Lo mejor del 20D es que los políticos dejarán de dar el coñazo en la tele

Imagen modificada vía.

Ayer cuando encendimos la tele y descubrimos, con estupor e infinita alegría, que nuestros políticos ya no aparecían en programas de entretenimiento, sentimos una profunda sensación de alivio. El final de la campaña electoral supone, también, un descanso para los televidentes, colapsados y asqueados ya de tanta aparición de candidatos vendedores de alfombras en los espacios menos esperados. Por suerte o por desgracia, más bien lo segundo, el medio televisivo se ha convertido en la segunda casa –la primera en el caso de Albert Rivera– de los políticos en campaña, y ahora, con la perspectiva de los resultados ya en la mano, no está de más comprobar hasta qué punto esta obsesión por salir en televisión ha sido rentable y beneficiosa o perjudicial para los principales candidatos que competían el pasado domingo.

La pequeña pantalla no engaña.

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Mariano Rajoy

Si nos fijamos detenidamente en la campaña televisiva del presidente podemos reparar en una cosa: todo lo que ha podido favorecer electoralmente a Rajoy ha sido gracias o por culpa de otros. Si Juanito no hubiera soltado aquella impertinencia contra Manolo Lama no hubiera habido colleja, y sin colleja no hubiéramos tenido gag, y sin gag aquel disparate en la COPE hubiera trascendido de otra forma; si Rajoy no hubiera enviado a Soraya al debate de Atresmedia las hienas de la nueva política lo habrían masacrado en directo, pero al final sucedió que se masacraron entre ellas mismas; si Pedro Sánchez se hubiera comportado como un candidato serio y con entidad en el cara a cara, el resultado podría haber sido distinto; y de no haber sido grabada la escena de la agresión en Pontevedra, qué hubiéramos llegado a pensar de la misma y del contexto en que se producía.

Sigo pensando que los asesores de Rajoy han sabido manejar el timing y han elegido bien, a conciencia, las apariciones del líder del PP. Su no presencia en los debates de El País y de Atresmedia le han ayudado a parar el golpe de una caída inevitable: prefirió aguantar las críticas y las acusaciones de cobarde a sufrir una carnicería dialéctica ante millones de espectadores. Que te llamen cagón se olvida con el paso de los días, son palabras que tarde o temprano se las lleva el viento; en cambio, lo de “una afirmación Ruiz” perdurará por mucho más tiempo. Si en un cara a cara hecho a medida ya cometió varios errores históricos, qué hubiera sucedido en un debate de alta tensión con los otros dos candidatos y en un formato, el de Antena 3 y La Sexta, que ponía más al descubierto las carencias comunicativas de cada uno.

Pedro Sánchez

El líder del PSOE vino a decirle a Bertín Osborne en “En la tuya o en la mía” que él es el culpable de que esta campaña se haya vuelto tan televisiva. Que él fue el primero en llamar en directo a “Sálvame” o en ir a “El Hormiguero”. Si él es el responsable, poco castigo me parecen esos 90 escaños. En otros países le hubieran montado un consejo de guerra. Es gracioso que los asesores de Sánchez y el propio candidato pensaran que para dar un vuelco a las elecciones era imprescindible salir en televisión. Cuanto más mejor. Y en programas y formatos alejados de la política. Se sabían la teórica, en la que podríamos estar de acuerdo, pero se olvidaron de un detalle muy importante: no tenían líder.

El fracaso televisivo de Sánchez –gran perdedor del debate de Atresmedia; lamentable papel de poli malo en el cara a cara– es la constatación de que no es tan fácil engañar al televidente. Su personaje de diseño, una entidad robótica programada para gustar y caer bien, ha encontrado en la televisión un medio contraproducente y, a la postre, perjudicial para sus intereses. Que el espectador medio compre los romances guionizados de “Mujeres y hombres y viceversa”, los teatrillos de “Sálvame”, las bromitas infantiles de “El Hormiguero” o los conflictos de “Gran Hermano” no significa que sea idiota. Y a Sánchez lo ha calado. A priori lo veíamos como el más televisivo de los candidatos; a posteriori nos ha acabado pareciendo el menos creíble de todos. La pequeña pantalla no engaña.

Pablo Iglesias

Indiscutiblemente Pablo Iglesias ha sido el líder que más réditos y provecho ha sabido sacar de la televisión en esta campaña. Básicamente gracias a dos situaciones. La primera, el debate de Atresmedia, en el que el candidato de Podemos fue el menos malo de los cuatro. El vencedor de esa contienda, ya lo dije en su momento, fue Mariano Rajoy, pero Pablo Iglesias ganó el partido que a él le interesaba más, su duelo con Rivera para captar el voto indeciso. Fue un momento clave de la campaña en el que se pudo ver quién tenía los huevos pelados en esto del dominio escénico en un plató de televisión.

Y la segunda, todavía más importante. Iglesias es el único candidato que está acostumbrado a jugar en canchas hostiles. De la misma forma que Rivera había tenido hasta el debate a cuatro un camino plácido y llevadero, con muchos programas y algunas cadenas entregadas en cuerpo y alma a su causa, profundamente enamoradas del personaje, a Iglesias le dieron caña hasta en “El Hormiguero”. Y eso no solo curte y supone un buen entrenamiento para mejorar la oratoria y el cuerpo a cuerpo dialéctico, sino que además pone de tu parte a esa parte de televidentes indecisos que siempre se adhieren al que consideran que está en una posición de inferioridad.


Imagen vía Antena 3.

Abert Rivera

El caso Rivera es el más fascinante de todos: la misma televisión que le encumbró y le convirtió en “el futuro presidente”, como decían algunos analistas fuera de sí, ha estado a punto de cavar su tumba política. Si los asesores de Rajoy destacaron por esconder a su candidato y sacarlo de paseo catódico en cuentagotas, los de Rivera se pasaron de frenada por completo. Ha aparecido tanto en televisión este año que al final ha acabado cansando incluso a sus votantes, que veían como al líder de Ciudadanos la campaña se le estaba haciendo exageradamente larga.