Artículo publicado por VICE Colombia.
Uno verde con letras, regalo de la abuela. Uno de pitón, que quemaba la frente cuando los goles eran de cabeza. Uno cosido, marca Soria, que se llevaba el dueño debajo del brazo cuando iba perdiendo el partido. Uno de trapo, uno de papel, uno de bolsas plásticas entretejidas. Uno Golty, porque hubo suerte. Uno azul de caucho, que se pateaba a escondidas porque para la niñas ya estaban las muñecas. “La vida en sí misma no es más que un partido de fútbol”, dijo alguna vez el escritor escocés Sir Walter Scott. Y para empezar a vivirla, solo hace falta un primer balón.
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“Un estadio de fútbol vacío es un esqueleto de multitud”, Mario Benedetti.
Uno Golty Vita, blanco con líneas verdes, azules y amarillas, que Leicy Santos, la 10 de Santa Fe, metió de pierna izquierda en la portería del Atletico Huila durante la final de la Liga Femenina Profesional 2017. Faltaban 20 minutos para terminar el partido y el Estadio Nemesio Camacho El Campín estaba lleno. Más lleno que cualquier estadio del mundo en un partido de mujeres. Más lleno que el Millenium Statium de Cardiff en la final de la Liga de Campeones, que el Mestalla de España en su partido más concurrido de la Liga Iberdrola. Más lleno, incluso, que la mayoría de partidos de fútbol masculino que se juegan entren clubes.
Esa tarde, fueron 33.327 asistentes. El partido quedó 1-0 a favor de las leonas y el Independiente Santa Fé ganó 3-1 por acumulado. “Felicidad, alegría. La verdad, no hay palabras para describir está emoción”, respondió Santos ante la obviedad de los periodistas. El fútbol femenino había jugado su primer torneo profesional, había llenado un estadio y tenía sus primeras campeonas.
El balance era bueno. Dieciocho equipos participantes, cinco meses de competencias, un rating de 7.3 durante las transmisiones, el patrocinio de Cerveza Águila y la posibilidad de que las jugadoras colombianas comenzaran a vivir del fútbol. “Este es un campo de acción masculino con un lenguaje masculino. La entrada de las mujeres y el comienzo de un campeonato propio son grandes oportunidades”, dijo entonces Pilar Abella, secretaria general de la Dimayor.
La Liga parecía solucionarlo todo. El machismo, el prejuicio, la falta de recursos, la invisibilidad. Los clubes pondrían de su parte y las futbolistas tendrían contratos a término fijo, sueldos y seguridad social. Dejarían de ser convocadas pocos meses antes de los torneos y ya no necesitarían empleos alternos para vivir. La Dimayor —División Mayor de Fútbol Colombiano— se encargaría de las reglas y la organización. Pagaría los viajes, los hoteles y conseguiría patrocinios y transmisiones. Con el tiempo, participarían más equipos y duraría el año entero.
En su segunda versión, la del 2018, fueron más los clubes inscritos, pero comenzaron los rumores. Que nadie estaba cumpliendo su parte, que había futbolistas sin sueldo, que los equipos viajaban sin médico ni fisioterapeuta porque no tenían cómo pagarlos. Que a los altos dirigentes no les interesaba el fútbol femenino. Hace algunas semanas, los rumores se hicieron más fuertes. El periodista Iván Mejía aseguró en el Pulso del Fútbol, un popular magazín deportivo de Caracol Radio, que para 2019 la Liga será de dos a tres meses y con sólo ocho equipos.
—No te puedo decir quién me dijo, pero te puedo garantizar que es una fuente confiable, una que ha estado sentada en la mesa de reuniones de los directivos—, me dijo Mejía cuando le pregunté.
“En la portería estaba el poeta solitario”, Günter Grass.
“El primer balón que tuve en mis manos fue un Soria, de esos cosidos que pegaban durísimo”, dice Amparo Maldonado, una de las pioneras del fútbol en el Valle del Cauca. Tenía 18 años y acababa de graduarse de la Normal Superior de Caicedonia, cuando corrió la voz de que el Deportivo Cali y el América estaban convocando mujeres para jugar en los partidos preliminares de sus clásicos.
