Retratos de Mike Piscitelli y Jason Henry
Unos días antes de la fecha prevista para mi entrevista a Kenneth Anger, empecé a sentirme un poco extraño. Me imaginaba una terrible escena: sentado delante del cineasta de 85 años de edad, en una vieja habitación débilmente iluminada, él sintiéndose cada vez más y más frustrado con la línea de mis preguntas. Y aunque no creo en esas cosas, no pude evitar preocuparme por si me lanzaba una maldición telémica. Ya lo ha hecho antes.
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Sigo sin tener claro si me maldijo o no, pero sin duda obtuve lo que había ido a buscar. Quería hablar con Kenneth Anger porque, a mi entender, es el hombre que transfiguró la estética de Hollywood con algunos de los más emblemáticos y provocadores cortometrajes jamás rodados. Gran parte de su trabajo —en especial Rabbit’s Moon, Scorpio Rising, Kustom Kar Kommandos, Lucifer Rising y Mouse Heaven— discurre por una retorcida versión de la iconografía americana, las creencias y las normas de la sociedad.
Kenneth también es autor de Hollywood Babilonia y su secuela, Hollywood Babilonia II, libros que detallaban escándalos silenciados de las estrellas de cine desde la etapa muda hasta finales de los años 60. Hay críticos que han puesto en tela de juicio algunas de las afirmaciones que se hacen en sus páginas, pero, ¿cómo pueden ellos saberlo mejor? No estuvieron allí. Y después de todo, antes de que existieran azotes de la sociedad como People, TMZ y Us Weekly, encubrir hechos sórdidos resultaba para los famosos mucho más sencillo.
El libro apareció en Estados Unidos en 1965, seis años después de su publicación original en Francia. Fue prohibido en cuestión de días y retirado de las librerías hasta 1975, cuando se imprimió una nueva edición. Es famosa la reseña del New York Times que dijo: “Si de un libro como este puede decirse que tiene algún atractivo, éste reside en que aquí tenemos un libro sin un solo mérito que lo redima”. En mi opinión, nada más lejos de la verdad.
El nombre de Kenneth no dejó de surgir aquí y allá, aparentemente al azar, durante mi visita a LA para la entrevista. Cuando visité el Museo de la Muerte en Hollywood Boulevard y mencioné la entrevista que tenía programada a la amable pareja que dirige el lugar, me dijeron que eran amigos de “Ken” desde hacía años y que les había lanzado una maldición al menos tres veces (en una ocasión a través del contestador telefónico). Por lo visto les manda toda clase de cosas por correo casi a diario —cartas, notas, libros, paquetes—, según parece porque le gusta la oficina de Correos y le encanta enviar cosas a la gente.
Se dio otra extraña coincidencia una tarde que tenía libre, cuando tomé la mala decisión de hacer la Dearly Departed Tour, una excursión en autobús por las localizaciones en LA donde habían tenido lugar muertes y escándalos protagonizados por famosos. El guía no dejó de referirse de forma airada a Kenneth, llamándole “tirano” y “mentiroso”. Hasta le acusó de haber creado las circunstancias en torno a la muerte de la starlet de los años 20 Marie Prevost.
Durante un almuerzo con el escritor John Gilmore (ver su contribución a este número, Así es Hollywood, ¿no?), Kenneth se convirtió, de nuevo, en tema de conversación. John se expresó con más elocuencia que ninguno, diciendo de él que había sido “el cineasta experimental más iconoclasta, una espina en la ingle de Hollywood desde su infancia, un autoproclamado mago espiritual que se anticipó a los días del glamour”. Después rememoró la ocasión en que Kenneth se presentó en el funeral de un amigo común, el también director Curtis Harrington, llevado a cabo en el Hollywood Forever Cemetery, luciendo chubasquero negro, lápiz de ojos y laca de uñas. Llevaba la camisa abierta hasta el ombligo, revelando una gigantesca imagen de Lucifer tatuada en el pecho, y le acompañaba un fotógrafo de porte aniñado que le hizo fotos a Kenneth besando el cadáver de Curtis antes de su cremación. Antes de ser expulsado del recinto, Kenneth le dio a John una figurita de plástico semejando un vampiro, con caramelos de menta en su interior. Kenneth dejó claro su uso original diciéndole, “En realidad es un dispensador de condones rugosos”.
