El Lago de Chapala es el más grande e importante del país: dota de agua a los más de cuatro millones de habitantes de Guadalajara y mantiene un clima templado que atrae como abejas al panal a miles de gringos y canadienses pensionados que arriban para pasar sus últimos años de vida. También a sus orillas se encuentra Mezcala, la última comunidad indígena coca. Una isla del mismo nombre y una serie de montañas que aún mantienen el equilibrio ecológico de la zona forman parte de la localidad.
Durante los últimos 15 años esta comunidad ha vivido la invasión de uno de sus cerros más importantes: El Pandillo. En 1999, Guillermo Moreno Ibarra, empresario minero y amigo de ex gobernadores, alcaldes y demás fauna del poder, ocupó 12 hectáreas del cerro, uno de los pocos que aún no se urbanizan en la ribera de Chapala. Ahí construyó una casa de descanso que, ocasionalmente, presta a las familias acaudaladas de Guadalajara para que sus hijos armen unas fiestotas.
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Mezcala es un pueblo pequeño que aún se rige por autoridades tradicionales y por un comisariado de bienes comunales, lo que significa que la tierra no se puede comprar o vender y no existe la propiedad privada, sólo la posesión comunal. En todos estos años de lucha han buscado sólo una cosa: recuperar las hectáreas invadidas por el temor de que ahí se construyan casas o cabañas para explotación de Moreno Ibarra.
Pero una resolución emitida el pasado 18 de septiembre por el Tribunal Superior Agrario podría poner fin a la larga lucha de los pobladores para recuperar sus territorios. A veces parece que el gobierno hace su chamba, pero hay que conocer las aguerridas historias que hay detrás para saber que lo hacen por presiones y a paso muy lento. A veces la justicia llega tarde, cuando ya se chingaron todo.
De todas formas, días antes de que se diera a conocer esta sentencia, fui a platicar con Guillermo Moreno Ibarra para conocer un poco sus planes a realizar en El Pandillo. En las oficinas de su empresa Carbonato de Calcio, rodeado de fotografías que muestran devastación minera por todos lados, este hombre ya entrado en años me contó de de lo mucho que ama al medio ambiente y cómo está destinado a ayudar a los indígenas de la comunidad. Ajá.
Me insistió unas diez veces en que fuera a hacerle la entrevista a sus terrenos en Mezcala, desde donde se tiene una vista privilegiada a toda la ribera de Chapala, para ver con mis propios ojos todo lo que ha hecho por el bien de la zona. Pero el periodismo me ha enseñado en no confiar en los ricos con gente armada a su mando —porque existen fotografías que se han entregado a la Procuraduría General de la República que muestran personas armadas alrededor del cerro—, así que le dije que no, gracias, que ahí otro día.
“Yo soy comunero de Mezcala”, fue lo primero que me dijo, con su tez blanca y sus ojos casi azules que distan un poco de la fisionomía de los indígenas cocas. Para convencerme me aseguró que fue un comunero quien le heredó en vida —no me dijo por qué ni cómo— el derecho de ser parte de la comunidad. Es decir, el uso de las tierras lo tiene legalmente porque alguien que se pasó de buena onda se lo heredó.
Además, tiene un socio de nombre Cresenciano Santana, conocido en la comunidad como el Traidor de Mezcala. Él tiene derechos de comunero gracias a su padre, así que un día Moreno Ibarra y él llegaron al Cerro del Pandillo, usaron las influencias del empresario para obtener recursos federales destinados a un programa de reforestación, y ¡tarán!: eran dueños de 12 hectáreas. Supongo que pensaron algo así como ¿Para qué comprar un terreno si puedes robárselo a indígenas?
Y justificó la presencia de personas armadas con una frase que se me quedó grabada, porque me dio un poco de escalofrío cuando la escuché: “Nosotros cazamos a los cazadores”.
Moreno Ibarra me presumió sobre cómo les da trabajo “a los pobres miembros de la comunidad”. Y a los pobladores que lo tachan de invasor, él los tacha de bárbaros. Según sus palabras, él está ayudando a la comunidad a salir de la pobreza, y enseñándole a un pueblo indígena a convivir con la naturaleza.
