franquismo

Elena Francis, la mujer ficticia que enseñaba a las mujeres del franquismo cómo comportarse

"No descuide un solo instante su arreglo personal. Y cuando él llegue a casa, esté dispuesta a complacerle en cuanto le pida".
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Imagen vía Ediciones Cátedra

"Un beso en sí no es pecado, porque nos besan nuestras madres, los hermanos, el mismo Dios besaba a los niños, pero tiene que ser un beso puro, sin maldad alguna, y entre los novios, hija mía, siempre suele haberla, al menos por parte del hombre, cuyo instinto algunas veces es, más que racional, de verdadera fiera. Hágaselo comprender así a ese muchacho. Dígale que es mejor que esperen y celebren su unión y entonces todo será paz y sosiego en su corazón". Esa era la respuesta de Elena Francis a una muchacha de Gandía que le escribía inquieta porque no sabía si debía rechazar o no los besos de su novio.

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En 1959, a una joven de Beifaió d'Espioca, en Valencia, le decía que alejase "esos locos pensamientos, puesto que no pueden acarrearle nada bueno. A fin de cuentas, no debe culpar al muchacho por todo lo ocurrido sino que la culpable es usted, ya que debió comprender que eso no era lícito y que después de conseguir sus deseos la dejaría en la calle estancada por completo". La joven en cuestión le contaba que su ex novio la amenazaba con airear todo lo que "habían hecho juntos", y entre líneas de ese "todo lo que habían hecho juntos" se leía lo que por aquel entonces y en una sociedad regida por la doctrina social de la Iglesia era pecado: sexo premarital.

"Me preguntáis si está bien que las chicas vayan solas, por la tarde, al baile. Yo no soy ninguna autoridad para poder enjuiciar los actos de la Humanidad. En general, por lo tanto, no os diré si está bien o mal, os diré únicamente lo que yo pienso, mi opinión franca. A esta pregunta que me habéis hecho yo contesto con un NO tan grande como la Telefónica", le decía a un grupo de tres chicas, preguntada por si debían o no ir al baile. Cuando la infidelidad era del hombre, del marido, recomendaba "hacerse la ciega, sorda y muda" y procurar "hacer lo más grato posible su hogar", no "poner mala cara cuando él llegue". Ante un caso de maltrato aconsejaba "ser valiente", entendiéndose por valiente lo siguiente: "No descuide un solo instante su arreglo personal. Y cuando él llegue a casa, esté dispuesta a complacerle en cuanto le pida".

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Estos tres y cientos de testimonios más fueron extraídos de más de un millón de cartas encontradas en 2005 en un almacén de Cornellá. Más de 100 000 pudieron ser rescatadas para su estudio y conservación por la historiadora Mari Luz Retuerta, directora del Archivo Comarcal del Baix Llobregat. Un 10% fue digitalizado y catalogado. Todas ellas iban dirigidas a la misma mujer: Elena Francis.

En las ondas entre 1950 y 1984, el consultorio radiofónico que llevaba su nombre formó parte de lo que Armand Balsebre y Rosario Fontanova, autores de Las cartas de Elena Francis (Cátedra) denominan "la cultura sentimental" de varias generaciones españolas. Antes de publicarlo analizaron 4325 de las cartas recibidas por el programa a fin retratar tanto al personaje como a sus miles de seguidoras e ir desgranando cómo el régimen trataba de instruir moralmente a la mujer en una sociedad, según escriben en el prólogo, "rígidamente estructurada por los pilares ideológicos de la dictadura: la Iglesia, la Falange y una concepción ultraconservadora de la existencia".

Porque Elena Francis no existía. No más allá de las ondas: sus consejos sentimentales y domésticos eran guionizados por un equipo y leídos por una locutora de voz aterciopelada que conducía el programa tras su melodía inicial, Indian Summer, una invitación a tomarse en respiro en las labores del hogar e instruirse en las artes de la feminidad. O de lo que el nacionalcatolicismo entendía por ella. De hecho, la voz de Elena Francis no fue siempre la misma: en el Consultorio hubo hasta 14 voces trabajando. Cuéntame recreó el momento en el que miles de españoles se enteraron de que Elena Francis no era una mujer sino un equipo, y la indignación que sintieron muchos de ellos.