Amparo se presentó sin decirle a nadie. En ese entonces, el fútbol no era cosas de señoritas y para jugarlo había que agachar la cabeza y caminar rápido. “Marimachos, hombrecitos”, cuenta que le gritaban. Las pruebas de las convocatoria eran tres: un balón a la cabeza, uno al pecho y uno a los pies. “Imagínese, ¡un balón al pecho! Todas las niñas ponían las manitos porque les daba susto. Así las fueron eliminando una por una hasta que quedamos como 30 y nos repartieron para ambos equipos. Yo, hincha a morir del Cali, salí para el América”, cuenta.
Comenzó jugando como delantera, pero entre calentamientos fue encontrando en el arco la que sería su posición por más de 10 años. “Vení, haceme tiritos”, les decía a sus compañeras antes de empezar cada entrenamiento. En 1971, jugó su primer torneo aficionado con la liga del Valle y en 1983 ya había fundado su propio de club: el Independiente Cali. En este momento es la directora deportiva del Cali Junior’s que representa al departamento en el fútbol femenino de salón. “Ya no voy a la cancha, pero a las niñas si les doy tablero ventiado”, cuenta.
Para que pudiera decirlo con orgullo tuvieron que pasar muchos años. Cuando jugaba, prefería dejarlo en secreto. Por vergüenza, por prejuicio, porque las canchas no eran para las mujeres. “Nunca invité a mi mamá a verme en un partido, me daba pena. Salía de entrenar y guardaba bien los guayos para que nadie se diera cuenta que era futbolista”. A su hija, Ingrid Lorena, quiso alejarla del fútbol, pero fue imposible. ‘La pelusita’, como le decían, jugó su primer tornero a los 11 años. “No quería que pasara por lo mismo que yo, por tantos insultos y tantas humillaciones. Es que este camino es muy duro. El machismo sigue existiendo y le creen más al hombre por ser hombre. Miré los rumores que han salido sobre la Liga, yo no sé que tan ciertos sean, pero cuando el río suena, piedras lleva”.
El fútbol me interesa porque es una religión benévola”, Manuel Vázquez Montalbán.
“¿Mi primer balón? ¡Por supuesto que me acuerdo! Uno de esos de pitón que quedaba marcado en la frente cuando uno cabeceaba”, me dice Jorge Perdomo, expresidente de la Dimayor. “Me acuerdo también que jugaba en la calle, con ese sol inclemente de Neiva encima. Poníamos piedras que hacían las veces de arco y uno de los dos equipos se quitaba la camiseta para que pudiéramos distinguirnos”.
La Liga Femenina nació durante la presidencia de Perdomo, pero la idea vino de atrás. En el 2016, la FIFA creó Forward, un programa de desarrollo futbolístico que le asigna a cada federación del mundo, incluyendo la colombiana, 750 mil dólares para invertir en infraestructura, competiciones y fútbol femenino. A eso se suma que en agosto del 2015, luego de una reunión en Zúrich con sus seis confederaciones inscritas —UEFA, AFC, CONCAF, CAF, OFC y CONMEBOL—, estableció unos requisitos mínimos de competencia para los clubes entre los que estaba tener una división de mujeres.
La CONMEBOL, que rige a Suramérica, lo planteó así en el artículo 90 de su reglamento: “El solicitante deberá tener un primer equipo femenino o asociarse a un club que posea el mismo. Deberá proveerlo de soporte técnico y todo el equipamiento e infraestructura —campo de juego para la disputa de partidos y de entrenamiento— necesarios para su desarrollo en condiciones adecuadas”. Es decir, cualquier equipo asociado a un club deberá tener su homólogo femenino y asegurar sueldos para sus jugadoras, canchas, entrenadores, médicos, uniformes e hidratación.