Finalmente nuestra entrevista fue bien, o al menos así lo creo. Kenneth era muy amable, si bien algo reservado, y los únicos momentos incómodos durante nuestra charla fueron aquellos en los que hacía una pausa después de responder a una pregunta. Algunas veces tenía algo que añadir y reanudaba su respuesta, pero en la mayor parte de las ocasiones me miraba a los ojos y decía, “¿OK?” a modo de señal para que pasáramos a otra cosa. Al final de nuestro encuentro me había quedado claro que Kenneth Anger es un cofre del tesoro sobre dos piernas; un cofre repleto de historia. Ha merodeado por el corazón de Hollywood más tiempo que cualquier otra persona. Y lo conoce mejor que nadie.
VICE: ¿Diría usted que se siente más inclinado a despreciar Hollywood que a amarlo?
Kenneth Anger: Soy ambivalente al respecto, pero básicamente siento aprecio por Hollywood. Y así, sean cuales sean los vicios que tenga, les tengo aprecio; es colorido. Y antes tenía más color que ahora. Éste está siendo un periodo apacible, pero había días, en los años 20 y 30, en los que había un escándalo diferente prácticamente cada semana. Eso es algo que como historiador aprecio, pero recientemente no hemos tenido ningún escándalo jugoso.
¿Puede esto tener algo que ver con el modo en que la prensa cubre a los famosos? ¿Hay en la actualidad demasiada gente famosa?
No, eran las personalidades. Las de aquella gente eran personalidades más grandes que la vida. Y eran genios. Como Charlie Chaplin, por ejemplo. Al mismo tiempo, eran propensos a forzar los límites y meterse en problemas. En su caso, que le gustaban los chicas jóvenes, algo que sigue siendo una especie de tabú.
¿Ha habido escándalos recientes que le hayan llamado la atención?
Tengo una buena antena para captar lo que está sucediendo en Hollywood, y simplemente ha quedado en silencio. En los 60 se reavivó con el grupo de Manson y todo aquello, pero desde entonces todo se ha aplacado.
De lo contrario usted lo sabría, porque ya vivió todo aquello. Usted ya hacía películas antes de alcanzar la adolescencia, ¿verdad?
Cuando era niño, sí.
¿Cuándo fue la última vez que vio algo de lo que filmó en aquella era?
No las tengo muy presentes. Están almacenadas. Conservo la mayoría de mis películas de cuando trabajaba en 16 mm. Ahora prefiero trabajar en digital.
¿Por qué cortometrajes? ¿Alguna vez le ha tentado hacer una película de larga duración?
Bueno, para filmar un corto me las podía arreglar con mi propio presupuesto personal, y comparo mis películas a poemas. Me considero un poeta de las películas. Algo de 15 minutos o media hora, me las puedo apañar bien yo solo en lo que se refiere al presupuesto. He hecho films de hasta 40 minutos, pero es curioso, nunca me ha atraído pasarme a las películas de larga duración.
Kenneth posando en un ascensor del ostentoso e impecablemente art deco Cicada Restaurant, en el centro de LA. Nada más entrar en el lugar empezó a contarnos con detalle su historia como elegante tienda de alta confección, a la que acudían a comprar algunas de las mayores estrellas. Foto de Mike Piscitelli
¿Implica su empleo de cámaras digitales que también ha adoptado internet como medio de distribución?
Por desgracia, hace de la piratería algo muy posible. Es sencillo. Y considero que estamos viviendo en la edad de la piratería. Tengo muchas objeciones al respecto. Intento estar pendiente de mis cosas tanto como puedo, pero no siempre es posible protegerlo todo.