Sin embargo, sus enseñanzas incluyen algunos amedrentamientos. Como parte de su lucha, el 10 de abril de 2011 un grupo de pobladores acudió a la zona invadida y desmontó un panel solar que estaba desviando los afluentes de agua de la comunidad y dejándolos en la sequía. El panel —de energía solar, porque ya saben, Moreno Ibarra ama un chingo la naturaleza, la sustentabilidad y todo eso— había sido colocado para bombear agua a la casa que el empresario construyó en el cerro.
Y aunque la comunidad había anunciado al ayuntamiento de Poncitlán, Jalisco —municipio en donde está Mezcala— que realizaría dicha acción, en septiembre del mismo año varios comuneros fueron detenidos por la policía estatal, incluyendo a una joven que no participó en los hechos y que fue llevada con engaños de la Procuraduría Estatal a las afueras de las oficinas del periódico Milenio Jalisco —en donde un agente se hizo pasar por un miembro de la redacción—, para ahí ser detenida.
Los comuneros aún enfrentan las denuncias y se encuentran en pleno proceso legal para evitar pisar la cárcel, por lo que realizan acciones cooperativas para conseguir recursos para su defensa. Para Guillermo Moreno ese suceso se trató de un robo y por eso los denunció, aunque se le olvidó contarme que los estaba dejando sin agua.
Aunque 15 años son muchos, Mezcala tiene toda una historia de luchas. Por ejemplo, la comunidad fue escenario de batallas navales durante la Independencia de México. En aquellos años aún era posible navegar en barco por las aguas ahora reducidas y contaminadas del lago de Chapala, y fue en la Isla donde cientos de liberales se refugiaron y sobrevivieron varios años al asedio español. El episodio es recordado como un hecho heroico, pero no viene en los libros de historia que nos enseñan, ha de ser porque los Niños Héroes o el Pípila venden más patriotismo y se llevaron esas páginas.
Más de 200 años después, también en el mes de septiembre, el mismo pueblo en una batalla distinta consiguió el triunfo, al menos en lo legal, y habrá que esperar a que el empresario, acostumbrado a nunca perder porque en México el dinero es el poder, cumpla y regrese las tierras que no le pertenecen.
Los pobladores aún están a la espera de conocer el proceder de Moreno Ibarra, quien podría meter algún recurso de revisión, aunque la sentencia es definitiva por parte del Tribunal.
Días antes de conocerse la resolución visité Mezcala, para un evento de lucha libre en el restaurante llamado Paraje Insurgente —la apuesta de la comunidad por un turismo comunitario, que beneficie a todos.
Ahí platiqué con Rocío y Manuel, dos jóvenes que sin ser comuneros han sido parte esencial de la lucha, sobre la importancia de esta zona en toda la ribera del lago.
“El área invadida es un bosque de pino, rodeado de bosque de encino. Esta es el área que está más devastada porque ha estado en un proceso de devastación forestal cabrón, está quemado, está talado, hay máquinas trabajando. Esa área del Pandillo es la parte más hermosa, porque es de los cerros más altos de la zona y ahí inicia el bosque”, me cuenta Manuel.
Con sólo echar un vistazo al Pandillo y las montañas de alrededor, me di cuenta por qué alguien querría una casa de verano ahí, dominando el panorama. Pero esta belleza no es para empresarios que sólo quieren aumentar sus riquezas sino para que sus dueños históricos la compartan con todos los que visiten Mezcala.
“La lógica de ellos [los empresarios] es seguir con todo el corredor turístico de la ribera, seguir con los fraccionamientos para extranjeros. Nosotros en Mezcala decimos que los cerros tienen que ser cerros; si tú vas a Ajijic o a Jocotepec [municipios de la ribera de Chapala] los cerros ya son fraccionamientos.
Aquí en la comunidad, y en el pueblo vecino de San Pedro Itzicán, quedan prácticamente en toda la ribera ya es prácticamente los últimos bosques de encino, cuando todo el lago estaba rodeado de bosques importantes para la región. Imagínate entonces, biológicamente, la importancia que tiene nuestro territorio”, me contó Rocío.
Una victoria histórica está a punto de concretarse para los cocas de Mezcala, que después de siglos siguen resistiendo para conservar su territorio.