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Luis Miguel: el sol de un imperio donde siempre amanecía

Luis M

Escribir sobre Luis Miguel implica por lo menos varias nostalgias y más de una anécdota; mínimo para quienes nacimos y crecimos con “el Sol de México”, –apodo con el que se le conoce al cantante– en un nuestros oídos y nuestros ojos. Romance (1991), la gran apuesta, según los archivos netflixianos, de un Micky adulto y empoderado, respaldado por Hugo López, el Incondicional, fue el álbum que recuerdo sonar tarde, mañana y noche en una casetera todos los fines de semana durante un tiempo que parecía infinito. Se terminaba un lado y ya toda mi familia brincaba de anticipación para que sonara el otro lado de esa alquimia análoga.

Cada vez que escucho No me platiques más, mi visión vuelve a ser la de mi infancia, el sol de la tarde sobre la buganvilia del vecino, las esquinas de las mesas peligrosamente cerca de mi cara, criaturas sueltas por el jardín, adultos bebiendo a la sombra; esas tardes del martes feriado, que nos regalaba un lunes, cuando los puentes existían y eran cosa de guardar.

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Otros tiempos con otro tiempo

Además de estos recuerdos que inolvidablemente vivirán en mí, está la reciente puesta del Sol de México en pantalla que ha aglutinado a fans y conversas con fervores renacidos. La primera temporada de Luis Miguel La Serie, me encontró en el living de un país lejano, entre la nostalgia y el cotidiano. Fue Mar, mi compi de apartamento, quien no paraba de comentar la genialidad que era la serie en todos los niveles y recibía a cambio mi amargura poser contra el tren del mame, quien me encontró un mal martes a la noche, en medio del rapto y la furia, con botella de tinto en mano gritando: ME CAGO EN TODOS LOS MUERTOS DE LUIS REY.

Este momento no fue menor, a pesar de sus virtudes y todos sus errores, ya que la presencia de Luis Miguel Gallego Basteri nos regalaba de nuevo un milagro en nuestra Latinoamérica zurcida por sentimental: unía de nuevo a propias y extrañas bajo el jugo del drama y el aderezo de la vida real. El sol que brilló por todos los escenarios del planeta, brillaba en miles y millones de pantallas y corazones con todo el alcance que tiene la plataforma de streaming. Comenzó un nuevo verano en pleno invierno del sur, Cuando calienta el sol, sonaba en cada fiesta. Entrégate era casi tan común en la calle como Esos raros peinados nuevos, de Charly García en ese Buenos Aires de mis recuerdos.

Mi jarochitud cobró relevancia en una sociedad cerrada sobre sí misma, donde la gente es de ahí o de fuera, todo el resto del mundo es fuera y no importa mucho donde esté. Me volví indispensable en las fiestas, La Serie, era un tópico de candente actualidad y se recurría a mí para los detalles escabrosos. Con pasmosa claridad relaté lo que el dominio popular sabía del padrino mágico de nuestro rubio héroe, la obligada muestra musical del trabajo de Stephanie Salas, el detalle meta de la hija del último mirrey de Los Pinos actuando como la novia en una boda presidencial en el debut infantil de Luismi ante la elite política y artística nacional. Todas las horas de mi vida que pasé con la TVyNovelas como única lectura disponible en casa de mis tías rendía frutos, al fin. Las referencias académicas que debían poblar mi cerebro, se veían reemplazadas en instantes cuando recordaba una a una, las palabras de Pati Chapoy en los tiempos en que rifaban un millón de dólares en televisión abierta.

Lo que más sorprendía a mi público sediento de datos, era que cada pedazo de información escabrosa era parte del dominio popular, la vida del Sol era tan conocida como la leyenda de la Llorona. Triste comparación.

Se sabía de la desaparición de Marcela Basteri, de las apariciones de Seguiño en tele, el paradero de Alexito escapando de los paparazzi; tan cotidiano y ubicuo todo como los resultados de la Copa Libertadores. Ahora me pasma que nadie haya podido hacer nada. Que miles de televidentes, espectadores, amantes irreflexivos y fans en general estuvimos al tanto de su tragedia, y ante el silencio de Luis Miguel, todo el mundo calló también. “¿Dónde está Marcela?” Se vio aparecer en las redes hace un par de años, después del furor de la serie; nunca lo vi en las calles toda la vida que viví en México.