El Gobierno ha estado últimamente intentando estrechar los márgenes de cómo se aplican las leyes del copyright en internet. SOPA, PIPA y actas similares. ¿Está siguiendo su desarrollo o tiene alguna opinión acerca de lo que está sucediendo?
[retuerce la cara] Bueno, les deseo suerte. A la gente de la industria del cine comercial les preocupa mucho más que les estafen a lo grande. Ellos son los que tienen algo por lo que luchar.
Parece que el mayor obstáculo al que hoy se enfrentan los cineastas no es el contenido sino la distribución. Esto no siempre fue así. Cuando usted hizo Fireworks, el primero de sus films que llegó al público, tuvo que afrontar problemas legales.
Problemas legales menores. Se consideró un poco arriesgado para la época, 1947. Fue un film pionero y se hizo en un fin de semana. Los tiempos han cambiado, pero tenía algo de excitante no saber lo que pasaría. Por ejemplo, cuando se hizo tuve problemas para encontrar un laboratorio donde lo quisieran revelar. Al final uno de los sitios decidió, “Oh, bueno, es sólo una peliculita, la revelaremos”. Fue Consolidated Lab, que era entonces una rama de Republic Pictures. Uno de los técnicos era un veterano de la marina, y como en mi familia hay verdaderos marinos, él estaba preocupado por los [marinos] que salían en mi película. Pero finalmente no pasó nada.
Pero tuvo que enfrentarse a acusaciones de obscenidad, algo muy serio en esos tiempos.
Nunca llegaron a nada. La posibilidad existía, pero no pasó de ahí.
Llamó la atención del sexólogo Alfred Kinsey, con quien usted hizo amistad. ¿Fue Kinsey un apoyo en su trabajo?
Sí. Kinsey estaba concediendo entrevistas sobre su libro Sexual Behavior in the Human Male [El comportamiento sexual del varón humano], y no sé… ¿Qué pasa si no eres humano? El título es un poco extraño, pero así fue cómo llamó a su libro de investigación. Él era biólogo, básicamente, un experto en avispas, de todas las cosas posibles. Le conocí cuando vino a LA para dar algunas entrevistas. Acudió a un pase nocturno de Fireworks en el Coronet Theatre y quiso comprar una copia para su colección en la universidad de Indiana. Accedí, y aquella fue la primera copia que he vendido en mi vida. Seguimos siendo amigos hasta el final de sus días.
¿Le sirvió a usted de pantalla durante ese periodo, una época en la que era difícil hablar abiertamente del sexo y la sociedad, o era la suya una relación más casual?
Cuando Kinsey fue a visitar Europa e Italia por primera vez, yo había investigado a fondo la villa de Aleister Crowley, ya que allí tenía una antigua granja del siglo XVIII a la que llamaba la “Abadía de Telema”. Inspirado por Gauguin, en todas las paredes había pintado murales eróticos, explícitos de un modo humorístico, y terminaron por expulsarle de Italia. Eran los primeros días de Mussolini, a quien de cualquier modo no le gustaban los ingleses. Fue la excusa para expulsarle. Sus pinturas fueron tapadas con aguacal. Me pasé todo un verano rascando todo el aguacal y fotografiando [los murales]. Fue una interesante arqueología.
Muchas de sus películas muestran una imaginería homoerótica, pese a haber sido hechas en tiempos en que la homosexualidad era técnicamente ilegal. ¿Tuvieron las intromisiones del gobierno en las preferencias sexuales de la gente algo que ver en el modo en que usted encaró hacer cine?
Yo siempre hice lo que quise hacer. Nunca me preocupó lo más mínimo ni tuve problema concreto alguno. En mis películas no hay nada explícito. Aunque podría decirse que Fireworks tenía algo de explícita, era tan simbólica que no le prestaron atención.