Es entonces cuando la Dimayor, con Jorge Perdomo a la cabeza, crea la Liga Femenina de Fútbol Colombiano. “¿Opositores?, los tuve todos, claro. Me dijeron que no iba a funcionar porque las mujeres son complicadas. Algunos presidentes, no sé si machistas, no quisieron que sus recursos se destinaran para eso y prefirieron no participar. Pero yo soy un enamorado de esto e insistí”. El torneo tuvo 18 equipos inscritos y jugó su primer partido el 17 de febrero. El Cortuluá le ganó 2-1 al Deportivo Pasto con un primer gol de Marcy Cogollos, que se quedó en la historia como el primero del fútbol profesional femenino en Colombia.
“El fútbol es la parte predecible de nuestra vida”, Juan Villoro.
“Mi primer balón… Déjame pensar que me estás hablando de hace 35 años”, dice Liliana Zapata, fundadora del equipo Formas Íntimas y una de la pioneras del fútbol antioqueño. “Una pelota de letras, azul, que me regaló mi hermano porque a mí no me daban balones. Aunque una Navidad le quité la cabeza a una muñeca para hacer ‘treintayunita’, ¿eso cuenta?”.
Cuando era niña, sus papás patrocinaban a Los locos de la 107, un equipo de fútbol que armaron en el barrio para darle gusto a los hijos mayores. “Patrocinaban es un decir”, cuenta Liliana. “Mi papá manejaba una volqueta y lo máximo que podía patrocinar eran refrigerios”. Ella, por supuesto, no era parte del equipo, pero era la encargada de llevar el balón hasta la cancha. “¡Lo que gocé sola pateando esa pelota!”, recuerda.
A los 11 años, después de un sin fin regaños y castigos por quedarse jugando en la calle hasta la 1:00 de la mañana, su mamá dio por perdida la batalla y la acompañó a una convocatoria que buscaba niñas para conformar el equipo de Envigado. Lilo, como le han dicho siempre, quedó en la nómina y comenzó a entrenar en el que más tarde se convertíría en la base de la Selección Antioquia. En 1991 compitió en el primer torneo organizado por la Difútbol —División Aficionada de Fútbol Colombiano— y luego en todos los campeonatos de la liga antioqueña.
Después de 15 años, se retiró como jugadora activa y fundó una escuela de formación que creció hasta convertirse en el club Formas Íntimas, patrocinado por la empresa de ropa interior que lleva el mismo nombre. “Nada ha sido fácil”, dice Liliana. “Por naturaleza somos una sociedad machista. ¿Quién maneja el fútbol? ¿Quién la Dimayor, la Difutbol y la Federación? Los hombres. Aquí no hay espacio para las mujeres”.
Cuando el Envigado Fútbol Club aceptó ser parte de la Liga Femenina no tenía selección propia y le propuso a Lilo que unieran esfuerzos. Formas Intimas prestó sus jugadoras y su cuerpo técnico durante los cinco meses del torneo y ellos pusieron la ficha y la plata.“Fueron muy correctos y al día siguiente de que todo se terminara yo tenía a mis jugadoras de vuelta”, dice. “Pero es que tuve suerte. El trabajo de varios colegas se fue el carajo porque les desmantelaron sus equipos. Los clubes aficionados no estuvimos protegidos de ninguna forma. La liga, que al principio era un sueño, se nos volvió una pesadilla”.
“La pelota no admite trucos, solo juegos sublimes”, Jean Giraudoux.
Las críticas a la Liga no han sido pocas. En febrero de 2017, dos semanas antes de que se jugara el primer partido, el periódico El Espectador publicó que para el caso de las mujeres nadie pagaría por derechos de transferencia, es decir no existiría la popular “venta de jugadores” que vuelve rentable al fútbol aficionado y a las escuelas de formación.
