Television

Los realities ya no tienen sentido porque nuestras vidas se han convertido en uno de ellos

¿Qué sentido tiene Gran Hermano cuando existen los directos de La Reina del Brillo?
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Capturas de pantalla vía YouTube

El 21 de julio del año 2000, hace 20 años, siete de cada diez personas sentadas ante el televisor estaban viendo lo mismo: la final de la primera edición de Gran Hermano. Más de 9 000 000, un 70,8% de la cuota de pantalla. Dos años más tarde, en febrero de 2002, casi 13 millones de espectadores trasnocharon, pendientes de la primera final de Operación Triunfo. La telerrealidad explotaba en nuestro país y los consejeros delegados de las televisiones se frotaban las manos.

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Porque tras el éxito del Gran Hermano de Ismael Beiro y el Yoyas —recuerdo oír a mis padres discutir sobre si debían o no no dejarme verlo y debatir sobre si aquello era un "experimento sociológico" o telebasura, yo tenía 9 años— y el Operación Triunfo de Rosa, Bustamante y Bisbal, la producción de realities se disparó en nuestro país en todas sus formas: de los más puros y naturalistas a los talent, dating y celebritie shows más enrevesados.



Porque mientras que a los consejeros delegados se les hacían ojos chiribitas, los guionistas se las debían ver y desear para inventarse un matiz nuevo, un escenario nuevo, una vuelta de tuerca nueva para lo mismo de siempre: ver a humanos haciendo de humanos.

Así, acabamos teniendo al Cordobés como coach de adolescentes conflictivos en Padres Lejanos, a Paco Porras, Lola Montero y otro puñado de videntes y brujos encerrados en un castillo montando performances sobre lo divino y lo humano y a 12 personas montadas en un autobús que recorría España durante 100 días en los cuales todos nos preguntamos qué relevancia tenía que estuvieran en un autobús en marcha si no podían salir de él.

"Con los primeros realities era muy fácil sentirse identificado. Y eso con el paso de los años la telerrealidad lo ha perdido en muchos sentidos"

"La telerrealidad se define por un afán de presentar un escenario de realidad auténtica, yendo por tanto más allá de los guiones o las experiencias más alejadas de la realidad que a menudo han caracterizado los géneros de ficción. No obstante, aunque el propio término de lo sugiera, esa realidad televisiva termina siendo una construcción espectacularizada de lo real hasta derivar en el estadio que Imbert caracteriza como 'duplicación de realidad'".

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García Martínez insiste por ello en el concepto de "postelerrealidad", caracterizada por "la exageración de los espejos deformados (u opacos) del simulacro y el estiramiento de la noción de performatividad" y por eso concluye que "es probable que, en los próximos años, el género de la 'televisión de lo real' continúe mutando y ofreciendo nuevas propuestas híbridas que reflexionen implícitamente sobre cómo 'autenticidad', 'realismo' y 'verdad' están siendo distorsionados, cuestionados y reinventados una y otra vez", exponía el estudio Audiencia Juvenil y los líderes de la telerrealidad, de Antonio J. Baladrón y José Carlos Losada.

Y así ha acabado ocurriendo, con el añadido de que las redes sociales nos han convertido, además, a todos nosotros en los concursantes únicos de realities a golpe de historia de Instagram. Eso ha provocado que los televisivos y televisados tengan menos sentido que nunca y busquen cada vez más la hipérbole, el detalle escabroso, la emoción fuerte a través de una crudeza cada vez mayor. De ser, originalmente y gracias a Gran Hermano, espejos en los que mirarse de algún modo han pasado a representar el Callejón del Gato, pequeños vodeviles en prime time.

"En lo que dieron en la tecla Gran Hermano y Operación Triunfo en sus primeras ediciones es que para el espectador era muy fácil sentirse identificado. Y eso con el paso de los años la telerrealidad lo ha perdido en muchos sentidos. Normalmente a este tipo de programas ya solo van los aspirantes a la fama, por eso la telerrealidad ha virado más hacia las celebrities locas con alguna salvedad, como el caso de Operación Triunfo en 2016: si triunfó fue porque, en algún sentido, consiguieron esa verdad a través de un casting gente normal que, precisamente por ello, resultaba inspiradora", dice Borja Terán, periodista especializado en televisión y autor de Tele: Los 99 ingredientes de la televisión que deja huella.

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"Nosotros no tenemos guionistas y tendemos a pensar que nuestras vidas son muy interesantes, pero tampoco lo son tanto"

En paralelo a que en los castings de los realities cada vez sea más complicado encontrar gente normal —quizá en general cada vez más complicado encontrar gente normal o que aspire a serlo, en una sociedad en la que la diferencia en cualquiera de sus formas se concibe y se exalta como un valor intrínsecamente positivo— están las redes.