¿Cree que la censura puede a veces ser un acicate de la creatividad? ¿Que quizá algunas cosas son más efectivas cuando no se dicen?
Vivimos tiempos en los que todo vale. Hubo una época en la que tenías que andar de puntillas con cualquier cosa que estuviera relacionada con la sexualidad.
La mística, ahora, es imposible.
El hecho de que uno pueda hacer prácticamente cualquier cosa que quiera significa que no existe la clase de censura que puede prohibirte hacer películas y quizá meterte en la cárcel o algo así. En los viejos tiempos, allá hacia los años 40, era perfectamente posible que algo así sucediera.
Y aun así, muchas de las estrellas de las que escribió en Hollywood Babilonia estuvieron en la vida real involucradas en actividades que iban más allá de lo escandaloso. Y aunque estoy seguro de que no fue así, su libro apareció como surgido de la nada. No había presentado un film en cinco años pero ahí estaba usted, aireando todo tipo de trapos sucios de la industria dle espectáculo.
Nunca dejé de hacer películas, pero sí, estuve trabajando en el libro, viajando y viviendo en Europa. Ahora estoy terminando uno sobre zepelines, un fascinante y obsoleto medio de transporte que tenía a veces explosivos resultados si no se manejaba con cuidado.
Parece una progresión natural, pero tengo la sensación de que resultará mucho más sencillo encontrarle un editor a ese que a un libro que hacía que algunas de las personas más famosas del mundo parecieran desviados y pervertidos. ¿Cómo consiguió poner Hollywood Babilonia en los estantes? Sé que los franceses tuvieron algo que ver.
Cuando estuve viviendo en París conocí a la gente de Cahiers du Cinéma, entonces la revista de cine más importante. Les conté historias que sabía —historias raras y coloristas sobre Hollywood— y al final dijeron, “¿Por qué no haces un libro de todo esto?” De modo que la primera edición de Hollywood Babilonia se escribió en francés y se publicó en París a finales de los 50. Más tarde se publicó una versión extendida, en inglés.
¿Provenían esas historias de su propio conocimiento, o hizo usted entrevistas e investigación?
De mi conocimiento. Para cuando me fui a París ya había absorbido todo aquello, todo lo que pude sobre la historia de Hollywood.
La selección de fotos hace que se lea como una revista, en muchos sentidos. Como las revistas de cotilleos deberían ser.
Se hizo así a propósito. Es un libro de fotos, casi una película documental. Llevo toda la vida coleccionando imágenes del viejo Hollywood, tengo literalmente miles de donde escoger. Es una selección de mis fotografías, que son casi más importantes que el texto.
Me estoy alojando en el hotel Beverly Hilton, y justo enfrente han puesto globos y velas y cosas así en homenaje a Whitney Houston. Probablemente ya lo hayan retirado para cuando esta entrevista vaya a imprenta, pero incluso ahora, dos semanas después de su muerte, todo respira un aire de normalidad. Ya está fuera de la rueda mediática. ¿Cree que el público se ha desensibilizado ante los comportamientos extremos de los famosos, o es que las cosas son ahora menos interesantes de lo que eran antes?
Se quedó dormida en la bañera y supongo que se ahogó. Tenía una cantidad considerable de drogas en su cuerpo, así que no creo que fuera suicidio. Creo que fue un error suyo.
Seguro, pero lo que vengo a decir es que la vida comercial de este tipo de historias se ha acortado desde que usted escribiera Hollywood Babilonia. La industria de las noticias del espectáculo es ahora una máquina bien engrasada.
Depende de quién sea y qué haya sucedido. Antes de mis tiempos hubo el escándalo de Fatty Arbuckle, que resonó a lo largo de toda la década de los años 20. Se convirtió en un escándalo de referencia. En el caso de Whitney es simplemente que no hay intriga. Fue un accidente. Es una lástima que sucediera, pero supongo que fue por su culpa.
