Era la voz de la indignación y las miradas de molestia. Era la ansiedad por una pasión a la que se le ha fijado un día para morir. Unos 200 aficionados del club de beisbol Tigres se dieron cita este sábado en el Ángel de la Independencia en la Ciudad de México para hacerse escuchar y hacerse visibles. Protestan contra el anuncio que realizó el club Tigres, a través de su propietario Carlos Peralta, en que informa su intención de salir de la Liga Mexicana de Beisbol y desaparecer como nombre, como colores, como logotipo, como todo.
“Queremos que el propietario Carlos Peralta reaccione”, asegura Gaspar Carrillo, aficionado de Tigres desde 1955, el año en que el club nació campeón. “Queremos que sepa que Tigres ya no es sólo de él, que es de la afición, porque la afición lo ha hecho, lo ha puesto en el lugar que tiene. Vale lo que la afición lo ha hecho valer”.
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Eran cientos. Portaban jerseys, gorras, pancartas. Gritaban porras, arengas, consignas, mentadas de madre. El jersey del Chispa Gastélum por aquí, el de Matías Carrillo por allá. Chicos, jóvenes, viejos. Algunos de los presentes no habían nacido cuando Tigres se mudó de la Ciudad de México rumbo a Puebla a partir de la temporada 2002. Otros, los más veteranos, han resistido al noviazgo ausente, al amor de lejos.
“No solo es un equipo deportivo”, reflexiona Ricardo Silva, otro aficionado felino. “Nacimos con Tigres, crecimos con Tigres, vivimos con Tigres y queremos seguir con Tigres”.
Es el mismo sentir de muchos de los presentes. Les están quitando un ser querido, alguien que los ha acompañado toda su vida. “La manifestación tiene también un interés emocional. Todos estamos con sentimientos encontrados. Sí estamos tristes, debido a la noticia de que nuestro equipo está a punto de desaparecer”, asegura Gerardo Pérez Figueroa.
Hay indignación, sí, pero también hay sonrisas y esperanza de que el equipo sobreviva, una vez más. No es la primera vez, no es el primer golpe. El aficionado tigre, no importa la edad, es un sobreviviente. Resiste. Está acostumbrado, aunque reconoce que sí, que son una afición agraviada.
“Claro que hay un agravio”, asegura René Gómez. “Como aficionado de Tigres, hemos sufrido un agravio tras otro. Primero nos lo quitan, luego se va, y cada vez se va más lejos. Pero creo que esto de separarlo de la liga es ya un golpe fuertísimo. Siempre lo hemos recibido”.
Agravio es una palabra recurrente. Al terminar la temporada de 2000, los equipos capitalinos de beisbol fueron desalojados del Parque del Seguro Social que fue demolido para construir un centro comercial. Se mudaron al Foro Sol, donde los Tigres solo permanecieron un año, y su propietario Carlos Peralta tomó la decisión de llevárselos a Puebla tras conseguir un apoyo gubernamental. Posteriormente, ante la promesa de otro apoyo gubernamental, los volvió a mudar a Cancún, a partir de 2007. Hoy, que el apoyo estatal ha terminado en Quintana Roo, Carlos Peralta hizo pública su decisión de desaparecer al equipo, y venderlo sin nombre, ni logos.
El argumento por el que Carlos Peralta ha decidido desaparecer al equipo es porque la Liga Mexicana de Beisbol se niega a limitar la cantidad de jugadores no nacidos en México. En el ADN de los Tigres ha prevalecido la premisa histórica de privilegiar la búsqueda y el desarrollo del pelotero mexicano.
Francisco Parada tiene 64 años, y asegura que fue precisamente eso lo que lo cautivó del equipo: los campeonatos de 1965 y 1966, ganados con un plantel totalmente mexicano.
“Cuando jugaba el ‘Cuadro del Millón de Pesos’, con Esquivias, Murillo, el Pulpo Remes, Kiko Castro, era una maravilla verlos jugar”, recuerda don Francisco. “Y era más maravilla porque había muchos jugadores extranjeros, pero los Tigres jugaban con puros mexicanos. No estoy en contra de la gente de otro país, pero la gente que es de tu raza, pues como que lo sientes más”.
Fue ese el gran legado de Alejo Peralta, el propietario y patriarca de los Tigres Capitalinos. La confianza en el talento mexicano, el diseño e implementación de sistemas de búsqueda de peloteros en el territorio nacional para luego crear los mecanismos para desarrollarlos. Así nació la Academia de Pastejé en 1983 que fue la gran generadora de talento para el beisbol mexicano. De Alejo Peralta se puede hablar como un personaje de luces y sombras, de una pasión innegable por el beisbol. De entre lo bueno, se puede mencionar el haber hecho grande a un club como Tigres. Entre lo malo, un aplastamiento brutal de un movimiento sindical de peloteros en 1980 que terminó por dañar de forma irreversible al beisbol mexicano y su afición.
Don Alejo Peralta falleció el 8 de abril de 1997, dejando como herencia a su hijo Carlos, la operación del equipo Tigres, junto con sus logos, nombre y colores. Sin embargo, a decir de los aficionados Tigres, Carlos no conserva la pasión por el equipo, que ha resultado más una carga.
“Se dice que hay una cláusula del testamento que le dejó a Carlos su padre”, explica el aficionado René Gómez. “Don Alejo Peralta lo condicionó a mantener en la familia Peralta el nombre de los Tigres. Pero este señor, Carlos Peralta, nunca quiso realmente a los Tigres. Jamás. Entonces, si no los quiere, que los regale o los venda, pero que deje el mote de los Tigres, los símbolos, los colores”.
