Los fanzines como fetiches de colección

No han sido pocos los tecnoheraldos que han anunciado la pronta muerte de los libros y las revistas. Son los mismos que encomian las ventajas de la lectoescritura digital, tanto más práctica, higiénica y eficiente. Pero no sé, no creo que el futuro haga desaparecer esa “obsesión del registro impreso” como dice Patricia Pietrafesa refiriéndose a objetos de papel con olor a tinta. Específicamente fanzines, auto publicaciones de bajo presupuesto, fotocopiados o impresos en casa, cargados de imágenes potentes y mucha información sabrosa. Mientras pienso en estos asuntos editoriales me entero de un evento organizado por Ni groupis ni musas, Libres y creadoras en el que participó Pat mostrando parte de su archivo de fanzines, y en el que habló del trabajo que realiza actualmente para organizar y darle un sentido a dicho material. ¡Maldita sea! Me lo perdí. Afortunadamente encuentro el afiche de otro evento en el que va a estar hoy mismo. Es en el subterráneo de una librería en San Telmo.

Está de más mencionar que Pat Pietrafesa es un referente del punk rock en Argentina. Integró Cadáveres de Niños, Sentimiento Incontrolable, She Devils y actualmente forma parte de Kumbia Queers, banda con la que ha recorrido el mundo. Lo que no está de más mencionar es que ingresó primero en la cultura del punk con la máquina de escribir, y no con el bajo eléctrico, pues también es la autora de un legendario fanzine que circuló entre 1984 y 2001 llamado Resistencia. Simultáneamente escribía desde Argentina para Maximum Rockandroll, uno de los medios impresos más importantes dentro de la escena punk internacional. Sin duda Pat tiene mucho para contar sobre la historia de los fanzines, no solo porque lo vivió en primera persona, sino también porque se ha preocupado de teorizar sobre la materialidad y el contenido de este tipo de publicaciones, desde un enfoque que mezcla la arqueología, los estudios literarios, el género y el diseño. También es la fundadora de una editorial llamada Alcohol y Fotocopias, la que ha publicado libros que rescatan diversas expresiones creativas del anarco punk.

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Cuando llego a la librería veo que aún es temprano, solo están los organizadores. Los saludo y aprovecho de preguntarle a Pat si más adelante podría hacerle una entrevista para VICE. Me dice “sí, ni un problema”. De momento me siento, me convidan un vaso de cerveza y poco a poco comienzan a llegar otros interesados en participar del conversatorio. Algunas ideas que pude rescatar de aquella jornada fueron las siguientes: Pat se encuentra en una etapa en la que aún se pregunta por qué hace lo que hace, por qué coleccionar fanzines, catalogarlos y luego sacarlos a luz, la posibilidad de digitalizarlos, hacerlos parte de una exposición y generar teoría en torno a ellos. Hasta ahora no encuentra otra respuesta más que la lucha contra el olvido. “Todos esto forma parte de una historia desconocida. Tal vez sea el momento de juntar los elementos y hacerles un lugar dentro de la historia oficial, o de contar una distinta”.

Después hace un comentario sobre la transición que viven las culturas marginales dentro de toda sociedad jerarquizada, tomando al fanzine como ejemplo, “los fanzines ya no son rebeldes, se han transformado en objetos de culto. Se hacen exposiciones, bienales, y no desaparecieron, al contrario, se han vuelto más sofisticados, tienen mucho diseño invertido, son verdaderos fetiches”. Esto da cuenta de una transformación en el estatus del fanzine, que pasó de ser un medio de comunicación urgente a ser cuasi piezas de arte.

Pat nos recuerda que hubo años muy oscuros en lo que por el simple hecho de llevar una pinta estrafalaria, por ser puto, lesbiana, ciruja, travesti, trans, hippi, punk o prostituta, la policía podía llevarte preso y meterte en un calabozo por averiguación de antecedentes. Lo mismo sucedía si te pillaban fumando un porro o tomando alcohol en la calle; y peor si te encontraban un fanzine en la mochila. Supuestamente la dictadura había terminado, pero la policía quería dejar claro que ellos seguían ejerciendo un poder oculto en las sombras, y la manera de comunicar este mensaje era sembrando el terror. En ese contexto, fines de los 80 y principios de los 90, Pat y muchos otros jóvenes que se aferraron al punk como forma de vida editaron e hicieron circular fanzines donde expresaban el asco que les generaba el abuso policial, el silencio de los medios y la banalidad de la farándula televisiva. También compartían información relacionada con ecología, derechos animales, cine B, cine gore, humor gráfico, entrevistas a bandas, comics, gigs y convocatorias para compartir casetes pirateados o revistas fotocopiadas. En este mismo periodo Pat comienza a cartearse con gente del extranjero, distintas personas que estaban produciendo contra información en formato fanzine. Gracias a su manejo del inglés pudo realizar entrevistas a emblemáticas bandas como Crass, y traducir publicaciones internacionales para luego reproducir extractos que circulaban en Buenos Aires. Algunos de los fanzines que llegaban por correo salían clandestinamente de países de Europa del Este, donde los regímenes socialistas reprimían toda disidencia. Los originales hechos a mano primero eran enviados a países de Occidente, allí eran traducidos, seriados en fotocopia y luego cruzaban el charco hasta llegar a América.