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El personaje de Francis fue lo que quiso que fuera su primera guionista, Ángela Castells, siguiendo, según los autores del libro que más pormenorizadamente ha analizado el programa hasta la fecha, "las coordenadas ideológicas de la Sección Femenina de Falange y los postulados religiosos y morales de la jerarquía eclesiástica y de Acción Católica". También fue lo que quiso que fuera la firma patrocinadora del programa: el Instituto de Belleza Francis, una "firma comercial que desea unir sus esfuerzos a los nuestros en bien de la mujer en general", en palabras del director de Radio Barcelona, la primera emisora que acogió el espacio, fundado para promocionar productos de belleza pero que, de paso, se convirtió también en una escuela de formación moral, doméstica y social sonora y por fascículos.

Y es que, además de trabajar en la radio, Ángela Castells estaba vinculada tanto a la Sección Femenina como al Patronato de Protección de la Mujer, una institución que se encargaba de controlar la moral de la población femenina en la época. Oficialmente lo hacían a través de colegios, que en la práctica eran reformatorios franquistas en los que eran internadas las jovencitas consideradas "descarriadas" que habían sido previamente denunciadas por desconocidos, familiares o de oficio.

Entre ellas había lesbianas, prostitutas, mujeres que habían sido violadas o aquellas que se habían quedado embarazadas sin un matrimonio previo. "Sus juntas provinciales emitían informes anuales sobre el estado de la moralidad en cada provincia: la moralidad callejera, las "caídas de solteras", la homosexualidad, el "abandono de mujeres seducidas" o sobre "amancebamientos" y la honestidad de la mujer antes y después del matrimonio", escriben Balsevre y Fontanova en su alusión al Patronato.

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La misión de Castells era la misma tanto dentro como fuera de las ondas: ejercer como elemento de control y guardiana de la conducta femenina. Cumplir su misión de apostolado político-religioso "en favor de la recristianización de España y conversión de los extraviados", una empresa a la que estaban consagradas las nuevas instituciones políticas y religiosas del franquismo" explican los autores del libro.

La estructura del programa, del que quedan algunos fragmentos en YouTube, era sencilla y eficaz. Los primeros minutos estaban dedicados a consejos de belleza: cómo combatir el vello, la piel áspera, las arrugas, como tener siempre un cabello brillante… Tras ellos, venían las cartas, muchas de ellas reales, de oyentes, pero otras inventadas, como reconoció uno de los guionistas del Consultorio, Juan Soto Viñolo. "Durante los dieciocho años en que redacté el consultorio fueron múltiples las cartas que tuve que inventar para estimular el interés de los oyentes, ya que el abanico de temas se repetía periódicamente".

Y así, entre las dudas de las oyentes que le exponían sus dudas y compartían sus experiencias y sentires y las que el equipo creyó que toda mujer debería ver resueltas, Elena Francis instruyó desde los transistores de miles de hogares a las que durante décadas fueron sus pilares y valoradas y tratadas como poco más que eso.

Ahora, muchos de ellos pueden ser revisitados —"sé siempre prudente y decente, que será en beneficio tuyo, querida", "su reputación estaría en peligro, hijita, y el buen nombre de una mujer es la mejor joya que puede tener", "nada de libertades, porque el recato en una chica es algo que usted sabe que debe existir siempre", "no soy partidaria de los casamientos de mujeres mayores con hombres jóvenes", "no siempre es recomendable para una jovencita el ambiente de la capital, donde hay muchas tentaciones y pocas oportunidades para satisfacerlas honradamente", "usted, por encima de todo, incluso del cuidado de la casa, se debe a su marido"— en Las cartas de Elena Francis, y ayudarnos a imaginar cómo era ser mujer, o aspirar a serlo, en la España de no hace tanto.

Sigue a Ana Iris en @anairissimon.

"Las cartas de Elena Francis" ha sido editado por la editorial Cátedra, puedes comprarlo aquí.

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