Funciona así: cuando James Rodríguez tenía 12 años, jugaba en el Envigado Fútbol Club, esa fue su escuela. De ahí pasó al Banfield de Argentina y en el 2010, fue comprado por el Porto. El 8% de lo que pagó el club portugués —casi 1.200 millones de dólares— fue, según lo estipulado por la FIFA, para el Envigado. Tres años más tarde, el Mónaco lo quiso entre sus jugadores, pagó 51 millones de dólares y de nuevo, el 8% fue para Envigado. La historia siguió repitiéndose hasta que James cumplió 23 años, la “mayoría de edad futbolística”.
Para la mujeres no ocurre igual. Cuando comenzó la Liga, los clubes no tenían fútbol profesional femenino porque simplemente no existía. Tuvieron que conformar los equipos de sus competencias y para eso acudieron a los aficionados. Entre los acuerdos hechos por Perdomo y la Dimayor, estaba que ninguno tendría que pagar la transferencia de sus jugadoras. “Cargar elementos económicos adicionales en una disciplina que está en formación es mandar al traste el futuro de esa disciplina”, dice Perdomo. “Lo hicimos previniendo el fracaso de la Liga. Existe un fallo de Fatma Samoura, secretaria general de la FIFA, y del Tribunal de Arbitraje Deportivo —TAS—, que nos respalda en esa decisión”.
A eso se suma que el reglamento establecido para ambos torneos, el de 2017 y el del 2018, parece más laxo que el del fútbol masculino. En su artículo 15 establece que cada club podrá inscribir entre 20 y 25 jugadoras de las cuales seis podrán ser extranjeras y ocho aficionadas a prueba, es decir, ocho podrán jugar sin contrato remunerado. Mientras para Perdomo esta es la manera de crear capital humano y darle vida a una Liga que apenas nace, para sus detractores es un autogol a la equidad de género. En las selecciones masculinas no se permiten jugadores aficionados y el máximo de extranjeros es de cuatro.
“Si no se entiende que el fútbol es una pasión, y las pasiones son bastante inexplicables, no se entiende nada de fútbol”, Roberto Fontanarrosa.
“¿El primer balón? Mío, mío, yo creo que hace 20 años porque de niña nunca tuve”, dice Miriam Guerrero, una de las precursoras del fútbol femenino en Bogotá. “Mi mamá era cabeza de hogar, trabajaba como asistente de cocina y era una mujer muy humilde, así que los balones con los que yo jugaba eran pelotas de papel o de bolsas plásticas”. Fue uno adidas que le regalaron sus alumnas, cuando ya se había convertido en “la profe Miriam” y había roto con todos los prejuicios que existen alrededor de las mujeres en el fútbol.
Ya no recuerda cuántas veces le han dicho que patear balones es cosa de hombres, pero tiene claro que las acciones son su mejor disidencia. En 1989, cuando regresó a Colombia después de haberse especializado en dirección técnica de fútbol en el Instituto Central de Educación Física de Moscú y ser la primera mujer en graduarse, comenzó a trabajar como entrenadora del equipo de la Universidad Nacional. “Como vi que tenía suficientes niñas, se me ocurrió hacer un grupo A, un grupo B e ir mezclando nóminas para hacer exhibiciones por Bogotá”, cuenta.
Esa fue su primera revolución. Poner en la vitrina algo que para entonces era impensable. “Las mujeres a la cocina, las mujeres a criar los niños”, recuerda que le gritaban cuando sus equipos salían a la cancha. “Mis jugadoras terminaban destrozadas y entre los papás y yo teníamos que reconstruirles el autoestima después de cada partido. Si hoy por hoy, el fútbol femenino sonríe de alguna manera es gracias a esas niñas”, dice.
La segunda, fue cuando se atrevió a pedirle a Liga de Bogotá que abriera fútbol femenino. Trabajaba como entrenadora en el Club Vida, de Ramiro Alfaro, y para entonces se jugaba un torneo de marcas categoría única que no especificaba sexo porque se daba por sentado que era masculino. “Hagamos algo loco”, le dijo Alfaro, “juega conmigo”. Ante los ojos atónitos de todos, Miriam entró a la cancha. Los jugadores del equipo contrario hicieron lo posible para sacarla. La intimidaron, la golpearon, la empujaron y le hicieron un penalti. “Cóbralo tú”, le pidió Alfaro. “No, hasta allá tampoco, que me matan”, respondió ella, “Que cobre el crack del equipo que ya enviamos mensaje”. Al año siguiente, en 1991, se organizó el primer cuadrangular de fútbol femenino en Bogotá.
