imaginado, ni me parecía a los “tíos” que solían intentar ligar con ella, de modo que me preguntó;

— Dime la verdad, ¿te habría gustado nacer mujer?

Yo sabía que ella sabía la verdad, así que le contesté;

— Yo sé que va a sonar extraño pero en realidad no es que me hubiera gustado nacer mujer, es que yo sé/siento que soy mujer, que ya nací mujer, pero que mi cuerpo no… lo que me gustaría sería tener un cuerpo “femenino” como el tuyo.

Y eso no hizo que dejásemos de salir, al menos no inmediatamente, pero poco a poco la relación fue transformándose en una buena amistad y acabamos por ser sólo buenas amigas. De modo que esa persona es mi mejor amiga y la primera persona que me “vio” como mujer.

Luego tuvieron que pasar unos años todavía hasta que diera el paso y me ayudó un documental que vi sobre Carla Antonelli en la TV con Samanta Villar y que una persona con la que salí como “chico” años atrás me dijera que se había reasignado. Eso fue lo que me empujó.

Me puse una falda ibicenca un día, con unas sandalias, una camiseta que decía en el pecho: CAMISETA PROVISIONAL. Me hice una foto y esa foto con la falda me la puse en el perfil de WhatsApp y mis amistades empezaron a verme “cambiado” y a algunos les tuve que sugerir que me cambiaran en la agenda del móvil para poner “Antía Trans” y eso fue todo.

Empecé a pensar en mí misma como mujer, en público, empecé a referirme a mí como “entera” y descubrí que poco a poco necesitaba más, un bolso, un sujetador, una peluca (mi primera peluca hasta que me creciera el pelo) era un peinado casi como el de Pablo Iglesias y llevaba la coleta hecha siempre —luego me ha ido creciendo el pelo y ahora lo prefiero más bien corto, no he vuelto a ponerme pelucas porque el pelo largo no me va.

En cuanto a los conocidos, unos decidieron borrarme de sus agendas y otras de mis amistades han llegado a partir de ese momento. Quienes se han quedado solo han necesitado verme feliz y respetarme, nada más.

Me he sentido discriminada muchas veces por ser transexual. Desde tener que mostrar el DNI en el bus urbano porque mi bono-bus no concordaba con mi imagen, hasta ver a gente cambiarse de asiento para no tenerme a su lado.

Que me negaran la entrada a una consulta médica porque esperaban a “otro” paciente o que los médicos siguieran llamando en masculino a mi ropa interior los médicos. Que al buscar piso me rechazaran como compañera de piso por “no ser una chica de verdad” o porque nos novios de las chicas no querían “penes” en casa de sus novias. Que me dijeran que no me dejaban alquilar para recibir clientes o que antes de alquilarme tuvieran que consultar con los vecinos y vecinas su opinión.

He vivido demasiadas situaciones de discriminación como para poder contarlas todas, pero las hay desde pura ignorancia a crueles y pintorescas. De momento sólo he tenido que denunciar dos veces. Una de ellas el chico se fue corriendo y en la otra le identificaron y estamos con el juicio por la discriminación y los insultos.

Para mí lo mejor de haber salido del armario es que soy yo, y que al fin hay gente que me trata como me merezco y que puedo jugar en un equipo de voleibol femenino.

Fotografía cortesía de Javier Contreras

Javier Contreras, 26 años

No fue un momento concreto, fue algo gradual. Empecé a fijarme en los chicos en plan: “qué peinado tan chulo” y a raíz de fijarme en la estética empecé a valorarla y me empezaron también a gustar los chicos. A los catorce me di cuenta de que era bisexual.

En el instituto había un chico que siempre se metía conmigo y me miraba mal, pero a parte de eso y por suerte no me he sentido discriminado por ser como soy.

Tuve una relación con una chica durante tres años (de los 19 a los 21) y estuve viviendo con ella. Previamente ya le había avisado de que también me gustaban los chicos. Lo dejé por un amigo de los dos.

Mi padre siempre me preguntaba si me gustaban. Un día me dijo ‘¿y los chicos?’ Y le dije que también. Así fue mi salida del armario

Sabía que en el momento que saliese del armario sería todo más fácil. Tengo una familia muy normal, mi padre es psicólogo y sabía que lo aceptarían. Él siempre me preguntaba si me gustaban las chicas y yo le decía que sí. Un día me dijo “¿y los chicos?” Y le dije que también. Así fue mi salida del armario.

