Identidad

Los mágicos calzoncillos azules de René Higuita

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No es que a René Higuita lo de creer en el poder de unos simples pantaloncillos le pareciera del todo descabellado. Al fin y al cabo, su abuela, cuando era niño, lo había entrenado para usarlos al revés. “Me decía que me los pusiera al revés para que no me ‘enyervaran’ y me fuera de pronto con la que no correspondiera a mis expectativas simplemente por rezos o por otras cosas”, recuerda el arquero colombiano.

Al parecer, llevar su ropa interior con las entrañas de las costuras expuestas era la manera de evitar, a toda costa, terminar casado con una mujer por ungüentos y encantos mágicos. La tradición popular reza que cuando un hombre viste los calzoncillos al revés deja saber en un nivel muy sutil que no es perfecto, que tiene, si se quiere, un defectico, de tal forma que ahuyenta las obsesiones y aleja los deseos ciegos, porque ¿quién quiere enamorarse de alguien dañado? Si Higuita se iba a enamorar, mientras llevara sus calzones al revés, lo iba a hacer por amor.

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Así que, décadas después, como si los conjuros de su sabia abuela volvieran a revelársele, estaba el entonces guardameta del Nacional con sus crespos arremolinados y en medio de la Copa Libertadores del 89 oyendo de nuevo a una mujer —esta vez  una curandera— darle fórmulas mágicas sobre cómo llevar sus calzoncillos.

Faltaban apenas días para comenzar los cuartos de final  del campeonato que, a finales de la década de los ochenta, reunía a los mejores clubes de Suramérica. El Nacional tenía un gran desafío: lograr vencer entre todos los competidores al Millonarios, también colombiano y para entonces repleto de jugadores argentinos cotizados que mojaban prensa, recibían halagos y ganaban partidos.

El Nacional, por el contrario, estaba —como lo recuerda Higuita— “lleno de puros criollos”  que tenían en común su buen juego, su amor por la camiseta verde, ese acento arrastrado de los oriundos del Valle de Aburrá y un gusto peculiar por unas motas de pelo que con crespos frondosos y extrañamente bien domados parecían bailar con ellos mientras perseguían el balón.

Temerosos de que las posibilidades de sus triunfos no estuvieran solo en las habilidades de sus piernas, sino que se vieran interrumpidas por cosas del más allá, los jugadores Luís Carlos Perea, Alexis García y, quizás, el Chonto Herrera (en este último dato la memoria del arquero es borrosa) se fueron junto a René a visitar a una misteriosa mujer al centro de Medellín. “Nos vamos con Perea, con Alexis, tres o cuatro personas líderes del equipo, a donde esta mujer. Ella nos metió en un círculo y el círculo alrededor de nosotros… no sé qué pasó, pero en todo caso eso se prendió y entonces eso quería decir que nos estaban trabajando desde Bogotá, es decir, que nos estaban haciendo brujería”, recuerda el jugador.

Ante tal descubrimiento, la curandera  les ofreció una fácil manera de resistir a los rezos: usar una correíta que les repartió en sus manos y llevar, además, pantaloncillos de color azul en todos los partidos.

El énfasis de la bruja en la prenda íntima hacía sentido; al fin y al cabo la ropa de una persona está indisolublemente vinculada a quien la lleva, posee  una carga energética de su dueño.  Si los jugadores llevaban los pantaloncillos justo del color del rival, en este caso el azul, la bruja podía invertir el orden de cualquier conjuro que se estuviera haciendo sobre ellos.

Sin chistar, los cuatro futbolistas se fueron a comprar los calzoncillos  en las tiendas de rebajas. “Nosotros los conseguimos, se los dimos a todos los muchachos del equipo y ahí nos fuimos derechito en el campeonato”, recuerda Higuita.

 El énfasis de la bruja en la prenda íntima hacía sentido; al fin y al cabo la ropa de una persona está indisolublemente vinculada a quien la lleva, posee  una carga energética de su dueño

En los vestidores del estadio de Medellín se les podía ver a todos con su intimidad uniformada. Ese día, por los azares del juego o por los poderes inesperados de unos calzoncillos ganó el Nacional. Luego, en la revancha que jugaron en Bogotá, lograron empatar. Empoderados con sus calzoncillos, o al menos con la confianza de que ningún conjuro podría arrebatarles la Copa, ese año, el arquero René Higuita y su Nacional del alma se declararon campeones de la Libertadores al ganarle 2-0 al Olimpia de Paraguay. La primera Copa Libertadores para Colombia.

Luego vendrían para Higuita el mundial del 90, en Italia; la pirueta del escorpión jugando un amistoso contra Inglaterra, y su debut en el Valladolid de España. Todos esos años, todos esos juegos, todas esas corridas maratónicas por fuera de la cancha buscando el balón estuvieron siempre vestidos, en secreto, de pantaloncillos azules.

Aún sin saber si cree en los conjuros del todo, Higuita confiesa: “Hasta el sol de hoy no conservo los calzoncillos de esa época, porque los cambio cada año, pero sí mantengo la tradición y los recibo de regalo. El mejor regalo que me pueden dar son unos calzoncillos azules”, que, por supuesto, Higuita usará, como le dijo su abuela: al revés.

Esta es la primera entrega de Ánima: la columna de VICE en Español donde el estilo se convierte en portal para el espíritu. Creada por la Chica Polvo y la fotógrafa Alejandra Quintero ánima viste y reza su manifiesto así:

Hay objetos, hilos, tejidos, modas que tienen un ánima que los circunda. Un alma que los envuelve y los eleva del suelo, al punto de dejar de ser meras encarnaciones de lo terreno. No son cosas, son portales. No son materia, son viaje y son tiempo. Hay objetos bellos que son corazas para que nadie vulnere nuestro espíritu, tejidos ancestrales que permiten, cual cordón umbilical, volver a la madre, al origen. Hay ritos que se resumen en los enredos suntuosos de un turbante, cosmogonías enteras descifradas en las tramas de un bordado y secretos ocultos revelados a los ‘mortales’ en una figura que algunos portan tatuados en la piel. Hay objetos con ánima que son imágenes vivas del espíritu del que los creó, del que los eligió, del que los lleva, del que los conjura.