Thanos es hijo de Mentor y Sui-San. Nació en Titán, una de las lunas de Saturno. Mutante de la raza de los Eternos. Corteja a la muerte. A los diez años asesinó a su madre. Años más tarde, huyó y ansió conquistar el universo. Murió a manos de un humanoide artificial creado por El Énclave y fue resucitado por la Muerte. Decidió reunir las Gemas del Infinito para restablecer el equilibrio cósmico y borró de la existencia a más de la mitad de los seres del universo con un chasquido de dedos. Un regalo a su amada, la Muerte.
Pienso en la biografía de Thanos como si se tratara de un ser histórico, soy paleógrafo de mis propios cómics y comparo sus distintas versiones para no confundir las tradiciones. La genealogía de Thanos remite a Uranos, hermano de Kronos, protagonistas de una guerra civil (filial) que ocasiona, en última instancia, el establecimiento de los uranianos perdedores en Titán. Uranos engendra a Mentor, Mentor a Eros y a Thanos. La influencia de la mitología es obvia. Vivimos en una época que relega mis conocimientos a un ocio de adolescente. Pero para mí, los cómics son un susurro de reflexión sobre mi propia existencia, narraciones posmodernas que se actualizan, anacronismos que se adaptan al momento, mitología libre de los grilletes sociales y religiosos de antaño.
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Joseph Campbell, mitólogo, escritor y profesor, en una entrevista recopilada bajo el título The Power of the Myth, repara en el poder existencial del mito: pretende dotar de significado a toda la realidad y sirve como guía para los seres humanos al enseñarles algo sobre su propia vivencia. No se trata meramente de narraciones inventadas, su valor es, más bien, existencial. Los cómics rescatan este mismo planteamiento y lo combinan con la ciencia, la cultura pop y los medios de comunicación para producir algo maravilloso. Aunque reconozco que su valor existencial es propedéutico comparado con el de los mitos antiguos. Esto responde, en parte, a la desmitificación de la naturaleza, al auge de las religiones monoteístas y a la creencia de que el mito es, ante todo, una narración fantástica que explicaba fenómenos naturales como si fuera un pensamiento proto científico. Se le despojó de su poder existencial e histórico para establecer su evidente creatividad como característica principal. Por su parte, el auge de las religiones monoteístas rompe la continuidad existencial entre dioses y hombres y desmitifica a la naturaleza: no hay magia, no hay mecanismos ocultos para lograr el favor personal, el destino no es una fuerza misteriosa a la que todos los seres vivos están sometidos. Edipo no se hubiera sacado los ojos de haber conocido las pruebas de ADN. Los leones de piel impenetrable, los cíclopes o las gorgonias no existieron. Así, el mito pierde sentido, agoniza y muere.
La mitología del cómic es el luto a los héroes olvidados y reumáticos que el cientificismo despojó de los dramas existenciales y que las religiones rezagaron a historias fantásticas de dioses falsos. De hecho, el universo de los superhéroes le debe más a los mitos politeístas que al mito monoteísta fundador de religiones. Superman, con sus 33 años y su mesianismo recuerda a Jesucristo, aunque todas sus demás características son extrapoladas, no de los milagros de Cristo, sino de los héroes de la mitología antigua. En los cómics se cumple aquello que Binyamin Uffeinheimer distingue como una característica principal de los mitos politeístas: la conexión orgánica, entre los dioses, el hombre y la naturaleza. Se trata de una continuidad entre los componentes del universo donde toda la realidad está sometida a fuerzas misteriosas de las que nadie puede escapar. Esta continuidad permite la existencia de diversos seres que sólo se diferencian entre sí por grados cualitativos: los dioses son seres de categoría superior a los seres humanos, aunque no son la fuerza última del universo. Esto se da en los cómics de manera muy clara: el Thor de Marvel, mucho menos carismático que su homólogo cinematográfico y mucho más amable que su correspondiente mitológico, es un humano de categoría superior; Galactus, el devorador de planetas, es el único sobreviviente del universo anterior al Big Bang; Thanos, el Titán loco, es uno de los seres más poderosos del universo y aún así ninguno representa el poder final del cosmos, todos ellos están sometidos a las fuerzas misteriosas del universo en el que habitan.
Asimismo, en la mitología antigua es común encontrar que la ordenación del mundo se explica, ya sea, en términos sexuales, o en términos bélicos. En Hesíodo, la ordenación del mundo es la genealogía de Gea, además de referir a las guerras entre los titanes y los dioses. Nacimientos. Castraciones. Mutilaciones. Tortura. Engaños. Todos comunes a la historia del mundo. En el Enuma Elish babilónico, Marduk desmiembra al monstruo Tiamat para formar al mundo. La mitología nórdica tiene algo parecido: el mundo se conforma del cadáver de Ymir, tras la victoria de Odín. Los cómics retoman la idea, aunque sustituyen la explicación sexual por una científica que se combina con la belicosidad para generar historias dramáticas de conflictos eternos. Las Gemas del Infinito son los vestigios del poder de un ser omnipotente que al contemplarse a sí mismo, explotó y creó el universo. De igual manera, la estabilidad del universo DC siempre sucede después de conflagraciones multidimensionales: Crisis en las Tierras Infinitas, Hora Cero, Flashpoint, entre otras. De nuevo, todos los personajes sometidos a fuerzas que los superan.