“Ahora me pasma que nadie haya podido hacer nada. Que miles de televidentes, espectadores, amantes irreflexivos y fans en general estuvimos al tanto de su tragedia, y ante el silencio de Luis Miguel, todo el mundo calló también”.

El señor Gallego Basteri, de nuevo, firmando otro pacto de latinoamericanidad, el más siniestro, el que hace visible el horror que devora a este territorio: las mujeres pueden desaparecer en casa de sus parientes. Que hay vidas que no importan ante los ojos de la explotación. En este caso explotación infantil, que antes que Jamie Parnell Spears y su equipo de abogados, existió la mancuerna Luis Rey/Tito y la industria discográfica. Toda distancia guardada entre la pigmentocracia que asiste y forma al ídolo, y el estrato de quienes con picos y palas, sin favores personales de ningún gobierno, viven a razón de la frase que los guionistas supieron poner en boca de Micky cuando le preguntan cuándo dejará de buscar a su madre: “Nunca”.

Luis Miguel, tan mexicano como Chavela, tan jarocho como yo

Hijo de un rey maldito y de una santa rubia. Luismi, ese personaje que en su infancia no conoció el descanso del ocio y terminó por volverse la imagen replicable por décadas y décadas de una juventud que desconoce lo que es un día de trabajo asalariado. Dicho prejuicio opacó su gran potencia como intérprete, su talento musical, su enorme poder de cantante, relegándolo a un gusto frívolo. La profunda división de clases de este país, no escapa ningún pretexto para salir a relucir.

Aunque no había libido que se le resistiera. Los ídolos se crean para ser imitados o deseados y no todo el mundo puede ser rubio como el sol. Lo intenté en capilaridades propias, hace unos días: después de ver la primera temporada, resolví para mis adentros adoptar el estilo de la melena del Sol veinteañero, para acompañar la espera de la segunda temporada.

El señor Gallego Basteri, de nuevo, firmando otro pacto de latinoamericanidad, el más siniestro, el que hace visible el horror que devora a este territorio: las mujeres pueden desaparecer en casa de sus parientes.

Mi cabello creció, se formó una cresta más bien desprovista de bucles, pero alimentada con toda la pasión de la chica que fui, enloquecida, sobre una silla de plástico, dejando la garganta entera en el World Trade Center de Veracruz respondiendo con toda mi alma al mítico llamado de ¿Cómo dice?.

Llegó el día y con ello, mi estilista: botellas de peróxido, guantes de látex y gritos de emoción. Como el Sol, me dijo, te voy a dejar como el Sol. Después del té y los chismes, comenzó el ardor. Enjuague tras enjuague vi lo oscuro de mi cabello escurrirse entre químicos, soporté todo el proceso con la ilusión insulsa de cantar Hasta que me olvides con mi camiseta de Boca Juniors, porque nunca ningún hincha de verdad se achicó frente a nadie del River en confrontación (Te estoy viendo, Patricio Robles). Mis reparaciones históricas inducidas por pixeles.

Llegó el momento espejo y el tono dorado que pretendíamos después de tres horas de esfuerzo, contra el negro de mis cejas, me acerca más al Jarocho de Amores Perros que al OG Papá Lord. Luis Miguel sacó de mi ser lo que nos une a ambos -refugiados identitarios de la magia de ese puerto divino, cobijados por un origen que quepa en el imaginario de una sociedad obsesionada con el color de los pasaportes y los iris–. 

El tiempo que llevó la decoloración de mi pelo tercamente oscuro no dejó cabida al corte de greña, la melena es un matorral incendiado. La grieta que no cede, me hace saberme más cerca de ese Luis Miguel que nos describió Fernanda Melchor en Temporada de huracanes, más cerca de la Matosa (tanto la mítica como la real), y del karaoke… tanto más lejos de Mariah Carey y los yates.

Con todo lo que calienta el sol hoy en día, voy por la ciudad de los palacios, a donde volví para alcanzar la segunda temporada tres años después, con la camisa abierta, y la confianza que me dan los posicionamientos de mi carta astral en Aries. Practico mi mejor sonrisa, digna de un astro, ante la brisa del metro que no despeina mi cabellera refulgente y sigo caminando hacia casa de la bruja, porque Me niego a estar solo.