Por lo general, todo comienza con una luz blanca. Dejan sus cuerpos, se levantan, y ven su cuerpo inerte tumbado en una cama de hospital o en una camilla de ambulancia. Entonces, tras ser aspirados a una velocidad vertiginosa en un túnel largo y brillante, llegan a un lugar magnífico. Bajo una beatitud absoluta, conocen a una persona luminosa. Dios, Jesucristo, el Padre, el Guía, depende. “Aún no ha llegado tu hora, tienes una misión en la Tierra” dice la persona luminosa.
Entonces sienten que su alma flota de regreso a la Tierra. Salen de esta luminosidad cálida y vigilante para recuperar la posesión de su cuerpo entumecido: estas personas que han vivido una “experiencia cercana a la muerte” (ECM) —en otras palabras, estar clínicamente muerto antes de volver a la vida— nos aseguran que la vida después de la muerte es real, y que es algo bendito. Todos vislumbraron el cielo, con algunas excepciones.
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Algunos nos aseguran que fueron al lado oscuro del más allá. Al no ser absorbidos por la nada absoluta, se toparon con la peor escoria del mundo imaginario satanista: demonios, arpías, y monstruos de todo tipo. En medio de una llanura vacía y polvorienta, o en las manos de monstruos cornudos. Dentro de todas las historias sobre las experiencias cercanas a la muerte, una ha dejado su huella. “La vida después de la vida”, de Raymond Moody, publicado en 1975, es el primer libro que compiló las historias de las personas cuyos corazones dejaron de latir durante unos segundos antes de reiniciarse. El patrón clásico de estas historias es muy similar: salida del cuerpo, un túnel, un ser de luz, un lugar idílico donde hay una frontera —un arroyo, una barda, un muro— que simboliza el paso irrevocable al más allá. Pero nunca se cruza.
Sin embargo, en el libro de Moody, así como en otros libros sobre el tema, la mayoría de los investigadores apenas y abordan el tema de ECM “negativas”, “revertidas” o “infernales”. El primer tipo sigue el patrón clásico de una experiencia positiva, pero la persona sufre y se niega a salir del cuerpo. En el segundo tipo, la persona se queda atascada en el vacío. Está oscuro, hay una calma absoluta, a veces hay formas geométricas poco claras, y en cada ocasión, la sensación de que todo es absurdo y nada tiene sentido. En la última, la gente está literalmente en el infierno. En medio de demonios y llamas, en el corazón del purgatorio y en habitaciones sórdidas y cerradas.
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No existen cifras internacionales ni precisas sobre ECM negativas. De acuerdo con la Fundación para la Investigación de Experiencias Cercanas a la Muerte (NDERF, por sus siglas en inglés), alrededor de 13 millones de estadounidenses habrían vivido una ECM, lo que representa el 5 por ciento de la población. Dentro de esta cifra, según la Asociación Internacional para los Estudios de la Cercanía a la Muerte (IANDS, por sus siglas en inglés), del 1 al 15 por ciento de estas personas habría vivido una experiencia negativa, revertida, o infernal.
Evelyne Elsaesser-Valarino, miembro de la oficina suiza de IANDS y miembro del Instituto de Investigación sobre Experiencias Extraordinarias (INRESS, por sus siglas en francés), señala que “los investigadores estiman que entre el 4 y el 5 por ciento de toda las ECM se sienten de manera negativa. El número real podría ser mayor, porque no es fácil relatar una experiencia tan dolorosa. Por un lado, dar un testimonio significa volver a enfrentar el trauma, y por otra parte, algunas personas piensan que su experiencia negativa se debió a un mal comportamiento durante su vida”.
En la Biblia —porque cuando se trata de demonios, debemos sumergirnos en el tema—, Pablo cuenta en su primera epístola a los Corintios:
“Lo mismo sucede con la resurrección de los muertos. Lo que se siembra es perecedero; lo que se cosecha es imperecedero. Se siembra en deshonra; se cosecha en gloria. Se siembra en debilidad; se cosecha en el poder. Se siembra un cuerpo natural; se cosecha un cuerpo espiritual. Si hay un cuerpo natural, también hay un cuerpo espiritual. ¡Mirad! Les digo un misterio. No todos dormiremos, pero todos seremos transformados, en un momento (…)”.
La esencia de la ECM —que es la característica común de todas las experiencias y lo que las diferencia de las alucinaciones— para los investigadores y las personas que las experimentan, es el cambio. El cambio real y radical en su relación con el mundo: el deseo de estar convencido, a largo plazo, que se tiene una misión que cumplir en la Tierra. Especialmente para las personas que vivieron experiencias terribles, porque a menudo están seguras de estar sufriendo el castigo de una fuerza superior, debido a su comportamiento en la Tierra.
