Le tendrían que haber chivado a Marcela y Elisa, hace más de 100 años, que al final tendrían una calle en su honor en A Coruña. Supongo que se habrían mirado con extrañeza y no se lo habrían creído. Marcela y Elisa eran amigas, maestras y novias, y pasaron a la historia por convertirse en el primer matrimonio gay de España a principios del siglo XX.
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Una pareja que se las ingenió para recibir la bendición de un párroco que probablemente ni era consciente ni imaginaba la trascendencia casi épica de su hazaña, incluso en nuestros días.
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Claro que por aquel entonces Marcela y Elisa no eran simplemente Marcela y Elisa. Elisa también era Mario, un treintañero de pelo corto y bigote que, a ojos del párroco, los padrinos y los testigos ―y, claro está, a ojos también de Dios―, era un hombre emparejado con una mujer. Eso era “lo normal “, por tanto, lo admisible. Y así se casaron un 8 de junio de 1901. Marcela como Marcela y Elisa como Mario.
“Es una historia única e insólita. Pero la conocemos porque al final se descubrió el engaño. Pudo haber otras historias que no conocemos porque acabaron bien”, señala Narciso de Gabriel, catedrático y decano de la Facultad de Ciencias de la Educación de Universidad de A Coruña y autor de Elisa y Marcela. Más allá de los hombres (Ediciones del Silencio). Durante años, De Gabriel ha estado examinando recortes de la prensa de la época para intentar reconstruir, aunque solo sea en parte, esta historia de amor y subversión.
Las pillaron. Y por ello fueron perseguidas, humilladas y ridiculizadas en su pueblo
El desenlace es sabido: las pillaron. Y por ello fueron perseguidas, humilladas y ridiculizadas en su pueblo, Dumbria, de poco más de 5.000 habitantes, y también menospreciadas por la prensa gallega y madrileña.
“Un matrimonio sin hombre”, tituló La Voz de Galicia un artículo en el que se descubría la verdadera naturaleza del matrimonio. Esto desató el escándalo y también la indignación. Les negaban los trabajos y recibían desprecios constantes por su condición sexual. “Las linchaban en la puerta de su casa y querían hacerle pagar su osadía”, reconoce el catedrático.
“La historia de Marcela y Elisa no es solo la historia de un matrimonio insólito para la época. Abarca muchas otras luchas y reivindicaciones que van desde el feminismo, el travestismo o el hermafroditismo”, explica Rocío Fraga, socióloga y concejala de Igualdad y Diversidad del Ayuntamiento de A Coruña.
Cuando se descubrió todo, Elisa negó que fuese Mario y aseguró ser hermafrodita. El 14 de julio de 1901, Elisa declaró a la revista El Suceso Ilustrado: “En mi niñez he vestido faldas, pero notando que me sentía más hombre que mujer, consulté en el extranjero, diciéndome un médico que era hermafrodita y que podía optar por el sexo masculino, por prevalecer éste en mí”.
El clero hizo presión para que se anulara el matrimonio, pero esa acta de nulidad nunca se llegó a firmar
Pero tras someterse a examen médico se confirmó que, en efecto, Elisa era una mujer y no hermafrodita como ella aseguraba. Y el clero hizo presión para que se anulara el matrimonio. Pero esa acta de nulidad nunca se llegó a firmar. Según De Gabriel, ni la Iglesia de San Jorge (donde se casaron) ni el Registro Civil llegó a anular nunca el matrimonio, “aunque la prensa de la época informó que sí se había hecho”.
Lo que se pregunta todo el mundo al llegar hasta aquí es por qué se casaron, si podrían haber intentado pasar desapercibidas sin despertar las sospechas de la Iglesia. De Gabriel apunta algunas hipótesis aunque insiste en que todo son simples “conjeturas”. La primera interpretación que dio la prensa fue que una de ellas se quedó embarazada por accidente y entonces intentaron dar una figura paterna al niño. “Pero yo me inclino por pensar que quizá el embarazo no fue accidental, y que las dos quisiesen tener descendencia”, justifica De Gabriel.
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“Yo lo veo también como una estrategia de supervivencia en una época en la que todo el mundo se casaba, era lo habitual, e incluso como una forma privada de festejo”, explica la historiadora María Castejón. “Este punto hace incluso la historia más subversiva”.
En ese sentido, Castejón destaca que hasta el momento de casarse no despertaron sospechas porque las maestras ―de las pocas mujeres alfabetizadas de la época― gozaban de una permisividad mayor. “No era raro, por ejemplo, que las maestras fueran solteras o vivieran juntas, lo que explica cómo se desarrolló la relación de Marcela y Elisa, que primero eran amigas y luego se enamoraron”.
Hasta el momento de casarse no despertaron sospechas porque las maestras ―de las pocas mujeres alfabetizadas de la época― gozaban de una permisividad mayor
Desterradas de su pueblo, acabaron en Portugal, a pesar de que pesaba tras ellas una orden de búsqueda y captura. Fueron incluso enjuiciadas: las acusaban de “falsedad documental” y en total estuvieron 13 días en prisión. Per un grupo de mujeres feministas de Oporto exigieron su liberación e incluso recaudaron dinero en solidaridad con ellas.
“De hecho, la única constancia histórica que se tiene de ellas es una carta a un diario en la que agradecían a Portugal las muestras de aprecio recibido. El resto, solo nos llega a través de la imagen que dio la prensa. No hay testimonios personales que nos permitan indagar más allá”, argumenta De Gabriel.
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Según lo que cuenta en Elisa y Marcela. Más allá de los hombres tampoco lograron vivir en paz en Portugal, y acabaron en Argentina malviviendo como criadas. El dinero no daba para las dos y menos para ese bebé que acaba de nacer. Así que decidieron que Elisa se casara con Christian Jensen, un danés que regentaba un negocio local, y tratar así de heredar algo cuando este falleciera. Pero ni con esas, un día el hombre empezó a desconfiar de Marcela (que se hacía pasar por la hermana Elisa) y lo descubrió todo. También la prensa argentina se hizo eco de la noticia.
“A partir de ahí, el final es muy abierto”, explica Fraga. Las últimas informaciones publicadas en el diario Público, y recabadas por el catedrático Narciso de Gabriel, apuntan a que Elisa se pudo haber suicidado en Veracruz, o que murió de un cáncer terminal en 1940 en Buenos Aires. “Yo prefiero pensar que la historia no acabó tan mal, y que les perdimos la pista, porque se escondieron y pudieron, por fin, vivir tranquilas”, concluye Fraga.