Los Grammys se llevaron a cabo, y como es usual, se hizo todo lo posible por atiborrar un sólo lugar con todo el arsenal de las más grandes tendencias musicales del año que corre en una sola noche. Es una terea gigantesca e insuperable eso de traer a las luminarias de cada rincón de la industria musical norteamericana y adular sus hazañas durante horas. Es imposible quedar bien con todo el mundo al mismo tiempo, y la Academia se las ha visto difíciles para seguirle el paso al ritmo veloz de estos tiempos. Son notablemente conservadores, y tienen un gran historial de malas jugadas como cuando le dieron a Jethro Tull el Mejor Álbum de Metal en lugar de dárselo a Metallica o cuando otorgaron el premio al Mejor Álbum del Año a Steely Dan mientras los nominados estaban el Marshall Mathers LP y el Kid A. La confianza que tienen los fans serios de la música y el prestigio de sus decisiones está en un mínimo histórico.
La ceremonia de ayer en la noche fue una de esas sesiones rarísimas de los Grammys en la que parecía que les importaba Hacerlo Bien. En esta ocasión, las decisiones se sintieron adecuadas, más que en cualquier otro año desde la sorpresa de que Arcade Fire ganara el Álbum del Año en 2011. Parecía que este año Iggy Azalea iba a arrasar en las categorías de rap, pues el año pasado sucedió con Macklemore. El cuchicheo en la comunidad del rap tomó las múltiples nominaciones de Iggy como una conclusión inevitable y se quejó por la disminución de prestigio para los artistas negros en una forma de arte predominantemente negra. Pero resulta que no ganó nada. En lugar de eso, se pasó el día inmersa en una pelea en Twitter con Papa John’s. Lo que me hace pensar que emite sus pedidos bajo su nombre artístico. Dos de los premios de rap se fueron con Eminem, favorito perene de la temporada de premiaciones, y los otros dos fueron para Kendrick Lamar, cuyo desaire del año pasado fue palpablemente frustrante y muy criticado.
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Esta suerte de “justicia” también se hizo presente en las interpretaciones. Ceremonias recientes de los Grammys se han comprometido con emparejamientos desafortunados de superestrellas que han resultado en abominaciones como el clásico de Metallica “One”, interpretado con la asistencia innecesaria del pianista chino Lang Lang. Aunque también han generado momentos mágicos para la posteridad como el show de Daft Punk/Pharrell/Stevie Wonder. Esta vez, las malas combinaciones se dieron en menor medida, aunque Tom Jones y Jessie J sobre “You’ve Lost That Loving Feeling” de los Righteous Brothers fue una toma de decisión ridículamente sospechosa. En lugar de eso pudimos ver a Mary J. Blige hacer el robo del siglo en un dueto con Sam Smith en “Stay With Me,” “Take Me to Church” de Hozier apoyado por un cautivador cover de “I Put a Spell on You” a cargo de Annie Lennox y Ed Sheeran intercambiando líneas con Jeff Lynne de ELO’s en el clásico “Mr. Blue Sky.” Los tres casos alcanzaron el rango generacional, pero ninguno como Kanye West, Rihanna, y Paul McCartney, cuya interpretación debut de “FourFiveSeconds” mostró un vínculo sin fisuras entre los artistas en diferentes momentos en la vida. Cada artista estaba dirigido un grupo demográfico diferente pero la vibra como de fogata de la canción fusionó sus fuerzas divergentes en un singalong irresistible.
El show tuvo varios aciertos, pero estamos hablando de los Grammys, así que también hubo metidas de pata. La Academia sólo da un premio de Metal actualmente, y esta vez se lo dieron a la banda de broma de Jack Black, Tenacious D, por un tributo a “The Last in Line” de Ronnie James Dio, apaleando a verdaderas instituciones de la música pesada como Anthrax, Motorhead y Slipknot. Beck ganó el álbum del año con Morning Phase, un disco decente, pero sin duda el peor en su repertorio, un disco que muy pocos se atreverían a decir que es el mejor del año. El gran ganador de la noche fue Sam Smith, quien se llevó a casa cuatro premios, incluyendo estatuillas por Mejor Nuevo Artista y Disco y Canción del Año. La canción y el disco de Sam dejaran a la ubicua insta-platino Taylor Swift con las manos vacías.
Beyoncé se llevó dos premios por “Drunk in Love” y un reconocimiento pre-show por Mejor Álbum Surround Sound, que… OK. Pero su disco homónimo sigilosamente lanzado perdió el premio ante el bueno pero menos adorado G I R L de Pharrell y le dieron el Disco del Año a Beck. Esta última decisión fue tan desconcertante que mandó al escenario a un Kenye West borracho para hacer una parada técnica en el micrófono y repetir su intervención de los MTV VMA’s del 2009 cuando Taylor Swift le ganó a Beyoncé. Algunos soldados indignados de Beyoncé zarparon en una búsqueda para averiguar quién diablos es Beck. Kanye dijo que Beck debería de respetar el arte y devolver el premio. Esa declaración es un poco radical, como todo lo que habla Kanye, pero todos sabemos que la afición de la Academia por el rock no es la razón por la que el gigantesco parte aguas de Beyoncé fue tratado como un disco cualquiera.
Kanye tiene un punto. La Academia lo invitó felizmente a interpretar dos veces, pero le quitó dos premios. El año pasado quedó fuera también. Después del altercado del Disco del Año con Beyoncé, que además dieron antes de lo usual para que no se vieran tan mal por pasarse por los huevos su poder brillante, el show cerró con un a interpretación dramática de Beyoncé inspirada en Selma del himno favorito del Dr. Martin Luther King, “Take My Hand, Precious Lord”, seguido de una entusiasta “Glory” de John Legend y Common. Legend perdió un premio a manos de Pharrell y Common a manos de Eminem. Ahí está la prueba de que el show está en busca de la diversidad y la genuflexión en un momento de movimiento de protesta negra. Solo hace falta ver los guiños “Hands Up, Don’t Shoot” en las interpretaciones de Pharrell, Beyoncé y Common y el comentario “Black Lives Matter” de Prince al presentar el premio de Álbum del Año. Pero al final del día le dan el premio de rap al niño blanco y ninguno de los nueve Grammys de hip-hop y R&B se repartieron durante el tiempo televisado del show. Mucho peor es el caso para la comunidad latina. Lo único que nos dieron fue una interpretación de Juanes y un Enrique Iglesias que presentó un premio.
La edición numero 57 de los Grammys fue la más remuneradora de los últimos años, e incluso en sus fallos se podía ver una institución de un legado de muchos años dando tumbos hacia un renovado respeto. Están tan desbalanceados que abrieron con una interpretación sincera de AC/DC pero también tan ligeramente nerviosos que honraron a St. Vincent y a Paramore con un lugar junto a los hermanos del rock y le dieron de manera mustia a Aphex Twin esa estatuilla al Mejor Álbum Dance/Electronic. La devoción de los Grammys a ese talento para el espectáculo apacible y para la audacia de espectáculo tuvo un balance raro pero bueno. ¿Qué otros shows dejarían a Madonna sacrificarse ante unos toreros con cuernos de diablo y que Beyoncé conduzca un servicio dominical de iglesia para darle un cierre?