Cosas insoportables que hacen los hombres en el transporte público

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En septiembre pasado, BBC News publicó un artículo basado en un estudio que llevó a cabo sobre hábitos “antisociales” durante los desplazamientos en transporte público (cortarse las uñas o comer gambas en el autobús). El artículo en cuestión destacaba especialmente un hábito que irritaba a ciertas personas: que las mujeres se maquillaran en el transporte público.

Yo siempre he pensado que maquillarse en el autobús o el tren era algo normal, razonable y que muchas hacemos para ganar tiempo por las mañanas. Mientras no vuelques toda tu colección de lápices de labios sobre la mesilla y le pidas a la persona de al lado que te pinte la cara con ellos, no veo que suponga una molestia para nadie, ¿no? Estás a tu rollo, acicalándote un poco las cejas, nada más.

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Pues parece ser que no. En lo que probablemente sean los comentarios más insoportablemente divertidos publicados en prensa, dos hombres —”Michael, 59” y “Gerard, 60”— manifestaron su indignación ante la visión de una mujer aplicándose colorete en el metro: “Creo que en una o dos ocasiones me quedé mirando a la persona con la esperanza de que se diera cuenta y se sintiera avergonzada, pero eso no llegó a pasar”, dijo Michael, añadiendo que una vez le incomodó tanto ver a una mujer maquillándose en el tren que se cambió de vagón.

*Dejo este espacio para darte tiempo a que te levantes del suelo después de haberte caído de la risa*

Por si los sorprendentes comentarios de Michael no fueran prueba suficiente de que los tíos viejos y (presumiblemente) blancos están fatal de la cabeza, Gerard toma el relevo en esta carrera de indignados: “Hay cierto descaro en la actitud de las féminas que insisten en ejercer este dudoso ‘derecho’”, dijo. Ay, las “féminas” y nuestros derechos… ¡Qué banalidad!

No diré que me sorprendió leer esos comentarios; conozco a varios Michaels y Gerards; los he visto en tiendas de jardinería, con sus esposas resentidas a sus espaldas, macetas de barro en mano, sacudiendo el dedo mientras recriminan al gerente que una dependienta adolescente se ha dirigido a ellas con mal tono. Me limitaré a decir que estos comentarios son mínimamente interesantes, teniendo en cuenta las cosas que suelen decir hombres como estos, que están convencidos de que su comodidad personal debe ser la principal preocupación de todo el mundo.

Estas son las mierdas que la gente que coge el transporte público tiene que soportar de los Michaels y Gerards de todo el mundo, todas ellas mucho peores que tener que verme poniéndome rímel en el bus.

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Un magnífico ejemplo de ‘manspreading’. Foto: Peter Isotalo vía

Leer el periódico

Cierra los ojos y pregúntate: ¿cuándo fue la última vez que viste a una mujer sacar un periódico en un tren abarrotado? Incluso si buscas y rebuscas entre tus recuerdos, apuesto a que como mucho has visto a una mujer hacerlo una vez en tu vida, aunque lo más probable es que no haya pasado nunca. Por otro lado, los hombres (especialmente los que cogen el transporte público para ir al trabajo) parecen estar poseídos por la firme creencia de que su necesidad de leer las últimas noticias es más importante que el espacio personal de los que los rodean. Así que te los sueles encontrar desplegando periódicos gigantes de una forma tan elaborada que ni en Love, Actually, cuando Rowan Atkinson envuelve el collar que Alan Rickman le ha comprado a su secretaria. Abren los brazos como si fueran el Ángel del Norte mientras tú intentas sobrevivir al claustrofóbico trayecto sin sufrir un ataque de pánico.

Entiendo que se sienten muy especiales e importantes y que necesitan estar al corriente de la bolsa y otros asuntos de hombre ocupado, pero a ver, podrían leerlo en el móvil, sin tener que privar a nadie de su preciado oxígeno. Aunque claro, entonces no podrían presumir de lo intelectuales que son, ¿verdad?