¿Qué sentido tiene invertir millones de euros en montar un chalé en la sierra y contratar a productores, cámaras y guionistas cuando existen, por mucho que nos cueste creerlo, La Reina del Brillo o María Rispa y existen sus directos y sus feeds? ¿Qué interés tiene que un grupo de psicólogos haga un casting si podemos hacerlo nosotros solos dándole al botón de "seguir"?

"Yo siempre digo que las redes lo que han conseguido es cumplir nuestra expectativa de protagonizar la portada del Hola. En ellas todo el mundo se monta su propio bodegón de portada y con ellas la telerrealidad lo ha engullido todo. Instagram es la televisión que soñaría cualquier gran consejero delegado de una cadena, porque el espectador es el propio usuario, que es a su vez el que crea los contenidos. Para Instagram todo es rentable, porque no tiene que producir la serie sino que es el propio espectador el que la produce.

Lo que pasa que nosotros no tenemos guionistas. Y tendemos a pensar que nuestras vidas son muy interesantes, pero tampoco lo son tanto. Esto ocurre mucho en reuniones de amigos, cuando alguien piensa que una conversación o situación ha sido divertida y dice que si lo hubieran grabado la gente lo vería o que podría formar parte de una serie de Netlix. Normalmente no suele ser así", comenta Borja Terán.

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"Todos tenemos share y cuotas de pantalla, seguidores, likes y retuits y funcionamos con la misma lógica que funcionaba Gestmusic en el 2000"

Y añade que "la lógica del reality show se ha contagiado y popularizado, gracias o por culpa de las redes sociales, a todos los sectores. Pensemos en la política. Incluso en la información en televisión, que a día de hoy tiene mucho de reality. Si hay un debate electoral nos enseñan también cómo preparan los últimos retoques del plató, como limpian, cómo maquillan a los candidatos… Tenemos tanto impacto de información que necesitamos un plus frenético, tenemos cada vez menos paciencia. Estamos muy intensos pero poco profundos y a ello también contribuye que todos nos creamos con voz y poder, que todos queramos aspirar a la influencia. Eso lo han dado también las redes sociales. Creer que tenemos poder cuando no es así".

Para comprobar que la política aspira cada vez más a ser un reality basta repasar la sesión de investidura de Sánchez, las cuenta de Twitter de cualquier diputado o reparar en que los productores de la última edición de Supervivientes querían que Cristina Cifuentes formara parte del grupo que viajaría a Honduras en esta edición. La expresi dijo que no pero agradeció el ofrecimiento en sus redes.

Que nuestras vidas se han convertido en una suerte de Gran Hermano 1 es algo de lo que llevamos tiempo ya siendo conscientes: todos tenemos share y cuotas de pantalla, seguidores, likes y retuits y funcionamos con la misma lógica que funcionaba Gestmusic en el 2000: extraemos plusvalor de espectacularizar nuestra vida cotidiana. Aunque en nuestro caso el plusvalor sean tres tristes DMS y encima nunca de quien queremos que nos mande un DM.

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Y la generalización de la espectacularización de lo natural, de lo corriente, ha dado como resultado lógico que los realities tengan que buscar nuevas formas. "Al principio para triunfar lo que tenía que tener un reality está claro que era la identificación. El casting era más o menos una muestra representativa con diferentes perfiles, estaba el médico, el artista, el obrero no cualificado… eso se ha ido perdiendo, aunque sigue habiendo una cosa fundamental para que triunfe un reality y es que transmita verdad.

"Ahora estamos más perdidos que un pulpo en un garaje y claro: la televisión también lo está"

Esa es la gran pelea que tiene Operación Triunfo: la edición de 2017 la tuvo, la de 2018 no tanto. Otra vía es la que ha tomado Gran Hermano: como el naturalismo ya no le funciona ha echado mano del esperpento con un poco de comedia, del surrealismo exagerado, de medio celebrities que considera necesarias porque considera también que la audiencia cada vez tiene menos paciencia y por eso con anónimos no funcionaría. El resultado es que a veces parece más La que se avecina que un reality. Solo así consiguen enganchar: con emociones a flor de piel, tramas enrevesadas y un resultado que es un poco de sainete vacío", dice Terán.

Al final todo siempre es lo mismo. Tus abuelos detrás del visillo estaban ahí antes de Gran Hermano y Gran Hermano preexistió a Instagram y a Instagram le sucederá otra tecnología que hará que saciemos nuestra pulsión escópica. En ese sentido Borja Terán apunta que la programación siempre ha sido un reflejo de la sociedad. "En épocas más creativas la televisión ha sido muy creativa, en épocas menos creativas lo ha sido menos. Ahora estamos más perdidos que un pulpo en un garaje y claro: la televisión también lo está".

Sigue a Ana Iris en @anairissimon.

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