Varias veces ha estado al frente de equipos masculinos y la historia parece calcada. “Cuando me ven hay caras y esas caras hablan solas”. Con todos ha hecho el mismo trato: si en tres meses no ven resultados, ella se va. Hasta su retiro, en septiembre del 2017, nunca tuvo que hacerlo. “A mí no me digan que estamos en igualdad de condiciones”, dice. “A las jugadoras les prometieron un salario y una liga igual a la de los hombres. Luego les dijeron que eran solo por cinco meses, pero que iba a cambiar. En 2018 duró un mes menos y parece que el próximo año será de dos. A mí no me digan mentiras porque sigue habiendo discriminación”.
“Me enamoré del fútbol igual que me enamoré de las mujeres: de repente, sin explicaciones, sin crítica”, Nick Hornby.
“Uno pequeño de caucho, verde y con letras que me regaló mi abuela en Cali. Ese fue mi primer balón”, dice Carlos Quintero, entrenador de la Selección Colombia Femenina Sub-20. Uno de los peores días de su vida fue cuando el América de Cali no lo recibió en su equipo profesional, pero al mismo tiempo fue uno de los más reveladores porque lo obligó a buscar otras formas de hacer fútbol. “Nunca paré de aprender y así descubrí que lo mío era enseñar”.
Siempre estuvo muy cerca del fútbol femenino. Mientras estudiaba dirección técnica en la Federación Alemana le sirvió de traductor a la Selección Colombia durante el Mundial Femenino sub-20 y siguió acompañándola en otras competencias por Europa. En 2016, regresó al país para ponerse al frente de la sub-17 y del Cúcuta Deportivo. Para él, los hombres y las mujeres son distintos en la cancha. Más allá de las diferencias físicas que resultan evidentes, las mujeres toman mejores decisiones y tienen procesos de aprendizaje más rápidos.
—Si una jugadora le está pegando mal a un pase de tres metros, supón que lo está haciendo con el tobillo o con los dedos y tú le enseñas que es con el borde interno del pie, le toma una o dos semanas corregirlo. Con los hombres es totalmente distinto, ellos se demoran mucho más —me explica Quintero—.
—Pero eso quiere decir que son mejores las mujeres…
—¿Y cuál es el problema?
“Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral, se lo debo al fútbol”, Albert Camus.
Vanessa Córdoba, arquera de la Selección Femenina de Mayores y jugadora de la Fundación Albacete en España, corrió con suerte. Su primer balón fue uno amarillo, marca Golty, con el que entrenaba la división masculina del Atlético Bucaramanga. Llegó al fútbol a los 16 años, después de haber pasado por la equitación y de haber salido del voleibol por lesiones en la rodilla. Comenzó a entrenar con su papá, el exarquero Óscar Córdoba, que para entonces era presidente de “Los Canarios”, como le dicen al equipo santandereano.
Él fue su primer entrenador y el patio de la casa su primer campo de entrenamiento. “A las pocas semanas ya habíamos armado la Tercera Guerra Mundial”, cuenta ella. “Nos frustrábamos y siempre salíamos peleando”. Tiene un apellido que le ha abierto puertas, pero ha tenido que dar sus propias batallas para cruzarlas. Con el tiempo conoció a Felipe Taborda, exentrenador de la Selección Colombia. Vanessa estaba empezando y seguía recuperándose de las lesiones en su rodilla, pero medía 1.78 metros de estatura y el voleibol la había hecho ágil con los saltos. Eran las condiciones ideales de un guardameta y Taborda le propuso estar en su equipo.
