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Cura de humildad: así sucumbió el United de Ferguson al Dream Team de Cruyff

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Solo hay dos cosas que recuerdo con claridad de noviembre de 1994. La primera es cómo un árbol del parque de mi barrio fue devorado por las llamas. Sucedió en la noche del 5 de noviembre, la noche de Guy Fawkes, cuando el viento empujó contra sus ramas las brasas de una de las hogueras que ardían aquella noche.

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El desafortunado árbol ardió como una bengala gigante, y se sacudió amenazante bajo el viento, iluminando el cielo y escupiendo hojas en llamas como si fueran confeti. El fuego se extinguió enseguida, pero uno de los lados de aquel árbol nunca se recuperó. Más de dos décadas después, sus hojas siguen sin crecer, permanecen chamuscadas, un símbolo tanto de la fragilidad del hombre frente a la naturaleza, como de la espectacular ausencia de planificación humana, que llevó a alguien a hacer una puta hoguera al lado de un inmenso tronco de madera.

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Mi otra meridiana memoria de noviembre del 94 consistió en contemplar a una escuadra de hombres mortales devorada por una fuerza de la naturaleza. El todopoderoso Manchester United —doble campeón consecutivo de la Premier League y vigente campeón de la FA Cup— viajó a España para medirse al Barça en partido de la fase de grupos de la Champions. Bajo el rugido de una muchedumbre enfurecida de 114 273 personas en el Camp Nou, el campeón inglés fue vapuleado por 4-0 por el imperial conjunto catalán. Yo había cumplido los ocho años hacía poco, y aquella era la primera vez que veía jugar al Barça. Nunca había visto nada parecido.

En 1994 parecía casi imposible que la escuadra de Alex Ferguson pudiera ser víctima de semejante tunda. Durante la temporada 1992-93 —la primera que seguí con auténtico interés— el United ganó el título de calle. Al año siguiente retendrían el título confortablemente. Por si fuera poco, se habían proclamado ganadores de la FA Cup de manera contundente, aplastando al Chelsea en Wembley por 4-0, gracias a un doblete de Eric Cantona, un gol de Mark Hughes y otro de Brian McClair.

Así que para un chaval de ocho años con escasa comprensión del fútbol internacional, el United parecía el mejor equipo en la faz de la Tierra. Durante el verano del 94 también se celebró el colorido Mundial de Estados Unidos —donde el color lo pusieron Jorge Campos y Carlos Valderrama—, y donde también comparecieron nombres para mí desconocidos como Hristo Stoichkov y Romario —¿cómo era posible que alguien se llamara así?—. Sin embargo, la final se convirtió en un partido frustrante entre Italia y Brasil. Los transalpinos pusieron en práctica su proverbial catenaccio, y Brasil solo pudo imponerse en la tanda de penaltis. Para entonces yo ya me había sobado.

La competición doméstica parecía la cumbre del fútbol, y el United era el máximo exponente de la samba. Entonces tenía a un portero de primera magnitud, el danés Peter Schmeichel; una sólida defensa liderada por el líbero y hoy entrenador Steve Bruce; un medio del campo apuntalado por el trabajo de Paul Ince y Roy Keane, y por el genio creativo de Andrei Kanchelskis y Ryan Giggs; y uno de los mejores talentos internacionales recalados nunca en el fútbol británico, el francés Eric Cantona, como delantero centro. Y eso sin mencionar a Mark Hughes, Dennis Irwin o Pallister; o a los emergentes talentos de un tal Paul Scholes, de un tal David Beckham y de un tal Gary Neville. Sin duda, una de las formaciones más completas de la historia del fútbol inglés.

En el verano del 94, el United era el mejor equipo británico con mucha diferencia. Imagen vía PA Images

Claro que no eran infalibles, por supuesto. En la temporada 93-94 el equipo cayó en la segunda ronda de la Champions, tras empatar en casa 3-3 contra el Galatasaray, y ser eliminado por el doble valor de los goles marcados en terreno contrario. En la temporada 1994/95 el United se clasificó para la fase de grupos, después de que el torneo se doblara y pasara de tener 8 equipos a 16. Entonces se permitió a los campeones de cada liga doméstica entrar directamente a la fase de grupos.

Sin embargo, antes de alcanzar los cuartos de final, al United le tocaría de nuevo una prueba de fuego. Esto es, sobrevivir a un grupo en que quedó emparejado con el Galatasaray, el IFK Goteborg sueco y, por supuesto, el FC Barcelona, que venía de ganar su cuarto título de Liga consecutivo.