John W. Price, un pastor estadounidense de Houston, ha estado estudiando la ECM desde 1969. Como un militar joven en aquella época, conoció a un soldado que acaba de regresar de Vietnam, que le dijo lo mucho que había disfrutado “matar a los amarillos”. Un día, en un intercambio de disparos, quedó herido de gravedad. En su delirio —o al experimentar una ECM, se cuestiona Price— llegó a un lugar infernal, de mala muerte, donde vio los rostros de niños y mujeres asesinadas. Desde entonces, el pastor ha interrogado a más de 300 personas, de las cuales alrededor de 21 han vivido experiencias negativas. “Antes era escéptico” sobre el infierno, aclara. Ahora, está seguro de ello, y está seguro de que nuestro comportamiento en la Tierra tiene un impacto sobre el lugar al que iremos después de la muerte.
“Les voy a contar una historia, mi testimonio negativo más reciente”, dice. “Él era un exitoso traficante de drogas aquí en Houston. Fácilmente podía hacer que los clientes se volvieran adictos a sus drogas. Arruinó una gran cantidad de vidas. Lo arrestaron y lo mandaron a prisión, donde logró conseguir un cuchillo. Se hizo el harakiri. Cuando lo conocí, él estaba traumatizado y me dijo que había estado en un lugar muy demoníaco. Había una criatura, un monstruo, que se parecía a un tiranosaurio. Uno abría su estómago y otro lo cosía posteriormente. Y el ciclo comenzaba de nuevo, lo cual era muy doloroso” dice el autor de Revealing Heavens: The Christian Case for Near Death Experiences.
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Entonces, de repente, las criaturas dieron un paso atrás, aterradas. Otra criatura apareció y dijo “Porque le hiciste daño a la gente, te voy a cortar durante toda la eternidad” y luego desapareció. El traficante pensó que era Dios, pero John W. Price piensa que se trataba del diablo: “Cuando el hombre empezó a gritar ‘¡Señor, ayúdame!’ había sido rescatado. Era una trampa del diablo”.
Obviamente, esta historia nos recuerda el mito de Sísifo. El sufrimiento eterno y repetitivo. Para Evelyne Elsaesser-Valarino, lo interesante en este tipo de testimonio sobre el infierno es la noción de tiempo: “Contrario a una ECM positiva donde el tiempo parece inexistente (una gran cantidad de información llega durante los pocos minutos de un paro cardiaco, por ejemplo), las experiencias negativas implican un dolor sin fin”. Ella leyó un testimonio similar, que le proporcionó un colega:
“¡Yo bajé! Todo estaba oscuro, había gente gritando, había fuego, querían beber algo (…) No era un túnel, era más que eso… una túnel enorme, yo estaba flotando hacia abajo… Vi a mucha gente allí, gritando… diría… que eran tal vez un millón. Eran miserables y estaban llenos de odio, y pedían algo de beber. No había agua en absoluto… De repente lo vi, tenía pequeños cuernos… Inmediatamente lo reconocí… ¡El mismísimo diablo!”
Con estos testimonios podemos leer la representación occidental y cristiana. La historia más famosa es la de Howard Storm, quien tuvo una ECM infernal. Él escribió un libro sobre esto y dio varias conferencias (disponibles en Youtube). En resumen, creó su propio negocio. Muchos testimonios también están disponibles en línea, pero no pueden ser verificados. Aquel de una mujer llamada “Meg”, disponible en el sitio web de la NDERF y registrado por el doctor Jeffrey Long, posee unas imágenes muy detalladas:
“Tengo un recuerdo preciso del olor. Era horrible y me recordaba a carne podrida y a cabello quemado. La risa estridente y las burlas dirigidas en mi contra casi quedaban cubiertas por el sonido de las llamas a mi alrededor. De repente vi a la gente corriendo y gritando, un grupo de adolescentes de 12 años estaban gritando, estaban aterrorizados y estos seres malignos literalmente los estaban haciendo pedazos. Entonces identifiqué a Gareth (el chico que estaba en el coche conmigo) [cuando tuvieron el accidente de auto]. Él estaba colgado, con sus manos y pies clavados, casi como Jesucristo en la cruz (recuerdo haber leído acerca de eso en clase hace unas cuantas semanas). Las criaturas empezaron a azotarlo y estaban cantando en un idioma que no podía entender (…)”.
Para Evelyne Elsaesser-Valarino —contrario a lo que cree John W. Price— no existe ninguna relación entre los aspectos morales en la Tierra y la experiencia que se vive durante una ECM. La mayoría de los investigadores concuerdan. Como se puede ver: algunas personas tuvieron ECM negativas y positivas. “Creo que esto se relaciona más con la manera en que las personas ven sus vidas. La imagen de uno mismo funciona bastante”, señala la investigadora, quien además explica que una ECM ocurre siempre en una determinada situación, “la situación del experimentador, que tiene su propia historia, una visión del mundo, una manera de creer”.
Este es el testimonio de una persona que tuvo tanto la ECM negativa como la positiva. Una mujer estadounidense de treinta años y madre de una niña, Fanny (el nombre ha sido cambiado) es cristiana y la pudimos contactar a través de un grupo católico en Facebook. Su testimonio tiene que ser manejado con pinzas, pero ella está convencida de que su contacto con el más allá estaba condicionado por su comportamiento reciente. Ella contó su primera experiencia de lo que cree que es el Purgatorio:
“Hombres y mujeres de todas las edades, pero sin hijos, estaban en cuclillas y caminaban por el lugar. Algunos murmuraban cosas para sí mismos. La oscuridad venía de la profundidad e irradiaba el espacio, con un aura que podía sentir. Las personas literalmente eran tragadas por sí mismas, estaban tan atrapadas en su propia miseria que no podían iniciar una conexión con los demás. Podían sentir a los demás, pero estaban atrapadas en la oscuridad”.
