Arriba de mi cama tengo: un cuarzo rosa; una ágata, una amatista, un citrino, dos piedras de jade, y una cornalina. Estas piedras no hacen nada más que entretener a mi gato.
Según las personas que creen en la terapia con cristales, mi conjunto de cuarzos debería haber traído efectos positivos a mi vida desde que lo puse ahí: más amor y menos resentimiento, mejor comunicación y tranquilidad, mayor intuición y confianza, optimismo y energía, sanación espiritual y prosperidad, suerte y pasión y un estado general de bienestar. Desafortunadamente, estas piedras no tienen un talento especial. Me gusta cómo se ven, jugar con ellos mientras pienso, pero hasta ahí llega su utilidad.
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Es bonito pensar que todo lo antes mencionado lo pudieras manifestar metiendo unas cuantas piedras a tu bolsa, y sería hermoso que la premisa de curar con cristales, que ciertos tipos de cristales tienen diferentes propiedades energéticas que pueden afectar tu estado mental, tuviera fundamento.
Como propuso un curandero de cristales en Women’s Health, puedes sanar tu corazón roto apretando un cuarzo rosa contra tu pecho y canalizando toda tu energía cognitiva para imaginarlo “derritiendo la tristeza”. O, para curar el miedo de hablar en público, coloca una cianita en tu garganta y concéntrate por completo en cómo absorbe tu ansiedad social.
Spencer Pratt —quien supuestamente gastó más de un millón de dólares en su colección de cristales—, Kate Hudson, Adele, Kim Kardashian West, la familia Hadid, son solo algunxs de lxs famosxs que glorifican la capacidad de los cristales para limpiar heridas emocionales. Esto puede explicar por qué las búsquedas en internet de “tiendas de cristales cerca de mí” y “curación con cristales” han aumentado en un 35 y un 40 por ciento, respectivamente, desde 2013.
Es verdad que algunos cristales pueden conducir y almacenar energía, sin embargo, para usar un cristal como conductor, debes alterarlo de manera que le permita cambiar y mantener la energía. Pero “energía” en este contexto no significa “positividad” o “creatividad” o cualquier otra cosa igual de abstracta, sino que se refiere a la electricidad.
Además, como dice James Giordano, profesor de neurología y bioquímica en el Centro Médico de la Universidad de Georgetown: “No es como que el cristal por sí solo estuviera generando la energía”. Necesitas manipular el material para que funcione en un entorno determinado. La idea de que un cristal inerte pueda transmitir energía a otro “agente biológico”, como, por ejemplo, un humano, “es ciencia ficción”, dice.
Sin embargo, tal vez tú seas de los que han experimentado una sensación de liberación después de haber sostenido un cuarzo durante unos minutos. Si es tu caso, piensa en este experimento de 2001: investigadores de la Universidad de Londres pidieron a 80 participantes que meditaran durante cinco minutos, unxs con un cuarzo en la mano y otrx con un trozo de vidrio que creían que era un cuarzo. A la mitad de ellxs se les habló de las sensaciones que podían causar los cuarzos y, sorprendentemente, muchxs (especialmente a lxs que se les dijo esto desde el principio) describieron un calor que emanaba de lo que tenían en las manos y y una sensación de bienestar cada vez mayor.
Probablemente conozcas el nombre de este fenómeno: el efecto placebo.
Las respuestas al placebo, explica Giordano, ocurren en respuesta a un conjunto de estímulos que impactan las “áreas clave y propiedades neuronales del cerebro” para producir uno o ambos de los efectos deseados. Una es que el individuo se siente mejor subjetivamente. La segunda es que hay ciertos cambios objetivos en su condición física”.
Los factores biológicos, vivenciales e incluso culturales hacen que ciertas personas sean más receptivas a los placebos que otras, dice, y las tales respuestas pueden estar condicionadas. También pueden ser muy poderosas, porque su cerebro dicta la función de todos los demás sistemas: el endocrino, que se ocupa de las hormonas, es decir, las funciones metabólicas, sexuales, musculares y emocionales; el sistema nervioso, el sistema inmunológico, etc. (El placebo no cura el cáncer, por ejemplo).
En las personas que son susceptibles a las respuestas al placebo, y en aquellxs que han aprendido a asociar un cuarzo con un sentimiento en particular (condicionamiento), la piedra en sí misma hace que el cerebro produzca el efecto esperado, dice Giordano. La magia no está en el cristal, sino en tu mente.
Al final, los cristales no tienen nada de malo. Stuart Vyse, psicólogo y autor de Believing in Magic: The Psychology of Superstition, dice que las supersticiones pueden tener beneficios psicológicos. Las investigaciones muestran que los pequeños rituales previos al evento (por ejemplo, una presentación de trabajo) ayudan a reducir la ansiedad y pueden mejorar el resultado. “La gente se siente mejor si hace algo”, explica Vyse. Llevar un cuarzo en el bolsillo podría inducir una “ilusión de control” que te hace sentir mejor, dice.
“Es como tener una pata de conejo en el bolsillo”, dice Giordano, “o ponerte tu pañuelo de la suerte cuando tienes algo importante que hacer. ¿Cada vez que te pones el pañuelo todo te sale bien? No te lo quites, definitivamente hay algo en él que funciona”.
Sin embargo, las cosas pueden volverse peligrosas si te pones ese pañuelo en los ojos, y ambos expertos han señalado el riesgo de renunciar a la medicina occidental por el poder de los cristales. Después de todo, el capitalismo impulsa la locura con cristales y se puede ganar mucho dinero vendiendo remedios milagrosos, especialmente del tipo que también funciona como decoración. “No los regalan”, dice Vyse.
“Si haces lo que debes hacer desde un punto de vista científico, para cuidarte y resolver tus problemas, y también [usas] cristales, no veo nada de malo en eso”, dice Vyse. “Las supersticiones sobre tener suerte están perfectamente bien, hasta que te conviertes en un jugador compulsivo y tus supersticiones te mantienen en la mesa de apuestas cuando cuando realmente deberías levantarte e irte a casa”.