Si bien el formato de la competición era parecido —una fase de grupos en la que 16 equipos se jugaban su plaza en los cuartos de final— la Champions de la temporada 1994/95 difería respecto a la de hoy en algo sustancial: los partidos clasificatorios. Entonces cada equipo implicado había sido campeón de la liga de su país, lo que significaba que el United era el único representante inglés. De tal forma, el grupo A emparejó al Barça y al United, el B al Bayern de Múnich y al París Saint-Germain, y el D, al Ajax de Ámsterdam y al todopoderoso AC Milán.

El United arrancó la fase de grupos con una victoria 4-2 contra el Göteborg, mientras que el Barça batió al Galatasaray por 2-1. La segunda ronda hizo que el grupo se complicara: el Barça perdió 2-1 en Suecia y el United empató a 0 en Estambul.

Al igual que sucede hoy, el tercer y cuarto partido del mismo grupo se disputaban contra el mismo rival. Por alguna razón, yo me perdí el empate a 2 del Barça y el United en Old Trafford. O es posible que lo viera y que lo olvidara.

Imagen vía PA Images

De lo que no me he olvidado es de haber estado sentado frente al televisor para el partido de vuelta. Visto hoy, 22 años después, parece que haya pasado una eternidad. El capitán del United, Bruce, aparece rechonchito y pálido, la quintaesencia del británico en el extranjero, nada que ver con los futbolistas de hoy. Claro que también había prototipos de lo que serían los futbolistas del siglo XXI sobre aquel terreno de juego —especialmente Ryan Giggs, al que se ve ágil y atlético. Sucedía lo mismo con los jugadores del Barça. Por mucho que Hristo Stoichkov solo tuviera 28 años, parecía mucho mayor.

El United no compareció al ciento por ciento. Schmeichel se quedó fuera de la convocatoria debido a la restricción de jugadores extranjeros en las competiciones internacionales. Ferguson prefirió elegir a Gary Walsh para frenar a Stoichkov, Romario y compañía. Años después Walsh recordaría un incidente que de haber sido presenciado por Fergie, podría haber hecho cambiado de opinión al irascible preparador escocés.

“La noche previa al partido Mick Hucknall se nos sumó durante el entrenamiento de los libres directos. Y logró marcar un gol colocando la pelota por encima de mí”, contaría Walsh al rotativo londinense The Guardian. “En realidad su disparo me atravesó. Fue realmente embarazoso”.

Otra baja insustituible fue la de Éric Cantona, suspendido por acumulación de tarjetas. Pese a todo, el United presentó un once inicial plagado de calidad. Quizá lo único que podría objetarse es que Ferguson tendría que haber fortalecido antes a su delantera.

Pese a las bajas, aquel niño de ocho años que era yo, estaba convencido de que, en última instancia, el United pelearía por la victoria. A fin de cuentas, nunca había escuchado nada de los jugadores de aquel Barça —¿quiénes eran Ronald Koeman, Pep Guardiola y el capitán, José María Bakero?—. Me sonaban Stoichkov y Romario, pero este último no había logrado marcar contra Italia en la final del Mundial, el mismo partido durante el que me había quedado sobado.

Y luego estaba aquel tipo en el banquillo, el que llevaba un polo amarillo y mascaba chicles como un poseso. Se llamaba Johan Cruyff, y aquel sí que era un nombre que me sonaba. Claro que el tipo parecía un oficinista a quien su jefe le hubiese dicho que no volviera a trabajar a la mañana siguiente.

Johan Cruyff, tras caer derrotado en la Champions de 1996. Imagen vía Reuters

Hay que advertir que aquel Barça ya no era el mismo equipo que había conquistado los últimos cuatro campeonatos de Liga consecutivos. Cruyff se había deshecho de gran parte de los futbolistas responsables de aquel logro después de que cayeran estrepitosamente en la final de la Champions de 1994, disputada en Atenas contra el Milán. El Barça perdió entonces por el mismo resultado por el que sucumbiría el United en el Camp Nou, 4-0, y muchos coinciden en que aquella fue la noche en que murió el Dream Team. Michael Laudrup no renovó contrato y se largó al Real Madrid, nada menos; Andoni Zubizarreta fue sentenciado por el exigente técnico tulipán, por considerar que su juego de pies era insuficiente.