Gaspar Carrillo es otro aficionado de toda la vida a los Tigres. Vio al equipo nacer en 1955 y ser campeón ese mismo año. Se enorgullece de haber visto al equipo que nació grande. También se enorgullece de haber tenido una amistad con Alejo Peralta.
Para él, la diferencia entre Alejo Peralta y su hijo Carlos, es abismal en lo que se refiere a su amor al beisbol, y esa es una de las razones por las que el equipo empezó a tener problemas desde que falleció don Alejo.
“Del cielo a la tierra”, enfatiza don Gaspar, enfundado en una camisola de los Tigres, durante la protesta. “Con Alejo tuve una amistad. Era un hombre de negocio, pero era un enamorado del beisbol, porque él mismo jugó beisbol. A Carlos le interesan los negocios, el beisbol no le interesa. Esa es la gran diferencia”.
Don Gaspar no tiene duda de que esto no es lo que el fundador de los Tigres hubiera querido.
“A Carlos Peralta le diría que no la riegue”, expresa don Gaspar. “Don Alejo se ha de estar revolcando ahorita en su tumba, porque Tigres era su vida y era su sueño. Iba y se metía al dugout. Un día lo sacaron por no estar uniformado y al día siguiente llegó uniformado para seguirse metiendo al dugout con los jugadores. Eso es tener sangre. Nunca me imaginaría a Carlos Peralta haciendo lo mismo. Nunca. Yo lo he visto. En las inauguraciones llega al estadio en helicóptero, y pasa con el helicóptero por enfrente del dugout de los Diablos para bañarlos de tierra. ¡Eso no se hace, hombre! Esas son tonterías, son cosas de adolescente y Carlos no es ningún adolescente”.
La protesta estaba pensada para ser una marcha del Ángel al Zócalo, pero el contingente decide quedarse en la glorieta. Lo que quieren es ser escuchados, alzar la voz. Hablan con los medios, agitan sus banderas, muestran sus pancartas. Hay camaradería, y se unen las porras. Aparece también alguna gorra de los odiados Diablos.
Leen una carta de dos cuartillas dirigida a Carlos Peralta, le piden, le reclaman y le recuerdan. Todos los presentes firman para acompañar el documento que le será entregado al propietario del equipo.
Aparecen las porras y también la picardía. Los aficionados capitalinos han encontrado en los parques de la Ciudad de México un sentido de identidad desde la astucia cotidiana. Es un microcosmos de la gran batalla urbana de ganarle al otro en el albur y la mentada. Los cánticos son jocosos, y la rima termina en alguna mentada que rara vez alguien se toma personal. Carlos Peralta se lleva algunas, que a decir de la concurrencia, parecen merecidas.
Aunque la mayoría de los aficionados reconoce que Tigres lleva en su ADN la confianza al pelotero mexicano, aseguran que el que Carlos Peralta haya tomado eso como bandera para sacar a los Tigres de la liga es un mero pretexto. Es la oportunidad perfecta para deshacerse del equipo. Algo que, aseguran, Carlos Peralta deseaba desde hace varios años.
“Es un pretexto”, asegura Gerardo Pérez. “Hace nueve años, él intentó vender al equipo. Fue exactamente igual, sin el nombre. En aquella ocasión salió al rescate el gobierno de Quintana Roo, y él dijo bien claro que no iba a perder un peso más en los Tigres”.
René Gómez coincide con esa apreciación. Para él, el argumento del apoyo al talento mexicano es también el pretexto perfecto para deshacerse del equipo.
“Es un capricho vil”, expresa René. “El dueño no quiere ya a los Tigres. Está cansado de los Tigres, y obviamente es un pretexto para salirse honrosamente de la liga. Dice que es por la cantidad de mexicoamericanos, pero esa no es la verdad. Ya no quiere al equipo, pero según él sale por la puerta grande, entre comillas”.
Don Francisco Pedraza es otro aficionado a los Tigres desde los años 60. Asegura que iba en el vientre de su madre el día que asistió al Parque del Seguro Social por primera vez. Llegó al Ángel acompañado de su familia, portando un jersey con el 24 de Matías Carrillo, la gran figura histórica de la franquicia. Don Francisco también demanda que se respete a los aficionados, quienes para él, son los verdaderos dueños del nombre.
“A Carlos Peralta le puede pertenecer el nombre por herencia”, reflexiona don Francisco. “Pero su padre es el que los creó. Su padre fue el que nos dio a los Tigres. Él debe respetar la memoria de su padre dejándonos el nombre a nosotros. Si lo quiere vender, que lo venda, pero que el nombre del equipo no se pierda. Es totalmente de los aficionados”.
No pierden la esperanza de que Carlos Peralta se retracte. Apelan a todo lo que se pueda, el recuerdo de don Alejo, y la garra felina que tantas veces se escapó de la calamidad en el último momento.
“Yo”, insiste don Francisco, “le diría al propietario del equipo que recuerde que los Tigres ganaron muchísimas veces en la novena entrada con dos outs. Y como aficionados, hoy estamos esperando lo mismo. Ese tercer strike, ese tercer out en la novena entrada, no debe caer. No debe acabar con el equipo de esa forma”.
Don Francisco, como todos los aficionados de los Tigres, busca que el tercer out no caiga. Ese out 27 hoy significa el fin para un equipo que es el segundo con más títulos en la historia de la Liga Mexicana de Beisbol.
El Ángel de la Independencia, el monumento a la victoria alada, es un punto de reunión que significa triunfo y celebración en el deporte mexicano. Hoy, en ese lugar, los aficionados de los Tigres no celebran una de sus tantas victorias, sino que lanzan un grito urgente por la supervivencia. Los Tigres quieren vivir.