Para 1988 la vida en la ciudad donde esto se escribe, Buenos Aires, se estaba volviendo un embudo de realidad: todo, lo social, lo económico, lo cultural, convulsionaba. El país entraba de a poco en una hiperinflación legendaria, la flamante ley de divorcio hacía mutar la concepción de familia, se hablaba mucho y se conocía poco de una enfermedad horriblemente rotulada como “peste rosa” y, por citar algunos casos, Charly García reventaba las salas con la gira de Parte de la Religión y Soda Stereo lanzaba el himno emblemático “En la ciudad de la furia”.
También en ese año de invierno filoso y crisis energética, Federico Moura y Miguel Abuelo entraron al hospital a causa del SIDA y salieron vueltos mito y manantial para el rock en español. Figuras solares de la liberación corporal y espiritual de su tiempo y padrinos en vida y más allá de centenares de músicos. En 1988 sus carreras hicieron punto. Y seguido. Porque no se puede entender a Babasónicos o Soda Stereo sin Moura ni a Andrés Calamaro o a El Kuelgue sin Los Abuelos de la Nada. Y porque, como las calles azules, el aire de Gardel o el freestyle, hay huellas que hacen al camino. Como si siempre hubieran estado ahí.
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Cantar en la niebla
Ah, bello ejemplar de millenial que el niño Dios ha recibido en este mundo con el muro de Berlín hecho sitio para selfies, Windows 98 como un antro cerrado hace tiempo e Internet reemplazando ––menos mal–– a la imagen paterna de una buena vez y para siempre. Es fácil cruzarte en tu ciudad con un afiche de Babasónicos y pensar cómo molan esos tipos, qué clase. Pero nada, ni el sexting ni las ganas mundiales de echar al diablo migrantes ni la posibilidad de la clase en el mundo macho del rock nacen así porque sí.
En Argentina ese origen fue Virus. Esa banda, a su vez, se nutrió de un espíritu y ese espíritu ––espíritu, voz, cuerpo, physique du rol, imposible melena rubia, rostro y mirada–– fue Federico Moura. Formados en 1980, en plena dictadura militar, Federico y sus compañeros desarrollaron una estética distinta, un-estar-en-el-mundo-rock que alteraba el orden local. Lo de Virus era tocar, mover, vestir, desvestir el cuerpo con manos que encontraban en el claroscuro urbano un coto propio y ajeno donde buscar su sensualidad. Para esa época el rock debía ser sucio, enojado y carretero. ¿Quiénes eran estos pibes que salían maquillados? ¿Quién era ese que se preguntaba en sus letras “¿es el mundo tan poco sensual /que no pudo aliviarme”?
Gustavo Cerati lo definió como un “ser inolvidable”. Y lo era. Para que algo como el concierto de Soda Stereo en Viña del Mar 87 sucediera, alguien tuvo que volver plausible y “legítimo” que guitarras eléctricas y maquillaje convivieran frente a una multitud hispanohablante. Algo que, grábenselo, solo fue posible porque hubo quienes resistieron las violencias. “Ahora Virus es ‘la banda que cambió el rock y bla, bla, bla’, pero en aquel momento nos tiraban naranjazos”, recordó Marcelo Moura hace unos años.
Después de Internet, de la world music, de las disputas entre géneros, de la electrónica como soporte universal, es mucho más sencillo que nos guste J Balvin y The Mars Volta, pero ve a salir por Buenos Aires con los ojos delineados en 1982… La apertura de la forma y de la posibilidad de ser. Ese es un gran legado que Moura, productor del primer disco de Soda Stereo y amigo de la banda, aportó al ámbito de la música popular. Ese vínculo se estrechó con los años y en 1995 Virus y Soda tocaron juntos. Lo que gritan las 200 mil personas presentes cuando suben los hermanos de Federico deja las cosas claras. “Fede no murió”.
Otro grande que aprendió de la sensualidad, la ambigüedad y el hedonismo predicados por Moura fue Adrián Dárgelos. “Tenía un carisma demoledor e inigualable, no había nadie así. Sus letras poseían un condimento incorrecto, una forma narrativa novedosa. Yo quería ser un Federico. Era un fenómeno”, supo reconocer Dárgelos consultado sobre sus influencias. Una narrativa del placer para la tierra de la censura. Volver a vivir el cuerpo después de años de opresión política, física, psicológica. Sofocado por el sueño y la presión / busco un cuerpo para amar. Como cantan aquí abajo.
