Este vídeo del candidato del PP intentando borrar un grafiti es oro puro

Captura de pantalla 2019-05-20 a las 10

A los madrileños se nos acusa con frecuencia de cosas. De cosas como que nuestra ciudad es más bien feota o que arrastramos la -j —ejque, ejcalera— por encima de nuestras posibilidades. Cosas como que en realidad somos provincianos de boina y zurrón venidos arriba o como que somos y siempre seremos Castilla. Se nos dice que manda huevos que nuestro plato típico sean los calamares cuando la playa más cercana nos pilla a 4 horas en coche y que no existimos, que solo somos una amalgama de manchegos, andaluces y gallegos con aspiraciones urbanitas, acusación a la que solemos responder con orgullo en lugar de con vergüenza. Supongo que que no tengamos un término similar al “charnego” catalán dice bastante de nosotros en ese sentido.

Pero sobre todo se nos dice que nos pasamos la vida mirándonos el ombligo, que nos creemos que la Tierra acaba en Chamartín por el Norte y en Villaverde por el Sur, que somos el narcisismo materializado en ciudad y que pensamos que el resto de España se pasa la vida mirándonos. Y puede que sea por eso, por nuestro egocentrismo centralista, que no paramos de hacer méritos para que así sea, como un niño que reclama constante atención. Nos flipa que nos miren, no importa si con recelo, con condescendencia o con pena. El caso es que lo hagan.

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Buena prueba de ello está siendo la campaña electoral en Madrid, tanto en la ciudad como en la Comunidad. Era jodido hacerle sombra a Revilla o a Abel Caballero, pero lo estamos consiguiendo, chavales. Y lo estamos consiguiendo gracias a las conjuras, las traiciones y la conversión de la política en eventos sociales y, sobre todo, gracias básicamente a los candidatos del PP, Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida, y a que en sus cabezas no haya nadie al volante.

Ella es más de palabras —que si los atascos son seña de identidad de Madrid, que si la fiesta de los gais a la Casa de Campo no porque hay familias—, él más de hechos. A Martínez Almeida le flipa lo performático, el ser en movimiento, y por eso no duda en denunciar los gravísimos atascos de la calle Mayor o, como ha hecho este fin de semana, en limpiar con sus propias manos pintadas callejeras que no son de su agrado, haciéndonos sospechar, de nuevo, que quizá Martínez-Almeida no existe, que quizá nunca existió, y es en realidad José Mota disfrazado de Martínez-Almeida todo el rato.

Pero volvamos a lo de la pintada. Sucedió en la plaza del Centro Cultural El Madroño, en Vicálvaro, donde Almeida se hallaba dando un mítin. Entonces vislumbró un grafiti en el que se podía leer “A.C.A.B” en amarillo, y procedió a informar a los allí presentes de que aquello era “un acrónimo que dice que todos los policías son unos bastardos, el mismo que utilizó Iñigo Errejón”, en referencia a un tuit del candidato a la Presidencia de la Comunidad de Más Madrid de —ojito— 2012.

Después, instó a Sánchez Mato, candidato de Madrid en Pie a la alcaldía y concejal-presidente del distrito, además de, paradójicamente, hijo de un policía, a que lo limpiara. Al comprobar con sorpresa que Sánchez Mato no hacía su aparición —”tan eficaces no serán”, debía estar pensando nuestro héroe Almeida por dentro—, el candidato del PP decidió ponerse manos a la obra él mismo: ante el aplauso de los militantes allí congregados, se encaramó a la valla y se puso a fregotearla con un cepillo de crin y sin éxito alguno: más que borrarse, la pintada lucía cada vez más centelleante.

“Sí, sí, sí que sale, mira, mira mira”, se oye decir a uno de los acólitos de Almeida notablemente emocionado en la pieza que da cuenta de esta performance. Justo después hace su aparición un hombre calvo de mediana edad con un rodillo en la mano y se dispone a echarle un cable al candidato a la alcaldía, que sigue frotando.

Llegados a este momento, la pregunta es casi inevitable: ¿cómo han llegado esos útiles hasta esa plaza? ¿Estaba planeada de antemano esta limpieza de pintada o algún afiliado se le iluminó la cara cuando Almeida la mencionó y acto seguido se dispuso a ir al súper corriendo para pillar enseres de limpieza? ¿A nadie le pareció que igual no era buena idea, que igual las performances de Almeida se están pasando de castaño oscuro? ¿No pasaba por ahí ningún policía para grabar su reacción a este guiño a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado? ¿Cuántas unidades de voto le ha reportado este gesto a Almeida y cuántos memes, cómo queda la balanza del coste de oportunidad de estas movidas?

Media hora después de colgar el primer vídeo, en el que sale friega que te friega, Almeida colgó esta foto, en la que la valla aparece ya impoluta. Si fue gracias al ahínco frotando del candidato es algo que nunca sabremos. Las noticias al respecto dicen que finalmente lo solucionaron con pintura y un rodillo.

Dijo Hegel que los grandes hechos y personajes de la Historia siempre se repiten, aparecen dos veces, a lo que Marx añadió que la primera como tragedia y la segunda como farsa. Y los candidatos del PP a la Comunidad y al Ayuntamiento de Madrid no paran de darles la razón: Aguirre, Cifuentes, Botella o Ignacio González y sus políticas eran dramáticas. Díaz Ayuso y Martínez Almeida —que por cierto, ¿no os parece un cruce entre Rajoy y Phil Dumphy?— tan solo son una pantomima, un eco ridículo de lo que un día fue Génova, 13.

Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.

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