Este artículo forma parte de nuestra Semana del Hip Hop. Reportajes, entrevistas, conteos, tutoriales y más, en un especial sobre el hip hop latinoamericano.
Al buen hombre le pregunto: “el frigorífico, ¿para dónde?”. Corre el agua del Río Matanza bajo las seis ruedas de la Costera Criolla. ¿Es verdad que el río quedó rojo cuando los españoles mataron mil indios hace 500 años? ¿O fue al revés? ¿Es verdad que la Ruta Provincial 4 de Buenos Aires es la ruta del trap? ¿Que nadie le dice “colectivo” a la línea de buses 338 que va de La Plata a San Isidro y cruza todo, absolutamente todo, el Conurbano bonaerense? ¿Que hay que tomarse esta Costera para visitar a los protagonistas del fenómeno musical más grande de la década en Argentina?
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Malajunta Malandro vive pasando el Frigorífico Ríoplatense. El hombre indica: Panamericana y Márquez. Bajarse ahí donde los cinturones concéntricos de fábricas desploman su economía mes a mes y el boleto mínimo de bus aumentó 100% en un año, donde los comedores escolares empezaron a recibir más niños, luego niños con padres, luego niños con padres y abuelos, y donde el asfalto panamericano es negro y hermoso y no hay Gendarmería que pueda detener los arrancones donde suena ¿qué creen?
Esto es serio. Cuando empecé a producir este artículo, el peso argentino valía un 40 % más de lo que vale ahora. Y todavía no hemos sufrido la real dimensión de esa debacle: vimos los fogonazos pero no todas las balas, no todos los precios, nos han impactado aún.
Esto también es serio: con contadísimas presencias en medios masivos, trapstars como el cordobés Londra y el porteño Duki agotaron 9 mil tickets cada uno en el Teatro Gran Rex y el Estadio Luna Park respectivamente. “Londra no nos necesita, pero aun así acepta atendernos” se lee en uno de los dos breves “reportajes” concedidos por El Príncipe a medios gráficos. Vas a llamar a sus agentes una, dos, diez veces. Vas a escribir correos, vas a tratar de entrarles vía artistas amigos. No hay caso. Quizás por primera vez desde Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota, músicos argentinos alcanzan la popularidad ignorando olímpicamente a los medios y sus códigos. Haciéndonos fuck you. ¿Boca a boca? Más bien plaza a plaza. Y follower a follower.
Si el caos social de 2001 -cuya antesala, lo escribo nervioso, se parece mucho a esto- tuvo en la cumbia villera de Pablo Lescano su banda sonora, este momento en el que no sabemos cuánto puede costar un litro de leche la próxima semana tiene también un género rey y ese, que les quede claro, es el trap. ¿Y el rock? ¿Y la cumbia? Ya volveremos a eso. Pero hagamos un poquito de historia mientras llegamos a la casa del Malajunta. Que, oh casualidad, es fan tatuado de Los Redonditos.
Los nervios del futuro
Nada, y mucho menos el trap, ha salido aquí de un repollo. Cuando en 1997 el gobierno de la ciudad bonaerense Olavarría prohibió casi sobre la hora un show de Patricio Rey por temor a la presencia de 12 mil fans que podrían “generar desmanes”, la banda debió improvisar su primera y última aparición en TV. Fue una conferencia de prensa legendaria en la que Carlos “Indio” Solari, letrista y cantante, se despachó con una de las frases más memorables del rock argentino: “Ya tenemos la suficiente edad para, en lugar de bajarles líneas a los chicos, escucharlos, porque en sus nervios hay más información del futuro que la que tipos de nuestra edad puedan tener para aconsejarles”.
Al soltar esa idea sin fecha de vencimiento, el Indio presagió los desencuentros entre los planteos artísticos-ideológicos que camadas de pibes y pibas vendrían a plantear y lo que su paradigma les devolvería. Hoy, en el tercio final de 2018, el trap argentino todavía habita esa brecha. Desde aquí sostenemos que la misma gente que miraba de reojo al tango por su lenguaje vulgar, que no encontraba en el rock más que una distracción vacía y que despreciaba la cumbia, es la misma que ahora menosprecia el trap. Iba a poner “hegemonía cultural” en vez de “gente”, pero acá y en cualquier lado, se trata de gente eligiendo qué escuchar.