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A pesar de algunas semejanzas, ninguna ECM es similar. Lo que parece tener un impacto es la psique de cada persona: su yo profundo, el vínculo consigo mismo y su “capacidad de desapego”, según Patrice Van Eersel, antiguo periodista de la difunta revista Actuel, jefe de redacción de Clés y el primer periodista francés en investigar este tema. De 1981 a 1984 se fue a Estados Unidos para conocer a los científicos que trabajaban con las ECM. En 1986 publicó La Source Noire (La fuente negra), que se convertiría en un best seller. Diez años más tarde, publicó Réapprivoiser la mort (Domina a la muerte otra vez) que habla de las investigaciones sobre los cuidados paliativos y la ECM en Francia.
El experimentador siente un absurdo total y se siente abandonado, aislado, y muy ansioso en un entorno sin sentido que no le da ningún significado a su vida pasada.
A pesar de las decenas de entrevistas realizadas, Van Eersel nunca recopiló testimonios sobre este tipo de ECM. Por otro lado, lo que pudo escuchar con frecuencia fue una ECM “absurda”, donde nada tenía sentido: “Mientras estaba investigando para La Source Noire, iba de los campus a los hospitales. Había una mujer llamada Nancy Bush, la directora ejecutiva de IANDS, quien estaba a cargo de la oficina de administración [Desde entonces ha escrito un libro]. Un día me llevó a una habitación y cerró la puerta. Me dijo: ‘Tengo que hablar contigo. Todas estas personas —psicólogos, científicos, doctores— que piensan que esto puede ser una experiencia positiva están locos. Porque yo lo viví cuando di a luz. Todavía tiemblo al respecto. Casi muero. Estaba rodeada de figuras abominables y llenas de ironía cruel, en un espacio vacío. Eran figuras geométricas de luz intermitente’, me explicó Bush.
Después de dar a luz, fue a visitar a unos amigos y abrió un libro, por casualidad. ‘De repente, grité de miedo. Como si hubiera una araña gigante en la cara de mi bebé’, me dijo. Pero ¿qué viste?, le pregunté. ‘¡La figura, la forma geométrica! ¡Estaba allí, en blanco y negro! Esto es lo que llaman Ying y Yang en Oriente’”.
Van Eersel contó otro historia: la historia de un amigo que, mientras estaba teniendo una ECM, se vio as sí mismo como un equilibrista. No estaba sobre una cuerda, sino sobre una navaja con la forma de un 8, que colgaba del vacío. El 8 representa el infinito. “En cada ocasión hay constantes. Figuras simbólicas con una fuerza increíble y un miedo terrible, antes de una especie de risa cósmica. (…) Cualquiera que sea la explicación, esto es algo muy poderoso. Podemos ver que hay una idea de control, una persona que no puede desapegarse y que termina en esta situación. Este es el perfil típico y esto no está desprovisto de sentido”, aclaró Van Eersel.
Este puede ser el miedo a la muerte del ego, el ser interior. En este tipo de experiencias, Evelyne Elsaesser-Valarino dice que la persona “regresa de un vacío sin sentido. El experimentador siente un absurdo total y se siente abandonado, aislado, y muy ansioso en un entorno sin sentido que no le da ningún significado a su vida pasada”.
En 2012, el cardiólogo holandés Pim van Lommel publicó el libro ¿Mort ou pas? (¿Muerto o no?), el cual aborda 20 años de experiencias médicas sobre la muerte clínica y el “regreso” de los pacientes. Esta es una recopilación enriquecida con sus artículos publicados en la revista médica británica The Lancet, en donde examinó e interrogó sistemáticamente a los pacientes que han vivido una experiencia así, en diez hospitales de Holanda.
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De acuerdo con su estudio, dentro de un grupo de 344 pacientes resucitados después de un paro cardiaco, 41 (el 12 por ciento) experimentaron una ECM clásica, con la sensación de salir de su cuerpo. La suposición de van Lommel es que la conciencia no se encuentra en el cuerpo. De acuerdo con una entrevista que le hizo Paris Match, “el mantenimiento de las funciones cognitivas: —la memoria, la persistencia de la conciencia, la percepción y la sensación de un gran estado de alerta— sólo pueden explicarse si cambiamos totalmente nuestra comprensión del cerebro. Éste no sería el medio o el generador de la conciencia, sino más bien el receptor de una conciencia no local, que trabajaría de forma similar a un radio o una televisión”. En términos concretos, esto significaría que el alma, la conciencia, se encuentra fuera del cerebro; tiene un existencia real fuera del cuerpo, de acuerdo con su teoría.
Independientemente de si creemos o no en las ECM —positivas o negativas—, hay un hecho que todas comparten: el cambio drástico y absoluto de la vida de las personas después de la experiencia.