Me desperté agitada, Los Blenders y Mentira Mentira iban a tocar a las cuatro. El despertador no sonó a las diez de la mañana, ni a las once. En mi celular eran las tres y media de la tarde. Salí corriendo.
Llegué a la Condesa, sin saber dónde era el lugar. Tenía la dirección apuntada en un papel que no tenía idea dónde había dejado. Levanté la cabeza para ver los letreritos blancos que ponen en las esquinas. Estaba parada entre Ámsterdam y Popocatepetl. Las calles me sonaban, algo así había escrito en la madrugada. Abrí mi morral en busca de algo que seguramente había olvidado. No encontré el papel, ni la cartera, ni mi teléfono. Ni nada. Me equivoque de bolsa, el pedazo de piel en forma rectangular que traía colgando en el brazo era en ese momento un objeto inservible. Solo traía unos chicles y mis llaves.
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La única pista que tenía archivada en mi cerebro eran esas dos calles. Pero dude. No, definitivamente no me acordaba. Me comí un chicle y exploré el universo que tenía enfrente para ver si alguien podía ayudarme. No había nadie, la Condesa (sobre todo en esas calles) resulta ser un lugar muy solitario durante los sábados por la tarde. A lo lejos vi las puertas de una cochera abierta. Con la esperanza de pedir auxilio caminé hacia la casa. Entré y me encontré con unos vatos que estaban haciendo pruebas de sonido. La dirección que contenía mi papelito extraviado era esa.
Al parecer había llegado temprano. Vi mi reloj. Eran las cinco, pero el evento era a las cuatro ¿o a las seis? Nunca supe, pero decidí esperar. Había chelas y sidras de manzana en una cubeta enorme. No pregunté y agarré una. Luego otra. Después un chingo.
Paso un ratote y nada. En la cochera solo estábamos yo, los del sonido y dos cincuentones borrachisimos que pasaban por ahí porque vieron el evento en el “Corredor Cultural”. Me preguntaron por las chelas. Que si eran gratis. Les dije que sí, que me pasaran otra.
Se hizo de noche y prendieron las luces: azules y rojas. Después pusieron música para ambientarme a mí y a los viejitos. Luego, como si se hubieran puesto de acuerdo, llegó una manada de gente. En menos de cinco minutos el lugar se llenó. Tuve que apachurrarme en una esquina, la cochera en donde estábamos era para un solo carro. Mientras me asfixiaba, quitaron la música. Me imagino que fue una forma de avisarnos que era la tercera llamada. Arrancaron los Blenders con canciones de su nuevo disco. Inmediatamente, los veinte metros cuadrados en los que nos encontrábamos, empezaron a derretirse. La gente era como una masa uniforme que surfeaba al ritmo de tachas, ácidos y metanfetaminas. No quise moverme, estaba mareada.
La única persona que no bailaba era yo, hasta los ancianos se movían. Yo sí quería bailar, pero no podía. Decidí golpear el piso con el pie mientras trataba de llevar el ritmo. Mi intención era pertenecer a esa masa de alguna forma, traté de lograrlo agitando los únicos músculos que me respondían. Seguro me veía ridícula. Dejé la sidra en el piso. No era racional seguir tomando si quería contar con recuerdos para el domingo.
El mareo me invadió de nuevo, me senté en el piso. Mientras trataba de resolver qué estaba pasando, la música terminó y fue remplazada por una voz que decía cosas sobre lencería y abuelitas. De nuevo música. Esta vez era Mentira Mentira tocando “As much as my head hurts”. Unas morritas a lado de mi gritaban guarradas. Otros vatos en la contra esquina brincaban muy alto y los viejitos agitaban la cabeza como si su vida dependiera de eso. Recuperé el aliento y esta vez bailé, brinqué, moví la cabeza y grité guarradas. Como todos. Mentira Mentira nos hizo pasar por los diferentes estados del éxtasis con sus rolas primero rápidas y luego tranquilas.
El evento se terminó hasta que se acabaron las chelas. La última en salir fui yo. Creo que estuve mucho tiempo en el baño porque cuando caminé a la calle, me di cuenta que la gente que había estado adentro se había esfumado. Ni un alma. De nuevo estaba sola, parada en la esquina entre Ámsterdam y Popocatepetl.
Estuvimos con Los Blenders en Tijuana, pueden ver lo que pasó aquí