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Por una vez, el Rey nos representa a todos cuando una tontería no nos sale bien

Enfadarnos por gilipolleces es lo más democrático y transversal que existe. O quizá ser gilipollas lo sea aún más.

Anteayer el Rey Felipe se mosqueó. Se pilló un rebote, se picó. Porque joder, todos somos sentimientos y tenemos seres humanos, como un día dijo Mariano Rajoy. Y ese "todos" engloba incluso a Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, que no son todos los hijos de una familia del Opus enumerados sin comas, sino Felipe VI, nuestro Rey.

Ocurrió en Sevilla, hasta donde Su Majestad se había desplazado junto a la Reina Doña Letizia con motivo del Día de las Fuerzas Armadas. Ante su atenta mirada desfilaron 200 vehículos tácticos y de combate y unos 2600 efectivos del Ejército de Tierra, Aire, la Armada y la Guardia Civil. Si miraban hacia el límpido cielo, 80 naves, entre aviones y helicópteros, sobrevolaban Hispalis. Pero al llegar el momento de izar la bandera todo se fue a la mierda.

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Porque resulta que hacía 35 ºC en Sevilla y que el traje del Rey, guantes incluidos, fresquito, fresquito no debe de ser. De fondo sonaba, a todo trapo, el himno. Se procedió entonces al izado de bandera, uno de los momentos más solemnes del día. Y resulta que no subía bien. Que alguien la pifió y aquello no iba todo lo para arriba que debiera, que la rojigualda no ondeaba al viento como tenía que ondear.

Y el Rey, que seguramente estuviera bastante encabronado (como es lógico) por la calufa que hacía en Sevilla y porque por las horas que eran algo de hambre tenía que tener ya, se mosqueó. Pero se mosqueó como lo que es, un Rey, así que lo visibilizó con tanta dignidad como condescendencia, con un ligero pero soberbio movimiento de negación con la cabeza hacia un lado y hacia otro y sin dejar en ningún momento de hacer el saludo militar. Justo después se giró y le dijo algo a Jaime Alfonsín, Jefe de la Casa Real. Quizá "que les corten la mano", quizá "andaluces tenían que ser". Nunca lo sabremos.

Pero lo que es seguro es que el sábado todos fuimos el Rey. Todos nos reconocimos en él por unos segundos, los que pasaron entre que arqueaba la cabeza a derecha y la movía hacia la izquierda, con gesto de desaprobación. Todos comprendimos entonces que Felipe es humano, y que como humano se enfada a veces, especialmente si hace más calor que follando debajo de un plástico, tiene un poco de hambre y le hacen comerse un desfile de soldaditos.

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Enfadarnos por gilipolleces, por detalles nimios e intrascendentes nos hace humanos, y la bandera mal izada del sábado fue la excusa para transmitirnos a nosotros, sus súbditos, que el Ciudadano Felipe también lo es.

Que donde nosotros nos mosqueamos porque nuestro compañero de piso se deja la pila llena de sobras de comida cada vez que friega, porque el pavo que nos gusta nos deja en leído o porque nuestra pareja acaba los rollos de papel del váter y no los repone, él se enoja porque la bandera de España no ondea al viento con la majestuosidad que debiera.

Que donde nosotros decimos "menudo gilipollas" él puede decir, haciendo justicia a su estirpe "que les corten la cabeza". Pero que, al fin y al cabo, todos parecemos igual de absurdos, insignificantes y rabiosamente humanos en el peor sentido de la palabra humano —si es que tiene alguno bueno— cuando lo hacemos. Porque si el enfadarnos por gilipolleces nos iguala, el ridículo nos iguala aún más.

Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.

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