Fatty Arbuckle es el ejemplo perfecto de alguien cuya vida privada era diametralmente opuesta a lo que hacía en pantalla. Obviamente, ser un actor obeso y, al parecer, aplastar a una chica hasta la muerte mientras la violaba durante una fiesta en la habitación de su hotel, junto a los juicios subsiguientes, convirtió el caso en material noticiable de primera durante toda una década. Los famosos, hoy, admiten en público sus defectos y salen indemnes de cosas aún peores. ¿Se han vuelto mejores simulando remordimientos y empleando equipos de publicistas para blanquear las historias?
Bueno, es el arte de actuar, después de todo. Pero el actual grupo de gente que hay en Hollywood no es escandaloso, no como el que había antes. En los 60 se daba un gran consumo de drogas, y si ese consumo sigue ahí, es de un modo muy disimulado. La cocaína creó muchos problemas.
Echando un vistazo a las películas de la etapa muda, cómo se rodaban, da la impresión de que todo el mundo se metía unos rayotes enormes hasta justo antes de que el director gritara “¡Acción!”
Creo que el estilo de los films reflejaba eso, en particular las comedias de Mack Sennett [el director responsable de la popularización del slapstick]. Y mi investigación demuestra que tomaban cocaína. Puedes ver ahí la hiper-influencia que tuvo.
En Hollywood Babilonia hay muchas historias que hacen referencia al “polvo de la alegría”, una expresión que hace que parezca algo tan inocente como una bebida isotónica. Otra expresión que utiliza en las primera páginas es la de la “Era Púrpura”. ¿De qué se trata?
De la era en que había gente con mucho talento que, a la vez, tenía dinero y gustos extravagantes. Eran los años 20, un reflejo de la era del jazz. Y la versión de Hollywood de aquello era bastante salvaje.
Kenneth posa para sus rendidos fans tras un homenaje en 2010 en un acto benéfico para el Anthology Film Archives. Foto de Jason Henry
Otro asunto que trata al comienzo del libro es el de las circunstancias en torno a la muerte de Olive Thomas, tal vez el primer ejemplo de “escándalo de Hollywood” tal como lo conocemos. Usted escribe, y de hecho era un fuerte rumor, que ella le tenía un gran aprecio a la cocaína, que por lo visto resultó mortal combinada con alcohol después de haber ingerido un medicamento de uso tópico que su marido, Jack Pickford, usaba para tratarse de una sífilis.
Fue una de las primeras bellezas de Hollywood en morir en oscuras circunstancias, y así su nombre pasó a asociarse a los comportamientos escabrosos. A las cosas que sucedían en Hollywood.
La imagen de Olive Thomas era dulce y pura. Su muerte también hizo que todo el mundo se quitara la venda de los ojos. Provocó que la reputación de Hollywood tomara un sesgo más siniestro de lo que anteriormente se percibía. La gente debió pensar, “Si Olive Thomas lo hacía, es que todos lo hacen”.
También había otros, como Mary Miles Winter [acusada de asesinar a su amante, el director William Desmond Taylor, en su momento de mayor éxito]. Era una especie de versión de Mary Pickford [la hermana de Jack Pickford], pero a las grandes estrellas, como Pickford, nunca se las tocaba. Los escándalos sucedían a su alrededor, pero había ciertas estrellas que nunca resultaban implicadas en esa clase de cosas.
¿Tiene alguna estrella favorita de esa era? ¿Alguien a quien haya seguido investigando de manera exhaustiva?
Me encanta la carrera de Rudolph Valentino, quien murió a los 31 y tuvo una gran trayectoria en un corto periodo de tiempo. Su vida me sigue fascinando.
¿Sigue encontrando información nueva? No me puedo ni imaginar lo vastos que deben ser sus archivos.
Tengo mucha información sobre él. Hay hechos, pero también cotilleos. Yo apunto a los hechos, pero sin dejar de escuchar los chismorreos [sonríe].