¿Y para sus seguidores? Luis es un fan todo terreno que nos acercó este autógrafo de Moura y revivió su último show, el 21 de mayo de 1988: “Los seguí por Mar del Plata, Rosario y Buenos Aires, y se me pone la piel de gallina al recordar el último recital con Federico. Yo no tenía dinero, pero un amigo fanático resolvió invitarme. Fuimos a un cajero, sacó efectivo y compró dos de las mejores ubicaciones del teatro. Al entrar había un murmullo. El silencio te decía algo. Era increíble cómo todas las miradas iban a él y la fuerza que le ponía al show. Aunque pasaron 30 años, lo tengo grabado en mi retina. Nadie sabía que ese iba a ser su última presentación”.
“En mi oscuridad te busco a vos”
Cantante, boxeador, vagabundo, ídolo popular, húerfano, gurú espiritual, pionero dos veces en dos etapas totalmente distintas del rock argentino. ¿Algo más? Luis Alberto Spinetta lo llamaba “el poeta”. ¿Algo más? Fue el tipo que le dijo a Andrés Calamaro por primera vez “a ver, probemos con una tuya”. Los 42 años de vida de Miguel Ángel “Abuelo” Peralta tienen miles de hilos de los que se puede tirar: cada uno conduce a historias dignas de El Gran Pez pero en el marco de una carrera artística que cruza dos veces el Atlántico para dejar, en el back up mental de millones y en las raíces musicales de mil bandas, cosas como esta:
Hay una primera versión LSD de Los Abuelos de La Nada que iba a ser fugaz, pero dejaría hermosos singles del flower power psicodélico latino que empezaba a despuntar con bandas como Os Mutantes. Por divergencias con la disquera, el joven Miguel perdería el entusiasmo y embarcaría hacia Europa. Londres, París, Barcelona, Madrid, Ibiza. ¿Cómo giran las agujas de una brújula rota? Hasta la suerte iba y venía cuando quería su la vida sydbarretiana. Vivió en la calle, estuvo preso, fue apadrinado por el mecenas de Dalí y Picasso en un tremendo álbum surrealista, dejó al magnate para volver a vivir on the road, recaló en Ibiza, se adentró en la cultura sufí y volvió a estar preso indocumentado. Pero ya se había conocido en esa ciudad con algunos de sus futuros compañeros.
1982, 1983. Los años de lanzamiento de los primeros dos discos de Los Abuelos no podían ser más simbólicos. En plena transición de dictadura a democracia aparecía un grupo delineado por un ambiguo cantante-payaso-dragqueen que había viajado por medio mundo mientras la vida en Argentina llevaba ocho años de intervención militar. Y cuando decimos delineado, es literal. Si bien Miguel trazó el contorno de la búsqueda de Los Abuelos, en el grupo todos escribían, todos cantaban, todos imprimían su reielve. Cancionero con Calamaro, progresivo con Bazterrica, tropical/gitano con Miguel, Los Abuelos eran todo al mismo tiempo todo el tiempo.
Los cinco discos de la banda componen una noción del arco sonoro argentino de los 80. En tiempos de géneros cerrados y tribus urbanas, Abuelo y los suyos se movían como nadie de estilo a estilo y de escritura a escritura. Temas como “No te enamores…” inauguran una narrativa de la ironía y el cliché que grupos actuales como El Kuelgue supieron recuperar con mucha magia. Asimismo, si Bowie cuestionó qué era ser un hombre frente al micrófono, Miguel Abuelo fue, al sur del Ecuador, de los que mejor supo tomar ese guante.El ejercicio de construir un yo que escribe, era tan necesario como la elaboración de su yo frontman. Sobre su influencia, Calamaro fue muy claro: “Le debemos un monumento por la libertad”.
Cuando encontró las palabras, Andrés no dejó pasar la chance para homenajearlo en su discografía. “Con Abuelo” es el tributo de Calamaro para uno de sus mentores.
Si Dios no juega a los dados como postuló Einstein, repitió el Indio Solari y demostró la reciente entrega del Pulitzer para Kendrick Lamar, todos los que alguna vez agarramos una guitarra para tocar un clásico del rock en español somos deudos de ciertos nombres. Federico Moura y Miguel Abuelo son dos de ellos.
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