“En cada momento de la historia usás las herramientas que tenés y las exprimís al máximo. En ese tiempo el correo era nuestra Internet, era lo básico para mantenerse informado. Yo era una experta en tarifas de envío y reciclado de estampillas. Muchos no salíamos los fines de semana, preferíamos juntarnos en casas a leer lo que llegaba por correo, leíamos hasta la última letra, compartíamos remitentes y nos dividíamos tareas: vos le escribís al de Polonia, yo le escribo al de Inglaterra y ustedes a los de Brasil, y así. Era un tráfico de información total.”


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El conversatorio termina con un comentario referente al DIY o “hazlo tú mismo”, que es desde donde todo surge: “Si el punk le heredó algo al mundo, es el hazlo tú mismo. Eso me quedó muy grabado cuando leí el libro La Muerte Joven de Carlos Kreimer. Nosotros no esperábamos a ser reconocidos en los medios de comunicación, no pedíamos permiso para expresarnos, lo hacíamos y ya, y para eso usábamos técnicas que fuimos incorporando en la marcha. Aprendimos a mecanografiar, diagramar, hacer collages, calcular el tamaño de los textos, reconocer tipografías, compaginar y un montón de otras cosas”.

Antes de partir le pido Pat que me venda alguno de los fanzines que anda traduciendo últimamente. Me pasa el primer fascículo de Mujeres del Rock (Enojadas), y vuelvo en el subte leyendo la primera entrevista que ahí aparece, un alucinante relato de vida de la artista norteamericana Jarboe, conocida entre otras cosas por su participación en la banda Swans.

La segunda vez que me reúno con Pat es en su casa, un ph en el barrio de Flores. Es temprano, ella acaba de poner agua para tomar unos mates, y mientras ingresamos de lleno en el tópico de su archivo. Me cuenta que todo surgió en la segunda versión de la Feria del Libro Punk, allá por el 2013. Fue en esa instancia que, junto a otras personas, se le ocurrió armar un archivo colectivo. “En la feria pusimos una compu, un escáner y una fotocopiadora. Vos traías tu pendrive y aportabas con el material que tuvieras. También podías escanearlo ahí mismo. Luego vos podías fotocopiar otro fanzine de vuelta. Así armamos el primer catálogo, fue como un laboratorio de archivo, conservación y circulación”.

Después de esto le propongo que retrocedamos un poco, quiero saber cómo se le ocurrió hacer su primer fanzine ¿Tuvo alguna inspiración?

“Sí, eran mediados de los ochenta y llegaron a mis manos dos fanzines. Uno era Vaselina y el otro era Reacción Punk, que se editaba en La Plata. Vaselina lo hacían chicos y chicas, en realidad no le pertenecía a nadie, se pasaba de autor en autor, eso me gustaba. Entonces yo hice lo mismo, doblé una hoja de oficio por la mitad, la rellené con cosas y le puse Resistencia. En ese tiempo era una palabra muy fuerte y no se usaba, había que empezar a usarla. Esos fanzines los llevaba conmigo a los recitales. Tímidamente primero porque era como una tarjeta de presentación. Los cambiaba por entradas, por birra o los regalaba. Por ahí alguien me pagaba, pero muy poco.”

También me cuenta que en los años 90 vivió una desilusión que la hizo cambiar de rumbo.

“En los noventa me desilusioné de la escena. Apareció el hardcore, que era una movida muy masculina, no había mujeres en esa escena. Por otro lado el punk se empezó a poner violento, caía fácilmente en el romper todo porque sí, en la rabia autodestructiva, por eso me dejó de interesar. No digo que esté mal romper todo, pero yo estaba en otra, a mí me interesaba la organización y la autogestión. Después me criticaban y me decían “vos sos anarquista de biblioteca”. Y era así, funcionábamos en la Biblioteca Anarquista José Ingenieros. A mediados de los 90 empecé a frecuentar la feria de fanzines que se organizaba en la Plaza del Congreso, y ahí llegaba todo tipo de gente, no solo punks, sino gente que estaba ligada por una visión más política. A mí me gustaba eso, el rejunte, la mezcla, sin importar si eras hombre o mujer, gordo, torta, puto o trans. No me importaba la identidad, sino más bien confundir, romper con la uniformidad”.


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Le pregunto a Pat de dónde proviene el nombre de su editorial (que lo encuentro genial), algo que siempre he querido saber:

“A fines de los 80 inventé Alcohol y Fotocopias, mi sello editorial. Se vivían condiciones de vida muy extremas, estaba todo este tema de la hiperinflación. Yo no tenía un peso, solo quería dinero para alcohol y fotocopias, con eso era feliz. Era el tiempo en que me carteaba con gente del extranjero. Yo tenía varias notas traducidas de fanzines de afuera, entonces se me ocurrió dejar un cartelito en un mítico puesto de libros y revistas de Parque Centenario. Ahí anunciaba que intercambiaba mis traducciones por bebidas alcohólicas. Ese era el trato.”

Después de conversar un rato largo y antes de despedirnos, Pat me muestra algunas de sus joyitas de papel para que pueda sacar fotos. También me regala una copia de su libro Resistencia, lo cual agradezco como buen obseso del registro impreso que soy. No puedo esperar a llegar a mi casa. Me siento en el cordón de la calle y comienzo a leer una de las primeras páginas:

“Eran cuestiones que ardían en mis manos y estaba encontrando la forma de hacerlo a mi modo. Ese descubrimiento pegó en la tecla de mi punkitud: el fanzine era un espacio de libertad increíble.”