Su disposición a escudriñar los chismorreos fue causa de malestar entre alguna gente cuando se publicó Hollywood Babilonia, es especial su segunda edición. Fue acusado de ser un ave de rapiña especializada en trapos sucios, y no faltaron quienes dijeron que el libro contenía inexactitudes.
Bueno, nadie me ha puesto nunca una demanda…
Sus detractores no pudieron probar nada.
Nunca me dijo nadie, “Todo esto usted se lo ha inventado”. Porque, definitivamente, no lo hice.
Según creo, el cineasta e historiador Kevin Brownlow dijo una vez que usted le contó que la mayor parte de sus rastreos los hacía mediante “telepatía mental”. ¿Por qué cree que hay gente que ha tratado de menoscabar el libro?
No creo que lo hagan. No tenía noticia de esto. Nunca he tenido problemas así.
OK, pasemos a otra cosa. Encuentro fascinante la conexión entre Hollywood y el ocultismo. ¿Cree que uno engendra al otro?
En Los Angeles siempre ha existido un cierto número de cultos ligeramente extraños y cosas así que despertaron pequeños, intermitentes chispazos de interés entre unas cuantas personas en Hollywood. Pero nunca ha habido una devoción masiva por Satán ni nada por el estilo.
Eso es cierto, pero, ¿qué hay de la cienciología? Parece como si la mitad de Hollywood estuviera metida de una u otra forma. Esto me recuerda algo: en algunas entrevistas usted ha dicho que tenía casi completo un borrador de Hollywood Babilonia III, pero que nunca llegaría a publicarse porque buena parte de él habla de la cienciología. ¿Es cierto?
Lo tengo en bruto, pero esa gente no tiene problema en poner pleitos y no quiero tener nada que ver con ellos. Y hay ciertas personas, como John Travolta y Tom Cruise, que se han enganchado totalmente al tema y lo han convertido en su sistema de creencias. Que hagan lo que quieran.
Su interés en las enseñanzas de Aleister Crowley ha tenido una gran influencia en su trabajo. ¿Qué fue lo que le condujo a él y a su filosofía de Telema?
Aleister Crowley es un personaje fascinante, y si ahora estuviera haciendo películas me tentaría rodar algo sobre él. Nadie lo ha hecho todavía, menos mal. Varios han amenazado con hacerlo. Hasta cierto punto yo esperaba que eso no sucediera. Todavía no ha sucedido, y eso que me han ahorrado.
Los desinformados puede que no vean mucha diferencia entre los discípulos de Crowley y los cienciólogos. Son ignorantes, por supuesto, pero, ¿podríamos iluminarles por un momento? ¿Podría ayudarles a entender?
Siempre ha habido gente interesada en Aleister Crowley, que murió en 1947. Sus seguidores están en OTO, Ordo Templi Orientis, que es una especie de sociedad cultista. Tiene centenares de miembros pero es casi invisible, mantiene un perfil muy bajo. No es como la cienciología, que es básicamente un negocio. No tengo nada que ver con ellos.
Bastante ajustado.
¿Podemos terminar ya?
Muy bien. ¿Quizá podría hacerle tres preguntas más?
[abre los ojos de par en par y frunce los labios] NO.
¿Ni siquiera una?
Bueno, mientras sean pocas…
Una, quizá dos, prometido. A Werner Herzog le gusta decir que LA es la única ciudad americana porque muchas de las otras grandes ciudades de Estados Unidos tienen influencias europeas. En otras palabras, LA es el único lugar con una verdadera cultura norteamericana. ¿Usted qué opina?
Eso es porque es extranjero. Está emitiendo un juicio viéndolo desde fuera. Para él, LA es como una especie de bestia extraña, o tiene ciertos elementos extraños que son característicos de California, pero sea como sea yo vivo aquí, así que…
¿Sigue amando la ciudad?
Sí, es interesante. De lo contrario ya me habría ido.
Mira a Rocck entrevisando a Kenneth en carne y hueso en un nuevo episodio de VICE Meets