En las historias de los superhéroes conviven la magia y la ciencia. Tony Stark construye una nueva armadura, mientras el Doctor Strange viaja en los planos astrales. Batman pinta su automóvil de gris oscuro, muy oscuro, mientras John Constantine clausura un bar infernal con encantamientos arcanos. En los mitos antiguos, gracias a la continuidad entre dioses y hombres, existe la magia: una manera de hacer que la fuerza cósmica misteriosa beneficie al individuo. La paga por Oráculos. Los sacrificios. Los artefactos mágicos como la caja de Pandora o el Vellocino de oro. Magia. En el cómic, la magia se desdibuja con la ciencia como si ésta no fuera más que una manera de apropiarse de la misteriosa fuerza cósmica. El Guantelete Infinito ayuda a controlar las Gemas del Infinito para el beneficio del portador. El anillo de Green Lantern ayuda a canalizar la fuerza cósmica en beneficio del portador. La mayoría de los personajes se crearon por medio de accidentes científicos: arañas radioactivas, tormentas eléctricas, derrame de químicos en los ojos, el mito es la ciencia y la ciencia es el mito. Si un ser humano se somete a una lluvia de rayos gamma, difícilmente se transformaría en Hulk. Si a un individuo le cae un rayo y está rodeado de químicos, dudo mucho que obtenga la Speed Force —a la que Flash se refiere como una fuerza cósmica que debe comprenderse antes de usarse.
Hay una característica final del cómic que quisiera remarcar: su nihilismo paradigmático. Los homenajes a la mitología antigua no son disimulados: Wonder Woman es una Amazona; en el universo Marvel, Namor reina Atlantis, ciudad mitológica, Aquaman hace lo mismo en el universo DC; también se reciclan nombres mitológicos como Eros, Kronos, Uranus, Hércules, Tánatos, Orfeo, Morfeo o Eurídice. Pero el cómic falla en su paradigma existencial porque sus referentes se alejan de sus principios arqueológicos. La tragedia tiene una connotación moral importante: enseña al hombre su sometimiento a la fuerza cósmica misteriosa, no puede escapar de su destino. Nunca. En el cómic sucede lo mismo: el superhéroe no puede escapar de su propia historia. En Flashpoint, Flash regresa en el tiempo para salvar a su madre, la consecuencia: destruye el continuo espacio-tiempo y crea un evento donde el mundo está sumido en una guerra. En Metal, Batman, de manera inconsciente, da forma a todo un universo oscuro a partir de sus propias pesadillas. No pueden escapar de su propia narración.
La tragedia de ser superhéroe siempre nace del dolor existencial del personaje tras un trauma, normalmente, la muerte de un ser querido. Ese evento trágico lo distingue y lo determina. Sin embargo, aunque hay referencia a la mitología, la arqueología del superhéroe se da al momento, se actualiza al instante, ahí radica su nihilismo. Los cómics no son narraciones de antaño, sino aventuras actuales con seres que recuerdan a héroes de antaño. La limitación del cómic está ahí: ya no se intenta explicar nada, tan sólo sirve para distraerse. Aunque al final del día, cada superhéroe es un paradigma distinto que le dice al joven y al niño lo que debe hacer. El cómic es paradigmático en ese sentido. Pero también es nihilista: sus paradigmas morales se anclan a valores de antaño de una manera débil. En un universo alterno, Reed Richards se convierte en un supervillano: The Maker; por la muerte de su familia pierde cualquier anclaje moral y se convierte en el líder fascista cientificista de los Children of Tomorrow. La historia recuerda a la Historia, pero The Maker es la prueba de un olvido arqueológico, de la banalización de un momento histórico.
Al igual que el infierno de Dante: los villanos son más divertidos porque hay más material de donde sacarlos. Lex Luthor, Joker, Zebediah Killgrave, Captain Cold son más humanos que los superhéroes que luchan con ellos. Porque el superhéroe es, ante todo, un ser que tiene una característica moral superior a los demás: la rectitud de Batman, el conflicto religioso de Daredevil, el patriotismo de Superman. El superhéroe se debe a los demás. Por eso no puede existir. El villano se debe a sí mismo, por eso es un reflejo de la humanidad. La dimensión existencial de los cómics proviene de la tragedia: la imitación de los conflictos internos de cada uno de nosotros. Las historias de los superhéroes son cíclicas porque reproducen una y otra vez los dramas humanos: la noche en que murió Gwen Stacy, el juicio de Matt Murdock, la muerte de la Antorcha Humana, la Guerra Civil, los jóvenes que se unen a células terroristas, dramas humanos que chocan entre sí y crean conflictos de todo tipo, desde familiares hasta cósmicos. No obstante, no dejan de ser nihilistas, su valor existencial se diluye entre el cine, la televisión y la mercadotecnia. Son paradigmas morales nihilistas, anclados al devenir del presente que recuerdan a la mitología, pero sólo la recuerdan.