Hablar por teléfono en el vagón del silencio

Mucha gente es culpable de esto, pero por alguna razón, me enerva más cuando un hombre en traje empieza: “¿Ana? Sí, hola, Ana. Solo quería saber cómo va todo. ¿Vamos bien para lo de las diez? ¿Has enviado el correo a todo el mundo? Bueno, ¿puedes hacerlo, por favor? Me esperaba algo mejor, Ana. Vale. Adiós. Adiós.” como si necesitara anunciar a todo el mundo que a) es lo suficientemente importante como para tener ayudante y b) le gusta tratarla como si fuera basura, como si Ana no tuviera otras miles de cosas que hacer. ¡Espero que Ana le escupa en el café!

Pedir a la gente que pase al fondo del vagón mientras que él no se mueve del sitio

Todo empieza con un carraspeo pasivo-agresivo. No tiene el espacio suficiente para su maletín, ¿entiendes? Y su maletín necesita espacio, porque al ser su maletín, es especial, pero ahora tiene que sujetarlo entre sus brazos como si fuera un bebé (una postura que, según él, es una humillación para su masculinidad, como si los cazadores-recolectores se hubieran subido alguna vez a un tren de metal para ir a la metrópolis en las que pueden obtenerse sándwiches ya preparados).

Cuando ya ha hecho el carraspeo y nadie responde, entonces chasquea la lengua o suspira. Sigue sin haber respuesta. Entonces se dirige a los que están alrededor: “¿Podéis pasar al fondo, por favor?”, dice en voz muy alta. La gente se aprieta un poco y su maletín por fin tiene espacio. Ha quedado satisfecho. Pero en este jaleo que ha montado, ¿hace algún esfuerzo por moverse él? ¿Le importa una mierda?

(Véase también: llevar una mochila que le hace parecer un punto caracol, pero negarse a moverse aunque le esté dando a una mujer bajita directamente en la cara).


MIRA:


Mirar lo que haces en el móvil cuando está sentado a tu lado (véase también: leer por encima del hombro)

Una vez estaba sentada en el autobús y el hombre de al lado me estaba mirando el móvil para ver lo que hacía, así que me cambié de sitio porque me daba miedo. ¡Este es el tipo de comportamiento intrusivo y algo amenazante que justifica que te cambies de sitio! ¡Y no que alguien se esté poniendo sombra de ojos! ¡Que sois como críos, joder!

Cagar en el tren

Es una cuestión de vergüenza, Richard.

Ver chorradas en el iPad

Los hombres que van al trabajo en transporte público montan un pitote tan ridículo cuando quieren ver algo en el iPad que parece que van a ponerse a desactivar una bomba. Con la cantidad de tiempo que les lleva sacarlo y prepararlo en la mesa —mesa que, por cierto, ocupan entera—, solo les quedan unos diez minutos para ver lo que quieren ver (que siempre es algo relacionado con el deporte, pero uno muy chungo, como el críquet) antes de tener que empezar a recoger. Pero, ¿aun así lo sacan todo? ¡ !

Tener un paraguas muy, muy grande

A menudo me pregunto si los hombres saben que existen los paraguas plegables. Son del tamaño exacto que la mayoría de la gente necesita para no mojarse. La razón por la que tengo esta duda es que no creo haber visto nunca a un Michael o a un Gerard en un medio de transporte con un paraguas plegable. En su lugar siempre llevan uno de esos gigantes que se usan en los campos de golf y lo clavan en el suelo como si fuera el bastón de Gandalf, como si todo el poder de su masculinidad fluyera por este enorme y algo fálico objeto. ¡Masculinidad tóxica en todo su esplendor!

Comerse un cruasán

Si todos estos hombres hicieran huelga a la vez, Pret a Manger tendría que dejar de vender sus cruasán de almendras, que son los cruasanes que más ensucian de la familia de los cruasanes (capas de hojaldre y pequeños trozos de almendra por toda la tienda, como si fuera arena). Un cruasán de almendra hay que disfrutarlo en un momento de ocio, un domingo, sentado en sillas de jardín. O mejor, ¡en Francia, con vistas a la Torre Eiffel! Te voy a decir dónde no hay que comérselo: en el tren de las 7:55, manchando los zapatos de todos los pasajeros. Búscate un desayuno más limpio.

Bicicletas plegables: ¿por qué?

Ya vas en tren, de verdad, no necesitas llevar otro medio de transporte contigo. Y menos uno tan grande que otro pasajero podría estar en el sitio que ocupa tu bici. No lo entenderé nunca. ¿No tienes pies?

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Este artículo apareció originalmente en VICE UK.