Algunos lo deciden en sus canales, otros en sus celulares, pero al fin al cabo es gente. Y si hay algo en lo que este país es punta mundial, es en tener gente cambiando masivamente de opinión. El tango que un personaje de Cortázar describía peyorativamente en “Las puertas del cielo” hoy es patrimonio cultural de Buenos Aires; el “Me gusta ese tajo” de Spinetta es un clásico en la playlist de cualquier ministro de Educación y Pablo Lescano toca en el Lollapalooza. Entonces, ¿qué falta para que el trap tenga su lugar junto a Gardel y Vicentico?
NOISEY: ¿Qué falta, Malajunta?
Malajunta: Quizás hace falta un tema capaz de atravesar todas las capas sociales y las edades. Quizás ese hitazo ya se escribió y no lo sabemos. Algo como lo que hizo Pablito Lescano, que rompió las barreras y grabó con Calamaro y con un montón de gente grosa. Estoy seguro de que en un par de años vamos a ir a lugares muy grandes y no va a hacer falta promoción. La gente irá porque te conoce. Eso es algo distinto que tenemos muchos artistas de trap, esa forma de pararse en la vida. Si se está mirando al trap argentino es porque lo que pasa acá es un fenómeno. Y creo que eso se da naturalmente por la picardía del argentino, por su impostura canchera. Tenemos un habla también: el vos y el sos… y también podemos hablar con el tú con el eres… El argentino donde va se nota que es argentino. Pasa lo mismo con el dominicano. Ahí hay un ADN que entra a jugar. La picaresca y los códigos para hablar: el lunfardo. Tenemos un habla de la calle que se filtra en la música desde hace años, desde el tango. Nacemos con eso.
¿Y por qué esto no se pudo dar con grupos de cumbia?
La cumbia villera se desvirtuó, creo. Empezó a aparecer la cumbia cheta [NDR: bandas de cumbia integradas por jóvenes de clase alta] y eso no identificaba a la juventud. Faltaba identificación ahí. Entonces aparecimos nosotros. Y te digo más, a mis recitales empezó a caer gente del hardcore punk, del heavy. Yo después de un show chateé con unos pibes que tenían una banda de Hardcore y habían estado entre el público. Me dijeron “lo que el hardcore perdió en sus letras líricas lo encontramos acá”.
Con 34 años, el Malandro es el más transversal de los traperos argentinos. El más transversal no significa el #1 de las estadísticas o de la convocatoria. Pero sí el único capaz de cruzar generaciones. El que trasciende el nicho, resuena. El que sabe que vos sabés que el sabe que vos sabés. El de grupo sanguíneo donante de lírica universal. El que puede tener sus shows solo en la Capital y aparecer en varios medios especializados y no tanto pero tiene el ojo en la nuca siempre abierto. El que hace que esto del trap sea tomado en serio por quienes solo se toman en serio al rock.
Noisey: Por cómo te sigue tu gente, cómo se toman a pecho tus canciones, parece haber una mística ahí. ¿Por qué?
Malajunta Malandro: Con mi música hay un quiebre porque trato de dejar un mensaje; no sé si es un mensaje bueno o malo, pero es un mensaje, y creo que va a perdurar. Los pibes se están tatuando las frases de mis canciones. El otro día me mandaron una foto de un padre, una madre y el hijo: los tres se tatuaron mi logo. Las canciones les dicen algo. Cuando hago un recital me piden “Ahora quieren pan” o “En las buenas y en las pairas”, que tienen tres o cuatro años de lanzadas. Hay algo ahí que les significa. Es como la canción de Mala Fama: “Vos llevás / la marca de la gorra”. Eso no va a pasar de moda nunca. Es algo cotidiano del barrio, del lugar donde el cantante quiso escribirle a la gente. Le das un mensaje universal y eterno. Porque eternamente vamos a odiar a la policía.
“Eso que les significa” está creciendo a una velocidad tremenda. ¿Cómo se maneja la velocidad?
Hay que ver un camino. Una vez que ves uno, te ponés las anteojeras como los caballos y le das para adelante. Porque te seduce esto, te seduce lo otro. Hemos rechazado un montón de negocios por los ideales que tengo musicalmente. Dije cosas que no puedo quebrar. Si las quebrás, la gente te condena. Eso no quita que busco crecer con mis canciones. Por ejemplo, alguien puede venir a decirme que en una canción digo esto y en otra, otra cosa. Pero amigo, en ese lapso pasaron ocho años.