No ha hecho falta que volviésemos a hablar del tema. Sí que me pregunta sobre parejas y tal, pero por lo general no ha sido difícil para mí. Mi madre ha conocido a todas mis parejas.

Soy de Ciudad Real pero ahora vivo en Barcelona. Siento que aquí tengo más libertad. Allí si destacas te acribillan, por lo que allí he intentado pasar más desapercibido. Yo creo que aquí la gente está más acostumbrada a ver cosas que se salen más de “lo normal”.

Fuera de casa y cambiando de escenario es mucho más fácil empezar desde cero

En Ciudad Real la gente es más cerrada, y allí pues lo típico de señalar o hacer una gracieta se da más. Después de Ciudad Real me fui a estudiar a Cádiz y allí era como un término medio.

Fuera de casa y cambiando de escenario es mucho más fácil empezar desde cero. En mi caso cambiarme de ciudad me ayudó porque desde el principio ya quise que todos mis amigos supieran que soy así.

Fotografía cortesía de Lucía Martínez

Lucía Martínez, 18 años

Supe que me gustaban las chicas en 2013, a finales de año. Sé que sonará tonto pero empecé a mirar vídeos de una youtuber, que también era lesbiana y me pregunté si podía ser bisexual. Me olvidé de esta duda durante unos meses hasta que en junio de 2014 o así, se lo dije a mi mejor amigo y resultó que él también se lo preguntaba.

Pasó el verano y yo me fijaba más en chicas que en chicos, aún así creía que debía probarlo para saberlo. Me gustó bastante una chica durante el otoño de 2014 pero nunca se lo dije. En marzo, conocí a otra chica, de la cual me enamoré. En abril 2015 empezamos a salir. Ahora seguimos saliendo a pesar de que ha sido complicado.

Cuando compartí mi condición sexual con mi mejor amigo supe que me había encontrado a mí misma

Cuando compartí mi condición sexual con mi mejor amigo supe que me había encontrado a mí misma. Sabía que tenía que salir del armario, pero me daba miedo hacerlo.

Al principio se lo expliqué a las personas de mi entorno con las que tenía más confianza. Como mi novia era de mi mismo instituto empezaron los rumores y corrieron como la pólvora. En parte eso fue algo muy duro, pues era el centro de los cuchicheos y de las miradas extrañas.

Fue mi hermana pequeña, de 15 años, quien me “obligó” a decirlo en casa. Mi madre no se lo tomó demasiado bien y nuestra relación empeoró mucho. Mi padre, en cambio, lo aceptó perfectamente aunque se lo expliqué ocho meses después que a mi madre. Me entró mucho miedo.

He tenido una sola pareja formal chica. Mi padre la conoce, mi madre sabe quién es pero no se la he presentado. Después de ver cómo reaccionó tuve miedo

Mi madre me dijo que no me etiquetara, que no podía saberlo si lo era o no. Recuerdo que me dijo muchas cosas incoherentes, me llamaba egoísta y decía que tenía que pensar también en mi hermana, porque le hacían muchas preguntas en el cole. Mi padre me decía que si yo era feliz así pues que no pasaba nada.

He tenido una sola pareja formal chica. Mi padre la conoce, mi madre sabe quién es pero no se la he presentado. Después de ver cómo reaccionó tuve miedo. A parte parece que le tenga manía y creo que resultaría incómodo. De momento nadie más de la familia lo sabe.

Más de una vez, al ir con mi novia de la mano he escuchado todo tipo de comentarios, además de miradas. “¿Hacemos un trío?” “¡Lo que necesitáis es una buena polla!”. Incluso en el instituto había compañeros que se sentaban a nuestro lado cuando estábamos juntas y empezaban a cuestionar nuestra relación.

Amar es algo muy bonito así que nadie ni nada debería condicionar ese amor

Una vez sales del armario te sientes liberado, como si un peso de encima te sacasen. Puedes ser tú mismo, sin tener que esconderte. A los que aún no se atreven a salir del armario les diría que no tengan miedo, que es maravilloso sentirse uno mismo sin necesidad de ocultar algo que en realidad es parte de ti, porque durante el tiempo que lo escondas no vas a ser feliz.

No hay nada que te alivie más que dar este paso, sin avergonzarte. Amar es algo muy bonito así que nadie ni nada debería condicionar ese amor.