Y sin embargo, aquella noche el Barça se mostró intratable, volvió a ser el Dream Team. A los nueve minutos de partido, el hijo del jefe, Jordi Cruyff, le entregó la pelota a Romario. Walsh salió a por él y el pequeño brasileño se la entregó a Guillermo Amor. Entonces se produjo un intercambio de pases más propios de una partida de ping pong, hasta que Stoichkov llegó al punto de penalti para poner un poco de orden. Hristo disparó fuerte contra el césped, la pelota rebotó y se coló hasta el fondo de las mallas. 1-0 para el Barça.

El Barça se puso el 2-0 antes del descanso. Stoichkov firmó una asistencia a Romario desde la línea de mediocampo. El brasileño controló la pelota con el pecho, y a pesar de estar rodeado por tres futbolistas del United, soltó un disparo más allá del alcance de Walsh, que se había precipitado hasta el límite del área grande. Mientras Romario se apresuraba a celebrar su gol, las cámaras enfocaron a Cantona, que estaba sentado en las gradas, parapetado bajo una gorra Air Jordan con cara de pocos amigos. A su lado, Schmeichel comparecía impasible con su proverbial raya al medio, ese hachazo que tanto daño hizo a las cabelleras de los 90.

Poco después del descanso, todas las esperanzas de que el Manchester United remontara fueron dinamitadas tras un imparable avance de Stoichkov, que cedería la pelota a Romario. El brasileño se la devolvió inteligentemente y Hristo encajó un zurdazo raso ajustado al poste derecho. Todo sucedió gracias a un movimiento brillante e incisivo de Romario. La clase brasileña y la tenacidad búlgara. El United estaba siendo aplastado por un equipo superior.

Romario mete el segundo del Barça entre el sándwich humano que forman Bruce y Pallister. Imagen vía PA Images

El cuarto llegó en el minuto 88, cortesía del lateral catalán Albert “Chapi” Ferrer. La pelota fue proyectada hasta la banda derecha, donde el incombustible defensa la controló. Intentó centrar, pero la pelota rebotó y le volvió a los pies. Entonces disparó a portería y culminó una noche de ensueño para los azulgrana.

Al echar la vista atrás y observar de nuevo aquel encuentro, puedo percibir el temor que despertaba el Dream Team. Yo nunca había visto nada parecido. De hecho, y puede que eso afectara a mi temprana percepción, yo venía de ver un Oldham Athletic–Ipswich Town, un encuentro en que un montón de tipos de aspecto muy inglés corrían por un lodazal, en el terreno de juego de un estadio que necesitaba desesperadamente una nueva capa de pintura.

Con el Dream Team, sin embargo, todo era distinto. El estadio sonaba como el cuartel militar de los gladiadores catalanes: sus equipamientos eran luminosos y holgados, y sus jugadores eran una exótica mezcla de nacionalidades; una mezcla que por aquel entonces, era algo insólito en Inglaterra. De hecho, la Premier League todavía tenía que conocer a su primer jugador brasileño.

Ver jugar al Barça fue un increíble regalo para mis ojos. Fue algo nuevo y único, una experiencia que solo se daba muy de vez en cuando. Hoy se les puede ver más de una vez a la semana. Contemplar a Messi, Neymar y Suárez abrir en canal a la defensa del Getafe en 20 minutos está bien, claro que está tan bien como comerte tres barras de chocolate consecutivas. Es una ecuación cuyo cociente no resulta especialmente provechoso o sorprendente.

Al resto de aquel grupo, le esperaba un desenlace dramático. El Barça caería en Estambul ante el Galatasaray en el próximo partido, mientras que el Göteborg se deshizo del United por 3-1. Los suecos jugaban el último partido contra el Barça. Y pese a que el United aplastó al Galatasaray por 4-0, el equipo británico no logró clasificarse para los cuartos de final por culpa de su diferencia de goles con el Dream Team.

Siete de los jugadores que cayeron aquella noche en el Camp Nou jugarían la final de la Champions que cinco años después, en 1999, enfrentaría de nuevo a ambos equipos. Entre ellos, sea como sea, no estaría Gary Walsh, pero el United caería igualmente.

Hoy, dos décadas después, aquel partido permanece grabado en mi memoria como el día en que descubrí que el fútbol existía más allá de los confines de mi minúscula isla, y de que había un universo interminable de jugadores, estadios y de partidos, disputándose cada semana.

Ahora es uno de los faros que alumbran mi memoria, tanto como aquel árbol iluminando la oscuridad de una fría noche de noviembre.

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