Un escenario perfecto
Hace ocho años, cuando Malajunta rinconeaba el conurbano buscando competencias y fantaseaba, sin mucha suerte, con sacarle alguna moneda al freestyle, prácticamente del otro lado de la ruta que bordea Pacheco Morena Dakillah Jabulij cumplía 11 años. Once. La suya, muros adentro del inmenso country Nordelta, uno de los lugares de mayor poder adquisitivo del país, había sido una vida opuesta a la del joven Sandro de Las Tunas. Pero la nena estaba por entrar en un espiral de violencia —de la familia, de la calle, de la policía— que duraría años y de la que saldría convertida en lo que es hoy.
“¿Que es hoy? ¿De dónde venimos y hacia donde vamos?” le pregunta Noisey a una chica de 17 años en la oficina donde su management ha sabido recibir, entre otros, a Sony y Nike.
Dakillah: Vengo de una situación de vida y voy a una expresión para que la gente la vea, se identifique y las pueda ayudar a personas con eso. Creo que en el hip hop y el trap se trata de ayudar a la cultura y a la gente. Pasamos de ser una cultura ignorada a poder ayudar. Yo hoy sé que una chica que se quiere matar porque la golpean en la casa puede escucharme, saber que pude salir de eso y que ella también puede. Creo que voy hacia eso.
NOISEY: ¿Y el trap en Argentina de dónde viene?
Dakillah: No es algo que vino de un día para otro, es algo que viene de hace años. Desde las plazas donde se rapeaba. Lo que hoy es “moda” ayer eran chicos que golpeados por la policía por dar su mensaje en una plaza. Viene, de los 80 y los 90 y sigue. La gente se cree que porque ahora es un boom esto empezó hace dos años, pero empezó hace veinte. Y esto depende de nosotros. Ni de los medios ni de nada. Es persistir y el que se la banque, que la haga y el que no, no. Pero hay una demostración muy fuerte de que estamos para quedarnos. Como ese día cuando la policía me sacó de los pelos dos cuadras y yo volví a la plaza para tirarme un último free. Me voy a quedar aunque me quiera sacar el hater, el medio o mi vieja porque no le gusta. Hay mucho más esfuerzo del que ellos creen que hay.
Haters van a haber siempre, si no, no tiene gracia. A mí me dicen que no sé de rap, que hago trap. Y yo a las 12 me tomaba tres bondis para ir a rapear. Y capaz nos sacaba la policía y nosotros gritábamos “¡pero es una forma de expresión!”. Tampoco fue tan fácil plasmar lo que se plasmó, que lleguen los chicos… fue algo que se formó durante muchísimo y hoy para mi es una escena perfecta. Tenés el mensaje la gente que lo da, la gente que lo escucha, los que lo producen, la gente que da el espacio y la gente que hatea. Es un escenario perfecto.
¿Y cómo te proyectas a partir de ese escenario?
Creo que cualquier artista quiere llegar a lograr algo mundial, expandirse lo más posible. A mí personalmente me gustaría grabar con los artistas que quiero y tocar en todos lados. Me gustaría que mañana agarres esa celular y veas una foto mía grabando con un artista en Chile, por ejemplo. Pero primero hay que consagrase acá. La otra vez un colega me decía que para él un rapero se consagra cuando en Jesse James [discoteca emblemática del Oeste bonaerense], porque es un lugar donde la gente no desaprovecha al artista que tiene a adelante y lo baila y lo escucha y lo vive a pleno. Incluso los que no te conocen. Y hoy en el vivo de Instagram alguien me preguntó cuándo iba a Jesse James. Yo soy de la otra punta de la provincia Buenos Aires, jamás en mi vida fui y me empiezan a decir “sí andá a Jesse, andá”. De la nada tenía 200 personas pidiéndome que fuera a tocar.
La salvedad que hace Dakillah sobre el venue del Oeste es un buen en hilo para tirar de él. Veamos: si bien ella tiene su base en la Ciudad de Buenos Aires y frecuenta venues capitalinos, que cómo artista mire lo que sucede en los distritos del Conurbano Bonaerense señala que más allá del cachet que el/la artista pueda alcanzar con sus presentaciones en la Ciudad Autónoma, hay otro capital que cuenta en este movimiento amplio y diverso y es el de la mística. En una operación extraña a la mayoría de los movimientos de música que surgen en Argentina, el trap no apunta necesariamente a Buenos Aires como lugar de consagración simbólica.
