El machismo ya existía antes de que mi (ex)novio me pegara una patada

Ilustración por: Julia Kuo.

El año pasado asesinaron a Amanda Bueno, una bailarina brasilera. Las redes sociales, como siempre, reventaron. Sobre todo, porque su muerte quedó grabada por una cámara de seguridad.

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Ver videos explícitos de violencia me perturba mucho. Si he visto dos en mi vida es mucho. Pero, en este caso, respiré profundo y le di play. Mi corazón palpitaba súper rápido, me sudaban las manos, lloré. Luego de ver el asesinato de esta muchacha me puse a investigar sobre su vida: qué hacía, desde cuándo estaba con ese pedazo de mierda que llamaba novio.

Lo que me impactó, mucho más que ver la cara destrozada de Amanda, fue la del novio, sobre todo el antes y el después de la tragedia. Acá lo tienen.

Di play al video de Amanda porque yo terminé mi compromiso de matrimonio por una patada que recibí del que era, hace 7 años, mi novio. Esa, al menos, fue una de las razones. Las fotos me congelaron, porque reconocí ambas caras: la de pareja encantadora y la de maltratador.

Más que entender el golpe, decidí rememorar las señales que conducían a él: empecé a reconocer los momentos que me llevaron a ese lugar, me relacioné con las instituciones de violencia de género de mi país para sentirme menos sola y para, en algún momento, ayudar. En ocasiones voy a escuelas en El Valle ––zona popular caraqueña–– a echar mi cuento en charlas de “Noviazgo y Violencia de género”. Les explico lo guapo y emprendedor que era este tipo. De lo maravilloso que era para mi familia. De la sutileza de la violencia.

Hace dos años hice un taller de Liderazgo con Perspectiva de Género dictado por la Dra. Evangelina García Prince, experta en Políticas Públicas. En ese encuentro escuché algo que, sin duda, me cambió la vida: “Tu palabra es tu poder”.

En un ejercicio del curso teníamos que cerrar los ojos y recordar el peor momento de nuestras vidas. Y recordé, con el mismo corazón alborotado y manos sudadas, aquel golpe. Al terminar, Evangelina nos dice: “tú hiciste todo para llegar a esos momentos. Dijiste sí y dijiste no. Estás en esta silla hoy porque tomaste decisiones. Tu palabra es tu poder. Nunca te quedes callada.”

Al pasar el tiempo me di cuenta de que ese golpe llegó por una serie de actos tan violentos como la patada en sí misma.

Y se los puedo enumerar ya mismo:

––Ese chico no dejaba que caminara en la calle sin tomarle la mano.

––Cuando íbamos a fiestas juntos, por alguna razón, siempre me hacía llorar. Nunca podía terminar la reunión en paz.

––Una vez se burló de mis Converse, llamándolos “zapatos de payasa” delante un grupo de personas. Al parecer, sin tacón una no es bonitica.

––Me obligaba a quedarme haciendo labores en casa que de verdad no me provocaba hacer: como cocinar un plato de comida súper complejo cuando de verdad no era necesario.

––Me celaba de mis gatos ––en serio––.

––Me llamaba al teléfono fijo de mi casa a las 11 de la noche para verificar que realmente estaba ahí.

––Intentó cambiar la relación que tenía con mi familia –a la cual soy muy unida-.

––Una vez me dijo en un restaurante: “me estás saliendo cara, a ver si empiezas a cocinar más en casa”.

No sé qué hacía esta persona, pero disfrazaba estos comentarios, los tomaba como chiste, los acompañaba quizás con un besito y los hacía parecer un halago. No sé, de verdad no sé. Qué no hubiera dado por haber conocido a la Sra. Evangelina en ese momento.

El micromachismo se define como la violencia cotidiana que pasa desapercibida. Es aquel acto que molesta, hace daño, impone poder. Casi siempre se esconde bajo una actitud hechizante y agradable. En mi caso, sentía que algo estaba mal. Lo comenté con amigas y familia y todos decían cosas como: “ese tipo es súper amable, Sam… Son cosas tuyas”. O “así es el matrimonio, ¿qué esperas?”.

La violencia de género, ya sea aplicada a hombres o mujeres, tiene mil matices. Y, para mí, la base de todo está en esa acción discreta, diminuta, imperceptible.

Si luchamos contra ese novio que dice que llevo zapatos de payasa o aquel otro que no deja que su chica lleve las uñas de rojo, lograremos algo.

También en contra de ese jefe que se burla de tu actitud “feminista” delante de todos y de aquel novio que no te deja salir sola con tus amigas porque “algo puede pasarte”.

También en contra de esa compañera de trabajo que te recomienda no llevar faldas cortas a tu oficina porque está mal visto, de aquella vecina que ve mal tus tatuajes, en contra del idiota que te dice: “estabas más simpática anoche cuando estabas borrachita…”.

Si eliminamos estos pequeños actos de violencia, con certeza, salvaremos a miles de Amando Bueno, Marina Menegazzo o María José Coni.

La muerte es la máxima expresión de la violencia de género. Detengámosla.

* Encontré un blog llamado “Micromachismos” de eldiario.es que vale la pena revisar. Los puedes seguir también en Twitter, así como una página de Facebook, donde se hacen estas denuncias.

Si sientes que estás en peligro, o simplemente algo te hace ruido, habla. Habla mucho. Cuéntales a tus amigas, a tu familia. Y si no pasa nada, llama a las organizaciones de Defensa de la Mujer de tu país y pide ayuda.