“Lo hice todo de a poquitos y con calma”, dice. Se preparó con Jorge Rayo, director del Deportivo Cali. Se fue dos años a Estados Unidos con un beca para jugar en el New York Institute of Tecnology y se quedó dos más con otra de la Universidad de Ohio. Entrenó con el Inter de Italia y en el 2017, volvió a Colombia con la intención de jugar en Liga Femenina. “Mi papá habló con Agustín Julio, del Independiente Santa Fe, para que me dejara entrenar y le hizo la advertencia de siempre: Si Vanessa no tiene manos, me la devuelves a la casa y chao”. Fue sumando experiencia, minutos en la cancha y finalmente participó en la Liga 2018 con el Club Deportivo La Equidad.
Desde hace casi tres meses, viajó a España para jugar con Albacete en la Liga Iberdrola que comenzó en septiembre. “En mis planes estaba volver a Colombia en el 2019 porque la Liga iba a ser de un año. Mi contrato aquí llega hasta marzo y luego ya no sé”. Vanessa conoce bien las diferencias entre ser hombre y ser mujer en fútbol. Los equipos masculinos tienen tres utileros, médico y fisioterapeuta. Los femeninos tienen solo uno y el médico, cuando están con suerte, aparece de vez en cuando.
“Me ha dolido mucho escuchar en los últimos días cosas como: es que el fútbol de mujeres es más un gasto que una ganancia para el club. Con una liga de dos meses vamos a echar para atrás 70 años”, dice. Para ella, esta es la oportunidad de aprender a disfrutar el fútbol femenino con sus diferencias: más lento, más consiente de los detalles, más limpio. “Si una mujer se tira al piso en un partido y la tienen que sacar en camilla es porque se está muriendo”, dice. “Hay que dejar el miedo y apostarle más”.
“¿Me estás diciendo que lo importante del fútbol no es el fútbol?”, Terry Pratchett.
“Del primer balón, la verdad no me acuerdo”, dice Carolina Pineda, volante del América de Cali. “De lo que sí me acuerdo es que yo era la que organizaba los partidos”. A los 13 años, jugaba a ser la entrenadora de los niños de la cuadra. Los reunía frente de su casa del barrio Santa Fe, en Cali, y les exigía ir con camiseta blanca porque ese era el uniforme. Comenzó a jugar en la Escuela Carlos Sarmiento Lora, fue parte de la Selección del Valle y luego, de las famosas ‘Superopoderosas’ de la Selección Colombia que quedaron dos veces subcampeonas en la Copa América.
Carolina es una de las voces abanderadas de la campaña #QueremosLigaFemeninaPorSiempre con la que varias jugadoras colombianas han sentado su voz de protesta frente los rumores de la Dimayor. “Cuando se acaba la Liga, se acaba el empleo para las jugadoras. En este momento, la mayoría está trabajando en otras cosas porque de algo hay que vivir”, dice. La suya no es una crítica nueva, el fútbol jamás ha sido un empleo estable para las mujeres en Colombia. Al principio, eran convocadas semanas antes de los torneos y debían ausentarse por varios meses. Mantener un trabajo en esas condiciones se volvía imposible. La liga prometía resolverlo, pero ninguna de sus dos versiones ha durado lo suficiente. “A eso súmale que ahora, parece, va a ser solo de dos meses”, dice Pineda.
“Son especulaciones”, responde Jorge Vélez, el presidente actual de la Dimayor, cuando le pregunto. “La única que puede definir algo así es nuestra Asamblea y no se ha reunido todavía”. En un principio, la decisión debía tomarse el 30 de octubre, pero quedó aplazada hasta el 18 de noviembre y las posibilidades de que vuelva a ocurrir son bastante altas. “Estamos dedicados a otros temas que son prioritarios, con esto no tenemos ningún afán porque al fin y al cabo es el año entrante”, dice.
De su primer balón también se acuerda. Se lo regaló su papá a los dos años. Uno de cuero, cosido, que tenía una vejiga por dentro y pegaba durísimo. “Durísimo”, repite. “Durísimo”.