¿Pero no era que Duki y Londra tocaban en los teatros más emblemáticos de la ciudad? Sí, pero para llegar a eso, tuvieron, y todavía tienen, que ir a buscar a su público en el territorio de su público y ese espacio trasciende, y por mucho, los márgenes porteños. En un género que reivindica orgánicamente su condición de under, reducirse a hacer el money en Capital sería una contradicción insoportable. Hasta el más potente de los números de traps tiene que atender casi todas las semanas fuera de Buenos Aires, pues a diferencia de lo que ocurre con el rock y el pop, el trap es esencialmente federal y obligatoriamente under en su discurso. Al menos todavía.
De la nada la gloria me voy
A las 2 AM de un sábado el escenario en Ramos Mejía es perfecto. Hoy, en esta localidad 10 kilómetros al oeste de la Ciudad de Buenos Aires, Ratekas encabeza una noche de trap en M21 y, de paso, los pibes graban un (otro) video nuevo. Como dijo Dakillah, está la gente que pone el espacio, los que vienen a escuchar, los que producen, los que graban videos, los seguridad que palpan de armas a Noisey y a la manager de Ratekas, y, claro, los artistas, que salen al frío a hacer una parte de su videoclip y después entran a calentar para el último show del fin de semana.
Están cansados. Su manager nos comenta que El Tetón (24), su hermana Tashi (15) y El Loco (27) arrancaron a las 6 AM a filmar el video. Cansancio o no, hoy se deja todo. Como ayer y como mañana. Pienso si conozco a alguien que se dedique tanto al negocio como un artista de trap argentino hoy. Ratekas produce sus videos, los edita, la manager es una familiar y el ritmo de trabajo es casi de un clip por semana. Y con lo que vale el dinero en Argentina.
Tetón: La banda somos yo, el Loco y Tashi. La producción de video y de música la manejo yo. Todos los días me dedico tres o cuatro horas a la banda. Tengo todos los elementos en mi casa. Nosotros armamos casi tres temas a la semana, una locura, quizás un rapero lo haga fácilmente, pero nosotros, al no ser raperos, nos lleva más tiempo.
NOISEY: ¿Por qué no se consideran raperos?
Loco: Porque no venimos de ahí naturalmente. Es otra cosa. Nosotros arrancamos cuando un amigo nuestro murió. A él lo mató la policía y cuando murió decidimos hacer música por él. Para nosotros el trap es lo natural porque lo vivimos. Y más lo que es el ambiente del trap, el mambo. Hacer trap por hacerlo puede ser fácil. Pero dejarle un mensaje a la gente con eso, no. El que no lo vivió no lo puede hacer.
¿Qué piensan que tiene el trap argentino que lo distinga de otros movimientos similares en Sudamérica?
Loco: Creo que estamos muy bien representado por artistas que se ‘comieron’ el personaje y lo están sabiendo interpretar muy bien. Y eso que muchos no vivieron realmente la calle. Yo me drogaba y no conseguía la falopa acá a la vuelta, tenía que ir a la villa. Ellos están representando bien, pero nosotros somos los más thug life. Yo viví mucho el ambiente de la drogadicción, me tocó vivir la droga y vivir en la calle, criarme separado de mis viejos en mi adolescencia y criarme en la tribuna de Racing con los pibes del barrio San Justo. Fue toda una enseñanza muy dura. Perdí mucha gente por la droga y hace cinco años dejé de tomar y estoy haciendo música Un rapero quizás lo exprese más fácil por ser rapero, pero yo lo expreso con más sentimiento porque tuve que vivir en la calle de verdad.
Tetón: En nuestro caso en particular venimos de abajo de verdad y las personas humildes van por todo o nada. Yo nunca me drogué pero sí lo vi en mi viejo. Y eso me encaminó a sentir que voy por todo. Yo me armé un gimnasio, soy personal trainer y también boxeo de manera profesional. Y me las arreglo para dedicarme también a la música, para hacerme tiempo.
Al que no viva el día a día de este país quizás le cueste entenderlo, pero desde hace varios meses que todo argentino cuerdo y que viva un sueldo piensa, al menos una vez al día, “este país se está yendo a la mierda”, retórica que entre los jóvenes suele transformarse en “no sé por qué no estamos rompiendo todo en la calle”. Este “a todo o nada”, con el Fondo Monetario Internacional apretando el acelerador a fondo sobre nuestras cabezas y la pérdida cotidiana de poder adquisitivo tiene un eco perfecto en el atrevimiento de estos pibes.
Es la urgencia. Es el ya fue todo. Acá todos vivimos al borde. Todos. Y no se trata de un no future del desgano. Todo lo contrario. Es un no future de ir por todo porque mañana puede ser imposible comprar lo básico. Puede que no sea un proceso tan consciente como ese, pero la verosimilitud de esta violencia puede expresare en muchos niveles y contextos. Demasiados. Cuando los Ratekas dicen ir por todo, literalmente van a dejar todo por lograrlo. La pregunta correcta, en este caso, tiene que ser no qué éxito se busca, sino cuál es ese “todo” que se está dejando atrás.
El cocaína cowboy
Y si de violencia o crudeza se trata, el más real de ese juego es El Doctor, otro rapero provinciano que se crió pateando plazas, pero que cuando encontró su posición en el campo, la desarrolló exponencialmente.
“Tu pussy ya sabe quien soy / el cocaína cowboy”, escribe El Doc. O “fumo base, tomo merca / el infierno abrió su puerta”. En esa línea y siempre dejando entrever lo que él llama “vivencias” del crimen, El Doc hace un camino realmente artesanal: tanto en redes, como en el arreglo de sus shows como en sus lanzamientos. Todo a pulmón. Piedra sobre piedra se ganó sus oyentes y, como cualquiera, sus haters.
Doctor: Siento que acá en Argentina la gente que no respeta esto es gente que no tiene experiencia con la música. Por suerte en Argentina no hay tantos mochos, no hay toys, la mayoría son pibes que saben hacer trap. El trap está en buenas manos Y por eso pienso que de a poco va a ir ganándole espacio a la cumbia y el rock. Es como el tango, es un estilo de vida. Cada uno lo puede interpretar como quiera. Respeto a los pibes que desconocen del género, pero que lo trabajan porque nos favorecen a los que sí sabemos lo que es la vida trap. Nuestro trabajo es como el de cualquier otro género: hay que tener mucha dedicación, mucha paciencia, como la música de cualquier género, folklórico, por ejemplo. Si está bien hecho hay que reconocerlo y respetar.
NOISEY: ¿Qué te parece que tenga de especial la movida argentina?
Doctor: Algunos raperos piensan: “Acá estamos en Argentina, no nos podemos cagar a tiros como en Estados Unidos”. ¡No! Acá también hay aguante. Y hay pobreza. No habrá Bloods ni Crips, pero hay La Buteller, La 12, Los Borrachos del Tablón, hay barra brava. También pienso que tenemos la suerte de tener muy buenos representantes. El trap hoy está en muy buenas manos.
En Ramos Mejía las manos son de Ratekas y esas manos saben lo que es el sacrificio:
Loco: Vos hoy me ves sacándome fotos con la gente, pero yo trabajo repartiendo pizza afuera de esto. Es lidiar todo el día con la gente, con muchas cosas. Yo no soy la voz de mi barrio, no represento a mi barrio pero sí represento a Ratekas. Mi barrio me dio la espalda, mi barrio no me avala, pero yo sí avalo a mi barrio y no me voy a olvidar de dónde vengo. Yo tuve la propuesta de hacer un feats. con Neo Pistea, por ejemplo, pero no lo hice porque no vendo Ratekas por nada. Tashi y el Tetón son como mi familia.
Tetón: Quiero que nuestra música le llegue a la gente. Yo laburo todo el día para cebar a la gente y que se den cuenta de que de verdad somos reales, nosotros somos los buenos y eso se gana con tiempo.
Loco: Hoy estamos mentalizados en la música, me chupa un huevo los haters o que salga esta nota o no. Yo hago esto para ese pibe que disfruta sin tener un peso. No vamos a vender el culo por un concierto.
¿Estarán los Ratekas en algún escenario grande pronto? ¿El trabajo que hacen con el género los más idolatrados del trap se derramará hacia los emergentes? ¿Aparecerá el artista o la canción que termine de consagrar al trap en la historia de la música popular argentina? Todo eso y más está por verse, del mismo modo que la suerte de ese barco-país que parece enfilarse irremediablemente hacia el iceberg.
En ambos casos, los pilotos van furiosos y rápidos. O en palabras de Malajunta: “Los artistas que pilotean esta nave son más chicos. Yo voy atrás diciendo “¡para!”, “¡aflojá que vamos a mil por hora!”. Yo bajo esas líneas en las canciones. Trato de bajar un cambio. Capaz que pasa desapercibido… pero capaz alguno lo ve”.
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